El Niño Del Cementerio
EL NIÑO DEL CEMENTERIO
Era el día de las madres, y fuí con mi niño de cinco años a visitar la tumba de mi madre, a dejarle flores, a pedir por su el descanso de su alma, y que nos proteja de cualquier mal. Todo estuvo tranquilo, comimos algo por allí, sin embargo, algo extraño ocurrió, mi hijo me dijo algo, que me dejó perturbada: «Mami, hay un niño que me mira, y nos está siguiendo». Yo sólo le pregunté dónde estaba, yo no vi a ningún niño detrás de nosotros, mi hijo comenzó a señalar con su pequeña mano, pero aún así no vi nada.
Los días pasaron de lo más normal, yo iba a trabajar durante el día, mientras mi hijo iba a su escuela, y lo recogía en la salida, y juntos volvíamos a casa. Luego de dos semanas, escuchaba a mi hijo jugar y hablar con alguien, me pareció extraño , ya que sólo vivimos los dos, fui a revisar y lo encontré jugando con sus soldaditos; cuando le pregunté con quién conversaba, me respondió: «Es el niño del cementerio, dice que quiere ser mi amigo».
En ese momento se me heló la piel, y me quedé muda por unos momentos, observando como él continuaba jugando y conversando con algo que no era capaz de poder ver, al volver en mí, le pregunté si él podía verlo, obteniendo un «Sí». No supe qué hacer con esa situación, solo pensé quizá sea un amigo imaginario, seguramente, con los días se le pase. Pero no fue así, todo comenzó a empeorar.
El comportamiento de mi hijo cambió, ya casi no hacíamos nada juntos, siempre que quería jugar con él, no quería, se la pasaba horas encerrado en su habitación jugando con su amigo. Poco a poco fue perdiendo el apetito. La profesora del colegio me mandó un citatorio debido a algunos problemas que ocurrían con mi hijo. Problemas de falta de atención, sus notas bajaron, no realizaba sus tareas en clase.
Decidí llevarlo con un psicólogo, pero poco pudo hacer, sólo se limitó a decirme que es normal que los niños a esa edad tengan amigos imaginarios, y que sufría de TDAH, trastorno de déficit de atención con hiperactividad, y que debía seguir llevándolo para que mejore. Pasaron dos meses y no había una mejoría en él.
Un domingo, sorpresivamente mi hijo volvió a ser el mismo niño de antes, me llamaba mami, mami, a cada rato; quería jugar conmigo, me decía que tenía hambre, y que le prepare algo. No saben la felicidad que sentí en esos momentos, no quise preguntar por su amigo, tenía miedo de que volviera a comportarse frío conmigo, pero esa alegría no duró mucho, esa misma tarde cerca de las seis, corrió a abrir la puerta de la casa, y se quedó mirando a la nada, me acerque a preguntarle que ocurría, y su respuesta fue tan espantosa que hasta el día de hoy sigo teniendo pesadillas de aquella tarde imaginando lo que él pudo estar viendo en aquel momento: «Mi amigo fue a buscar a sus otros amigos del cementerio, ahora están afuera, esperando a que salga a jugar con ellos. Quieren llevarme al cementerio a jugar».
Mi mente comenzó a imaginar el jardín lleno de niños que quizá habían muerto hace mucho tiempo, y por alguna razón vinieron a llevarse a mi hijo. Cerré la puerta con fuerza, eché llave, cargué a mi hijo en brazos, y fuimos a mi cuarto, del cual no salimos, por momentos asomaba la mirada por la ventana que da justo al jardín. Comencé a rezar, a pedir que por favor no se lleven a mi hijo. Por momentos escuchaba golpes y ruidos en la puerta, como cuando alguien quiere entrar a la fuerza. Yo solo rezaba con más fuerza. Mi hijo me preguntaba que ocurría; solo me limité a decirle que se quedara tranquilo y que íbamos a jugar a las escondidas, y que nos quedaríamos en el cuarto.
Al anochecer, el sonido de la puerta era más fuerte, y más continuo; prendí la televisión y puse el volumen alto, para hacer de cuenta que nada ocurría. Entonces mi hijo sin darme cuenta se acercó a la ventana y me dijo: «Mami, hay una señora con un palo que está golpeando a los niños, mira». Me acerqué a la ventana, pero no podía ver nada, le pregunté a mi hijo cómo estaba vestida esa señora, y no pude evitar llorar, porque me describió exactamente cómo estuvo vestida mi madre, cuando la enterramos...
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