CAPÍTULO 25: BODA EN LA MADRIGUERA
"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado".
- GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ.
Cinco años necesitó Ronald Weasley para decidirse a pedir a Daphne que fuera su esposa y ella solo tardó un mes en organizar la boda.
Los casi tres años que llevaban viviendo juntos en su pequeño apartamento cerca de Londres, hizo que la noticia no sorprendiera a nadie, ni siquiera a los Greengrass.
Por el contrario, mientras Molly se disculpaba por notificarlos recién una semana antes del evento, y explicaba que los nervios propios de una novia debían ser la causa por la que Daphne había "olvidado" invitarlos, la madre de su futura nuera se mostró en todo momento con una cordialidad sin precedentes y no dejó de manifestar su alegría ante el matrimonio, pues, según dijo, "le quitaba un peso de encima".
- OH, bueno...- sonrió Molly ante el comentario- a mí también me molestaba un poco que vivieran juntos sin estar casados, así que entiendo a lo que se refiere con eso de librarse de un peso...- intentó bromear, pero bastó ver la expresión en el rostro de la mujer para comprender que la madre de su nuera no se refería precisamente al peso social, sino a uno más concreto... uno de rubios cabellos y ojos azules que respondía al nombre de Daphne.
Al entender esto, aún sin querer creerlo del todo, muchas de las extrañas actitudes de la rubia adquirieron sentido para ella y no pudo evitar tomar un cierto desprecio por la mujer que tenía en frente, así como molestia ante la indiferente actitud con que el Señor Greengrass acogía el comentario de esta.
Ambas madres se despidieron fingiendo cordialidad, pero en las invitaciones a nuevos encuentros que intercambiaron por cortesía, se advertía la clara intención de la rubia mujer de no visitarla nunca, y el notorio agradecimiento de Molly por hacerle ese favor. Ella tampoco quería a ese tipo de "padres" en su casa. Los aguantaría el día de la Boda y nada más.
- Hubieses visto la expresión en su rostro...- relataba el incidente a Arthur esa noche.- Ahora entiendo que la pobrecilla de Daphne no quiera visitar a sus padres.
- Ya no le des más vueltas al asunto, querida. Seguro que el día de la boda los conocerás más a fondo y tu impresión de ellos cambiará.
- Lo dudo... ¡Si tú hubieses visto lo que yo vi!- sus mejillas, más rojas de lo habitual, daban cuenta de su rabia- No logro entender como una madre puede dejar de querer a una hija... Yo no podría jamás dejar de amar a uno de los míos, sin importar lo que hiciera...- una sombra se posó en su rostro entonces... Una sombra de dolor que tenía el nombre de "Percival".
Cuando una pareja lleva mucho tiempo junta y han compartido muchas cosas, llegan a tal nivel de complicidad que bastan mínimos gestos para que uno comprenda el pensamiento del otro. Fue por esto que Arthur entendió a dónde habían viajado los pensamientos de su mujer y la atrajo hacia si en un abrazo.
Ambos sufrían por el destino de su hijo pródigo, y aunque habían intentado mostrarse felices con la decisión del joven de autoexiliarse tras cumplir su corta condena en Azkaban, la verdad es que no pasaba un día en que no pensaran en él, y en la ausencia de noticias de su parte.
Hacía dos meses, Bill supo por un amigo que su hermano Percy administraba una Biblioteca en un pueblo de Australia, y que al parecer el fantasma de su condena no lo había seguido hasta allá, donde los vecinos tenían un buen concepto del muchacho. Pero esa noticia en nada calmaba el dolor de sus padres que sabían, por el solo hecho de ser sus padres, que el joven no era feliz; no por el juicio social que traía consigo sus errores del pasado, sino porque él mismo no se perdonaba. Aún así, estaban dispuestos a esperar con paciencia a que volviera a ellos.
- Tarde o temprano se dará cuenta de que debe regresar a su hogar, ¿verdad?- preguntó Molly, a su marido, quien la apretó aún más fuerte contra sí.
- Lo hará, querida... Estoy seguro de que lo hará.- y ambos sonrieron con tristeza, sin muchas esperanzas.
-HP-
Luna depositó la solitaria flor sobre el ataúd de Theodore Nott, al tiempo que este comenzaba su descenso a la que sería su morada final. Cinco largos años de lucha estaban detrás de aquel póstumo entierro donde solo unos pocos la acompañaban. Cinco años de trámites ridículos para conseguir una ceremonia decente.
Aunque gracias a la amabilidad que había tenido Draco Malfoy de hacerle llegar, al poco terminar la guerra, los detalles del lugar exacto donde había sido enterrado, localizar el cuerpo fue para ella la parte fácil. Lo difícil vino luego, pues para el Ministerio, al no existir un contrato de matrimonio entre ella y el joven muerto, no había derecho alguno a reclamar su cuerpo. Ni aún la paternidad de su hijo fue reconocida por el mismo motivo.
Luna debió pasar tres años solicitando consejos legales y elevando solicitudes sin ser oída, y aunque sus amigos- Dean entre ellos- habían ofrecido ayudarla haciendo de testigos para dar fe de su relación, la ley se mostraba en su contra una y otra vez, al extremo que nadie quiso tomar la defensa de sus derechos, por ser una causa perdida.
Para el cuarto año, cansada ya de las negativas y necesitando en su rol de madre sin mucho dinero, dedicar más tiempo que nunca a su trabajo como editora de una revista local, dejó de insistir en su intención, aunque nunca perdió la esperanza.
Hacía un año, esa esperanza cobró frutos en el modo más inesperado e increíble, cuando Blaise Zabini apareció a la puerta de su pequeño apartamento en Wilthshire pidiendo autorización para entregar un obsequio de Navidad al pequeño Theodore Lovegood.
Pese a que Luna no había vuelto a ver a Zabini desde aquella tarde de confesiones en Azkaban, le recibió con gran emoción, accediendo a que lo visitara cuanto quisiera. Todo lo que sabía del hombre, a través de los periódicos y revistas, era que los años le habían hecho ganar unos cuantos kilos, y que el Wisengamot le había impedido titularse en Leyes Mágicas, pese a haber cursado todos los grados, a causa de sus crímenes del pasado. Al parecer, aunque las palabras del elegido lo habían sacado de Azkaban, no había sido suficiente para borrar la impresión que los demás tenían de él. Pero aquel impedimento, aunque sirvió como escándalo del mes en la portada de Corazón de Bruja, no afectó mayormente la vida de Zabini.
Como mano derecha de Draco Malfoy, y responsable, en opinión de muchos, del éxito del rubio en el rápido incremento de su fortuna, Zabini tenía más poder en las redes legales de lo que habría podido ganarle un título. Prueba de ello fue que, enterado de que el pequeño no era reconocido como heredero de los Nott, movió todos los hilos necesarios para conseguir no solo el cambio de apellido, sino también la herencia a la que el niño tenía derecho como único sucesor de la familia de su padre.
Aunque el Ministerio no estuvo muy de acuerdo con tener que devolver la Mansión- que ya había destinado a usos administrativos- ni la fortuna guardada en Gringotts- cuyos fondos pensaban destinar a incrementar las arcas fiscales- no les quedó más que ver con impotencia como las argucias legales de un ex convicto, los obligaba a ceder lo que ya consideraban suyo.
Pero de todo lo conseguido, lo que más agradecía Luna Lovegood, era la posibilidad de reclamar el cuerpo del muchacho y darle un entierro adecuado. Con una lápida y con un nombre. Un lugar donde ella pudiera ir en busca de recuerdos, y su hijo en busca del padre ausente.
- Mami, ¿ya puedo tirar mi dibujo en la fosa?- preguntó el pequeño a su lado, con sus ojos negros brillantes, jalando de su capa. Por un instante, perdida en la dulce inocencia de su hijo, Luna fue incapaz de responder.
- ¡Claro que si, querido!- exclamó Daphne, alzando a su ahijado en brazos.- Tu padre estará feliz de tener un dibujo tuyo con él. ¿Sabías que él también solía dibujar?
- ¿En serio?- preguntó con los ojos extasiados.
- Así es... De hecho en una ocasión me usó como modelo para uno de sus bosquejos, y debo decir que...
- Daphne, el chico tiene solo cuatro años- le interrumpió Blaise- No deberías hablar de pornografía frente a él.- La aludida separó los labios para decir algo, pero el comentario pareció hacerle gracia, pues al instante siguiente se encogió de hombros y sonrió, como si rememorara algo agradable. Dean, por su parte, apretó los dientes con fuerza hasta hacerlos sonar, en una muda manifestación a su descontento de que Zabini estuviera ahí. Luna ya le había explicado que no podía ser de otro modo, no después de lo que Blaise había hecho, pero sabía bien que Dean jamás lo entendería.
Aunque el joven estaba feliz de que las cosas finalmente resultaran como Luna quería, jamás reconocería que aquello lo debían a Blaise Zabini.
- ¿Qué es pornografía?- preguntó Theo alzando una ceja, lo que Daphne intentó explicar con desastrosos resultados, mientras Dean aumentaba la intensidad de sus bufidos.
Dean había cumplido su promesa de permanecer a su lado, pese a que la joven no le prometía ahora más que la amistad ofrecida hacía cinco años en Azkaban. Se había convertido en un amigo fiel, y en un padrino sobreprotector para el pequeño al que adoraba más allá de lo que resultaba creíble, al extremo de poner empeño incluso en participar de la idealización que Theodore Junior hacía de su padre muerto. Tampoco había vuelto a manifestar deseos de ser para Luna algo más que el amigo que ella veía en él, algo que la joven agradecía profundamente, aunque, conociendo sus verdaderos sentimientos, seguía resultando embarazoso aceptar de su parte algunas atenciones. ¿Seguiría Dean esperando una oportunidad, como dijo que lo haría, o en verdad estaba contento en aquel papel de amigo al que se había relegado? Para Luna era difícil saberlo e incómodo preguntarlo.
Cuando la simbólica ceremonia llegó a su fin, y antes de despedirse, Daphne retomó el tema de su boda, agradeciendo a Dean y Luna su obsequio a la vez que reclamaba a Blaise el que no hubiese enviado nada aún. El aludido, sin mucha afectación, explicó que no tenía por qué enviar nada cuando ni siquiera estaba invitado, lo que Daphne no parecía considerar una excusa válida.
- ¿Ya tienes pareja para la boda?- preguntó Luna, cuando caminaban ya de regreso a casa, con el pequeño Theodore adelantándose unos pasos a ella y Dean, en la persecución de un gato callejero.
- No...- respondió Dean, sonando contrariado- ¿Y tú?- La joven negó con la cabeza sonriendo, como si la idea le resultara ridícula.- Bien... Entonces...Quizá podríamos ir juntos.- Dean miraba hacia delante, fingiendo que sus ojos estaban puestos en el niño, como si su respuesta lo tuviera sin cuidado, pero el modo en que su manzana de adán subía y bajaba, evidenciaba su nerviosismo.
- Dean... no quiero que los demás piensen que tú y yo...
- No he dicho que tengamos que ir como pareja...- se apresuró a explicar, con el rubor latente en sus mejillas, pese a la oscuridad de su rostro.- Es más bien, ir juntos como amigos... Ya sabes: te paso a buscar, llegamos juntos a la fiesta, y luego te llevo de regreso a casa... Como amigos. La verdad es que detestaría llegar solo a la boda- y se rascó la cabeza en un modo gracioso que sacó una sonrisa a la joven.- ¿Qué dices? ¿Me librarás del bochorno de llegar solo?
- Está bien, Dean...- accedió ¿No había estado Dean a su lado cada vez que ella lo había necesitado? ¿Cómo podía negarse a acompañarlo?- Iré contigo.
Y el rostro de Dean Thomas se iluminó en un modo que ella no se atrevió a interpretar.
-HP-
Hermione mecía el sobre con la invitación entre sus dedos, sin dejar aún su escritorio, pese a que su horario había acabado hacía mucho. Pero esta actitud no era extraña en la encargada del Comité de Regulación de las Criaturas Mágicas, que se caracterizaba por abordar su trabajo con gran "dedicación", según sus superiores. Sus amigos, sin embargo, veían en esa misma "dedicación" una ridícula fórmula de escape, como Ginny había dejado más que claro en su visita de esa tarde.
"¿Hasta cuándo te ocultarás de nosotros usando el trabajo como excusa, Hermione?", había preguntado la pelirroja, ignorando al pequeño James, que con su escasos dos años intentaba usar su fuerza para desprenderse del agarre materno e ir en busca de algún objeto de la mesa que llamaba especialmente su atención.
Hermione le explicó que si en verdad quisiera simplemente ocultarse de ellos, la mejor opción habría sido aceptar el puesto que habían ofrecido para ella en Australia. Si no lo había hecho, era precisamente para no perder contacto con ellos, que eran, aparte de su trabajo, lo único estable que tenía en su vida. Y sus palabras eran ciertas: muchas veces había pensado en huir de todo y comenzar otra vez, pero la idea de estar completamente sola en el mundo le revolvía el estómago. Por eso prefería estar ahí, elogiada en su trabajo, visitando amigos los fines de semana y celebrando en familia junto a los Weasley. Pero asistir a la boda de Ron, eran palabras mayores, pues un evento social de ese tipo implicaba toparse con mucha gente que querría hacer preguntas respecto a su vida que ella no quería responder.
Aún no podía librarse del desagradable recuerdo de su último encuentro con Hanna Longbottom y su insistencia en saber el por qué de su ruptura con Draco Malfoy cuando era para todos tan obvio que él la amaba. "Neville y yo siempre pensamos que eran el uno para el otro". Afortunadamente, Hanna le aseguró que su inocente opinión estaba bien guardada del conocimiento público. Nunca había dado declaraciones del tema a ninguna revista, ni lo había comentado tampoco con nadie que no hubiera convivido con ellos por esos días. Así, la idea de un romance entre ella y Draco Malfoy jamás llegó a los oídos de Skeeter, ni encontró comentarios que la alimentaran. Nadie más que sus testigos directos lo supieron, y todos habían tenido la decencia de evitar preguntar nada.
"¡Pero no puedes dejar de ir",!, había insistido Ginny, con sus mejillas particularmente rojas. "Ron jamás te lo perdonaría..."
"Pues estoy segura que Daphne estará más que feliz..."
"¡Sigues con eso! Ya te dije que Daphne no...", pero las palabras habían quedado hasta ahí. Viendo la expresión de incredulidad en el rostro de Hermione, seguramente comprendió que mentir no arreglaría las cosas. "Bueno... Quizá si le dieras la oportunidad de conocerte..."
"Tuvimos bastante tiempo para conocernos durante la guerra, y mucho más durante las reuniones familiares. Créeme, Ginny: mi relación con Daphne no va a cambiar... Ella simplemente me odia, aunque aún no sé por qué."
"Pero sigue estando Ron...", había sentenciado la joven, al tiempo que deslizaba la invitación a través del escritorio hasta Hermione, "Hazlo por él".
Desde que Ginny dejara la oficina, Hermione no hacía más que dar vueltas al asunto. No quería ir a la boda, pero sabía que era un episodio importante en la vida de Ron y él mismo pelirrojo ya le había enviado una nota anunciando el evento. No asistir sería visto como un desprecio por parte de los Weasley y ella no quería dar esa impresión. ¡Qué difícil le resultaba a veces mantener los pocos amigos que quedaban! Y todo era así en su vida. Cada vez le tomaba más esfuerzo luchar por las pocas cosas buenas que quedaban en ella. ¡Y pensar que alguna vez, sin importar la guerra que los rodeaba, le había resultado tan fácil ser feliz!
- ¿Piensas dormir aquí?- preguntó Cormac McLaggen, apoyado contra el marco de la puerta. Sus brazos cruzados sobre el robusto pecho y la mirada arrogante, hicieron recordar a Hermione por qué en sus tiempos de Hogwarts había terminado con tan mala opinión del muchacho. Pero ella siempre había tenido fe en que las personas podían cambiar. ¿No lo había demostrado Draco? Por eso, cuando dos meses atrás el muchacho llegara a ocupar un puesto, gracias a los contactos de su tío Tiberius más que por mérito propio, ella había aceptado el primer café que la invitó. Sabía lo difícil que resultaba ser un recién llegado en ese trabajo, y por lo mismo quería abrir el camino para introducir a Cormac al equipo.
Esto dio excelentes resultados, pues al mes de estar ahí, su apuesta apariencia ya le había ganado más que buenos comentarios entre la población femenina, y como al parecer había aprendido a controlar su temperamento, había también un buen trato con los demás hombres. En opinión de Hermione, Cormac había madurado, y por lo mismo podría decirse que incluso disfrutaba de conversar con él por las tardes junto a la máquina de café del primer piso. No eran los temas más interesantes del mundo pero la ayudaban a evadirse.- Puedo pedir al auxiliar que arregle una cama para que estés más cómoda...- sonrió, para dejar claro que la sugerencia era una broma.
- No te preocupes... ya estoy por irme.- se puso de pie, mientras agarraba su bolso, pasando a llevar por accidente la invitación que fue a dar a los pies de McLaggen, que rápidamente la tomó.
- ¿Así que Weasley se casa al fin? Me parecía inexplicable que teniendo a Greengrass por novia no lo hiciera antes.
- ¿Conoces a Daphne?
- La recuerdo de Hogwarts, como a todos los demás...- se encogió de hombros- Creo que a excepción de ti, no he vuelto a ver a ninguno de ellos desde entonces.- y entregó la invitación a Hermione.- ¿Quieres que te acompañe a casa?
- No es necesario...
- ¿Segura?- insistió con una expresión que a Hermione le causó gracia. El joven era en verdad muy guapo y mientras lograra controlar su mal genio llegaba a ser incluso encantador, pero ella volvió a negarse.- Tú te lo pierdes...- bromeó, colocando las manos en los bolsillos y girándose para salir por la puerta. Hermione vio su amplia espalda bloquear la salida, mientras en sus propias manos la invitación parecía quemar sus dedos, enviando imágenes de su solitaria llegada a la boda de Ron.
- Cormac...- éste se giró hacia ella alzando una ceja, curioso.- ¿Tienes algo que hacer este sábado?- y la sonrisa en los labios de McLaggen se amplió.
-HP-
Draco Malfoy no podía dormir. Por más que lo intentaba en la amplia cama de su cuarto, no lo lograba. Por un instante pensó en que de haber hecho caso a Blaise y regresado a la Mansión Malfoy, en noches como esta podría lanzarse a caminar por los pasillos sin fin, hasta despejarse de los recuerdos que lo atormentaban. Pero ¿cómo podía regresar a la Mansión de sus padres después de todo lo que ahí había pasado? Por eso, no puso objeción cuando el Ministerio planteó hacer de ella un Museo en memoria de los caídos. La donó incluso gustoso de no tener que volver a pisar el lugar nunca más.
Era cierto que sus blancas paredes guardaban muchos bellos recuerdos de su infancia, pero el desastre posterior a ella, tenía siempre mayor impacto para él. Cada vez que había intentado regresar, todo lo que podía ver eran los rojos ojos de Voldemort, oír los chillidos de Bellatrix y revivir la tarde en que Hermione había sido torturada en la sala de dibujos, y él había perdido a sus padres. No había modo de que esos recuerdos le permitieran ser feliz en aquel lugar.
- ¿Aún despierto?- susurró la adormilada voz de Astoria a su lado, mientras el blanco brazo de la joven intentaba abarcar su pecho desnudo. Pero Draco no se giró a mirarla ni intentó contestar, aunque no era precisamente porque su presencia lo molestara. Podía decirse que de todas las mujeres con las que había estado en el último tiempo, Astoria Greengrass era la que lo molestaba menos y le agradaba más. Quizá por lo mismo llevaban ya tres meses de sexo ininterrumpido; todo un referente de constancia para él.
Pero no se le podía culpar por su conducta. Después de la Guerra, Draco había intentado rehacer su vida como muchos otros. Tener a Blaise como amigo fue sin duda un factor importante, pero su gran descubrimiento en aquel periodo, fue el excelente poder de catarsis que tenía el sexo.
Sabía que lo suyo con Hermione no había sido un bello romance, pero si uno intenso, marcado por el sabor de lo imposible, lo que lo hacía anhelarlo aún más. Ella le había obsequiado su virginidad y su amor, y para él, ese amor fue como una convulsión demoledora que lo hizo literalmente nacer otra vez, dejando de lado todo aquello en lo que creía hasta entonces, incluso el sentido de autopreservación. ¿Cómo sino explicar la de veces que acudió en su auxilio olvidando su propia vida? Y luego, tan rápido como todo había comenzado, el escenario trágico en que aquella relación se había levantado, mostró su última carta y acabó con todo.
El doloroso final de su amor, la adaptación a su vida sin ella, el descubrirse huérfano y en medio de un mundo tan distinto de aquel para el cual había sido preparado, eran todas experiencias que en su conjunto lo superaban. Y en esas circunstancias, el sexo era una buena forma de recuperar su identidad. Por eso, aunque seguía siendo un convaleciente de su amor perdido, transformarse en el millonario mujeriego que las revistas se empeñaban en hacer de él, era un buen modo de olvidar que en el fondo se sentía un miserable.
Astoria murmuró algo más a su lado que él no entendió del todo. Se giró a ella, para encontrarla apoyando su cabeza sobre una de sus manos, y una expresión incitadora en su rostro. Sus bellos ojos, tan parecidos a los de su hermana, pero sin la complejidad que había en los de Daphne, eran para él una invitación constante que le costaba rechazar. El modo en que mordía sus labios, como su cuerpo se acomodaba al suyo, como su boca lo devoraba a la vez que se dejaba devorar... Todo aquello lo hacía olvidar. Astoria Greengrass se había convertido sin duda en su gran remedio para los recuerdos.
- ¿Y entonces?- preguntó otra vez, sin que Draco comprendiera.- ¿Me acompañarás o no?
- ¿A dónde?- le robó otro beso, sin preocuparle demasiado el evidenciar que no la había oído antes.
- No seas, malo. Ya te lo dije.- sonrió Astoria, en aquel tono infantil de niña mimada a la que no era bueno negar nada.- A la boda de Daphne.
Ella no tenía como adivinar las evocaciones que aquella última frase traía a la mente de Draco. Por eso no fue capaz de interpretar su reacción en el modo correcto, pensando que tal vez su silencio se debiera a la enemistad que existía entre él y Ronald Weasley, de la que los medios se habían colgado para elaborar historias inverosímiles que habían llevado el asunto a convertirse en leyenda. De este modo, Astoria se había explicado siempre el por qué del alejamiento de Draco de todos aquellos con los que había compartido hogar durante años, pese a que el elegido y los otros no le habían prodigado más que flores por su participación en la batalla final.
Pero los pensamientos de Draco no podían estar más lejos de Ronald Weasley. Todo lo que podía visualizar en su cabeza era Hermione. Como amiga íntima del pelirrojo, ella estaría ahí, Draco lo sabía bien. Lo terrible era que durante esos últimos cinco años había pensado que el tiempo y las nuevas experiencias lo habían ido endureciendo lo suficiente para evitar reacciones absurdas ante la idea de verla otra vez. Pero estaba claro que no era así. Lo que fuera que sentía por Granger seguía ahí dormido, como un parásito esperando el momento de atacar. ¿Es que tendría que pasar por todo otra vez? El solo imaginar la posibilidad de estar frente a ella una vez más, generaba en él tal ansiedad que lo mareaba.
No podía resistirse al deseo de verla. Sabía que no era racional hacerlo, pues un acercamiento, podría reabrir las heridas que apenas comenzaban a cicatrizar en él, pero el deseo por tenerla frente a si una vez más, le impedía dar demasiada importancia a la racionalidad.
- Cuando le dije que iría contigo, Daphne me aseguró que ni siquiera estarías cerca de Weasley.- siguió Astoria a su lado, pensando que con eso mejoraba las cosas.
- Siendo su hermana, ¿no es ahí donde deberías estar?
- ¿Con la mesa plagada de Weasleys? Dudo que logren hacerlos caer a ellos siquiera.- sonrió con desdén- Daphne dijo que estaríamos con un grupo más pequeño de gente que podría interesarte ver otra vez. ¡Como si tu quisieras compartir con alguno de ellos! Pero mi hermana parece creer que...
- Iré.
Los ojos de Astoria se abrieron como plato, dejando ver su alegría. Había pensado que le costaría más esfuerzo convencerlo.
- ¿En serio? ¿Lo harás por mí?- No podía estar más lejos de hacerlo por ella, pero la joven no tenía porqué enterarse, y Draco se limitó a asentir.
Extrañamente, cuando Astoria ofreció pagar el sacrificio de ir a la boda, con una nueva sesión de sexo, Draco rechazó la oferta sin mayores explicaciones, y salió al balcón en busca de aire.
Su mirada y pensamientos vagaban por los recuerdos.
-HP-
Daphne Greengrass dio el "si" con una sonrisa que derribaba toda duda de su felicidad, justo antes de fundirse con su marido en un beso que al día siguiente plagaría las portadas de los medios. Cuando lograron separarlos, se había convertido en la más joven de las Señoras Weasley.
A los ojos de Ron, su mujer, ataviada en el despampanante vestido verde con que había insistido desposarse, estaba radiante. Su cabello, decorado con hebras de plata que hacían brillar sus ondas rubias, era el único adorno que se había permitido. Todo lo demás era Daphne, en su infinita belleza. Por un instante, Ron Weasley sintió que su corazón se paralizaba dentro de su pecho y debió preguntarse si realmente podría vivir junto a alguien tan llena de luz. Pero el tibio agarre que la joven hizo de su mano al instante siguiente lo ayudó a tranquilizarse. Sí podría. Porque con ella a su lado, él se transformaba en alguien mejor... alguien digno de ella. El amor sin duda tenía ese poder.
- ¿Qué opina de las rubias ahora, Señor Weasley?- preguntó Daphne en uno de los breves instantes que tuvieron a solas, mientras los invitados terminaban de cenar.
- ¡Ya te dije que no me refería a ti!- volvió a disculparse él, fingiendo enfado. Daphne le recordaba su comentario cada vez que tenía ocasión, pese a que él no podía hacer memoria de decirlo. Era su modo de hacerlo enfadar para luego relajarlo con sus besos. Pero esta vez, antes de poder buscar los labios de su marido, sus ojos se enfocaron en la pareja que ingresaba por la puerta del salón y una sonrisa se dibujó en sus labios... la sonrisa que adquiría su rostro cuando alguna pequeña venganza daba resultado. Si algo había aprendido Ron de su esposa, era que no dejaba injuria sin ser saldada.
Por eso, cuando se giró, en busca de lo que fuera que llamaba la atención de la rubia, estaba preparado para cualquier cosa... excepto para encontrar ahí a Draco Malfoy, en sus negras vestimentas, del brazo de una chica vestida de plata.
- ¡Pero qué!- y se giró a su mujer- ¿Tú lo invitaste?
- Oh, no. Claro que no, querido.- sonrió Daphne, fingiendo inocencia- Aunque no entiendo por qué no podía hacerlo; pero por lo que veo, ha sido mi hermana quién lo trae como acompañante.
- ¿Esa es Astoria?- preguntó incrédulo. Aunque la había visto un par de veces, el liso peinado que la joven llevaba ahora, dejando su larga melena rubia caer a ambos lados de su rostro, le daban una apariencia muy distinta a la de la joven que él recordaba. Como si esa noche la menor de las Greengrass se esforzara en postularse al puesto que dejara la esposa de Lucius- ¿Y desde cuándo está con Malfoy? ¿Tú lo sabías?
- ¿Cómo iba a saberlo? No somos precisamente confidentes, como bien sabes.- Su argumento pareció convencer a su marido, pero no podía estar más lejos de lo cierto.
Ella lo sabía. Se había enterado hacía unos días, cuando su hermana menor le explicó la lástima que despertaba en ella al contraer matrimonio con un Weasley y pasar a formar parte de aquella familia de pobretones. Daphne aún recordaba cómo le había hervido la sangre ante aquel comentario. Pero lo último que quería era arriesgarse a tener algún rasguño en su rostro el día de la boda, y si atacaba a Astoria ahí mismo, eso podía ocurrir. Solo por eso, por salvar su vanidad, intentó tranquilizarse, mas su hermana siguió con su discurso sin evaluar consecuencias.
"¿Estás segura que esto es lo que quieres para tu vida, Daphne?", había preguntado, "¿Te das cuenta que nuestros hijos ni siquiera podrán jugar juntos, verdad? Los Malfoy jamás se mezclan con los Weasley, y no importa que..."
"¿Los Malfoy?"
Y como Astoria le explicara que ella y Draco llevaban ya meses juntos, y de cómo todo indicaba que las cosas marchaban hacia el altar, Daphne se echó a reír sin misericordia por un largo rato. Pero la seguridad con que su hermana afirmaba todo la hizo dudar. ¿Y si en verdad Draco se decidía por su hermana? ¿Y si en verdad, convencido de que era una compañera conveniente, le pedía matrimonio? Ella sabía bien como funcionaban las cosas en las familias antiguas. Los sentimientos importaban poco a la hora de tomar ese tipo de decisiones.
Curiosamente, no fue solo el cobrarse de su hermana lo que decidió a Daphne a planear las cosas, sino también dar a Draco la oportunidad de darse cuenta de la estupidez que cometía; después de todo, pese al tiempo, aún le tenía cariño. Por eso manipuló todo hasta convencer a Astoria de que el único modo de demostrar que Draco y ella estaban juntos era llevarlo como pareja a su matrimonio, al que la joven había dicho no pensaba asistir.
"Es tu oportunidad de demostrar que en verdad le importas más que las otras golfas con las que sale siempre, o ¿quieres que crea que está dispuesto a casarse contigo pero no a acompañarte a una estúpida fiesta?", preguntó, haciendo a Astoria dudar.
" Sabes que jamás querrá sentarse cerca de los Weasley".
"Si en verdad te quiere, debería estar dispuesto a hacerlo, hermanita... Pero, te haré las cosas más fáciles aún, para que luego no digas que nunca he hecho nada por ti. Me encargaré de que ustedes no queden en la mesa que ocuparemos nosotros. Dile a Draco que solo compartirá mesa con antiguos conocidos a los que seguro echa de menos... Si con eso no logras convencerlo, es porque en verdad no te quiere."
Y aunque Astoria negó que fuera a hacerle caso o participar de su estúpido juego, se llevó la invitación consigo y Daphne estaba segura que lo llevaría a él. Y él, como ella sabía, no dejaría de ir. No si Granger estaba ahí.
Si bien nunca supo el verdadero motivo de la ruptura de aquella relación, de lo que estaba segura era que no fue voluntad de Draco terminarla. Debía haber sido Granger, por alguna razón estúpida llena de principios.
Pero sabía también que así como Draco no era feliz -Blaise se lo había dejado entrever en más de una ocasión- tampoco lo era Granger. Quizá una segunda oportunidad entre ambos no era una mala idea. Y si eso de paso molestaba a Astoria, aún mejor.
- ¿Es mi idea, o tu hermana quedará en la misma mesa que Hermione?- preguntó Ron con cierta preocupación, mientras hacía un repaso mental de la distribución de los invitados.
- ¿Y? A mi me parece que eso sería fabuloso. Después de todo, hasta donde recuerdo Draco y ella se llevaban muy bien hace unos años.
- Sí, pero después de eso...
- Después de eso no sabemos lo que pasó. Creo que esta es una buena oportunidad para que ellos resuelvan sus cosas ¿no?
- Espero que tengas razón, Daphne.- se rindió Ron.
- "Señora Weasley".- corrigió ella, en un intento por desviar el tema. Y dio resultado.
- Señora Weasley.- repitió él, antes de volver a besarla.
-HP-
Harry fue el primero en percatarse de quien se acercaba a la mesa que compartía con Hermione, y los otros, gatillándose en él la sensación de un desastre inminente. Sus ojos, sin él quererlo, viajaron desde Malfoy a Hermione, y luego a su mujer, quien comprendió al instante a qué se debía su preocupación.
Ginny separó los labios como para decir algo a modo de advertencia, pero sin encontrar las palabras adecuadas, se limitó a soltar una sonrisa nerviosa y clavar sus ojos en Hermione, quien sonreía cordialmente a uno de los comentarios de Neville, mientras los recién llegados se ubicaban en las sillas que habían estado desocupadas.
- ¡Malfoy!- exclamó Neville, poniéndose de pie en dirección al rubio, a quien abrazó en un amistoso saludo que descolocó un poco a los presentes. Hermione, que seguía aún de espaldas a él, palideció al oír su nombre.
- Longbottom.
- No sabía que estarías por aquí.
- Es mi acompañante esta noche.- sonrió Astoria, extendiendo su mano con particular cortesía a Neville, quien la miró comprendiendo por el solo parecido de quién se trataba.
- Y tú eres la hermana de Daphne, supongo.
- Astoria Greengrass.- sonrió la rubia, girando a mirar a los demás.- ¡Vaya! Daphne no mencionó que estaríamos en la mesa del "elegido". ¿Qué no deberían estar allá con los demás Weasley?
- ¿Qué no deberías estar tú allá, junto a tus padres?- preguntó Ginny, con hosquedad. Había oído los comentarios de su madre, y sabía por Daphne que Astoria no era precisamente una chica de fiar. Podían ser solo especulaciones, pero aquella sonrisa le parecía a Ginny demasiado falsa.
- La mesa estaba algo llena.- explicó Harry, a modo de suavizar el áspero comentario de su mujer, pero no le gustó el modo en que Astoria sonreía ante aquella explicación, como si riera de una broma particular.
- Tú debes ser Luna Lovegood.- siguió la joven, a lo que Luna se limitó a asentir tranquila, mientras ella seguía presentándose a los demás, hasta llegar a Hermione, quien esbozó media sonrisa sin alzar demasiado los ojos.- Supongo que todos conocen a Draco, ¿verdad?- hizo ademán al aludido para que tomara asiento junto a ella, justo al lado de Hermione.
Draco seguía de pie cuando Hermione se atrevió a buscar sus ojos, y ahí se quedó durante interminables segundos, hasta que la joven volvió a ocultar su mirada. Pero mientras Draco tomaba asiento, el nerviosismo de ella era evidente para todo aquel que conocía su historia. Para los demás, solo podía pasar desapercibido por resultar impensable.
Hanna fue quien reinició el diálogo, preguntando a Astoria alguna trivialidad sobre el vestido que llevaba, con lo que la joven tuvo tema para un largo rato, solo interrumpida por los comentarios de Cormac McLaggen de vez en cuando. Hermione fingía estar muy interesada en lo que fuera que llamaba su atención dos mesas más allá, de donde no despegaba los ojos, mientras Draco no despegaba los suyos de ella.
- Entiendo que te ha ido bien en el último tiempo.- comentó Harry, intentando distraer al rubio. Sabía que de seguir la situación así, las cosas no acabarían bien.- Por lo que leía en los periódicos, estás invirtiendo incluso en un nuevo Hospital.
- Ninguna ley dice que deba existir solo uno.- se limitó a responder Draco, tomando la copa de agua que tenía frente a él para dar un sorbo. Hermione terminaba de vaciar la suya a su lado.
- Iré por más ponche...- anunció la joven, poniéndose de pie, pero McLaggen le arrebató la copa de entre los dedos y se ofreció a ir por ella, eliminando su posibilidad de huir. Y por el modo en que ella volvió a tomar asiento, lentamente, como un animalito indefenso que acepta quedar a merced de su depredador, Harry Potter supo que ese encuentro no dejaría de tener repercusiones para ambos. Y supo también que no importaba lo que Hermione dijera... nunca había dejado de amar a Malfoy.
-HP-
Draco apenas podía resistir la urgencia de volver a mirarla. Nunca como entonces había deseado que el resto del mundo desapareciera. No sabía que decirle, o si siquiera quería decirle algo, pero por el modo en que su corazón sonaba dentro de su pecho al sentirla cerca, comprendía que esos cinco años separados, lejos de apagar lo que sentía por ella, lo había convertido en algo aún más intenso. ¿Ocurriría a ella lo mismo? ¿Podía ser que el tiempo obrase en el corazón de la joven de tal forma, que la balanza entre culpas y sentimientos quedara a su favor? Por el evidente modo en que sus ojos ardían cada vez que sus miradas se encontraban, quería creer que si.
Astoria, a su lado, había retomado el tema del Hospital Mágico, hablando del interés que los Malfoy habían mostrado en esos asuntos históricamente, y de cómo Narcissa Malfoy siempre fue reconocida por sus colaboraciones a San Mungo, algo por lo que ella la había admirado desde niña.
- Disculpa...- la interrumpió McLaggen, quien al parecer había notado el empeño que mostraba la joven por parecer más íntima de la familia Malfoy de lo que era en realidad- ¿Están ustedes comprometidos o algo así?- A su lado, Astoria tomaba aire para hablar.- Porque da la impresión de que...
- No.- la cortante negativa de Draco volvió a imponer un silencio incómodo- ¿Lo están ustedes?- preguntó, mirando a Cormac por un momento, desafiante, pero al instante siguiente, sus ojos volvieron a Hermione. Quería que ella le respondiera, pero la joven seguía bebiendo del licor que había traído McLaggen. Extrañamente no lucía como ponche, sino algo mucho más fuerte. ¿Lo habría notado ella?
- Nada formal aún...- respondió Cormac, pareciendo entender el desafío de Draco. Hermione, ante su respuesta, había alzado los ojos confundida, pero no dijo nada para rebatirlo.- Pero... tengo la esperanza de cambiar eso pronto...- El joven amplió su sonrisa, mientras tomaba la mano de ella y estampaba ahí un beso. Draco fue conciente de cómo ella seguía sin poder hablar y volvía a beber de la copa. ¿Qué demonios tenía esa copa?
- Supe que Zabini ha colaborado contigo todo este tiempo.- intervino Neville, en un claro intento de aligerar el ambiente. Draco no podría haber esperado menos de Longbottom.
- Así es... Sin Blaise, no habría podido lograr nada.
- Es un gran amigo, ¿verdad?- la mirada soñadora con que Lovegood hacía la pregunta no podía ser más propia de ella, pero el molesto bufido que Thomas había hecho ante aquel comentario, daba a entender que él veía ahí otra cosa. Ya Blaise le había hablado de los aparentes celos de ese idiota. ¿Es que no conocía ni un poco a Lovegood? Incluso Zabini, que la conocía mucho menos, ya entendía a qué se debían sus muestras de aprecio, que nada tenían que ver con atracción.
- Así es, Lovegood.- sonrió Draco- Lo es.
- Y un maldito asesino también.- soltó Thomas, dando cuenta de su ebriedad. Nadie sin copas encima, podía dejar traslucir tan abiertamente su odio. ¿Sería muy mal visto si lo golpeaba en ese estado?
- Dean, no deberías decir...- intentó intervenir Lovegood.
- ¿Qué cosa? ¿Qué es lo que no debería decir? ¿Qué todos sabemos la clase de criminal que es, pero que a nadie le importa que ande suelto por ahí?- espetó molesto, ante las atónitas miradas de los presentes.- ¿Que Shacklebolt, con sus ridículas políticas del perdón, tiene a más mortífagos fuera de Azkaban que dentro de ella? ¿Qué cada vez que ellos ríen se burlan de nosotros y de todo lo que perdimos por su culpa?
- Dean, por favor...- intervino Hermione.- No es el momento para...
- ¿Tú me haces callar? ¿Es que acaso no piensas igual que yo?
- Dean...- susurró Lovegood, sin conseguir nada.
- ¡Vamos, Hermione! ¿Te parece justo que se suspendieran todas las investigaciones por los crímenes que hicieron? ¿Es que no quisieras saber quién mató a tus padres?
- ¡NO!
Draco sintió su estómago revolverse, no tanto por la pregunta de Thomas, sino por la respuesta de Hermione. Aquel "no" evidenciaba tal miedo en ella, que más que una respuesta para Thomas, parecía un desesperado intento de encubrirlo a él.
- ¿No?- siguió el moreno, y Draco sintió como su mano se empuñaba y contraía hasta que sus nudillos quedaron blancos. No estaba seguro de que fuese buena idea golpear a Thomas en ese momento, pero tampoco creía poder contenerse por mucho.
- No. No quiero saberlo.- y antes que nadie más que él notara las lágrimas que acudían a sus ojos, la joven se puso de pie y se alejó de todos. El silencio que siguió a ello fue algo incómodo.
- ¡Ya ves lo que has hecho, Dean!- increpó Ginny Potter- Tú sabes que el tema de sus padres es algo difícil para ella.
- Lo siento... Yo...- pero Draco no alcanzó a oír lo que dijera Thomas. Sin poder explicarse ni a si mismo el por qué de su impulsiva acción, se puso de pie en busca de la joven.
La siguió a través del colorido salón, viendo como el rojo vestido de ella lanzaba destellos en su andar. El contoneo de sus caderas, el ruido del salón, la sangre golpeando con fuerza, más rápido que nunca en sus oídos, y el olor a mezcla de perfumes, todo junto, no hacían más que marearlo y aturdido al extremo que, cuando ella se detuvo ya fuera de la carpa que envolvía a los invitados, y él logró darle alcance, debió refrenar el deseo de vomitar ahí mismo. Sus manos, mojadas de sudor, daban cuenta de su nerviosismo. Intentó separar los labios para llamar su atención, pero ella seguía de espaldas a él, inconciente de su presencia, y él, aunque hubiese podido hablar, no sabía qué decir. ¿Por dónde comenzar?
La vio abrazarse a sí misma en la inmensidad de la noche, y notó que aunque llevaba el cabello tomado, este podía adivinarse más corto que antes, aunque tan indomable como siempre. Se preguntó si estaría llorando. ¿Pensaría en él? ¿Aún vería lo suyo como un imposible? ¡Tantas cosas que querría haber sabido! Pero era incapaz de hablar. No quería hacerlo y que ella saliera corriendo, lejos de él. No quería dejar de tenerla cerca, aunque solo fuera así, en el silencio de la noche, ignorándolo.
¿Cuánto tiempo pasó? Podían haber sido minutos, horas, días incluso y a él no le habría importado. ¡Cómo había extrañado tenerla cerca! ¡Cuán incompleto había estado todo ese tiempo sin ella! Su ridículo intento por sentirse curado de su amor por Hermione quedaba ahora al descubierto como la más vil de las farsas. Y de pronto comprendió que todo sería peor ahora, porque ya no podría volver a engañarse. No importaba si pasaban cinco años o diez, o un siglo, siempre sabría que bastaría con verla para que su necesidad de tenerla junto a él volviese a invadirlo como un cáncer; como una lepra dispuesta a envolverlo e infectar todo a su paso.
A la luz de las pocas estrellas que iluminaban el amplio terreno de la madriguera, y envueltos en la complicidad de la noche y su silencio, pensó que quizás no todo estaba perdido. Quizás como él, ella también sentía que solo estando juntos el mundo tenía sentido.
Sus labios se separaron para decir su nombre, al tiempo que daba el primer paso hacia ella, cuando otra voz interrumpió el silencio.
- ¡Ahí estás!- la joven se giró en dirección a McLaggen, pero no sin que antes sus ojos impactaran contra los grises de él y se quedaran ahí, tomando cuenta de su presencia.- ¿Querían tomar aire o algo así?- siguió el otro, interpelándolos a ambos. ¿Sería en verdad tan estúpido?
- Si...- respondió ella volviendo a Cormac su mirada.- La conversación se estaba volviendo algo densa ahí dentro.
- No te preocupes, que ya Thomas se ha largado. Por cierto, Malfoy, tu linda pareja está algo desesperada buscándote. Si quieres le digo que estás aquí para que te haga compañía.
- Seguro que sabrá encontrarme.- respondió frío. ¡Cómo odiaba a McLaggen en ese momento!
- Si... Seguro que sí...- sonrió aparentando indiferencia. Sin duda había entendido todo.- ¿Y tú, Hermione? ¿Aceptarías bailar conmigo?
Draco la vio titubear antes de aceptar el ofrecimiento, y se preguntó si ella no habría querido, tanto como él, que McLaggen se fuese al infierno. Pero quizá por lo mismo aceptó su mano extendida. No porque quisiera estar con ese idiota, sino porque temía quedar a solas con él. Aún no lo había perdonado.
Draco se tomó todavía unos instantes para pensar, no quería regresar ahí dentro. No cuando estaba más que claro que no había opción de un perdón. Sabía que todo sería peor ahora, pero no por eso se rebajaría a rogar. No podía rogar. No era digno de un Malfoy, ni de un Black. Y en su caso, solo haría todo aún más patético.
- ¿También te vas?- preguntó Lovegood apareciendo a través de la carpa, con lo que parecía una chaqueta entre las manos. Hasta entonces no había reparado en ella, por lo que recién notaba que la joven no había cambiado mucho con el paso de los años. Sus ojos seguían teniendo aquel aire soñador que la caracterizaba, y sus sicodélicos aretes le recordaban el por qué de las burlas de sus demás compañeros en Hogwarts.
- Creí que las chimeneas que están dentro de la casa estaban habilitadas para el viaje.- comentó, al ver que la joven parecía dispuesta a caminar.
- Lo sé, pero he dejado a Theodore con mi padre, y es tan cerca de aquí, que prefiero ir a pie. Además, ¿no es una noche agradable para hacerlo?- lo decía con aquella tranquilidad contagiosa que la caracterizaba.
- ¿No esperarás a Thomas?- preguntó cuando la vio comenzar su marcha.
- No... no ha sido una buena noche para Dean, y creo que por lo mismo es mejor que se haya ido.
- ¿Te dejó sola?
- No es como que viniéramos en pareja, ¿sabes?
- Me pregunto si él lo sabe.- Luna lo observó por un instante, pronta a responder, pero algo pareció persuadirla de lo contrario y se limitó a sonreír.
- Buenas noches, Draco.
Ya había dado un buen par de pasos cuando él se decidió a detenerla.
- Lovegood... Iré contigo.- no sabía bien qué lo había impulsado a decir eso- No es conveniente que una mujer camine sola a estas horas.
- ¿No esperarás a Astoria?
- Seguro que ella puede arreglárselas.
- Esta bien... Será agradable tener compañía.- y echó a caminar, con Draco a su lado.
-HP-
Astoria Greengrass no era estúpida. Sabía muy bien que aquel juego de miradas entre Granger y Draco no era solo por alguna antigua rencilla, ni por su condición de Sangre sucia. Algo había pasado entre ellos, y de lo poco que presenció, podía decir que había sido intenso.
Nadie tenía grandes detalles de lo ocurrido aquellos años de convivencia, pues, según su hermana le había explicado alguna vez, el lazo tejido entre quienes habían convivido ese tiempo terrible, estaba reforzado por fuertes cadenas de complicidad. Nunca revelarían la historia porque era una parte demasiado íntima, que solo pertenecía a ellos.
¿Podía ser que parte de ese secreto fuese una improbable relación entre Draco y la sangre sucia? Quizá al terminar el encierro, el joven había recapacitado echándola a volar, y eso generaba aquella incomodidad entre todos. ¿O había algo más?
Intentó seguirlo en el instante mismo en que Draco se puso de pie para salir detrás de Granger, pero el fuerte agarre de Daphne la detuvo.
- ¿A dónde crees que vas hermanita?- sonrió radiante en su vestido verde.- ¿Qué no ves que es el momento de la foto con los novios?
- Iré por Draco para...
- No, no... Créeme que será mejor que no lo hagas, - sugirió Daphne- La verdad es que a Ron no le simpatiza mucho, ¿verdad, amor?- sonrió a su marido, que asintió, aunque en medio del ruido que llegaba de la banda que comenzaba a tocar, era poco probable que hubiese oído la pregunta.
- Iré por Granger entonces...- sugirió Astoria. Lo que fuera, con tal de dar alcance a Draco. Pero Daphne volvió a retenerla.
- Tampoco es buena idea... pues ella no me simpatiza a mi...- Y la arrastró hasta el centro de la mesa desde donde la joven vio como Cormac McLaggen iba en busca de su pareja.- ¡Vamos... pongan su mejor cara y sonrían a la cámara!...- seguía Daphne, mientras mostraba su maravillosa sonrisa. Pero no conforme con la primera foto, pidió repetir la toma una y otra vez, lo que solo retrasó el empeño de Astoria de escapar de ella.
Para cuando finalmente quedó libre de su hermana, vio con cierto alivio a McLaggen bailando con Granger e intentó pensar que sus miedos bien podían ser infundados. ¿Acaso no lucía la Sangre-sucia feliz con el idiota que la acompañaba? Pero por más que buscó a Draco, no logró hallar rastros de él. ¿Dónde diablos se había metido?
-HP-
- ¿Puedo pedirte un favor?- preguntó Luna de pronto, sin siquiera detener el paso. Hasta entonces se habían mantenido en el más estricto silencio.- ¿Podrías evitar decirle a Blaise sobre los comentarios de Dean esta noche?
- No creo que a Blaise le importe mucho lo que Thomas piense o no piense de él.- sonrió sarcástico, pateando una piedra que se interpuso en su camino.
- Aún así... ¿Lo harás?- el rubio se limitó a asentir y por un largo rato siguieron caminando en silencio.
- Tú sabes que Thomas lo hizo por celos, ¿verdad? Cree que entre Blaise y tú...
- Lo sé. Pero, ¿qué sacaría con explicarle que no es así? Seguirá creyendo lo que quiera creer. Además, si pongo mucho empeño en negarlo, podría tomarlo como un aliciente para lo que sea que cree sentir por mí.
- Pues parece bastante seguro de sus sentimientos.- Luna detuvo el paso y fijó sus celestes ojos en él. En su rostro se dibujaba una triste sonrisa.
- ¿Crees que soy una mala persona por no amarlo?
- No. Solo creo que eres estúpida por no darte a ti misma la oportunidad de volver a amar...- por un largo instante no hubo entre ambos más ruido que el del viento.- Estoy seguro que Theodore querría que fueras feliz.
- Es curioso...- sonrió ella, en un modo que él no lograba comprender- Hace un tiempo tuve esta misma conversación con Hermione...- comenzó a caminar otra vez- Ella también piensa que debiera darle una oportunidad a Dean y ser feliz con él, porque quiere a mi hijo, es un buen amigo, y ha demostrado la constancia de su amor en estos años. En su opinión, formar una familia con él es lo que me haría feliz, y dice no ser la única que lo cree de ese modo... ¡Eso me hace gracia!... La gente siempre cree que el decir que los demás piensan lo mismo da mayor validez a sus opiniones, cuando en realidad siguen siendo solo un punto de vista particular que se repite más o menos veces. ¿Tú también crees que debería ser feliz con Dean porque es lo que todos esperan de mí? ¿O porque es lo justo para Dean, o lo mejor para mi hijo?
- No... Supongo que no.
- Me alegra que lo veas así, pero la verdad es que tampoco importa mucho lo que tú pienses. Sigue siendo una opinión particular que no tiene para mí más peso que mi propia opinión, y ¿sabes qué es lo que yo creo? Que no puedo ir en contra de lo que siento. Amo a Dean, como se ama a un amigo y amé a Theodore Nott de un modo muy diferente. Un modo en que difícilmente podré volver a amar a nadie... y lo amo aún. No puedo renunciar a ese amor, no mientras mi corazón sigua latiendo por él, o evocando su rostro; no mientras sigua anhelando su compañía y sus abrazos y sus besos en un modo que a veces me enloquece y me hace llorar por las noches al comprender que no lo tengo a mi lado, que jamás volveré a tenerlo junto a mí.- la emoción en su voz era evidente, pero aún así no dejaba de sonreír.- Y pese a todo, aunque sea difícil, puedo vivir alimentando mi amor solo de recuerdos, pero no puedo cambiar mi corazón.
El joven la siguió en silencio, incapaz de hacer nada más, y solo cuando estuvieron frente a la puerta se percató de que el inesperado viaje había llegado a su fin. Luna mantuvo su mano sobre la manilla por un instante, pero parecía no decidirse a abrirla, como si ella tampoco quisiera terminar la noche de ese modo. Como si aún tuviera algo más que decir.
- Contrario a lo que la gente dice, yo no creo que el amor nazca de las circunstancias. El amor es una esencia, algo que existe dentro nuestro y que estalla cuando encontramos a aquel que tiene algo de lo mismo. Las circunstancias que lo rodean pueden variar. Puede haber rupturas, reencuentros, peleas, la muerte incluso se puede interponer en su camino. Pero el amor sigue ahí. Una vez que su llama se ha avivado no existe modo de apagarla, y no importa cuanto intenten engañarse los demás. Por eso es tan importante luchar por él cuando se encuentra, ¿no crees? Especialmente si no son muchos los que lo encuentran en esta vida.
- ¡Mami!- gritó un niño de oscuros cabellos, que tras adelantarse a abrir la puerta por ellos, se lanzó a los brazos de la rubia. La palidez de su rostro y sus facciones no dejaban lugar a dudas sobre el origen de sus genes.- El abuelo se ha dormido mientras intentaba que yo lo hiciera, y le he puesto usa frazada para que no se enfríe...
Mientras el pequeño relataba los pormenores de su noche, el rostro de Luna cobraba una luz que hizo recordar a Draco a la joven en el tiempo en que Theodore Nott y ella estaban juntos. Era la misma expresión.
Luego que el niño fuese obligado por su madre a dar las buenas noches al "tío Draco", prometiéndole que en unos minutos subiría con él a leerle un cuento, desapareció tras la puerta, dejándolos solos otra vez.
- Es un lindo chico.- murmuró el rubio.
- ¿Verdad que sí? Todos lo adoran. Especialmente mi padre...
- Me alegra que las cosas con él estén bien otra vez.
- Si...- sonrió ella, recordando seguramente como había jurado en otros tiempos que jamás perdonaría a Xenophilius su traición- Supongo que la maternidad me hizo ver las cosas de otro modo. Eso y el tiempo... Cinco años pueden cambiar muchas cosas, ¿sabes? Pero lo que no puede cambiar es la esencia de lo que sentimos...
Draco la observó por un largo instante sin saber qué responder. ¿Hablaría Lovegood de sus sentimientos por Hermione? ¿Querría decirle con todo aquello que luchara por su amor?
- Creo que ya es hora de entrar o Theo comenzará a reclamar por mí. ¿Serías tan amable de llevar esto al departamento de Dean?- dijo extendiendo a él la chaqueta.- Bastará con que la dejes en la entrada. La dirección está en la etiqueta.- La incredulidad debía haberse pintado en el rostro de Draco. ¿De verdad creía Lovegood que él llevaría su chaqueta a Thomas?- Aunque no es difícil llegar. Su puerta queda en el tercer piso del edificio... justo frente a la de Hermione...- dijo las últimas palabras con especial énfasis, y una sonrisa se dibujó en sus finos labios cuando Draco tomó la chaqueta. Había comprendido el mensaje.
-HP-
Hermione no tenía claro si fue con la segunda o tercera copa de licor que había comenzado a marearse, pero se prometió a sí misma jamás volver a beber algo sin preguntar por su grado alcohólico. Lo que fuera que Cormac le había dado era más fuerte de lo que su cuerpo podía resistir. Por suerte, cuando comenzó a sentirse mal, el joven se ofreció a llevarla hasta su hogar y ella aceptó, porque no quería importunar a nadie con sus achaques de ebria.
El problema fue que una vez en su departamento, sin que ella entendiera muy bien cómo, McLaggen seguía ahí. ¿Había sido tan estúpida como para no despedirlo en la puerta? En el deplorable estado en que se hallaba, no creía que aguantara mucho más antes de comenzar a vomitar, y Crookshanks, con su mirada asesina puesta sobre el recién llegado, no sería un anfitrión más hospitalario.
- Recuerdo que tenías ese gato ya en Hogwarts. ¿Qué edad tiene?- preguntó el joven, haciendo caso omiso al modo en que la mascota fruncía su ceño, en un modo casi humano.
- No lo sé... Nunca lo hemos calculado. Pero creemos que es mitad Kneazle, por lo que podría vivir mucho más que un gato común.- intentó sonreír, pero la verdad es que no se le estaba dando bien ni aún conversar.- Creo que es hora de que me vaya a la cama...- dijo, intentando cerrar el capítulo, pero Cormac no pareció inmutarse por ello, sino que se acercó a ella aún más, tomando una de sus manos con inusitada ternura.
- Lucías muy bella esta noche...- sonrió. Sus azules ojos centelleaban en la oscuridad del cuarto, mientras se acercaba a ella.- Aunque siempre lo has sido... Ya en Hogwarts lo creía...- Hermione dio un paso hacia atrás, intentando evadir tanta cercanía, pero el brazo de McLaggen ya estaba ahí para sostener su espalda y acercarla más a él mismo.- ¿Recuerdas la fiesta de Navidad con Slughorn? ¿Cuándo te escabulliste sin decir a dónde?
- La verdad es que no recuerdo mucho de...
- ¿Sabes las ganas que tenía de besarte entonces? Tenía muchas cosas planeadas para esa noche... Es una lástima que te escabulleras así.- aunque su expresión reflejaba cierta ternura y Hermione no entendía ni la mitad de sus palabras, su peligrosa cercanía comenzaba a incomodarla.
- Cormac, creo que...
- Pero ahora no te vas a escabullir, ¿verdad?
- Pienso que deberías irte...
- ¿Por qué? ¿No te gusto acaso?- No. No le gustaba, ¿o si? Ese no era un buen momento para pensar. No con todo ese alcohol nublando su cerebro y haciendo que los labios de Cormac lucieran frente a ella más tentadores de lo que esperaba. ¿Sería eso efecto del alcohol? Tan lenta fue su respuesta, que el joven pareció tomar su silencio como un sí, pues al instante siguiente sus labios estaban sobre ella, devorando su boca con avidez.
Era un beso apasionado, sin duda, y para ella, que no había besado a nadie en mucho tiempo, resultó incluso agradable recordar lo que era ser besada así. Pero a medida que el beso avanzaba y se tornaba más y más demandante, con menos labios y más dientes de lo necesario, dejó de ser algo soportable incluso en su deplorable estado de ebriedad. Intentó apartarlo, pero estando entre McLaggen y la pared, y siendo besada en ese modo, era difícil hacer muchos gestos comprensibles para mostrar su molestia, y solo cuando fue conciente de que las manos de Cormac incursionaban por debajo del vestido, algo se remeció en Hermione, haciéndola despertar de su ebriedad, y usar su pierna para patear al hombre hasta alejarlo de si.
- Pero... ¿Qué demonios te pasa?- preguntó, con sus labios rojos por el beso y la ira pintada en sus ojos y rostro, desdibujando cualquier gracias en sus facciones.
- Será mejor que te vayas, Cormac... Estoy demasiado ebria y no quiero que...
- ¿Qué es lo que no quieres? ¿Mostrarte apasionada por un rato? Vamos, Hermione. Yo sé que tú quieres esto tanto como yo... Ambos sabemos lo que debía ocurrir esa puta noche en la fiesta antes que te diera por hacerte la mojigata y huyeras.
- ¿Hablas de la fiesta de Slughorn? Eso ocurrió hace ¿cuánto? ¿Ocho años?- el mareo comenzaba a hacer presa de ella otra vez. Si tan solo Cormac hiciera el favor de irse, ella podría vomitar tranquila.
- ¡No te hagas la tonta! Llevas meses coqueteándome...
- ¿Coqueteando? Sólo quería ser amable...
- ¿Amable? ¿Solo por eso querías que te acompañara esta noche entonces?
- ¡No tenía con quien ir!- gritó Hermione, sin poder salir de su incredulidad. ¿En verdad alguien podía asumir tanto de tan poco?- Ahora solo quiero que te vayas. No me siento bien y...
- ¡Estás loca si piensas que me vas a hacer eso de nuevo, Hermione Granger! No voy a aceptar que...- las palabras se atragantaron en su boca al sentir la varita de la joven apuntando en su cuello. Sin duda no había esperado una reacción así en una ebria.
- Quiero que salgas de mi casa... Ahora.- murmuró, haciendo acopio de lo poco que le quedaba de estabilidad.
La mirada que el joven le lanzó era de puro odio, pero la varita amenazando su cuello pareció convencerlo, pues comenzó a retroceder lentamente, hasta alcanzar la puerta.
- ¡Eres una puta cabrona!- fue lo último que dijo antes de desaparecer.
Por largos minutos, la varita de Hermione siguió ahí, apuntando a aquella imagen desaparecida tras la puerta, sin comprender realmente lo que había ocurrido, ni por qué de pronto se sentía tan molesta consigo misma. ¿Había sido tan estúpida como para dejar a Cormac McLaggen llevarla a su casa, ebria como estaba? Aunque sabía que eso no era lo más estúpido que había hecho esa noche, pero la cabeza no le daba para pensar en nada más.
Corrió al baño conteniendo el llanto, y sin saber que otra cosa hacer, vació su estómago con la esperanza de frenar en algo el efecto de lo que quedara dentro. Sumergiéndose en la tibia cascada que la mojaba del pelo hasta los pies, se quitó los restos del maquillaje y cepilló sus dientes, poniendo gran empeño en no dejar ahí nada del desagradable beso o del vómito. Aunque no estaba segura cuál de los dos vestigios ponía más empeño en quitar.
Para cuando salió del baño, algo más repuesta y envuelta en una blanca bata, el timbre volvió a sonar. Su corazón latió con rabia ante la idea de que Cormac hubiese regresado. ¿Se atrevería acaso a insistir después de lo ocurrido? Tan molesta estaba con lo que acababa de ocurrir, y tan estúpida se sentía, al haber confiado en él, que esta mezcla de emociones, unido a lo que quedaba de alcohol en su sistema, nubló sus pensamientos, al extremo de llevarla a acudir en bata y armada de su varita a enfrentar la puerta.
¿Qué se suponía que haría? No tenía idea, pero una sucesión de métodos de desquite contra Cormac pasaban por su cabeza. El timbre volvió a sonar, y solo por un instante, alcanzó a lamentar el no haber instalado el ojo visor en la entrada, como Ginny había sugerido que hiciera hacía un mes. "Algo tarde para pensar en ello", se dijo, y giró la manilla de la puerta.
Frente a ella, al instante siguiente, y algo sorprendido ante el recibimiento varita en mano, estaba Draco Malfoy. El mundo pareció estremecerse bajo sus pies ante aquella visión. En toda la noche, Hermione no se había permitido mirarlo realmente, por lo que recién ahora se daba cuenta de que el joven llevaba el cabello más corto que en otros tiempos, lo que le hacía ver mayor. Estaba eso, y una palpable tristeza en su mirada, que ella no recordaba ahí. Pero lo demás no había cambiado nada.
- ¿Puedo pasar?- preguntó él, sin detenerse a preguntar el papel que jugaba la varita en todo ello.
Si Hermione hubiese estado en sus cinco sentidos, y no embotada por efecto del alcohol y los sucesos previos, habría comprendido que el que la varita no llamara su atención, significaba sin duda que había algo muy importante dando vueltas en la cabeza de Draco Malfoy. Una decisión trascendental debía haberlo llevado hasta ahí.
Sus pisadas hicieron eco en la estrecha habitación, secundados por la puerta al cerrarse. Hermione se giró hacia él, que había separado los labios, preparándose a decir algo, pero la tarea le resultaba notoriamente difícil. Ni aún eso sirvió de alerta para ella. Ni aún eso le hizo recordar que había una razón poderosa por la cual habían estado separados todo ese tiempo; en el estado emocional en que se encontraba, Hermione Granger no quería detenerse a recordar razones. No quería darse cinco minutos para analizar nada, ni aún los posibles motivos por lo que él había llegado en su busca. Todo lo que ella deseaba en ese momento era dejarse caer en sus brazos y ya no sentirse tan sola.
Draco pareció dudar un instante cuando ella se acercó a él, enlazando sus dedos en sus espalda, impidiéndole decir nada de lo que parecía dispuesto a decir. Al dejar caer su cabeza sobre el hombro de él, con su cabello aún mojado humedeciendo su capa negra, notó como el rubio contenía el aliento por un instante, para al siguiente, envolverla en sus brazos, preguntando qué había ocurrido. Sabía que algo había ido mal, y la preocupación por ella lo hizo dejar de lado lo que fuera que había ido a decir.
Pero Hermione no quería responder nada. No quería pensar. No quería desahogarse siquiera ni hablar de lo miserable que era su vida en su ausencia, o de aquella sensación que tenía de estar olvidando algo importante mientras se abrazaba a él, que estaba pasando por alto algo que no debía dejar pasar. Todo lo que deseaba ella era quedarse ahí, en sus brazos, fundirse en el calor de su cuerpo contrastando con la frialdad del suyo, y no dejarlo ir nunca más.
Fueron los labios de ella los que buscaron los suyos, pero la vehemencia con que profundizaron el beso, fue toda de él. Era como si, con aquel beso, el deseo que dormía dentro de él por tenerla, despertara de golpe, y buscara desesperado el modo de saciarse.
Pero hubo un instante en que se detuvo. En que se separó de ella y buscó sus ojos a la espera de algo más. Sus labios, rojos por la sangre acumulada ahí a causa del beso, intentaban formular palabras que se negaban a ser dichas. Sus pupilas, dilatadas al extremo de dejar sus grises irises relegadas a un delgado círculo que destellaba en la oscuridad, eran lo más bello que Hermione hubiese visto en mucho tiempo.
Ella lo condujo a su cuarto y él se dejó guiar. Ni aún encendió la luz. Había algo mágico en la oscuridad que los rodeaba. Imponía silencio y ofrecía olvido; el refugio ideal para ellos, que todo lo que querían en es instante era escapar de los recuerdos y volver a sentirse completos.
No hubo palabras en el cuarto tampoco, aunque sí muchos sonidos que no podían traducirse en palabras pero que representaban mucho más. Se tocaron y besaron sin aguardar por nada, dando rienda suelta al deseo que los consumía, y con cada caricia recordaban las caricias de otro tiempo, y con cada beso, se acercaban más a los besos compartidos.
Sus largos dedos recorrían su cuerpo de curvas conocidas con memoria prodigiosa, deteniéndose por instantes en aquellos puntos de su piel especialmente sensibles para depositar sus besos y morder su piel en aquel modo que generaba cosquillas y que la acercaba al delirio.
Las uñas de ella viajaron por su espalda amenazando a instantes con desgarrar su piel, como si buscara algún modo desesperado de introducirse en ese cuerpo que consideraba suyo, y que quería marcar como tal.
En un momento, se sentó a horcajadas sobre él, como alguna vez, en otro tiempo él le pidió que hiciera; y cuando esa posición sació el deseo de ambos, él la colocó bajo su cuerpo del modo que sabía que ella disfrutaba más. Pero no se detuvieron ahí. Se mordieron y besaron, lamieron y tocaron en una forma que resultaba tan natural y conocida como el modo en que él se sentía dentro de ella y la manera en que ella gemía al oído de él.
Lo revivieron todo esa noche. Y cuando él, agotado y con su frente envuelta en sudor, dejó caer su cabeza en el hueco del hombro de ella, la joven siguió con los ojos fijos en el techo, trayendo a su memoria los techos de otro tiempo.
Ni aún entonces se dijeron nada. Hermione quería disfrutar aquel instante largamente anhelado sin pensar ni oír. Inconcientemente sabía que la mínima palabra podía romper aquel frágil instante robado de las arcas de la dicha.
Él tampoco dijo nada. Pero si la oscuridad no hubiese servido como escudo, Hermione habría notado la feliz expresión plasmada en su rostro y habría sabido lo que aquel reencuentro representaba para él y lo equivocado que estaba.
Porque aquella noche de nublados pensamientos, nada tenía que ver con el Perdón que él creía haber encontrado... Nada.
-Fin del Capítulo 25-
Cariños y hasta el siguiente. (ahora sí que pronto, pronto...)
Alex.
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