CAPÍTULO 23: EXPIACIÓN
"No le dejes hablar en nombre de los dioses, ni alargar sus discursos... Pues, ¿Qué justicia sería para sus víctimas el dejarlo decir algo? Al contrario, mátalo lo más pronto posible y, una vez muerto, entrégalo a los otros para que terminen de enterrarle por sus crímenes..."
ELECTRA- Sófocles.
Harry cerró los ojos y mantuvo los puños apretados hasta el punto que sus nudillos se hicieron blancos, como si pusiera toda su fuerza en hacer que aquel torbellino de sanadores, camillas y hechizos, en que se había convertido el atiborrado cuarto piso de San Mungo, lograra desaparecer con ello.
Tan cansado estaba de todo que incluso la sensación de victoria que parecía inyectar de renovadas fuerzas el espíritu de los heridos, en él no generaba más que una incómoda extrañeza. ¿Sería posible que en verdad todo hubiese acabado? Y de ser así, ¿por qué entonces no podía contagiarse de la efusiva felicidad que se había colado entre los demás?
Hanna Abott, que como muchos otros, se había dado a la voluntaria tarea de ayudar en San Mungo a atender a aquellos gravemente heridos, llegó a su lado, extendiendo hacia él un frasco. Según explicó la joven, el sanador que lo había examinado minutos antes lo enviaba para extinguir cualquier efecto remanente que pudiera tener la maldición Cruciatus recibida en los instantes previos a todo lo demás. Harry observó a la futura Señora Longbottom por un largo instante, recordando cuántas veces se había preguntado qué había sido de ella y Neville después de huir de Grimmauld Place, sonriendo al recordar que habían regresado en el momento en que más los necesitaban. Ellos, y muchos otros, haciendo posible la Victoria.
Rechazó el ofrecimiento, diciendo que no sentía ningún dolor y que debían enfocar sus esfuerzos en los verdaderamente heridos. De todo lo ocurrido, los Cruciatus que había aguantado creyendo que eran una antelación al final de su vida, resultaron no ser más que un pequeño costo a pagar dentro de aquella inexplicable serie de sucesos que llevaron a la muerte de Lord Voldemort.
"No debes sufrir, Harry Potter, pues contigo daré muestras de mi magnanimidad..."
Las palabras de Tom Riddle aún resonaban como un eco en su cabeza, recordándole la impotencia sentida mientras la maldita serpiente se enroscaba en él. En esos instantes, Harry intentó enfocarse en la mirada de su madre, cuya fantasmagórica imagen había traído consigo la Piedra de la Resurrección, que su mano se negaba a soltar. También estaba su padre, y Sirius, y Lupin...
"No extrañarás a tus amigos por mucho tiempo, pues pronto se reunirán contigo."
Un intenso dolor lo atravesó en aquel instante al pensar en sus compañeros, y sólo deseó que ellos pudieran comprender su sacrificio algún día. Que lograran ver que no los abandonaba porque era más fácil, sino porque era el único modo.
Al menos Hermione parecía haberlo entendido, pero, ¿lo entendería Ron? ¿Y Ginny? La verde luz impactó en él en el preciso instante en que recordaba los ojos marrones de la joven, y cerró sus párpados, esperando la llegada de la nada. Pero no estaba preparado para lo que habría de ocurrir al abrirlos otra vez.
Aún ahora, no se convencía del todo. ¿Sería posible que siguiera vivo?
Tenía la extraña sensación de haber tenido una plática en un lugar lejano, en un espacio sin tiempo. La voz de Dumbledore estuvo presente también en aquel lugar, pero por más que lo intentaba, no podía recordar nada concreto. ¿Pudo ser solo un sueño? ¿Tendría La Piedra de la Resurrección algo que ver con aquel extraño suceso? ¿Había muerto siquiera?
Tan inexplicable fue todo, que cuando el Sanador lo interrogó, se limitó a dar una versión más creíble: lo habían torturado a Cruciatus, y en algún punto debió caer en la inconsciencia, de la que despertó minutos después.
Según lo referido por Hermione, que entre lágrimas dio al Sanador detalles de los hechizos con que Malfoy había sido torturado, él calculaba que debían haber pasado un buen par de minutos hasta que logró encontrarse con Riddle otra vez.
Aún podía recordar la incredulidad en el rostro del Mago Oscuro al recibir el impacto. La mezcla de sorpresa y espanto fue lo que comandó sus facciones antes de quedar reducido un polvo disperso en el aire.
¿Realmente murió?, se preguntaba una y otra vez.
Recordaba la opresión en su pecho al pensar que no podía ser tan fácil; que era ilógico que él finalmente hubiese triunfado. Pero cuando vio el rostro de sus amigos, el de los aurores, el de viejos profesores y tantos otros que parecían haber salido de un campo de batalla, comprendió que sí era posible, y que no había sido fácil.
Él había conjurado el hechizo final, era cierto, pero la victoria la habían conseguido entre todos, incluyendo a los aurores y magos que habían ganado la batalla por recuperar el Ministerio; a Ron y Daphne, que habían sostenido su propia lucha con los mortífagos que regresaban en su huída del Ministerio, para luego traer refuerzos con que enfrentar al Señor Oscuro; a Neville, que había acudido en ayuda del Ministerio cuando la batalla comenzó y que había blandido la espada que acabó con Nagini; y Malfoy...
No podía olvidar la participación del ex mortífago que se había llevado la peor parte, y por el cual Hermione se estremecía nerviosa, cada vez que un Sanador aparecía en el pasillo, esperando tener respuestas de su estado.
Según Slughorn- que estuvo entre los antiguos maestros que combatieron esa tarde- las antiguas familias tenían en sus hogares hechizos protectores, destinados a salvaguardar su linaje a cualquier precio. De no ser por ese tipo de magia protegiéndolo, al morir Voldemort, Malfoy también debía haber muerto.
"La Maldición PRODITIO", dijo el Sanador, con voz funesta al examinar la naturaleza de las quemaduras en el pálido antebrazo, oír los gritos de dolor del rubio en los pocos segundos de consciencia y comprender la intención del ejecutor de aquel maleficio. "Es magia oscura de la peor naturaleza..."- explicó a Hermione cuando las pociones aturdidoras hicieron efecto, regresando al rubio a la inconsciencia.- "Los antiguos libros la describen como un castigo reservado a los traidores, pero es tan difícil conjurarla y se requiere tanto odio para hacerla efectiva, que durante siglos no se habían dado casos como este...".
"Pero debe haber un contrahechizo. Siempre lo hay", la voz de Hermione había resonado histérica en el lugar, dando cuenta de su desesperación, por lo que el Sanador intentó ocultar a la joven sus propios miedos.
"No uno que conozcamos, Señorita Granger".
Por un instante, el espanto que aquella frase generó en Hermione fue tan palpable, que incluso Harry se contagió de sus miedos.
"Es un milagro que siquiera siga vivo,", había dicho el hombre, "pues la finalidad del hechizo es controlar la voluntad del mago a través del dolor. Solo el ejecutor puede hacer que el dolor desaparezca. Por eso, si muere quien conjuró la maldición, no hay quien controle el dolor, y este es tan intenso que a diferencia del Cruciatus no lleva a la víctima sólo a la locura, sino a la muerte..." Hermione intentó decir algo, pero las palabras parecían no salir de sus labios.
El mago había agregado que lo mantendrían inconsciente a base de pociones hasta tener respuesta de Sanadores con más experiencia en ese tipo de maleficios, asegurando que ya habían enviado a pedir ayuda.
Pero eso no logró calmar en nada a Hermione y Harry no podía dejar de sentirse culpable por haber hecho que aquel sentimiento de su amiga hacia el rubio fuera posible. Quizás, de no haber intervenido él la memoria de Malfoy, ella no sufriría ahora. Pero, de no haber ocurrido las cosas como ocurrieron, ¿podrían haber vencido finalmente? Harry lo dudaba. Sin ayuda de Draco Malfoy, él hacía mucho que estaría muerto.
- Hermione- le llamó, cuando finalmente quedaron solos en el pasillo, pero la bruja no respondió.
Por mucho que Hanna había insistido a la joven que fuera a descansar y a Harry que regresara junto a Ginny, ninguno de los dos se habían movido. Ella seguía ahí por Malfoy; él, por la culpa.
- Hermione,- repitió, sin tener más éxito que antes.- ya oíste a Slughorn. Hay una magia muy antigua protegiéndolo. Conociendo a los Malfoy, habrán gastado buena parte de su fortuna para asegurarse de dejar el más poderoso de los encantamientos con tal de asegurar su linaje.- se sentía estúpido intentando hacer bromas en un momento así, pero, ¿qué más podía hacer?- Ya verás que...
- Ya lo sabe...- más que una frase fue un susurro. Ni aún se había girado a él para decírselo, pero Harry comprendió.- Ya recuerda todo.
- ¿Se lo dijo Voldemort?
- Lestrange.- ambos guardaron silencio. Él quería preguntar si era cierto que Malfoy había dado muerte a su propia tía, pero comprendió que poca importancia tenía eso ahora.
- Si sale de esto...- se atrevió a decir al fin- ¿Qué ocurrirá?- por un instante pareció que Hermione dejaba incluso de respirar.- ¿Intentarás irte lejos como planeabas?- ella separó los labios para decir algo, pero los juntó al instante siguiente y enmudeció.- Hermione, ¿no te parece que después de todo lo que él ha hecho, merece una segunda oportunidad?
- De haber...- comenzó ella- De haber estado bajo los efectos del Imperius, no sería su crimen, ¿verdad?- sus ojos café se giraron hacia Harry.
- No. No lo sería. Incluso el Wizengamot entendería que...
- ¡NO!- exclamó.- Ni el Wizengamot ni nadie debe enterarse nunca, Harry.- Y él asintió, porque ella tenía razón. Incluso si Hermione lo perdonaba, el mundo se encargaría de recordarlo a ambos a cada instante.- Debió actuar bajo el Imperius, ¿verdad? No hay otro modo de que él lo hiciera...- una débil sonrisa de autoconvencimiento se dibujó en sus labios.
- ¿Lo perdonarás, entonces?
- Por ahora, todo lo que quiero, es tener la oportunidad de hacerlo...
Minutos después, cuando el Sanador permitió a la joven entrar a la sala a acompañar a Malfoy, Harry permaneció sentado en mitad del pasillo por largos minutos más, hasta que Fred, sacándolo de su ensimismamiento, se ofreció a ayudarlo a evitar la prensa que aguardaba por las declaraciones del "Elegido" a la salida del Hospital.
Algo decía el gemelo por el camino, respecto a cómo todos lo consideraban un héroe en aquel instante, y que ya habían comenzado los planes de celebración para muchos, pese a que no todos los mortífagos habían sido atrapados aún, y que el Ministerio intentaba mantener la alarma. Le dijo también que Bill ya había ido por los Mortífagos apresados en Grimmauld Place. Y que Blaise Zabini había logrado escapar, antes de su llegada.
Cuando por fin Harry notó la ausencia de George y se atrevió a preguntar, Fred le aclaró que aunque su hermano había sido lo suficientemente estúpido para dejarse impactar por una maldición mientras combatían a los mortífagos, según los sanadores saldría de San Mungo prontamente.
- ¿Y Ginny?- se atrevió a preguntar por ella al fin.
- ¡Ya me extrañaba que no quisieras saber de ella!- sonrió Fred, con una mirada que Harry no se atrevió a interpretar.
Era cierto. No había preguntado antes por ella. De algún modo no había querido hacerlo ni aún cuando los otros tocaban el tema, y es que todo había cambiado ahora y él aún no sabía si podría adaptarse a ese cambio.
Siempre había evitado formalizar su relación con la joven, o dar rienda suelta a los sentimientos que lo unían a ella, pues con ello la exponía a Voldemort. Había levantado un muro para evitar que esos sentimientos comandaran sus acciones, y si alguna vez tuvo esperanzas de poder romper ese muro, al enterarse de que él también era un Horcrux, y que debía morir para que los demás pudieran triunfar, toda esperanza murió.
¿Podía creer ahora, cuando aún no lograba convencerse de que Voldemort estaba muerto, que era el momento de dejar surgir aquellos sentimientos reprimidos por tanto?
¿Serían aun los mismos sentimientos que en un principio, o incluso eso había cambiado?
Y ahora, cuando la amenazante muerte no era un personaje más de sus vidas, ¿sentiría por Ginny lo que creyó sentir en otro tiempo?
¡Tan confundido estaba con todo, que incluso su amor por la joven parecía ser puesto en duda! ¿Lo entendería ella?
Y entonces, la tuvo frente a él.
Sus ojos marrones mirando directamente a los de él.
Harry separó los labios para decir algo, aunque no sabía bien qué decir. ¿Por dónde comenzar? ¿Cómo explicarle que aquella promesa de que volverían a estar juntos cuando todo acabara ya no tenía mucho sentido para él? Tan confundido estaba buscando las palabras adecuadas para hablar, que no notó a la joven acercarse y solo el golpe de la blanca mano de ella impactando en su mejilla, lo trajo de regreso.
Recién entonces se percató del brillo furibundo de sus ojos marrones, y su larga cabellera roja coronando la palidez de su rostro, como llamaradas de fuego. Siempre había llamado su atención esa capacidad de la joven de hacer que todo su cuerpo reflejara su ira cuando esta se apoderaba de ella.
- ¡Eso es por no haberme llevado contigo!- exclamó, entre dientes apretados, conteniendo su rabia, y Harry recordó el modo en que Greengrass la había aturdido para dejarla atrás.
- Yo no...- pero no alcanzó a decir mucho más, cuando los labios de ella se unieron a los suyos, atrapándolo en un beso que transmitía una pasión que Harry ya no recordaba, o que tal vez no había sentido antes. Pero, con ese beso, con el modo en que ella le sostenía el rostro mientras devoraba sus labios en una entrega absoluta, despertó en él algo que había muerto hacía mucho... o que él había creído muerto.
Era una sensación de libertad sin límites, un reconocimiento de todo lo bueno que había dejado de lado durante aquel tiempo en que había sido el héroe trágico de una profecía, pues ya no estaba atado al destino de esa profecía. Había roto las cadenas, y ya no tenía que reprimir sus emociones ni contener sus sentimientos por no herir a los demás. Los acontecimientos de esa tarde ponían fin a eso, y le permitían tomar, quizás por primera vez, las riendas de su propia vida.
No fue el beso en sí lo que aclaró todo para él, sino el modo en que Ginny lo besaba, el modo en que le transmitía su felicidad, una felicidad que ella había esperado por mucho y de la que él quería formar parte.
- Y eso...- dijo ella, con los labios rojos por el beso y sonriendo en un modo sugestivo que él no le había visto hasta entonces- Es por haber regresado con vida...
Harry la observó como no lo había hecho en mucho tiempo. Porque era un rostro que no había visto hacía mucho. El rostro de una Ginny feliz, una Ginny que quería ser feliz con él. Y de pronto comprendió que esa joven, con el rostro ya no de una niña, sino de una mujer, con unas cuantas pecas más que la última vez que él se había detenido a contarlas, y con el cabello algo más corto que en sus tiempos de Hogwarts, era todo lo que quería, todo lo que siempre había querido.
Era la felicidad que se había negado a sí mismo durante tanto tiempo, la posibilidad de una vida normal, el sueño del adolescente enamorado, el recuerdo de los pocos buenos momentos de aquellos dos últimos años; era, en fin, la única constante en la historia de su vida.
Ginny no comprendió del todo el motivo por el que Harry se asió a ella con tal desesperación al regresarle el beso, pero no se detuvo a pedir explicaciones. Y él tampoco habría podido darlas porque ni él mismo podía explicar lo que había ocurrido, aunque adivinaba ya, que no era el bello rostro de la joven, ni sus graciosas pecas; ni aún se trataba del atractivo de sus ojos marrones.
Lo que había en ella, y que era lo que Harry descubría por primera vez, no podía haber sido puesto en palabras, y aún así, creía que al fin había encontrado el significado a aquello que el mundo llamaba "Amor"... Porque Amar debía ser eso... Estar con una persona que acababa con todas las dudas y los miedos; estar con aquel ser, cuya sola mirada hacía que tu vida cobrara sentido.
Y por primera vez, Harry Potter supo lo que quería, ya no para el mundo, sino para él: la quería a ella en su vida.
-HP-
Arthur Weasley no había comprendido el súbito cambio de expresión en el rostro de Ron al oír los nombres de aquellos mortífagos que estaban siendo interrogados por el Ministerio, y el menor de sus hijos no se había molestado tampoco en explicar el por qué de su repentino interés en la ubicación de Vulturius Cormack. Intentó preguntar, pero no alcanzó a tener las respuestas que buscaba, pues Bill, con el rostro iluminado por una comprensión de la que no hizo partícipe a su padre, interrumpió la escena, diciendo a Ron que tenía que hablar con él a solas.
Ron no podía decir nada a su padre, porque sabía muy bien el tipo de charla a la que este lo sometería a fin de calmarlo. Además, ¿Cómo podía explicarle sus razones, si no era un secreto suyo? Si Daphne se había empeñado en guardar tan bien la historia de lo ocurrido esa tarde en Diagon Alley, de forma que él mismo sólo llegó a enterarse por casualidad, ¿podría él exponerla de ese modo?
No. No podía. Menos cuando, después de lo ocurrido, la joven parecía empeñada en evitarlo, al extremo de voluntariarse en San Mungo con tal de no regresar con ellos ni a la madriguera, donde Molly no había dejado de invitarla.
No tenía una respuesta clara para entender el por qué lo evitaba, pero adivinaba ya que algo tenía que ver con esa verdad.
Lo peor, es que era precisamente el saber esa verdad, lo que lo tenía a él no haciendo nada por buscarla. ¿Y es que cómo podía mirarla ahora, cuando por su culpa, por salvarlo a él, ella había tenido que pasar por eso?
Afortunadamente Bill pareció entender el por qué de su repentino interés en el mortífago. ¿Recordaría acaso que ese hombre había estado entre los que golpearon a Daphne? Debía recordarlo, pues había estado presente mientras la interrogaron esa tarde, y además, ¿no había sido él quien la encontró, golpeada y dolorida, en Diagon Alley?
- ¿Tienes planeado lo que vas a hacer cuando lo tengas en frente?- preguntó Bill de pronto, mientras lo encaminaba, según Ron presumía, hasta el lugar donde Cormack debía estar. Ron se detuvo ante la pregunta, sin saber qué decir, a la vez que se preguntaba si no estaría Bill al tanto de lo ocurrido a Daphne. ¿Quiénes más lo sabían?
- Solo quiero... no sé... necesito...
- ¿Golpearlo?- siguió su hermano.- ¿Eso te haría sentir mejor? ¿Haría que Daphne se sintiera mejor?
- No son solo golpes los que merece...- dijo entre dientes.
- ¿Y qué planeas entonces?- Bill detuvo sus pasos sin dejar a Ron más opción que hacer lo mismo.
- Tú no entiendes, Bill...
- Lo entiendo...- dijo, con una mirada significativa.- pero no comparto tus intenciones. Pienso que todo lo que conseguirás es empeorar las cosas. ¿Crees que serás más feliz o la harás más feliz a ella, si le haces daño a ese hombre?
Ron no contestó en palabras, pero con su mirada transmitió su pensamiento. ¡Sí, se sentiría mejor... infinitamente mejor! Su hermano pareció entenderlo al fin, pues, con una expresión reprobatoria, que no pudo, o no quiso ocultar, hizo abrir la puerta frente a ellos, indicándole que entrara.
Los dedos del pelirrojo se apretaron a la varilla de madera sostenida en sus manos, con rabia contenida, mientras caminaba hacia la figura de un hombre atado a una silla, en una de las tantas salas de interrogatorios. A través de la mampara que aún los separaba de él, Ron pudo advertir su calva cabeza y la robustez de su cuerpo, que eran ciertamente intimidantes. Pero había algo en el modo en que se recogía sobre su asiento, que contrastaba con ello.
- ¿Es él?- preguntó Ron con la voz más baja que pudo, pero incluso esto llamó la atención del mortífago que se estremeció de espanto ante la presencia de alguien más en la sala, aunque la mampara le impedía verlos.
¿Podía ser ese el miserable al que odiaba sin conocer? Ciertamente en sus sueños de odio, había lucido mucho más despiadado que aquel prisionero asustado que tenía en frente.
Un movimiento de la varita de Bill hizo que el lugar se iluminara, lo que permitió a Ron tomar cuenta de la práctica desnudez del prisionero, las oscuras cuencas que se descubrían bajo sus ojos acusando la falta de sueño, y los brazos atados en un ángulo que tenía por objeto causar dolor.
- ¿Qué quieren? ¿Qué es lo que buscan?- gritó el hombre con la desesperación latiendo con vida en su voz, aunque mirando el vacío. - ¡Ya les dije que no recuerdo nada!
Ron lo contempló aún por unos segundos más, pero su estómago se revolvió al pensar en el tipo de torturas que debían haberlo reducido a eso. No era capaz de aguantar el espectáculo y dejó la habitación sin decir nada.
A los pocos segundos, Bill apareció a su lado.
- ¿Aún tienes deseos de hacerlo sufrir, Ron? ¿Aún piensas que hacerlo pagar por lo que hizo te ganará algún alivio o mejorará las cosas?- Ron mantuvo su mutismo. ¿Por qué Bill hacía eso? ¿Por qué se ponía de lado del mortífago en lugar de hacerlo recobrar el valor necesario para vengarse?- Uno de los golpes que recibió en el Ministerio dio directo en su cabeza, haciendo que perdiera gran parte de sus recuerdos. Dudo que pueda recordar siquiera lo que hizo a Daphne.
- Si en verdad no recuerda, ¿por qué siguen entonces torturándolo?- preguntó Ron al fin, enfrentando la mirada de su hermano.
- Porque no quieren respuestas...- dijo con molestia.- El interrogatorio es solo una excusa para poder descargar su odio en él. ¿Crees que estos hombres te hicieron daño solo a ti? Todos perdimos seres queridos y sufrimos en medio de esto, porque esa es la consecuencia final de una guerra. Pero, cobrarnos en ellos, cuando no pueden defenderse, cuando no podemos ganar más que mantener vivo un odio ridículo que fue el que generó esta guerra en primer lugar, ¿no nos hace acaso iguales a ellos?
- Ellos fueron los que comenzaron esta guerra.
- No. No fueron "ellos", ni "nosotros", Ron. Fue el monstruo que partió haciendo esa diferencia y los tantos otros magos y brujas que quisieron creer en que esa diferencia existía.
- ¿Ahora crees que es nuestra culpa?
- No. Lo que ocurrió no lo es.- la mirada de Bill se intensificó de un momento a otro- Pero si no dejamos de pensar así, si no evitamos que el mundo crea que esa separación entre "buenos" y "malos" existe, esto no se acabará jamás. Y eso sí será nuestra culpa.
- Tú no entiendes, Bill...- bufó molesto. ¿En verdad su hermano creía que debían olvidar todo lo ocurrido?- Tú no sabes lo que se siente...
- ¿No lo sé?- preguntó incrédulo- ¿No lo saben Harry o Hermione, o Luna? ¿No lo sabemos todos y cada uno de los que hemos sufrido esta guerra? No te estoy diciendo que aquellos que hicieron mal no deban ser castigados, Ron. Lo que intento explicarte es que convertirnos en ellos y reavivar con ello el Odio que Voldemort sembró entre todos nosotros no nos hace mejores que ellos, ni nos ayudará a vivir más tranquilos.- hizo una pausa, intentando retomar el timbre calmado de su voz, que había ido dejando traslucir poco a poco su frustración.- Veo como muchos de los aurores torturan en nombre de la "justicia", y no puedo hacer nada por hacerlos ver su error. Pero tú, como mi hermano, debes ser capaz de verlo, Ron.
- Pero Daphne...
- No la uses a ella como excusa. Ella no te ha pedido que hagas esto por ella y tampoco es algo que quiere que hagas. ¿No te das cuenta acaso que con todo esto le niegas lo único que ella quiere de ti?
- ¿Y desde cuándo sabes lo que ella quiere o no de mí?- preguntó Ron, con burla.
- Todo lo que Daphne te pide a gritos cada vez que te mira es que la ames. Esa chica ha hecho todo para ganar tu amor, y tú eres tan estúpido que te empeñas en enlodar eso manteniendo vivo algo que ella se empeña en olvidar. Lo único que conseguirás con eso es perderla.
- Tú no lo entiendes... Ella me ha estado evitando porque...
- ¿Dices que ella te ha estado evitando?- preguntó Bill sin ocultar su asombro.- Ron... Eres tú quien la aleja con tu lástima.
- No, es ella la que...
- ¿Olvidas acaso que yo he estado junto a ustedes desde que Voldemort cayó? Cada vez que ella intentó mirarte o sonreírte, tú le devolviste esa mirada de "pobrecilla" que la hacía callar. No es extraño que no quiera estar contigo ahora. Y lo peor, es que tampoco tiene otro lugar a dónde ir. ¿O en verdad crees que quería ir de voluntaria a San Mungo? ¿Tan poco la conoces?
- Pero es que...
- Y ahora ¿querías venir y golpear a un mortífago del que ella no quiere saber nada, solo para hacerla sentir como una niña desvalida a la que hay que defender? Las mujeres como ella no buscan un héroe, Ron.
Y el pelirrojo supo, por la expresión en el rostro de Bill, que su hermano debía saber de ese tipo de mujeres, pues estaba casado con una muy similar a la misma Daphne, y no solo en lo relativo a belleza. Fleur también era una chica fuerte, capaz de luchar por el amor de quienes amaba y con la valentía de combatir lado a lado con su marido. Nunca había dejado de estar junto a él en las batallas y todo lo que pedía a cambio era que Bill la respetara como un igual. ¿Sería eso lo que Daphne quería de él?
Aunque en el camino a casa, Ron no logró articular ninguna palabra de agradecimiento, esperaba que Bill comprendiera que no era bueno para esas cosas. Afortunadamente su hermano pareció más que conforme cuando lo vio tomar el camino a San Mungo.
Pero Ron no la encontró en ningún piso del Hospital. Tampoco en la madriguera, ni junto a Andromeda Tonks, ni aún en Grimmauld Place, donde Luna le informara que esa misma mañana la había visto tomar sus cosas de la que fuera su habitación, sin aclarar su rumbo.
En las horas siguientes a aquella noticia, Ronald Weasley, recostado sobre la cama de la que fuera su habitación todo ese tiempo, rememoró la historia de sus días desde que aquella guerra había comenzado, percatándose de que apenas podía recordar su vida antes de que la joven llegara junto a ellos.
Repasó mentalmente los recuerdos de aquella primera tarde en que la vio traspasar la puerta junto a Mcgonagall; los comentarios con que Parvati y Hanna aludían a ella como la novia de Nott; lo intimidante que le pareció su increíble belleza la primera vez que le dirigió la palabra en la cocina y lo estúpido que se había sentido al no poder responder por las papas que se atragantaban en su boca; la rabia que lo comió vivo al verla salir una mañana del cuarto de Malfoy; y aquella primera vez que lo rescató, llevándolo hasta el hotel muggle... Esa tarde todo había cambiado entre ellos.
Y ahora, tendido sobre la cama, sin saber dónde comenzar a buscarla, comprendía finalmente la intensidad de sus sentimientos por Daphne Greengrass.
Con su mano, hurgó bajo el colchón en busca de aquella foto que atesoraba de la joven y se detuvo en la contemplación de la imagen por largo tiempo, hasta que su cerebro pareció volver a funcionar y se puso de pie, recordando de dónde había tomado aquella imagen, y a dónde debía haber regresado Daphne.
¿No era lógico acaso pensar que, terminada la guerra, debía volver a su hogar?
-HP-
Ella no ha podido dormir la noche anterior, y sabe que no dormirá esta noche tampoco. No mientras él mantenga aquel respirar agitado que evidencia su dolor, sin importar cuántas pociones aturdidoras le han hecho beber para mantenerlo dormido.
Lo observa en silencio sin saber qué hacer. Sin poder pensar en nada más que en él y su dolor, y en la impotencia que la embarga cada vez que una nueva contorsión de aquel rostro pálido le recuerda que es por su culpa que él sufre. Por intentar salvarla a ella.
¿Acabará esto algún día?, se pregunta. ¿Acabará el dolor de él y el de ella?. O el contrahechizo-si es que existe uno- solo servirá para aliviar el dolor de aquel maleficio, obligándolos a ambos a enfrentar un dolor aún más agudo, más intenso, más difícil de superar: el dolor de la muerte de sus padres y de su crimen.
Ella intenta imaginar los motivos que pudo tener para hacerlo, las justificaciones que puede hallar para su acto. Intenta encontrarlas por él, para poder perdonarlo, porque quiere perdonarlo, necesita hacerlo.
Acerca su mano a la febril frente y el contacto parece calmarlo. Y acerca sus labios a su oído y susurra palabras sin sentido, palabras de aliento, esperando tengan algún efecto en él. Pero sus quejidos siguen, quizá más intensos que antes, y los gritos regresan, sin importar que solo hace unos minutos le administraran otra vez la poción...
Y llega el Sanador otra vez y la hace salir del cuarto, y un viejo con actitud cansada que ella no conoce y de cuya presencia apenas se percata, ingresa también a la sala. Pero de lo único que ella es consciente es del llanto que nubla su vista otra vez, y de la impotencia que la hace caer al piso del frío pasillo. Porque no puede hacer nada.
Y se siente estúpida por haber pensado alguna vez que con la muerte de Voldemort acabaría todo, porque ahora sabe, ahora entiende que para ellos, esto no acabará jamás...
-HP-
En el momento en que la marca comenzó a desvanecerse de su antebrazo, tornándose de un tenue gris, Blaise supo que Lord Voldemort había caído. Supo que ya no existiría la esperanza de recobrar el Ministerio, ni la posibilidad de infundir miedo a nadie con su máscara. Supo, que gracias al bienintencionado plan de Draco, ahora pasaba a ser un prófugo de Guerra.
Prófugo, pensó, no prisionero. Por suerte el rubio traidor, había tenido la decencia de dejarle la opción de huir. Y Blaise no pensaba desaprovecharla.
Usando los preciados minutos posteriores a la caída del Señor Oscuro, en que difícilmente los aurores tendrían tiempo de levantar bloqueos a los hechizos de aparición dentro de Londres, se trasladó a la estación de trenes muggles más cercana, para emprender su viaje a Italia.
Tras esto, dejando vestimentas y varita de lado, optó por trasladarse oculto bajo su forma animaga, de la que sólo Severus Snape había tenido conocimiento alguna vez, a sabiendas de que difícilmente llamaría a nadie la atención la presencia de un oscuro zorro, oculto en los vagones.
Sólo una vez, en que el hambre lo obligó a salir de su escondite en busca de comida, la alarma que sembró entre los pasajeros muggles que lograron tomar cuenta de su presencia, puso en riesgo su viaje. Pero lo olvidaron pronto.
Treinta horas después -que a él parecieron una eternidad- recuperando sus humanas formas y usando lo poco que sabía de magia sin varita para aturdir muggles y conseguir prendas con que cubrir su preciada anatomía, estaba en Milán, en busca de su madre.
Aún estando al tanto de la ubicación de la mujer- nunca se había permitido perderle completamente el rastro- no le fue fácil encontrarla. Pero todo cuanto tuvo que pasar para lograrlo quedó atrás, en el momento de tener el bello rostro de ella frente a él.
Si Blaise Zabini había esperado que en aquel tiempo transcurrido entre que él tomara la marca, y ella lo maldijera al enterarse, había cambiado en algo las cosas, estaba equivocado.
La mujer despidió al elfo al instante siguiente de reconocer a su hijo, en el mal vestido visitante que pedía audiencia con la Señora de la lujosa Mansión, donde el apellido de su nuevo marido hacía ostentación en cada artículo marcado con letras de oro, en cada retrato y en cada escudo de armas colgado a la pared.
- Veo que te has vuelto a casar... madre.- los ojos negros de Viola, actual Señora de Lombardi, persistieron en su fría expresión, mientras lo observaba caminar como si de un bicho molesto se tratara. Si bien era cierto, la mujer nunca había sido una madre afectuosa, Blaise había esperado algo menos de hostilidad en aquel recibimiento.- Me pregunto, ¿quién será la nueva víctima?- una sonrisa sarcástica curvó los labios de la mujer por toda respuesta. Una mueca de absoluto desprecio.
Al observarla, toda imponente en su vestido caro y sin tener por él una gota de cariño, Blaise no pudo evitar rememorar su infancia y el convencimiento que tenía entonces de que ella nunca lo había querido. Quizá por eso pasó tantas tardes en casa de Draco, compartiendo los mimos de Narcissa y envidiándolos a la vez. O tal vez por eso, siguió los pasos del rubio y tomó la marca, pese a la expresa prohibición de su madre, o más bien, precisamente por contrariar esa prohibición.
"Me ha tomado mucho trabajo llegar hasta aquí para que tú lo arruines todo como lo hizo el imbécil de tu padre", le gritó Viola la noche de la advertencia, haciendo mención a ese ente sin rostro al que su madre se refería siempre como el peor error de su vida: su padre, el mortífago que la había embarazado y luego muerto, dejándola con un hijo que no había sabido ser más que un obstáculo para sus ambiciones.
- ¿Por qué has venido a mi, Blaise?- preguntó la mujer al fin, sacándolo de sus recuerdos.- ¿No te das cuenta del riesgo en que me pones con esto ahora que el Innombrable ha caído?-
El joven pestañeó un par de veces analizando la pregunta.- ¿Quieres dinero?
Blaise se negaba a responder. ¡Claro que necesitaba dinero! Pero de algún modo, no fue eso lo que había ido a buscar ahí. O al menos, no solo eso.
Pero su madre ni aún esperó tener una respuesta por parte del joven, cuando le dio la espalda y desapareció escaleras arriba. Al regresar, con expresión hastiada, le extendió una delgada billetera de cuero, explicándole que estaba hechizada de modo de entregarle todo el dinero que necesitara durante un mes, al cabo del cual se acabaría el embrujo.
Según dijo, sería ese el último favor que hiciera por un hijo ingrato, y solo esperaba a cambio que se olvidara de que ella existía, ya que en su nueva vida él solo podía traer problemas.
Blaise nunca había estado falta de comentarios hirientes cuando se sentía herido. La defensa verbal era parte de ser Slytherin. Pero tan aturdido quedó ante lo ocurrido, que ni aún se atrevió a separar los labios para decir nada. ¡Tal era la frialdad en los ojos de su madre! Y no fue hasta que el llanto de un bebé inundara la habitación que Blaise comprendió el por qué.
Viola tenía un nuevo hijo ahora. Tenía la oportunidad de borrarlo a él de su vida y hacer las cosas bien con ese nuevo niño; lograr quererlo como no lo pudo querer a él.
Pero no se lo reprochó. Ya conocía lo suficiente el egoísmo de su madre para reprocharle nada.
Tomando el último obsequio por parte de la mujer, salió de su vida para siempre.
Curiosamente, Blaise sabía que no sería ese un episodio memorable en su vida- ya había superado otras escenas mucho más dolorosas-, ni uno que fuese a recordar por mucho tiempo. Quizá él tampoco guardaba por su madre más cariño del que ella tenía por él, y por tanto, no merecía más como hijo. Tal vez el desmedido cariño de Narcissa por Draco era lo anormal, y Theodore había tenido razón siempre al decir que en algunos casos, no tener padres era menos nefasto para un hijo que tenerlos.
Con el primer billete que sacó del obsequio de su madre, pagó por una fuente de pasta, y una botella de aquella bebida que los muggles llamaban "vino".
La buena comida siempre le había hecho sentir mejor, y todo, incluso el pan con aceite y ajo puesto sobre la mesa le pareció exquisito, lo que fue una bendición para él, pues no tendría otro alimento como ese en mucho tiempo.
- ¿Blaise Zabini?- era la voz del auror, que haciéndose pasar por muggle para no llamar la atención, le apuntó disimuladamente con la varita, mientras el otro tomaba asiento junto a él en la mesa, impidiéndole escapar.- Tu madre dijo que podríamos encontrarte aquí...
Cuando esa misma noche, en un interrogatorio basado en preguntas ridículas y hechizos no del todo agradables, uno de los aurores le preguntara si no sentía arrepentimiento por todo el daño que había hecho, Blaise respondería que solo se arrepentía de que esa tarde no había alcanzado a pedir un postre.
-HP-
Draco Malfoy había tenido muchos despertares en su vida, pero solo atesoraba unos pocos: las mañanas de su infancia y el olor a tostadas de la bandeja que su madre colocaba junto a la cama; la luz iluminando su habitación en aquella primera navidad al regresar de Hogwarts, con Narcissa apurándolo desde la puerta para bajar por los regalos; la primera vez que despertó junto a una mujer, embargado por el miedo a que ella lo viera desnudo a la luz del día y pudiera encontrarlo demasiado pálido; las risas de Pansy y Blaise aquella tarde en que lo hallaron dormido en el cuarto de baño, asido al excusado, tras haber bebido demasiado Whiskey de fuego; los grises ojos de su padre sacándolo de la cama el día que regresó de Askaban, solo para pedirle perdón, sin que él entendiera del todo el por qué; su primer despertar en la Mansión de los Black, donde tomó conciencia de que era un huérfano y lloró por ello; y luego... Hermione, y aquel primer día en que le llevó el desayuno y él la comparó con un elfo doméstico; el despertar en casa de Snape, junto a ella... y aquella última mañana en que le pidió que huyera con él...
Hermione había estado presente en sus últimos despertares y por eso no era de extrañar que fuese a ella a quien buscara al abrir los ojos ahora, y que fuera el nombre de ella el que saliera por sus labios al retomar el habla.
El anciano de ojos verdes que lo inspeccionaba con mirada curiosa, no pareció inmutarse ante aquella solicitud. Con la punta de su varita iluminó los ojos del joven, abrió su boca, y recorrió la blanca piel, no quedando conforme hasta encontrar los reflejos que buscaba.
Durante aquel tiempo, Draco se mantuvo en silencio, incapaz de decir nada más que la fecha y lugar donde se encontraba cuando el hombre preguntó, y es que en su cabeza los últimos acontecimientos iban tomando forma otra vez, y con ello, sus recuerdos, ahora completos.
El anciano intercambió algunas palabras con el sanador dispuesto a los pies de la cama de Draco antes de salir. Recién entonces, el hombre de la bata verde se acercó a él para comunicarle el tipo de maleficio que Voldemort había usado y de lo difícil que había sido encontrar a alguien capaz de hacer el contrahechizo. Al notar la extrañeza en la expresión del rubio, le confirmó lo que Draco ya suponía: que de algún modo milagroso, el mago oscuro había muerto en manos de Potter.
El hombre explicó también que, con la cantidad de pociones que le habían dado a él esos días, estaría varias semanas sin sentir dolor, lo que le ayudaría a sobrellevar mejor la recuperación de su antebrazo.
Draco apenas giró su mirada hacia aquel espacio de su anatomía, donde una profunda herida, aún no del todo cicatrizada, dibujaba una calavera más horrenda que la que llevara antes.
Lo que más le extrañaba, era la amabilidad con que el hombre lo atendía, y las molestias que parecían haberse tomado en su recuperación. ¿Es que no sabían acaso que era él un exmortífago? Si Potter había ganado la batalla finalmente, ¿no debería esa marca en su antebrazo convertirlo a él en sinónimo de escoria? ¿Por qué tantos esfuerzos en sanarlo? ¿Estarían los aurores esperando por él tras esa puerta? Tantas eran las preguntas pululando en su mente, pero solo una salió por sus labios.
- ¿Dónde está Granger?.
Antes de que el hombre pudiera responder, el rostro de ella apareció por la puerta, sin esperar invitación, mirando directamente hacia Draco. El incómodo silencio generado entre ambos, fue interrumpido por las últimas palabras del sanador antes de salir, explicando a Draco que la joven se había pasado esos días velando su sueño y que solo por eso les permitiría unos minutos a solas, pero que luego debía descansar.
Hermione tomó asiento en la silla junto a su cama, con sus ojos fijos en la blanca piel de su antebrazo, temerosa de encontrar sus ojos. Y Draco sabía bien por qué.
- De modo que Potter lo logró.
- Gracias a ti...- sonrió ella, participando de aquel juego de evitación. ¿Cuánto tiempo podían estar sin tocar la verdad que los tenía, a él sin intentar besarla, y a ella sin celebrar el triunfo?
- Eso no cambia lo que soy...
- Hace mucho que dejaste de ser un mortífago, Draco.- sonrió ella. ¿Por qué sonreía? ¿No comprendía acaso que con eso solo hacía todo más difícil?
- Tampoco cambia lo que he hecho...
Los ojos de Hermione viajaron a los suyos, y la comprensión se dibujó en su expresión. Intentó separar los labios para decir algo, pero Draco se adelantó a sus palabras. Había una pregunta que no lo dejaba en paz y que quería hacer hacía mucho.
- ¿Desde cuándo...- titubeó- desde cuándo lo sabes?- Ella lo observó aún por un largo instante antes de responder.
- Solo unas horas antes que tú...
- ¿Te lo dijo Potter?- ella asintió.
- ¿Lo recuerdas todo?
La expresión desesperada de ella dejaba claro que era esa la pregunta más importante de todas. ¡Claro que lo recordaba todo! Recordaba bien lo que había hecho. Todo lo que había hecho.
Recordaba al fin por qué se opuso a Voldemort cuando le exigió matarla; recordaba a su padre saliendo en su defensa y a su madre, enviándoles lejos, poniendo sus esperanzas en Potter.
Recordaba también a Potter y la pelea que había tenido con él; el odio que había sentido por el elegido, el deseo de morir, de que lo dejaran en Azkaban para morir, y la tranquilidad con que se disponía a recibir la muerte cuando Potter alzó la varita contra él.
Pero no fue la maldición mortal lo que el muy idiota conjuró, sino el hechizo del olvido.
Draco sostuvo su mirada en ella aún unos segundos más antes de asentir. Quería decir que recordaba bien lo que hizo a sus padres muggles, que se sabía culpable de ese crimen, pero que ella debía entender, debía saber que no había modo de que actuara distinto.
Ella debía comprender que aquella guerra lo había despojado de la idea de control que tenía sobre su vida, trayendo consigo un sinsentido y temor constante, una sensación de insignificancia e impotencia que no lo dejaba en paz. Esa fue la razón por la cual se negó a matarla.
Fue la necesidad de retomar el control sobre su vida, y no otra cosa, lo que le impidió alzar la varita contra ella como Voldemort pedía. Sabía que con ello se condenaba a morir, pero sabía también que era la única esperanza de volver a dar significado a su vida, aunque esta solo fuera a durar unos segundos más.
No lo hizo por salvar a Potter o a ella. Lo hizo por salvarse él. Salvarse a través de la muerte... elegir morir. Pero ni aún eso lo había hecho bien.
¿Podía entender ella eso? ¿Podría comprender que no había forma de actuar de otro modo la tarde en que mató a sus padres? Sus labios se separaron para explicarse, para decir algo en su defensa, pero esta vez fue ella quien lo interrumpió.
- Fue la maldición IMPERIUS, ¿verdad?- Hermione había tomado entre sus manos la de él, y lo observaba en un modo intenso. En sus ojos, él pudo leer el perdón. Ella le estaba entregando la posibilidad del perdón. Si él decía que sí, si se refugiaba en ese maleficio que había sido la salvación de tantos mortífagos en el pasado, ella lo perdonaría. Podía perdonar eso. Pero... ¿podía él mentirle? ¿No acabaría ella enterándose tarde o temprano, de lo que había ocurrido realmente? Y aunque nunca lo hiciera, ¿podía él vivir con la culpa de un perdón fundado en una mentira? Necesitaba su perdón, pero necesitaba también que ella supiera la verdad. ¿Entendería su verdad?
Al instante en que su cabeza se movió negativamente y sintió como ella retiraba sus manos de la suya, supo que no había otra verdad aceptable. No para ella.
La invisible pared que estaba destinada a separarlos, había comenzado a dibujarse hacía mucho, pero recién entonces, cuando ella se alejó de él, Draco supo que no habría modo de detener su avance. Ella jamás lo perdonaría... Lo pudo ver en sus ojos.
Y aún así, intentó decir algo. Como un desesperado que se siente caer al abismo e intenta aferrarse a una delgada rama de árbol en busca de sustento, él quiso defenderse y explicarse a fin de impedir lo inevitable.
- Hermione, yo...- pero ella ya estaba de pie. Ni aún lo miraba cuando su mano giró la manilla de la puerta donde se detuvo un instante.
- Nadie más lo sabe ni tienen por qué saberlo.- dijo, sin voltear a él. En su voz era imposible descifrar sus sentimientos- Sólo Harry y yo, y él tampoco dirá nada a los aurores...
- No me importa ir a Azkaban...- su voz sonó con más rabia de la que esperaba, lo que le hizo extrañarse. ¿Por qué sonaba con rabia en un momento así?- Es ahí donde debí haber ido desde el inicio, ¿no?
- Draco...- aún no parecía capaz de enfrentar sus ojos.- Después de lo que has hecho por nosotros, no sería justo que...
- No lo hice por ellos, sino por ti.- finalmente sus ojos cafés se posaron en los suyos, al notar el reproche en su confesión - Cualquier cosa buena que hice, fue por ti, porque creí que con ello, si la guerra terminaba, con mi buen comportamiento me perdonarían mi pasado como mortífago y podría estar contigo... Nunca imaginé que había hecho algo que no solo me condenaba a Azkaban, sino también a tu odio...
- No te odio, Draco... Jamás podré odiarte...- la sinceridad de su voz hacía todo aún más doloroso.
- Pero no me perdonarás...- la ira se apoderaba de él otra vez.
- No es a mí a quien toca perdonar nada, y si lo fuera, te perdonaría... Tendrías mi perdón... Pero aún así, no podemos estar juntos. ¿Lo entiendes, verdad?
- ¿Cambiaría en algo las cosas el haber dicho que fue por el IMPERIUS?- ¿no era ridículo acaso que eso cambiara las cosas para ella?
- Quizá... no lo sé... quería creer que si...
- Pero, ¿no es acaso lo mismo?- la rabia había dado paso a la desesperación, ahora patente en su voz.
- ¡No!... No es lo mismo, porque no habría sido tu elección...- el muro entre ambos se hizo palpable otra vez, en el timbre nefasto de su voz y la determinación de su mirada.
- Hermione...- Draco notó que su voz sonaba a súplica. Una súplica porque se quedara, porque lo dejara explicar. Y apretó los ojos buscando fuerzas para hablar antes de quebrarse.- Nunca fue mi elección...
Las palabras escaparon de sus labios, solo para rebotar contra las vacías paredes de la habitación y comprender que no había nadie para oírlo.
Ella se había ido para siempre.
-Fin del capítulo 23-
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