Capítulo 1: Vida

(Cuando los diálogos estén en el centro significa que son recuerdos)

Pov Yugi...

— No, por favor... Déjame ir, te lo suplico... — imploré, sentado en la cama. Sin embargo, el tipo no hizo más que ampliar su estúpida sonrisa.

— No podría dejar escapar a una joya tan bella. Serás mi nueva atracción en el cabaret. Pero antes de eso, tendré que estrenarte yo mismo...

Me aparté rápidamente, pero él ya se había lanzado sobre mí.

En un solo movimiento, desabotonó mi camisa y sujetó mis brazos por encima de mi cabeza. Con su otra mano, comenzó a acariciar mi torso, bajando lentamente hasta mis pantalones. Estaba a punto de desabrochar la cremallera cuando el teléfono de la habitación sonó, cortando el momento.

El hombre gruñó y, con fastidio, se levantó de la cama para atender la llamada.

— ¿¡Quién es y qué quiere!?

— Señor Boissieu...

— Sí, soy yo. ¿Qué quiere? ¿Quién habla?

— El quién soy no es importante, después de todo no podrá recordarlo por mucho tiempo. Lo que quiero es lo relevante.

— ¡Pues habla de una vez, maldita sea! ¡Estoy en medio de algo importante!

— Bien, entonces seré breve. Tengo un recado para usted. Es de parte del señor Lemoine.

— ¿E-El señor Lemoine? ¡Imposible!

— No lo es. El señor Lemoine dice que el tiempo se ha terminado.

— ¡Él no puede saber dónde estoy! ¡Jamás podrá encontrarme!

— Se equivoca... Él ya lo encontró.

— ¡No, no! ¡Le juro que le pagaré! Solo necesito más tiempo!

— Le daré un consejo: en la otra vida, procure pagar a tiempo. Ah, y respete más la intimidad de la gente. Por cierto, mi nombre es Seto Kaiba.

La llamada terminó, y el hombre colgó el teléfono maldiciendo.

— Si voy a morir, no dejaré pasar la oportunidad de... Eh...

Al girarse, se topó con su indefensa presa, quien lo estaba apuntando con un arma.

— Es tu turno de suplicar. — me burlé.

— ¿Qué diablos haces...? ¡Aléjate de mí! — retrocedió, asustado.

— Estate quieto, te aseguro que lo vas a disfrutar. Después vas a suplicar por más.

— ¡No, por favor! ¡Te daré dinero! ¿¡Cuánto quieres para fingir que hiciste tu trabajo!?

— Mi tarifa es muy alta. No podrás sobornarme.

— ¡Entonces te pagaré para que mates al señor Lemoine!

— Ni vendiendo tu asqueroso cuerpo podrás pagar mis servicios como asesino.

— ¿A-Asesino? Pe-Pero tú...

— ¿Qué? ¿Me veo igual de indefenso que la primera vez que nos vimos?

— ¿De qué hablas? Yo nunca te había visto.

— Ah, ¿no? ¿Estás seguro? — le quité el seguro al arma, y noté cómo el tipo comenzó a sudar más.

— ¡Por favor! ¡No lo-...! Agh...

El disparo fue silencioso. Ese lugar, una pocilga maloliente, no llamaría la atención de nadie. Nadie extrañaría a ese hombre, y no sería hasta pasados unos días que alguien lo encontraría.

— Aunque no me hubieran pagado, te hubiera matado de todas formas. La gente como tú me da náuseas. — la bala aterrizó con precisión en su yugular, un golpe mortal, lento y callado. Un final apropiado para un ser como él.

Me acerqué, inclinándome un poco frente a su rostro, y me burlé:

— ¿Qué pasa? ¿Ya no tienes ganas de tocarme? — sonreí, mientras veía el miedo reflejado en sus ojos.

— Tú... Tú... — su voz se apagaba, como un grito ahogado, apenas audible.

— Sí... Yo. Han pasado 17 años, pero sigo siendo yo. — sonreí y me levanté, limpiando mi chaqueta del polvo del suelo.

— No me lo tomes a mal. Lo de hoy no fue personal. Si hubiera sido así, créeme que habrías muerto mucho antes. Esto fue... simplemente trabajo. Y ya.

Saqué una rosa de pétalos negros de mi chaqueta y la dejé junto a su cuerpo inerte. Me coloqué la chaqueta y salí del lugar sin mirar atrás.

— ¿Dónde estás?

— Caminando en Rue de Rivoli.

— Bien. Te recogeremos en diez minutos.

Colgué el teléfono y me senté en una banca, mirando hacia la avenida. Observaba los autos y a la gente pasar. Por primera vez en mucho tiempo, mi mente se llenó de pensamientos pesados.

¿Cómo había llegado hasta ahí?

Habían pasado 17 años y, con el tiempo, todo esto se había convertido en una rutina. Un trabajo. Mi vida.

Mancharme las manos de sangre ya no era raro, ni extraño. De hecho, ya no me daba miedo apretar el gatillo. Sin embargo, curiosamente, cada vez la pistola se volvía más pesada. Pero eso no era impedimento para seguir cumpliendo con mi trabajo.

— Señor... ¿Nos regala una moneda? Mi hermanita y yo tenemos mucha hambre.

En un abrir y cerrar de ojos, pasé de vivir en un hogar cálido con mi familia a estar en la calle, completamente solo, sin un lugar a dónde ir.

— Claro... Aquí tienen. Les alcanzará para comer una semana, por lo menos.

Después de vagar sin rumbo, asustado, con frío y completamente indefenso, caí en un agujero profundo, lleno de dolor. Tuve que aprender que el mundo no era tan bonito ni fácil como lo mostraban en las caricaturas.

— Mu-Muchas gracias, señor. ¿Cómo podríamos agradecerle?

Por las malas, tuve que entender que el mundo es aún más peligroso que simples rasguños en la rodilla. El dolor de caerte de la bicicleta no se compara al verdadero sufrimiento que el mundo te da cuando comienzas a crecer. Las lecciones de la vida hay que aprenderlas bien, a la primera. De lo contrario, no podrás sobrevivir solo en este mundo de tonos grises, blancos y negros.

— Un "gracias" es más que suficiente.

— Pu-Pues... Muchas gracias.

Reverenció.

— Gracias— habló una dulce voz seguida de una sonrisa.

— Un placer— sonreí de regreso. Porque un niño siempre necesita de una sonrisa para sentirse seguro, querido, valiente.

La dulzura de su voz y su sonrisa me hicieron recordar que, por más sombrío que fuera el mundo, siempre hay algo o alguien que necesita de un gesto amable para sentirse seguro, querido, valiente.

Eso lo aprendí en completa soledad, a los seis años. No fue sino hasta un año después que entendí el verdadero valor de la vida. Aprendí que dudar te hace débil y sumiso, y que el miedo te convierte en impotente. Si eres débil, mueres; si eres fuerte, matas.

Tuve que decidir entre morir o matar. Y mi decisión lo cambió todo aquella noche. Elegí portar el arma en la mano y no en el pecho.

En un pestañeo, pasé de ser un niño que temía a su propia sombra, a convertirme en la sombra que asesinaría mientras observabas al sol. Dejé de comer en la basura para comer en los lugares más elegantes. Comencé a vestir con ropas caras, a disfrutar de lujos y comodidades, todo lo cual solo servía para llenar el vacío que seguía dentro de mí.

Ser asesino no significa que no sientas nada. Claro que tuve que aprender a dejar las emociones a un lado, a convertirme en un hombre sin corazón, sin sentimientos por nada ni por nadie. Esa fue mi última lección de vida. Como dije, las lecciones que la vida te da debes aprenderlas bien, a la primera. De lo contrario, no podrás sobrevivir en este mundo lleno de tonos grises, blancos y negros.

La vida de un asesino está llena de sacrificios personales. Y, para mí, fue fácil dejar uno de esos sacrificios de lado. El más importante, de hecho.

— Yugi, si quieres ser asesino, no puedes amar a nadie.

Creí que ser un asesino me daría ventajas para protegerlo de cualquiera que intentara hacerle daño.

— ¿Y-Ya...mi?

Me equivoqué.

— Yo pensé que...—

— Por eso un asesino no puede enamorarse.

— Pe-Pe-Pero yo...

— Tus enemigos usarán tus sentimientos en tu contra. Quien lo haya matado sabía que eso te haría daño. Al quebrantar tu corazón lleno de sentimientos, te hace vulnerable a un ataque. Toma esto como una lección, Yugi. Usa esto a tu favor. No te doblegues, hazte más fuerte. Un asesino no puede permitirse ser débil. Porque el día que lo seas, dejarás de ser asesino y te convertirás en víctima.

Ese día aprendí una lección importante.

— ¡Yugi, estamos aquí! —dijo, estacionando el auto junto a la acera. Me puse de pie y comencé a caminar hacia el vehículo.

Tener sentimientos hacia otra persona te hace débil. Te hace vulnerable. Le da a tus oponentes un punto clave para destruirte desde dentro.

— ¡No, suélteme!

— ¡Dame ese dinero!

— ¡No! ¡Es de mi hermana y mío! ¡Ayuda, por favor!

Tener aprecio por otras personas solo traerá dolor tarde o temprano. Y ese dolor te hará inútil.

— Pequeño bastardo, ¡dame ese dinero!

— ¡No!

— ¡Ayuden a mi hermano, por favor!

Que una persona te importe solo complicará todo. Pero...

— Gracias —dijo una dulce voz, seguida de una sonrisa.

A veces, una simple sonrisa... puede cambiarlo todo.

— ¿Nos vamos? —Me subí al auto y el chofer arrancó.

— ¿Se-Señor?

— Está muerto... Corre, hermanita, corre.

Tener sentimientos no siempre trae cosas buenas.

— Buen disparo. —dijo Kaiba, con su semblante serio e indiferente.

— Lo notaste.

Pero si los llegas a tener, a veces es mejor guardarlos solo para ti.

— ¿Cómo no notar el disparo sigiloso? Es tu mejor disparo. Le das a la víctima en el corazón con una bala lo suficientemente pequeña como para matarla al instante. —respondió.

— Y lo mejor de todo es que nadie ve cuando sacas el arma. ¿Cómo lo haces, Yugi?

— Con mucha práctica, Mokuba.

— ¿Algún día me enseñarás a disparar así?

Mis ojos se centraron en los suyos. Por un momento, me recordaron a mí. Tan llenos de inocencia. A pesar de sus 18 años, Mokuba nunca había dado su primera baja. Y aunque eso era bueno en ciertos aspectos, aún tenía un alma pura, sus manos estaban limpias de sangre. Claro, crecer en un mundo de asesinos no era la mejor infancia para un niño, pero durante toda su niñez me encargué de alejarlo de los matices grises. Intentaba dibujarlo un mundo lleno de colores, porque sabía lo difícil que era para un niño vivir en un universo de tonalidades opacas.

Claro, su padre tenía otra visión. Fue así como Mokuba perdió su niñez a los cinco años, y su mundo se sumergió en un mar de sangre. A los seis, su entrenamiento comenzó formalmente. Antes de cumplir los ocho años, Gozaburo le dio un cuchillo real. Su cara de miedo la disimulaba frente a su padre, pero yo sabía que por dentro estaba muerto de miedo. Como buen asesino, aprendió a suprimir sus sentimientos, y entre ellos, sus ganas de llorar.

— Los asesinos no lloran. Si eres un asesino, no debes tener miedo.

— ¡No puedo, papá! ¡No quiero matar al perro!

— Señor Gozaburo, por favor...

— No, Yugi. Mokuba debe aprender a perder el miedo.

— Pero papá, encerrarlo en la jaula con ese perro es demasiado.

— Seto, no recuerdo haber pedido tu opinión.

— Señor Gozaburo, el perro es de pelea, puede destrozar a Mokuba.

— ¡Basta! Mokuba es débil porque ustedes dos han llenado su mundo de colores. Es hora de que crezca y vea la realidad.

— Pero señor, tiene ocho años.

— A esa edad, ambos ya sabían usar un arma, ya sea blanca o de fuego.

— ¡Papá, tengo miedo!

— Papá...

— No cederé, Seto. Mokuba debe afrontar su realidad.

— Pero es un niño.

— Tú también eras un niño, Yugi. Tú tenías seis años cuando descubriste el peligro de la vida.

— Pero yo estaba solo.

— En estos momentos, él también está solo.

— ¡Papá, déjame salir!

— Mátalo y te dejaré salir.

— ¡No puedo!

Ese día, Gozaburo le enseñó a su hijo una lección que nunca olvidaría. Si no matas, te matarán.

Aunque matar a un perro no se comparaba en nada a matar a una persona, sabía que de igual manera se arrebataban vidas. Pero la sensación era diferente.

Ese día, en esa jaula, al matar al perro con el cuchillo, Mokuba fue iniciado en este mundo lleno de sangre y soledad. Perdió su niñez, y la madurez le golpeó el pecho, dejándolo sin aliento. Aprendió, de la forma más triste, a dejar de mostrar sus sentimientos y mantenerse firme.

Con el tiempo, se acostumbró, como todos. Su sonrisa y sus ojos brillantes e inocentes regresaron a la normalidad, pero ya no eran los mismos. Nadie lo era una vez que te convertías en asesino.

— Yugi... ¡Yugi! —me llamó, sacándome de mis pensamientos. — ¿En qué piensas? ¿Estás bien?

— Ah, ¿qué?

— Te quedaste mirándome fijamente. ¿Tengo algo en la cara?

— No... —respondí, mirando por la ventana del auto.

Ser asesino era una vida dura, a veces vacía. Pero siempre había un motivo para ser como eres.

— Espera aquí. Cuando los distraiga, quiero que corras lo más lejos que puedas y no mires atrás.

— ¿Qué hay de ti? ¿No vendrás conmigo?

— No podré deshacerme de ellos tan fácilmente.

— No quiero irme sin ti. Eres mi hermano.

— Lo sé, y como hermano mayor, debes hacerme caso.

— Yugi... ¿Irás a buscarme?

— Claro que sí. Aunque tenga que matar, lo haré por ti, hermanito.

La vida es menos pesada cuando luchas por algo, o por alguien. Los sentimientos podrás ocultarlos, suprimirlos o negar su existencia. Pero nunca desaparecerán por completo.

Eso es lo único bueno de vivir.

Continuará...





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top