7. Te quiero.


   Es 25 de diciembre, estoy sentada en la sala de estar con una copa de vino en las manos, un abrigo enorme en gris, un chándal a juego, y justo, detrás de mí, el árbol de navidad. Observo como la nieve cae despacio desde la ventana, distraída y me pregunto el porqué de encontrármelo tanto. ¿Por qué el karma hace que nos encontremos? ¿Qué sucede? ¿Quién es? Solo sé su nombre, Adam, ah y que folla a lo bestia, además de provocarme sensaciones únicas.

   —¿Puedo sentarme? —me pregunta mi cuñada sacándome de mis pensamientos.

   —Claro.

   Le digo con una sonrisa. Me observa y sigo con la mirada fija en el exterior.

   —¿Qué pasó anoche? —la observé con un poco de dudas. —Adam, ¿recuerdas?

   Río un poco.

   —Nada.

   —No te preguntaré nada, sólo te diré que él también negó todo lo que preguntamos, y sé, que sí se conocen. —me dice con una sonrisa cómplice.

   —Es un poco complicado.

   —Me imagino, Adam es la complicación en persona. —nos reímos un poco juntas. —Pero era el único amigo follable que tenía. —volvemos a reír. —Sólo quiero que ambos sean felices, se lo merecen.

   Solo acepté con la cabeza y me guardé mis dudas. No quiero saber más nada. No quiero que esto se vuelva más complicado de lo que ya es.

   Todo el día ha transcurrido así, en silencio, solo las risas de la familia reunida en el salón y yo aquí, quieta y sentada en la ventana de mi habitación, dejando que el vino domine mi cuerpo. Siento dos golpes en la puerta de la habitación, pero no desvío la mirada.

   —Adelante... —debe ser mi cuñada con otra copa de vino. —¿Sabes? A veces logra ser tan oscuro. Tan impredecible, que temo de él. De su forma de ser y de... —giro mi cabeza y le veo. —¿Qué haces aquí? Estás loco.

   Me levanto y cierro la puerta de la habitación con seguro. Solo sonríe. Lleva un pantalón oscuro, un abrigo, una bufanda y una chaqueta por encima. En su cabello se puede notar un poco de nieve, muy diminuta. Su nariz está un poco roja, y...joder...no deja de estar hermoso.

  —¿No vas a hablar?

   —¿Qué quieres que te diga? —sonríe y se acerca un poco.

   —¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?

   —¿Eso importa? —se queda de pie delante de mi cuerpo y eleve un poco mi rostro para verle mejor.

   —¿A qué has venido?

   —Tengo un lugar que quiero enseñarte. —se gira un poco y comienza a observar con cuidado todas las cosas de mi habitación.

   —¿Una cita?

   —¿No te gustan las citas? —me observa. —Las citas, me agradan.

   —A mí no. —miento y sonríe.

   Me acerco al armario y agarro ropa, me desnudo despalda a su cuerpo.

   —Entonces no será una cita. —por el espejo veo que no deja de observarme y coincidimos. —Si te tardas más yo... —me acerqué a su cuerpo.

   Estaba sentado en el borde de la cama y me senté sobre él desnuda. Agarré sus manos y las coloqué en mis caderas, estaban un poco heladas y mi cuerpo ya ardía.

   —¿Qué sucede si me tardo? —le provoco.

   Me agarra del cabello y tira un poco de él dejando que mi cabeza se fuera completamente hacia atrás.

   —Sí pequeña, te haré todo lo que pasa por esa cabecita en este momento... —besa mis pechos con fuerza al punto de dolerme un poco, pero me gusta. —Pero, creo que no quieres que toda tu familia escuche lo que hacemos.

   Me suelta el cabello, me deja en el suelo, se levanta y se acerca a mi rostro.

   —Deja de provocarme... —agarra una de mis manos y se lo coloca entre su entrepierna quien me recibe con una perfecta rigidez. —Sé que te gusta dejarme así, pero esto, te lo haré pagar luego. —observa mis ojos y me sonrío de medio lado mientras me muerdo el labio inferior.

   No digo ni una sola palabra. Solo lo observo. Y él a mí. Me deja un beso en la frente y eso me sorprende un poco.

   —Te espero abajo, no te tardes. —me susurra.

   Se marcha. Dentro de mi algo está estremecido y no sé qué es. ¿Qué nos sucede? ¿Qué será lo que quiere mostrarme?

   Al bajar, encuentro a mi hermano en la sala de estar junto con Adam y mi cuñada, justo antes de acercarme me rapta por unos minutos.

   —Que emoción. —me dice en un susurro. La observo con un poco de dudas. —¿No te ha dicho?

   —No, ¿a dónde me lleva?

   —Ah, no. No puedo decirte.

   —Cabrona. —le digo con una sonrisa. —Soy tu cuñada.

   Rie un poco y hace un gesto con la mano como si cerrara su boca con un zipper, volvemos a reír y llegamos a donde estaban los dos.

   —¿Nos vamos? —digo con una sonrisa.

   Adam me examina con la mirada, llevo unos jeans negros, unas botas altas con un pequeño tacón cuadrado hasta la rodilla en un tono café oscuro, debajo del abrigo del mismo color de las botas llevo un suéter negro cuello de tortuga. Me he hecho una coleta alta y mis labios los he pintado en un tono rosa pastel que hace que resalte un poco mis ojos pardos claros. Le devuelve a mi hermano el vaso que lleva en las manos y nos despedimos en la puerta.

   No he hablado en todo el viaje en auto, observo un poco por el cristal de la ventanilla, me siento tranquila y un poco nerviosa. Llegamos a la gran mansión donde hemos estado ayer, nos bajamos y sonríe.

   —¿A dónde me llevas?

   —Ya lo verás.

   Está feliz. Yo le sigo. Tiene el rostro iluminado. Está ansioso y también nervioso, creo que tiene un poco de miedo de que no me guste lo que sea que quiere mostrarme. Rodeamos la casa, salimos al jardín trasero, todo está cubierto de nieve. Un hombre con la cabellera blanca le entrega a Adam dos cabellos, uno negro, completamente menos su cabello y su montura que eran blancas. Me observa, mis ojos estaban todavía en el otro animal. Era completamente blanco, hasta sus pestañas y en mi vida había visto un caballo albino, solo en revistas, pero nunca los había tocado. Me sombro, me río y me emociono. Por dios, este era mi gran sueño.

   —¿Quieres montarlo? —me pregunta.

   No tengo palabras para responder. Los ojos le brillan, emocionado por mi reacción. Me ayuda a subirme y luego se sube en el suyo. No dejo de acariciar a Sugar, el primer caballo albino que he visto en persona, que hermoso es. Distraída me encontraba que no había percatado que me Adam me ofrecía el casco y los guantes de cuero. Me los coloco, ambas cosas con cuidado. Nos observamos, nuevamente. En sus labios todavía no se había borrado la sonrisa.

   —¿Preparada? —me dice.

   —¿Para qué?

   Ríe un poco. Me acaricia en muslo con una de sus manos y observa al frente. Se alejó rápidamente sin avisas, y le seguí de inmediato.

   —¡¿Qué haces?! —le grité emocionada.

   —¡Sígueme! —me contesta.

   Cabalgábamos a toda velocidad. Me he percatado que hemos salido de la propiedad por la parte trasera y estábamos siguiendo un camino entre los árboles y la nieve. Me adelanté, y al pasar por su lado le sonreí. Cabalgamos pocos minutos ya que al observar al frente encontré una casa, antigua, enorme y abandonada, tenía dos pisos y se veía desolada, lo que hacía que pareciera tan atractiva y tan, no lo sé. Me llamaba la atención tener un lugar en donde pueda estar alejada del mundo.

   Llega despacio a mi lado, no dejo de contemplar la hermosa casa. No dice nada, solo se adelanta despacio. Luego de dejar los caballos en el establo nos adentramos en la propiedad. La luz tembló un poco cuando la encendió. Todos los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas.

   Me quedé allí parada, mientras él se perdió entre la oscuridad de las otras habitaciones. El árbol de navidad estaba intacto, con sus decoraciones y un poco de polvo, me acerco a él y al encontrar el cable de las pequeñas bombillas lo encendí. No tenía nada, no era muy grande, pero algo me atraía. Me recordaba a Londres, a mi niñez y mis navidades, esas que de pequeña me pasaba horas sentada con los pies cruzados solo observando el árbol. Esas navidades en familia tan comunes y especiales.

   —¿Todo bien? —escucho a Adam detrás de mí y al girarme lo encontré con un candelabro de cuatro velas encendidas. Le respondí con un movimiento de la cabeza. —Creo que la iluminación de la primera planta está un poco afectada. Voy a buscar un poco de madera al sótano para encender la chimenea, ¿vale?

   Volví a responder con un gesto, sonrió y se acercó a mi cuerpo, me dejó un beso en la frente y me susurró un "Vuelvo enseguida". Antes de salir por la puerta me ofreció el candelabro, con lo que fui alumbrando el camino hacia la segunda planta. Encendí las dos lámparas pequeñas de los costados de la cama ya que la luz principal estaba dañada.

   La luz era tenue, y hacía que todo quedara en un ambiente acogedor. Era muy espaciosa la habitación. Se encontraba una bañadera blanca, de las antiguas. Una gran parte de la pared era de cristales, cueles me permitían ver el bosque bañado de nieve. Un armario con ropa de cama, toallas, un enorme oso de peluche cubierto de plástico, y más sábanas. Cerca de los cristales había abrigos colgados en un pequeño colgador que llevaba ruedas.

   Seguí inspeccionando, entré por una puerta y descubrí el cuarto de baño, la bañera estaba adornada con baldosas con imitación a piedra, un enorme espejo horizontal encima de dos lava manos, un inodoro y un armario, cual contenía fotografías escondidas detrás de toallas dobladas. Agarré una fotografía, era un poco vieja, al parecer es su familia. Dos niños, una con coletas rubias un poco más grande que el otro, que vestía con unos pequeños shorts de rayas, un pulóver blanco metido por dentro y una gorra oscura, ha no puede faltar esa sonrisa tan suya y en ese entonces le faltaban algunas piezas a su dentadura. Reí un poco. Detrás estaba una mujer sonriente, muy parecida a él, con el cabello rojizo como el mío y un vestido blanco con lunares verdes. El hombre de cabello oscuro que se encontraba a su lado debe ser su padre, junto a ellos estaban dos cabellos hermosos a cada lado de la fotografía.

   Pude observar que hay otra fotografía y la agarré. Me asombré un poco, estaba Adam, al lado de una chica sonriente vestida de novia. Él la besaba en la mejilla mientras sonreía, vestía de traje y algo dentro de mí se rompió un poco. Mis manos temblaban y quise no haber abierto ese armario nunca.

   Cerré el armario rápidamente con manos temblorosas. Me desesperé. Me observé en el espejo y me pregunté, ¿qué hago en este lugar? Respiré profundo. Encendí el agua caliente. Me introduje y dejé que me empapara después de desnudarme. ¿Por qué no salgo corriendo? ¿Por qué estoy decepcionada y no enfadada?

   —Hola... —le escucho decir cuando me estoy secando mi cabello cubierta con una toalla. —Ya veo que te has acomodado bien.

   Sonríe, todavía está feliz. Sonrío sin decir nada.

   —En los cajones del baño hay ropa limpia, puedes tomar la que quieras. —se queda observándome mientras camino de regreso al cuarto de baño. —Penny... —le observo. —¿Estás bien?

   Respondí con una sonrisa y comentó que preparará algo en la cocina. Pronto la noche se hizo paso, y yo estaba vestida con una enorme sudadera de hombre en gris y un chándal negro. Estoy abraza por su perfume. Su olor. Llevo el cabello aún mojado, y sentada en el borde de la cama agarro el libro que se encuentra encima del pequeño mueble que lleva una de las lámparas del lado izquierdo de la cama, "Orgullo y Prejuicio" leo en la portada y puedo notar que es original y muy antiguo. Lo dejo donde estaba y encuentro dentro del cajón varias cosas, una de ellas en una pequeña caja blanca algo dañada y sucia por el polvo, la agarro y encuentro un anillo de oro con cuatro diamantes blancos. Está casado, o lo estuvo, lo sé por el grabado que lleva el anillo. Cosa que no quiero volver a leer.

   Dejo todo en su lugar y encuentro el otro anillo, sencillo, de oro con un solo diamante con corte rectangular y un el mismo grabado, "Adam y Eva", tallado justo en la parte interna como en el anterior.

   Escucho pasos subiendo las escaleras y cierro todo rápidamente. Agarro el libro y finjo estar ojeándolo cuando aparece, le observo, aún traía su sonrisa y me dice que la cena está servida.

   Nos sentamos juntos frente a la chimenea, el frío se sentía por lo que después de la cena nos hemos quedado aquí, me ha traído una manta gruesa en un tono rojo oscuro que me ha dejado encima de los hombros. El silencio ha estado todo este tiempo, solo bebemos vino y no dejo de observar el fuego. Estoy metida en mi mente junto con todas las preguntas que ella se formula, ¿qué hago aquí? Todavía me pregunta. Estoy un poco confundida. Tengo un poco de miedo, pero miedo de enamorarme. De quererlo. De obsesionarme con su manera de ser y de lo diferente que me siento a su lado.

   —Has estado callada toda la noche. —le escucho decir.

   Le observo. Tiene en la mirada un poco de preocupación. No sabe qué hacer ni lo que decir. Tiene un poco de miedo a mi respuesta. Lo contemplo. Lo examino. Si le pregunto por ella, ¿me dirá la verdad? No deja de observarme. Por una parte, quiero preguntar. Saberlo todo de él. Pero no quiero contarle mi vida. Al mostrar tu pasado, creas un lazo. Una conexión que, tengo miedo a tener con él. Tengo miedo de saberlo todo y arrepentirme. De que comience dentro de mí un sentimiento que no quiero tener. Que no debemos tener. Esto es solo, no sé cómo llamarlo, ¿follar? Sí, solo eso.

   Dejo mi cabeza sobre su hombro, aún observo el fuego y suspiro hondo.

   —No quiero hablar sobre eso. —digo y él no dijo nada.

    "Me despierto. Bajo las escaleras y todo estaba oscuro.

   —Adam. —escucho gemidos. —¿Adam?

   Todo se ilumina y encuentro a Adam follando con aquella chica encima del sofá. Se sorprende al verme. Lloro. Me marcho. Con los pies descalzos corro por la helada nieve, Adam me perseguía y me pedía que me detuviera. No dejo de llorar. Y no me detengo. Estaba helada. Hacía mucho frío. Corría y corría. Mientras lo hacía miré hacia atrás y caí en un agujero sin fondo.

   —Penny... Penny..."

   Abro los ojos después de brincar un poco por el sueño. Le observo. Me lleva en sus brazos y me deja en sobre el colchón, me he quedado dormida. Me deja un beso en la frente, otro en la punta de la nariz y le agarro la mano cuando se va a marchar. Toma asiento a mi lado y me levanto, me siento justo frente a él, me observa y sin decir nada le beso los labios. Despacio. Cierra los ojos y al separarme los abre lentamente. Nuestros ojos no dejaban de gritar el miedo que teníamos a ese algo más que nos costaba tanto. Con mis manos me deshago de su abrigo azul oscuro y acaricio con mis dedos parte de su pecho y su abdomen, notando que asiste con frecuencia al gimnasio. Agarro sus manos y las coloco en la piel de mi cintura, lo observo, me acerco a besarle y eso hace.

   Mis manos acariciaron su espalda. Besaba con cuidado mi piel. Ambos quedamos con los torsos desnudos. Mis pezones de endurecieron justo al quedar desnudos. Los besó con cuidado, mi piel se erizaba, todo mi cuerpo se contraía. Quitó mis bragas con cuidado, y justo después, con cuidado, nos deshacíamos de sus prendas inferiores. Besé su piel, sus espacios y sus ganas.

   Ambos estábamos desnudos en cuerpo y alma, uno sentado frente al otro, con los sentimientos ardiendo y las ganas ahí, observándonos. Sus manos bajaron lentamente hasta mi sexo, no dejaba de observarle. Sus dedos bailaron por mi clítoris haciendo que toda la zona de humedeciera. Me arqueé. Me subí sobre su cuerpo y comenzó a penetrarme con sus dedos. Coloqué mis manos en su cuello y llevé sus labios a mi boca. Los gemidos contaminaban el lugar y justo ahí, cerca del precipicio, me dejé caer.

   Mis dedos se quedaron clavados en la piel de su espalda, y me di cuenta que le lleva tatuada completamente con colores llamativos. Volví a observarlo. Mordí un poco sus labios y poco a poco su miembro comenzó a entrar dentro de mí. Su cuerpo me poblaba completa.

   Moví mis caderas. A un ritmo constante. No existía desesperación esta vez. Sus manos no dejaban de acariciarme. Y sus ojos de observarme.

   —Adam... —gemí.

   Su mirada estaba fija en la mía al abrir los ojos.

   —Penélope... —le escuché decir entre jadeos.

   Aceleré un poco los movimientos con la ayuda de sus manos. No dejábamos de observarnos así de cerca. ¡Joder! Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y sus dos últimas embestidas me dejaron saber que se había ido conmigo. Me sonríe. Al igual yo. Nuestras respiraciones estaban entrecortadas. Dejé mi frente apoyada en la suya y cerré los ojos justo detrás de él. Descansábamos un poco y creo que tengo dos palabras atoradas en la mente.

   "TE QUIERO"

   Y salió tan especial, tan único. Tan coordinados. Tan perfectos. Abrirnos los ojos un poco sorprendidos, reí y nos besamos nuevamente, como si nos curáramos las heridas.


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