Epílogo.

#UltimoMiercolesDeOTR



Sobre la enorme pizarra que está atornillada firmemente a la pared de tonalidad beige, está el reloj. Su «tic, toc» puede resultar para muchos algo casi imperceptible y tolerante; sin embargo, para mí suele ser quien dicta con cada segundo el momento indicado para que acabe la clase. Bueno, después de todo, eso es lo que hacen los relojes, pero yo no miro los números como cualquiera lo haría: yo miro las manijas del reloj y escucho el «tic, toc».

Estamos a cuatro minutos y cuarenta segundos para que termine la clase. La profesora Peige sigue hablando y hablando mientras algunos intentan no morir de hipotermia (me incluyo). Estamos en pleno invierno y todo lo que deseo es salir luego de vacaciones y tomar una taza con chocolate caliente con mis padres.

El chocolate me enloquece. Para algunos la cafeína los despierta, por el contrario a las personas normales, a mí el chocolate me pone como deportista por la mañana; con todas las energías hasta para escalar el monte Everest. Jules Pinkman dice que el chocolate puede ser el sustituto ideal del amor gracias a los aminoácidos y toda esa barbaridad de nombres extraños que no me causan cuidado, pero que me han puesto a pensar que tal vez tenga razón.

Puedo sustituir a cualquier chico con una barra de chocolate, ¡vaya locura más placentera!

Aunque, siendo realistas, no creo que una barra de chocolate —incluso si es la más grande del mundo— pueda sustituir a la persona que es capaz de sacarme más suspiros por segundo que el mismísimo Brad Pitt.

—Bueno, chicos, antes de salir les diré qué libro tendrán que leer para las vacaciones de invierno —Los gruñidos de todos se escuchan por la sala cuando el dictamen de la profesor Peige se escucha hasta el último rincón de la clase—. Chicos, chicos... escuchen, es importante fomentar la lectura hoy en día. Las redes sociales están causando que adolescentes inteligentes como ustedes escriban horrible... además de apropiarse de sus esplendorosas ideas creativas que no los dejan explayarse como deben.

Justo en el clavo. La profesora Peige sabe cómo hacer que toda la clase guarde silencio con un par de halagos.

Miro el reloj, comprobando que faltan segundos para salir de vacaciones.

—¿Cuál será el libro entonces? —Pregunta Clark, el chico que se sienta unos bancos más atrás.

La profesora despliega una sonrisa al notar el interés de los demás y mira la hoja sostenida por sus morenas manos.

—Tendrán que leer «El gato que se enamoró del pájaro».

El timbre llega justo a tiempo para que pueda detenerme a maldecir para mis adentros. ¿Por qué entre todos los libros existentes en el planeta Tierra debe ser ese? Claro está que una fuerza superior quiere que esa historia, ya tan familiar para mí, quede más atascada de lo que está ahora dentro de mis efímeros y absurdos pensamientos.

Sí, debe ser eso.

Recojo mis cosas de la mesa con pesadumbre sobre mis hombros. Quejándome de los motivos vanos por los cuales debemos leer para las vacaciones de invierno cuando, como bien lo dice su nombre, son vacaciones para relajar la mente.

Una vez guardados mis materiales dentro de mi escuálido bolso, paso el asa por encima de mi cabeza, cruzándola. Acomodo mi ropa y salgo de la sala hasta el largo pasillo donde logro vislumbrar la luz del exterior. El largo pasillo oscuro y la entrada irradiando una luz casi sobrenatural es la representación perfecta de cómo un estudiante cansado y deseoso de excluirse de sus obligaciones, se siente después de meses estudiando. O, quizás, de quienes dicen que al morir vemos una luz al final del túnel.

«El gato que se enamoró del pájaro».

No puedo creer que deba leer un libro que sé al revés y al derecho. Claro que para mi mala fortuna no puedo "no leerlo" ya que la profesora Peige, además de evaluar en cada libro la lectura del mismo, también pregunta reflexiones que cada uno hace en ellos. Y yo no me sé las reflexiones que "El Gran Mika McFly" ha hecho en él. Aparte, ¿no podía ser un libro de acción, cultura, o lo que fuese? No, claro que no, debía ser un libro de amor. "El amor nos ayuda a respirar", "el amor es la fuente de la vida", "sin amor no podemos ser felices" dicen todos. Obviamente están equivocados; descubrí eso hace bastante tiempo, cuando con quien ya asimilaba un futuro juntos, apareció una tarde para decirme que mantuviésemos todo al margen y hacer cómo que nunca pasó nada entre nosotros. En pocas palabras, que cortara todo con él. En ese momento descubrí que son los pulmones los que me ayudan a respirar, que el oxigeno es la fuente de vida y el chocolate me hace feliz...

O de eso quiero convencerme, pero cuando estoy a punto de hacerlo, allí están papá y mamá para que todo punto de vista creado en mi cabeza se vaya por el retrete.

Tengo un punto a favor, y es que yo sé en qué termina la singular historia del gato que se enamoró del pajarito. El final abierto del libro, hecho para torturar las mentes de los lectores con insaciables posibles finales, concluye en sólo uno. Esas páginas jamás publicadas son un secreto guardado bajo llave, y yo dispongo de ella.

Aquella tarde de primavera, después de clases, un pajarito se percató de la presencia de un gato salvaje oculto entre los autos. Ella sabía que haberlo visto antes no fue parte de su imaginación o una ilusión como las tantas que había tenido antes.

No, sus ojos no la engañaban.

Aprovechó la salida de los demás estudiantes y el apogeo de ellos para escabullirse. Estaba decidida a reencontrarse con quien, por más de un año, no había visto. Si hubiese continuado siendo ese pajarito asustado seguro habría continuado caminando de vuelta a la pensión, pero ella había cambiado y, con el corazón latiendo a mil por segundo, fue a su encuentro; se plantó en la acera para que el gato la viese. De esa forma ninguno de los dos podría huir de allí.

Ambos necesitaban ese reencuentro. Ambos lo estaban ansiando desde hacia tiempo. Millones de preguntas hacían ápice de aparecer cuando el gato volteo en su dirección, encontrándola de pie, frente a él.

El gato seguía siendo el mismo de antes. Ese dejo arrogante y altivo era su marca personal. El pajarito notó que ahora llevaba un poco de barba que lo hacía ver más maduro, pero su mirada... su mirada era la misma a como lo vio aquella tarde en el frío pasillo de Jackson.

Juntó todo su coraje y le sonrió con empatía, comprendiendo que la perplejidad del gato era correspondida por ella, pues se sentía igual que él, aunque no lo demostrase.

Entonces, cantó:

—Ha pasado mucho tiempo, Mika.

Notó como él salía de su asombro y respondió con un sutil movimiento de cabeza:
—Sí, Pajarito.

Escuchar su connotado apodo la hizo estremecerse bajo la piel y millones de recuerdos llegaron a su cabeza como escenas de películas, siendo revividas una y otra vez. Su pecho se comprimió y apagó por completo esa sonrisa que esbozó al verlo.

—Esperé verte en el aeropuerto... pero tú nunca llegaste —le recriminó en un tono triste y melancólico.

El gato dio un paso adelante con el fin de acercarse al apagado pajarito con ojos vidriosos.

—Yo estuve allí —respondió él, dando otro paso hacia ella—, observándote a la distancia. Viendo cómo te despedías de tu familia y amigos mientras mirabas hacia todos lados esperando algo...

—Te estaba esperando a ti —se aprontó a responder ella—. Esperé y esperé tu llegada. Incluso tontamente creí verte en el avión. Fue chocante el no verte más, Mika. Al menos así tendría la oportunidad de expresarte todo lo que sentía por ti en ese momento.

—No quería involucrarme en tu nueva vida, Astrid.

El pajarito lanzó una fuerte carcajada al aire cuando escuchó su argumento. En ese instante las palabras de Mika McFly sonaban tan ridículas al decir que no quería involucrarse en su nueva vida cuando él ya formaba parte de ella. Una fría noche en la oscuridad de su nueva habitación lo había pensado y es que, después de todo, quien propulsó un cambio dentro de ella fue aquel gato que la dejó esperanzada en el aeropuerto. Fue él quien condujo a aquel pajarito por diferentes caminos que la volvieron alguien más decidida y fuerte. Por eso, al decir que no quería involucrarse en su vida le causó gracia.

—Ya lo estás haciendo —espetó, volviendo a tornarse seria—. El proceso comenzó el primer día de clases, cuando mi celular cayó del bolsillo.

—Recuerdo eso..., lucías asustada.

—Y tú lleno de confianza.

Fue ese momento en que se percató de la cercanía en la que se encontraban. Comprobó que de verdad el gato estaba algo cambiando, aunque ella no se quedaba atrás; había crecido unos cuantos centímetros pues sus ojos no daban al cuello de su camisa, sino directamente a sus labios.





—Ya llegué.

Cierro la puerta de madera oscura tras mi espalda. Unos revoltosos pasitos se escuchan chocar contra el piso flotante de la casa. Cutro, nuestro pequeño minino, llega a mi encuentro y comienza a pasearse por mis piernas con la cola alzada. Se menea de lado a lado y luego se para en sus patas traseras estirándose con el apoyo de mis piernas. Muevo una para apartarlo.

—Déjame ya —le ordeno—, me gustan los perros.

Con un maullido, el gatito sube las escaleras hasta el segundo piso mientras yo me adentro por el pasillo hasta cruzar el umbral hacia la cocina. Sentados, bebiendo chocolate caliente alrededor de la mesa, mamá y papá parecen tener una buena charla sobre el sabor del chocolate.

—Hola —saludo a ambos—. Debo leer un libro para las vacaciones... ¿pueden creerlo?

—¿Cuál es? —curiosea mamá, dejando la taza sobre la mesa.

—"El gato que se enamoró del pájaro". ¿Te suena?


Para aquel entonces, con la cercanía  de aquel gato, se sintió otra vez envuelta en una peculiar, pero muy familiar, atmósfera. Comprendió que el gato era el único que podía hacerla sentir tantas cosas y no poder describir ninguna de ellas. El amor se siente de diferentes formas en cada persona, pero su orgullo aún latente se rehusaba a creer que el reencuentro con aquel gato fuese producto de eso: amor.

Carraspeo distrayéndose de aquellos labios que había probado tantas veces y probó con mirarlo a los ojos, sólo para hundirse en la inmensidad gris de ellos. ¿Acaso él estaba experimentando lo mismo que ella? Rogó que fuese así, para no sentirse una tonta encaprichada de nuevo y ser rechazada por el mismo hombre dos veces.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, notando un cambio en el gato.

—Estoy aquí por ti, para concluir todo esto —respondió él, con frialdad.

Un avistamiento de temor debió verse reflejado en los ojos del pajarito para que los fríos ojos del gato cambiasen. El pajarito sintió una fractura en su pecho y, aunque su amiga había dicho lo mismo que Mika pero con otras palabras, el oírlo de él sonaba tan doloroso...

Respiró hondo. Su respiración era quebrajada por el nudo repentino en su garganta.

—¿De verdad quieres terminar todo esto? —preguntó el pajarito, oyéndose temerosa de la respuesta que el gato se aprontaba a decirle.

Él guardó silencio por un momento, y luego negó con su cabeza en respuesta. Esa no era una respuesta que esperaba obtener de ella, ni tampoco el desenlace que esperaba para su libro, aunque unos segundos creyó que así sería, pues estaba resignado a un desenlace inventado por él.

¿Acaso el pajarito le estaba dando una nueva oportunidad? ¿Después de todo, su peculiar historia no acabaría allí? Tenían muchas cosas que contarse y Mika lo supo. Agarró a Astrid por el brazo, en uno de sus arrebatos que sólo ella lograba sacar, y la llevó hasta su auto. Condujo hasta cualquier lugar, con el pajarito de copiloto.  Su pregunta lo había dicho todo, pero debía responder algunas interrogantes. Necesitaba confirmarlo del todo. Confirmar que no era imaginación suya. Ambos estaban incrédulos de su reencuentro, pero lo que pasó después lo concilió todo. La canción que rondaba por la cabeza del gato volvía a escucharse por la radio, como un indicio de lo que se avecinaba. Y aunque la canción relataba sobre una relación que no funcionaba más, tenía la esperanza —porque el pajarito se la había dado— de que pudiesen a estar juntos.

Muchas historias por contar, muchos acontecimientos que desmentir, muchos sentimientos reencontrados que expresar. Allí, en el crepúsculo de la tarde, ambos miraron en dirección al mar. No había necesidad de decir palabras, sus mirabas los decían todo. Ambos conocían cada expresión del otro.

Una brisa recorrió a su alrededor y cuando ella arregló su alborotado cabello, el gato comprobó que en su muñeca un gastado lazo la decoraba. Después de todo el tiempo transcurrido, ella aún lo conservaba. Esa demostración inconsciente del pajarito trajo de vuelta al gato; no ese felino manipulador y arrogante, sino ese sensible que tenía ojos sólo para ella.

—Astrid.

La llamó, con seguridad en su tono de voz. El pajarito apartó sus ojos del ocaso y volteó en dirección de su hablante. No hubo tiempo de decir nada cuando las palabras se vieron reemplazadas por un ansiado beso que el gato le robó. Fueron simplemente unos segundos donde pudo saborear aquellos labios, hasta que él se separó de ella, abriendo sus ojos se lentitud. Ante el asombro del pajarito por su repentina acción, un silencio sucumbió otra vez. Él buscaba su aprobación con ese beso y ella no escatimó en devolvérselo. Estiró sus piernas y se colocó en la punta de sus pies con dificultad, extendió sus brazos abrazándose al cuello del gato. Su cercanía disminuyo, y en segundos, los dos volvieron a besarse como alguna vez lo habían hecho.

Comprendió que nadie más que Mika McFly podía sacar esa parte de ella, no importaba con quién estuviese. Mika siempre estaba allí. Era la pieza que faltaba para sentirse segura y parte del mundo, porque él era parte de su cambio.

—Quédate conmigo —le pidió ella, en un corto periodo donde recobraban el aliento—. Eres la pieza que le falta a mi puzzle, Mika.

El gato miró a los ojos al pajarito y acarició sus hinchados labios rojos.

—Todos los días, Pajarito.

Así fue como una nueva historia entre los dos comenzó y no acabó hasta el día de hoy. Contra pronóstico y palabra, después de años, el pajarito se dedicó a la fotografía y el gato a la literatura. Los años que vinieron no fueron fáciles, incluso tuvieron que alejarse un tiempo, pero una fuerza sobrenatural los volvió a unir y, entonces, nunca más se separaron. Todo conspiraba para decirles que están atados el uno al otro, de alguna u otra forma. Me atrevería a decir que yo soy un motivo más por el que ambos están atados, pero no me gustaría llamarme a mí misma como una carga, sino como una testigo de su romance tan extraño.

—No sabía que los hurones divagaban —le escucho decir a papá—. Pero qué bueno que en ese barato colegio público te hagan leer buenos libros.

—Ese "barato colegio público" fue donde ambos estudiamos, Mika —recrimina mamá, con una sonrisa. El gato mira al pajarito de una forma que no logro descifrar, y luego vuelve a dirigirse a mí.

—En mi despacho tengo mi libro original, Hurón.

Tampoco tengo una idea del porqué papá me llama "hurón". No creo que la mezcla de un gato con un pájaro dé como resultado ese animal. ¿Qué puedo decir? Los artistas están locos, por eso estudiaré ciencias.

Mi nombre es Floyd McFly, aunque mis padres tienen la extraña manía de llamarme por el apodo de un animal. Tengo dieciséis, y soy la mejor prueba del dicho pasado que dice «los polos opuestos se atraen». Si no me crees, quizás también deberías leer el libro de papá.

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