Adiós.
ASTRID
Me atrevería a preguntar los motivos por los que Cassandra estaba en el club un año nuevo, sola y cómo logró esconder su celular, pero creo que no es el momento adecuado para hacerlo. A esas preguntas le buscaré respuesta más adelante, así como también el porqué James mintió para ayudarla. Creo que no es el momento de preguntar idioteces cuando los desgarradores quejidos de James son todo lo que se oyen —además del motor del auto— a estas horas. Tampoco creo que obtendré alguna respuesta de parte de los dos; quizás de Mika sí, pero como estamos ahora, dudo que se las pregunte...
—Ya casi llegamos —oigo la suave voz de Cassandra a mis espaldas.
Miro hacia afuera del auto notando con sorpresa que estamos en uno de los barrios donde siempre quise mudarme en mis vanos sueños de niñez, donde no es necesario cubrir tu casa con rejas y más rejas para estar seguros o puedes sacar a pasear a tu perro por la noche sin tener a que te asalten. Es una especie de condominio gigante con casas de ensueño, en pocas palabras. Todas y cada una de ellas está diseñada diferente e igual de gigante, incluso veo unas de cuatro pisos. Mika se detiene frente a una casa de aspecto moderno, blanca, con muchas ventanas, con dos pisos y un balcón.
—Mika, la llave está dentro del macetero —informa Gruonie, preparándose para bajar. Mika sólo asiente, echándole un rápido vistazo al herido y magullado James—. Astrid, ayúdame aquí —me ordena al abrir la puerta.
Me bajo con una rapidez alucinante. De pie —o intentado hacerlo— James pasa un brazo por detrás de mi cuello y el de Gruonie con el fin de apoyarse en nosotras para que camine. Mika sacude la llave cubierta con tierra de hojas y abre la puerta doble a tope, permitiéndonos entrar.
La entrada es incluso mucho más alucinante que la casa vista desde afuera, el estilo moderno mezclado con la madera es un deleite para cualquiera. De eso no hay dudas, hasta el living donde sentamos a James parece hecha por ángeles. Supongo que todo esto fue diseñado por la madre de Cassandra quien parecía tener buenos gustos.
No debería estar diciendo esas cosas cuando cargo a un herido...
—¿Dónde está la señora Gruonie... o tu padre? —pregunta James entre jadeos, mientras se recuesta en el sofá.
—En casa de mis abuelos —responde, acomodando su ensangrentada blusa—. Iré por el botiquín. ¿Mika, me acompañas?
Cuando los dos desaparecen por el umbral hacia un pasillo en la casa, observo con más detalle a James. Hacía tiempo en que ambos no hablamos o nos quedábamos a solas. Solíamos hablar a veces en clases y los recesos, pero últimamente sólo nos hemos limitado a hablar por chat. Fue por allí que le conté sobre los resultados de los concursos. Pienso que el estar con Mika nos ha distanciado a los dos.
—¿Esto me ha pasado por dejarlos abandonados? —pregunta, intentado esbozar lo que parece una tétrica sonrisa.
—No sabría responderte... —me encojo de hombros, escuchando de pronto una sutil melodía que proviene de los parlantes junto al sofá— ¿Te fuiste porque Gruonie pidió tu ayuda?
Asiente con lentitud, arrugando las cejas, adolorido.
—Sí —responde casi con un hilo de voz—. Creo... que fui demasiado lejos para alguien a quien digo odiar... ¿verdad? Papá me matará cuando se entere que me robaron el auto.
Le sonrío con compasión.
—Eres una buena persona, James. Y recuperaran todo, ya verás.
Cassandra aparece en el umbral con un botiquín de primeros auxilios. Se sienta sobre la mesa de centro hecha de madera oscura frente al sofá y abre el botiquín; enseñando la variedad de vendas, algodones, alcohol y todo lo que un botiquín tiene. Saca el envase marrón con povidona, extrae la tapa y le echa unas gotas al algodón.
—Me siento como una enfermera —dice, extendiéndome el algodón con povidona, pero antes de que lo agarre, lo hace a un lado—. Sonará feo y mal educado, pero debes lavarte las manos, Astrid. También podrías decirle a Mika que se apresure con esos hielos.
—Descuida, lo entiendo. ¿Dónde está el baño?
—La segunda puerta del pasillo —responde, sin apartar sus ojos de James.
Luego de lavarme las manos y babear con el baño de lujo, reviso cada puerta en busca de Mika, pero no doy con él hasta entrar a la cocina. De pie, mirando por el enorme ventanal que da hacia un oscuro patio, Mika me da la espalda. Al oírme voltea, sin embargo no hace ningún gesto además de tener una expresión seria.
—Cassandra dijo que te apuraras con los hielos —le informo, sacándome la capucha. Mika no responde. En lugar de eso, camina hasta mí, pero lo evito dando ligeros pasitos hacia el refrigerador con doble puerta—. Si no quieres llegárselos, entonces lo haré yo —espeto, observando los botones extraños que hay en una de las puertas del refrigerador de ensueño de mamá.
Busco en alguno de los cajones y dentro de las encimeras alguna fuente donde echar los hielos. Siento la mirada de Mika seguir cada uno de mis torpes movimientos como guardia de seguridad, sin emitir algún sonido o decir alguno de sus comentarios arrogantes y sarcásticos propios de él. Sólo está allí de pie, observándome como si su vida dependiese de ello. El único detalle que puedo descartar del cual no me había fijado antes es que se cambió de ropa. Ya no anda con su ridículo disfraz, sino con una ropa que le queda a la perfección. Viéndolo así vestido —y haciendo memoria de cómo es el Sr. Gruonie— puedo decir que esas ropas no son del padre de Gruonie, sino de él. Sabrá Dios cuantas veces ha estado acá o qué clase de cosas hicieron. La verdad, no quiero ni imaginar. Tampoco es la ocasión para retorcer mis pensamientos sobre Mika o sentirme mal por algo que no es de mi incumbencia.
Se puede escuchar desde el living donde Cassandra y James están, la música que acompaña mi búsqueda. Cuando por fin doy con una fuente para los hielos, me dirijo de vuelta al enorme refrigerador, pero la mano de Mika cubre los botones antes de que pueda presionarlos.
Volteo a verlo, molesta. Él presiona uno de los botones y un aluvión de hielos cae dentro de la fuente.
—Me debes la noche —recrimina con seriedad, quitando su dedo del botón.
—Ahora no, Mika —me apronto a decir—. James necesita ayuda.
De vuelta a la sala, escucho que los dos están susurrándose cosas que no logro entender, pero basta con sentir cómo está el ambiente para comprobar que hay algo más oculto entre ellos. Debo carraspear para que ambos noten mi presencia en el lugar.
—¿Dónde está Mika? —pregunta Cassandra, recibiendo los hielos y envolviéndolos en un paño— ...No me digas que se ha ido.
Niego en respuesta, sin decir más.
—Seguro no le gusta ver sangre —comenta James con sarcasmo, intentando reír.
Cassandra lo reprende con una mirada fría, luego se dirige a mí cambiando su severa expresión.
—Si quieres puedes quedarte a dormir —sugiere con amabilidad—. Mis padres no llegan hasta mañana por la tarde.
—Gracias pero... tengo cosas que hablar con Mika.
MIKA
Solía frecuentar la casa de la Ardilla cuando el viejo estaba en mi casa y no podíamos tener sexo allí, así que cuando sus padres no estaban en casa, ella y yo no poníamos reparos para acostarnos por mero gusto de vez en cuando. Por esos motivos y muchos otro más, Gruonie tenía guardada en su closet ropa que nunca recordé tener. Podría llamarle suerte que la Ardilla tuviese mi ropa de ya hace tiempo guardada, de otra forma, continuaría con el incómodo disfraz que comenzaba a romper con mi paciencia el rechinido de éste con cada paso que daba.
No sé si habrá sido eso u otro motivo el que me tiene con deseos de ver arder el mundo. Tal vez es fue la inoportuna llamada de Gruonie pidiendo ayuda. No podía negarme en ayudarla, tampoco en traer consigo al Perro. No soy un desequilibrado inhumado después de todo. Lo que realmente me molesta es que las horas sean absorbidas y cada vez quede menos tiempo para pasar con Pajarito.
Una noche. Eso fue todo lo que pedí, mas creo que así no lo quiso la fuerza sobrenatural que se encarga de mantener al margen a Astrid de mí.
Abro el ventanal y camino hacia el patio que es iluminado por una escuálida luz bajo el balcón. Los padres de Gruonie son unos ambiciosos de la música y tienen parlantes hasta en el baño, por lo que no me sorprende dar con dos parlantes en la pared de porcelanato blanco. La melodiosa canción de antes se vuelve cada vez más baja, hasta quedar en nada, sumiéndome en un silencio casi trágico de sentir para estas fechas. Meto mis manos a los bolsillos, preguntándome qué estarán haciendo mis amigos, Ashley o cualquier conocido.
—Creo que desde aquí no se pueden ver las estrellas... —La voz de Pajarito irrumpe en mis pensamientos. Llega a mi lado y mira hacia el oscuro cielo—. Está demasiado nublado por culpa de los fuegos artificiales.
—¿Cómo está el Perro? —pregunto, girándome hacia ella.
—Se pondrá bien —responde girándose hacia mí, quitándose la capucha—. Mika, yo-
Una nueva canción interrumpe sus palabras y parece prestarle suma atención. Se queda unos segundos inmóvil, mirando hacia un lado hasta que posa sus ojos sobre mí. Hace una mueca disponiendo a volver dentro, pero la retengo del brazo, obligándola a ponerse frente a mí, esta vez, más cerca. La canción lenta parece perfecta para la ocasión. Coloco mis manos en su cintura deslizándolas hacia su espalda para tenerla aún más cerca. Ella no dice nada; en lugar de eso, extiende sus brazos y entrelaza sus dedos detrás de mi cuello, mientras nuestros cuerpos se mecen de lado a lado, guiados por la canción, coordinado como si fuesen uno.
«You're so dark» repite la canción, y ella parece recitarla en voz baja. Apoya su cabeza sobre mi pecho y desliza sus manos hacia mis hombros. Quito mis manos de su cintura para tomar las suyas, tomando algo de distancia sin dejar de mecernos. Suelto una de sus manos y alzo la mano que sostiene la suya para que ella de vueltas sobre sí, esbozando una sonrisa. De nuevo de frente, me apronto quitarle las gruesas gafas sin perder el ritmo de la canción. Me inclino hacia ella y beso sus labios... Una, dos, tres veces, sin ver que ella los rechace. Vuelvo a aproximarme a sus labios, pero esta vez es ella quien toma la iniciativa y me besa. Noto como sus manos bajan hacia las mías en busca de sus gruesos lentes, arrebatándomelos de golpe.
—Lo siento, Mika —musita sobre mis labios—, pero debemos parar aquí antes de complicar más las cosas. Así será más simple separarnos.
—No hagas eso, por favor —mascullo, reteniéndola entre mis brazos—. No te vayas, te necesito aquí. Tú me haces una mejor persona.
Toma mis manos en un intento de soltarse.
—No hagas más difícil las cosas... Sólo es cuestión de ver qué clase de relación llevamos para saber que tú y yo no congeniamos, menos lo haremos teniendo una relación a distancia. No quiero sufrir otra dolorosa separación, así que... por favor, déjame ir.
La suelto enseguida. No sé en qué momento la canción ha parado, ni hace cuanto tiempo Gruonie ha estado de pie observándonos desde la cocina. Todo se siente amargo e inexplicablemente opaco. Astrid se coloca sus lentes y me mira piadosa.
—Adiós, Mika —murmura, adentrándose en la casa.
La sigo con los ojos hasta que se pierde por el oscuro pasillo.
—Adiós, Pajarito —pronuncio, volviendo a meter mis manos en los bolsillos.
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