27. Besos Innovadores.
—¿A dónde vamos en esa cosa? —le digo con una sonrisa en los labios observando su lujoso auto amarillo pollo convertible que llamaba mucho la atención.
—¿Cosa? ¿Tú has mirado bien? —se levanta del asiento del conductor un poco asombrado por mi falta de interés.
Me rio un poco. Me gusta verle alegre y emocionado.
—¿Cómo no podrías darte cuenta de la hermosura que tienes enfrente? —me burlo en vos alta cuando le veo bajarse de un salto del auto y acariciar el asiento mientras decía la frase.
—Los Porsche son unos de mis favoritos, aclaro. —dicto bajando las escaleritas hacia el suelo empedrado mientras buscaba mis lentes de sol.
Hace un día estupendo para salir. ¿Qué tendrá en mente?
—Porsche 911 Turbo S 2019. —lo observo. —No es cualquier Porsche.
—Wao.. ¿Ya le pusiste nombre? —le dedico una mirada con los lentes de sol ya puestos y le sonrío. Sarcasmo puro —¿Nos vamos?
Le dejo un beso en la mejilla y rodeo el auto ocupando el asiento de copiloto. Me observa con una sonrisa y con las manos en las caderas.
—¿Qué?
—Tengo que pensar en un nombre para él. —toma asiento al volante.
—¿Para él?
—Sí, tiene que ser un nombre perfecto. —estaba un poco perdida, pero caigo en cuenta cuando le veo acariciar con las manos el retrovisor.
—Por dios. —exclamo riendo. —¿Estás bromeando?
Bajo un poco los lentes de sol por mi nariz y le observo aun sonriendo.
—No sería el primero. Todos los famosos lo hacen. —gira la llave y el motor comienza a rugir. Me observa por un momento un poco pensativo. —Creo que Thomas Shelby le quedaría perfecto. ¿Qué crees?
Exploto de la risa. ¿Cómo se le puede ocurrir tal cosa?
—Cillian Murphy no estaría nada contento con tu idea. —vuelvo a burlarme.
—Podrías no burlarte. Hablo muy en serio. —protesta un poco lanzándome una mirada seria fingida.
—Primero, Thomas Shelby es un clásico nombre para algo mejor que un auto, además de que no serias el único que lo usaría. Hasta yo le pondría ese nombre a algo... —me interrumpe con una mirada con significado “Ves, me das la razón” —Pero no creas que se lo pondría a un Porsche, por más lujoso que fuese. Le quedaría mejor a un SHIBARI Lapereau.
Nos pusimos en marcha, mientras seguíamos conversando sobre el tema.
—A un, ¿qué? —pregunta asombrado. Me rio. —¿Qué es un Shibiri Lapi…?
No puede terminar la palabra y me burlo de nuevo de su mala pronunciación y de su inocencia.
—SHIBARI Lapereau. Y no quieras saber que es. —me observa confundido por mi intriga. Le observo. —¿Qué? Otra cosa, ¿por qué tiene que ser “Él”? Es brillante. Hermoso. Vaporoso. Sexy. Sensual. Y todas esas cualidades las tiene una mujer.
Vuelve a observarme confundido. Me sonríe por un momento y sé que soltará algo raro. Lo presiento. Sé que me hará reír. Lo tiene dibujado en el rostro. Por cierto, está hermoso esta mañana. El cabello desordenado le queda perfecto. La piel le brilla más que nunca. Y esos lentes de sol le quedan de muerte. Es que su sonrisa es perfecta, joder. Llega a mi cabeza recuerdos de la escena de anoche y un escalofrío intenso corre bajo mi piel lentamente.
—Creo que hemos tenido nuestro primer desacuerdo matrimonial.
Vuelvo a reír como una loca y el aire me desordena el cabello. Pero, ¿qué dice? ¿De qué habla? Está completamente loco.
—No nos ponemos de acuerdo en el nombre de nuestro primer bebé. Es normal que suceda. —termina la frase y no puedo dejar de reírme.
—Respóndeme una cosa, ¿te consideras machista? —me observa pensando internamente para darme la respuesta.
—¡No! Absolutamente, no.
—Ok, ¿sabes que gran mayoría de las mujeres en los matrimonios modernos son las del carácter más fuerte? —me observa confundido y para no enredarlo aún más sigo con mi idea. —Problema resuelto. Ya tengo el nombre perfecto. —suelto al fin.
—Ilumíname. —soltó al detenernos en un semáforo.
—Mona-Lisa. —me observa con una mueca de desagrado en su rostro. —¿Qué? Le queda perfecto.
El semáforo cambia y volvemos a incorporarnos a otra avenida. Hay tráfico.
—Mona-Lisa no es un bonito nombre para un Porsche Amarillo 911 Turbo S 2019.
—Thomas Shelby es el nombre perfecto para un SHIBARI Lapereau. —declaro.
Nos observamos por un momento mientras conducía, llevaba una pequeña sonrisilla de pequeño en los labios. Claro que no sabía que era esa cosa rara que mencionaba. Y yo, no le iba a decir. Hace meses que deseaba por tener uno, no le iba a confesar aquel sueño a la primera.
De pronto comenzaron aparecer personas. Buscamos donde aparcarnos y supe que habíamos llegado cuando me sonrió antes de abandonar el auto. Me ofreció el brazo, coloqué el mío en él y caminamos hacia la entrada. Todos entraban por una enorme puerta de origen asiático de color verde y rojo. Al entrar, un chico con uniforme comenzó a agrupar a las personas y Christian me pide unos minutos para acercarse a él. Se saludan, por un momento este se aparta y ambos me observan sonrientes. Vuelven a estrecharse en un abrazo como despedida.
Victorioso, aquel hombre hermoso con quien compartía estos últimos días, se acerca hacia mi cuerpo y me guía en dirección contraria del grupo. Haríamos un tour privado, pero solo nosotros. Estaba contento, no paraba de reír.
—¿Cómo lo has conseguido? —se gira hacia mí y me sonríe.
Entramos a un pasillo con menos luz, paredes rojas, suelo alfombrado rojo y sus bellos ojos. Su sonrisa. Y su cuerpo. Joder, me lo follaría justo aquí. No me interesa.
—Pequeños trucos.
—¿Y en dónde estamos? No me has dicho.
—Ya lo sabrás. —le escucho decir y comenzamos a alejarnos de varias puertas.
—Gracias por alargar aún más mi intriga. —protesto un poco. —Joder, suelta ya que te traes.
Se detiene. Me observa. Sonríe un poco.
—Tranquila, no te follaré aún… —lo observo, sonrío. No puedo evitar observarle la entrepierna y desear muy dentro de mí que la tuviera a punto de reventar. —Lo que quería mostrarte está justo detrás de esta puerta.
Nos quedamos un buen tiempo observándonos, se sentía la energía sexual en el ambiente. Abre suavemente la puerta sin dejar de observarme. Me acerco poco a poco, ya podía sentir la intensidad de su perfume. Cierra un poco la puerta justo cuando voy a entrar a la otra habitación. Levanto la mirada hacia sus ojos, estábamos demasiado cerca. La distancia entre nuestras respiraciones era terriblemente pequeña.
—Lástima. —le dejo muy cerca y atravesé la puerta.
Una sala terriblemente enorme, repleta de sillas forradas de terciopelo rojo vino y con un telón justo en frente me da la bienvenida. Me giro asombrada, está justo en la puerta con una sonrisa en los labios. Doy un pequeño grito de alegría. Con pequeños pasos apresurados subo al telón y le veo acercar. Joder, nunca había estado de este lado en ningún teatro.
—Es hermoso.
Lo analizo todo. Limpieza perfecta. Ordenado. Cuidado. Respiro profundo, creo que huele a rosas. Maravilloso.
—¿Dónde estoy? ¡Qué lugar más increíble! —suelto emocionada.
—Estás en el gran Teatro Chino de Los Ángeles… —tomo asiento en el borde con los pies hacia afuera mientras lo observaba. Me gusta verle hablar sobre cosas que conoce. — Sir Grauman, un gran empresario soñador, luego de su viaje a China quedó enamorado de aquella impresionante cultura… —se tomó un tiempo para respirar y analizarme, sabía que quería más. Estaba deseosa por seguir escuchándole. —Después de 18 meses de obras y, con solo un presupuesto de 2 millones de dólares, algo increíble para su época, el Teatro Chino abrió sus puertas el 18 de mayo de 1927 con el estreno de la película “Rey de Reyes”. Con su apertura llegó el cambio definitivo de la industria del cine del centro de Los Ángeles a Hollywood. —abro los ojos como platos. Observo el techo, que emocionante estar aquí. —Actualmente es visitado por más de cuatro millones de visitantes cada año.
Nos quedamos en silencio. No ha borrado su sonrisa.
—¡Wao! ¿Cómo sabes todo eso?
—Google, es de gran ayuda. —me guiña un ojo y río.
Coincidimos. Nuestras miradas se cruzaron nuevamente. Nos quedamos justo ahí. Sus ojos estaban en los míos. El calor subió a mis mejillas. Sonreí. Me siento como una niña pequeña. Emocionada. Alegre. En paz. Tranquila.
—Gracias... —le suelto con dulzura. Despacio.
—Todavía. Aún no se ha terminado el tour por la ciudad.
Me quedo quieta observándolo, ¿cómo puede ser tan perfecto?
—Oye, chica, no puede estar aquí sin permiso... —escuchamos decir a un hombre de la seguridad del lugar.
En cuestiones de segundos Christian me colocó sus manos en mi cintura y levantándome un poco dejó mis pies en el suelo. Agarró mi mano y corrimos en dirección a la entrada. Salimos del lugar riendo a carcajadas y a toda prisa. Bendita locura.
Cuarenta minutos después estábamos dentro de un enorme edificio moderno. Entramos al lobby, subimos por las escaleras eléctricas de más de treinta metros, atravesamos la bóveda de concreto ubicada en el segundo piso y entramos a la galería del tercer piso, la cual cuenta con techos altos ubicados a siete metros de altura. Muchísimos tragaluces dejan entrar la luz del sol que filtraba por la estructura en forma de exoesqueleto que envuelve al edificio.
La exhibición inaugural del museo se basaba en las colecciones de arte contemporáneo de Eli y Edythe Broad, dos de los mejores coleccionistas del mundo. Se encontraban organizadas cronológica, comenzaban con Jasper Johns y Robert Rauschenberg en los 50s y continuaba hacia el centro de la colección con el Arte Pop de los 60s de Andy Warhol, Ed Ruscha y Roy Lichtenstein. La exhibición terminó con obras de los 70s y 80s de Keith Haring, Jean-Michel Basquiat y Jeff Koons.
Justo ahora, hipnotizada por aquellas obras de arte siento el calor de una de sus manos en la mía. Le observo, me sonreía. Le dedico la mirada de nuevo a todo lo que teníamos delante.
—The Broad con once mil ciento cincuenta metros cuadrados en tres niveles. Incluyendo una galería para exhibiciones de cuatro mil seiscientos metros cuadrados de extensión, un salón para conferencias con capacidad para doscientas personas, un vestíbulo público con espacio para exhibiciones y la tienda del museo… —me observa por unos segundos, yo ya estaba boba observándole. Me sonríe, aunque creo que no ha dejado de hacerlo desde que entramos. —¿Estás bien?
Sin poder decir ni una sola palabra muevo mi cabeza en un gesto de afirmación y me aferro un poco más a su cuerpo. Tranquilamente terminamos de disfrutar de aquel lugar tan maravilloso.
Después de un buen tiempo en carretera un enorme cartel a un lado de la pista me dejó saber que estábamos en Santa Mónica. Cierro los ojos, disfruto el aire que choca en mi rostro y respiro profundamente. El olor a mar entra por mis sentidos inundándolos y le observé.
Después de casi una hora correteando por todo el parque de atracciones que allí se encuentra, nos alejamos un poco, en este instante se acerca con dos cervezas. Toma asiento a mi lado. Me quedo en silencio observándole. Me la entrega ya abierta y ambos bebimos al mismo tiempo.
—Gracias… —me observa con una pequeña sonrisa hermosa cuando termino. —Fue hermoso.
Sonríe, chocamos nuestras cervezas y ambos bebimos. Nos quedamos en silencio, incómodo. Puedo percatarme de que me está observando. Sonrío un poco.
—¿Qué miras tanto? —le vuelvo a decir con una sonrisa en los labios.
Le analizo el rostro, lleva la expresión congelada. Sus ojos no se apartaron de los míos por el transcurso de dos minutos. Algo dentro de mi comenzó a temblar.
—Christian, ¿sucede algo?
Solté preocupada. Observó sus manos y luego, justo luego, volvió a mis ojos.
—Quiero estar a tu lado por tiempo indefinido, Penélope. —me quedo un poco impactada. ¿Qué significará esa frase?
—Yo…
—No es necesario que digas nada. Es un hecho, ¿no? —se ríe un poco decepcionado mientras observaba el suelo, yo no sé qué hacer, ni que decir. —Creo que estoy sintiendo cosas, pero sé que no es el momento.
Mi cuerpo comienza a comportarse de una forma muy extraña, un nudo apareció de pronto en mi garganta, mis manos comenzaron a sudar y me temblaban hasta los pies. ¿Qué debía hacer? Dios, sus ojos, estaban ahí pendientes una vez más de mí. Esperando algo. Una señal. Una palabra. Algo. No puedo, ¿y si nos estamos equivocando? ¿Y si esto es pasajero?
Tomó un gran trago de su cerveza, sonrió con un poco de sarcasmo e ironía y le escuché decir que era hora de irnos a casa. Le seguí los pasos, como pude, estaba un poco apresurado. Todo el viaje de regreso no me dedico ni una palabra, ni una sonrisa y menos una mirada. Me sentía tan culpable que no pude ni siquiera mirarle, estoy aterrada.
Me escondo un rato debajo de las sábanas, la luz principal de la habitación está apagada y la poca luz que entra por la habitación es el reflejo de la luz del pasillo por debajo de la puerta. Abro los ojos para contemplar el cielo de la habitación, no puedo descansar. Sus palabras bailan en mi cabeza constantemente. “Quiero estar a tu lado por tiempo indefinido, Penélope” “Creo que estoy sintiendo cosas, pero sé que no es el momento”, ¿quiere estar a mi lado? ¿está sintiendo cosas? Sigo pensando que ambos no estamos preparados para algo más, ¿y si las lagunas que habitan en ese CREO nos inundan los sentimientos? ¿Y si las ganas el deseo carnal borra lo verdaderamente importante? ¿Y si nos estamos confundiendo? ¿Y…? Joder, estoy llena de dudas.
La puerta se abre despacio, siento su presencia acercándose despacio a la cama y con cuidado se colocó debajo de las sábanas. Se colocó boca arriba, le escuché suspirar y algo en la boca del estómago se me retorció, ¿nervios? Se colocó de costado frente a mi cuerpo, puedo sentir su perfume con solo respirar suavemente mientras trataba de tranquilizarme.
—¿Estás bien? —suelta al fin.
—Sí, solo un poco cansada.
Me giré hacia él, quedándonos a una distancia demasiado corta y provocadora para todo lo que estoy sintiendo. Sus ojos están muy pendientes de mí. De mis gestos. De mis ganas. De la forma en que internamente le estoy pidiendo a gritos que me muero de miedo y que me bese justo ahora. Que le quiero, pero que estoy confundida. Estira sus dedos para colocarme un mechón de cabello detrás de mi oreja, se encamina a acariciarme la mejilla con delicadeza, con suavidad, mis ojos no dejan de estar al tanto de los suyos y aquellos dos traviesos no dejaban de desear internamente a mis labios. Su mano reposa en mi rosto y con su pulgar comienza a acariciarlos, en mi interior hay demasiadas sensaciones, aunque creo que justo en este momento “demasiado” es muy pequeño como para describir lo que llevo dentro.
Me aventuro a agarrar con suavidad su muñeca haciendo que sus ojos subieran directo a los míos. “Bésame” “Sí, hazlo”, se lo repetía internamente. Por primera vez deseo tanto que alguien me bese. Que mientras lo hace me borre las dudas, y que también, me dé una esperanza de que se siente justo como yo.
Conté los segundos, sí, también fue algo innovador. Nunca lo había hecho antes, pero con él, al parecer, hasta quererle de esta forma es totalmente nuevo. Dos. Tres. Cuatro. Cin…hizo presión con su mano hacia él haciendo que sus labios se quedaran justo sobre los míos, haciendo que ese roce borrara todo lo que se encontraba fuera de esta cama, fuera de esta habitación. Justo ahora para ninguno de los dos el mundo importaba. Sus labios se abrieron para mí, introduje mi lengua con cuidado acariciando la suya y mientras nos disfrutábamos pude ver que sus ojos también estaban cerrados como los míos.
El calor que nacía en nuestra piel no era deseo, era más bien tranquilo, pausado, como si disfrutaras de una pequeña fresa con nutella. Algo diferente. Delicioso. Emocionante, pero nuestro.
Le mordí un poco el labio inferior, sonreímos mientras nuestras frentes estaban pegadas y con respiraciones aceleradas nos observamos, no me lo puedo creer.
—Me encantas. —susurra a mi rostro.
Sonreí un poco, dos segundos más tarde le dejé un pequeño beso distraído en los labios y con un pequeño movimiento acarició la punta de mi nariz con la suya mientras disfrutaba con los ojos cerrados.
—Penélope. Penélope… —aún seguía con los ojos cerrados, repetía mi nombre pausadamente, pegado a mi. —¿Qué hago?
—Te quiero, Christian.
Confieso sin pensar. Se toma su tiempo, sonríe con ojos cerrados y sin borrar aquel gesto abre los ojos directo hacia mi rostro.
—Yo te quiero aún más, Penélope.
Me deja un beso en los labios nuevamente, haciendo que la pequeña en mi interior se sintiera mucho más cómoda a su lado.
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