17. Adiós, París.

Luego de pasar la tarde escuchando de parte de todos en el set que hacemos bonita pareja, entramos al hotel y justo antes de entrar a la habitación Raimond le entrega un sobre a Christian. Les dejé solos, me adelanté y me dejé mimar un poco por un baño caliente  en la bañera, me demoro unos minutos y cuando estoy completamente recuperada cubro mi cuerpo con la toalla, del cabello caían las gotas a mis espaldas. Salgo a la habitación, encuentro la cama repleta de bolsas y tres vestidos sobre la esquina del colchón. Estaban hermosos, pero mi atención se desvió hacia Christian. Estaba junto a la ventana con un cigarrillo. No sabía que fumaba.

Me observa, llevándose el cigarrillo a los labios, con el rostro totalmente apagado. Angustiado. Le tomo la mirada por unos minutos, era ella. No salía de su cabeza. La preocupaba.

- Iremos a una fiesta.- me dice sin más, desviando su mirada hacia la ciudad.

El sol se escondía en París, el cielo estaba teñido por un hermoso color naranja. No dije nada, sabía a dónde iríamos. Terminó de fumar. Pasó por mi lado, desvió su mirada al suelo y escuché como se marchó por la puerta y me quedé con muchas dudas.

¿Qué le sucede?

Salí de la habitación, Raimond se asombró mucho al verme y en mis mejillas se alojó un calor por aquel gesto. Tragó saliva con dificultad. Llevaba mi cabello rojizo perfectamente estirado hacia atrás, lucía un vestido largo, completamente negro con escote tipo V profundo de encaje y piedras que brillaban con las luces. Me sentía incómoda, no estoy acostumbrada a este tipo de situación. No veo a Christian por ningún sitio. ¿Dónde estará?

Le busco un poco con la mirada y no le encuentro, solo estaban el rostro de Raimond que me sonríe, me ofrece su brazo y le escucho decir:

- ¿Preparada?

Con un gesto respondo a su pregunta y agarrándome de su antebrazo caminamos por el pasillo en dirección al ascensor. En cinco minutos estábamos en el parqueo, caminamos un poco y al levantar la mirada del suelo por un momento me encuentro con sus perfectos ojos azules. Estaba estupendamente, vestía un traje, negro, incluyendo la corbata y los zapatos, excepto la camisa que relucía por ser blanca. En sus dedos se encontraba un cigarrillo encendido, sus ojos mostraban asombro y lo único que le faltaba era tener la boca abierta.

No dejo de observarle. Arroja al suelo el cigarro para después matarlo de una pisada. Se acerca a nosotros, me ofrece el brazo, lo agarro y me lleva hacia la enorme camioneta negra en donde hacía unos minutos estaba recostado su cuerpo mientras fumaba. Abre la puerta para mí y sonríe, no deja de observarme como perdido en sus pensamientos, como si quisiera decir algo. Cierra la puerta despacio cuando se percata de que Raimond ya está listo para llevarnos, rodea el vehículo por la parte trasera y toma asiento justo a mi lado.

El trayecto fue rápido, Raimond es un hombre cuidadoso y experto en la carretera, en el último giro ya estábamos entrando por unos enormes portones justo después de dos autos más a una propiedad hermosísima. Raimond encontró sitio y aparcó con cuidado, nos detuvimos y fue el primero en abandonar el auto, Christian aprovechó la ocasión para agarrar una de mis manos y observarme con determinación, así como lo está haciendo justo ahora, directamente a los ojos, llegando hacia lo más profundo de mí. 

- Te ves bien con ese vestido.- sonreía hermosamente.

- ¿Lo dices para que diga lo mismo de ti?.- bromeo un poco.

- Esa era la idea.- me guiña un ojo y nos reímos juntos.- Estás hermosa.

Susurra y me quedo un poco asombrada. Creo extrañaba a este Christian.

- Tú estás…- lo analizo con la mirada y sonrío.- Estás muy follable.

- ¿Follable?.- ríe a carcajadas.- Es el mejor cumplido que me he escuchado.

- Esa era la idea.

Le guiño el ojo, imitando su gesto. Raimond abrió mi puerta, me extendió una de sus manos y acepté la ayuda, estos zapatos de tacón no me transmiten mucha confianza. Mis pies aterrizan en el suelo delicadamente y Christian ya se encontraba junto a nosotros, volvió a ofrecerme el brazo y entramos unidos. Raimond nos seguía a nuestras espaldas. Varias personas entraban por dos hermosas puertas que se encontraban abiertas completamente.

En la entrada nos ofrecieron una copa de champán como cortesía, ambos nos acercamos a la mesa número veintitrés donde se encontraba el nombre de Christian Morgan, señalando su lugar.

- Raimond, encuentra el lugar de Penélope.- le exigió Christian un poco enfadado.

- Enseguida, señor.

Ni siquiera estoy invitada, ¿qué hago aquí? Mi cuerpo se estremeció de la vergüenza, tengo deseos de marcharme. No quiero estar aquí. Bebo todo mi champán de un solo golpe, dejo la copa encima de la mesa mientras Christian me daba la espalda y traté de tranquilizarme un poco.

- ¿Estás bien?.- escucho que me pregunta Chris.

- Sí, estupendamente.

Creo que no sé fingir muy bien, pero traté de sonreír un poco. Ninguno de los invitados había tomado sus lugares en las mesas, de lo que pude intuir que aún no había comenzado nada y recé porque eso no sucediera aún.

Christian trataba de distraerme, me presentó algunos amigos pero se le notaba el nerviosismo. Ninguno de ellos se atrevió a preguntar si estábamos juntos, solo sonrieron, hicieron algunas preguntas sobre mí en francés, cosa que no entendía mucho y luego seguían con la atención en Christian.

- Dame un minuto.- me dice y se aleja hacia Raimond, que estaba del otro lado del salón.

Me quedo pendiente de mi copa de champán, me tiemblan un poco las manos y mi cabeza no deja de preguntarse el motivo de mi presencia en este lugar.

- Hola..- observo a la chica de la revista justo delante de mis ojos.- Veo que eres más bonita de lo que dijeron.

La observo un poco asombrada. “Dijeron”, ¿quién dijo?

- Cuéntame, ¿es cierto que estás embarazada de Christian?

- ¿Qué?..- me enfado.

- Sólo quiero saber si Christian y tú están en una relación.

La observo de mala manera, por mis venas comienza a subir el nivel de odio hacia ella y de enfado. ¿Quién se ha creído?

- Creo que las dudas que tengas debes aclararlas con Christian.- le suelto de una vez y cuando voy a marcharme se coloca justo delante de mi cuerpo impidiendo que me marche.

- ¿Cuánto te ha pagado por decir eso?

Respiro profundo aclamando paciencia, cosa que creo que me falta mucho.

- Buenas noches.

Me marcho hacia Raimond que se encuentra justo donde lo había visto la última vez. Me acerco. Le quito de las manos su vaso y lo vacío en mi boca, trago rápidamente el vodka y le observo exaltada, no estoy de buen humor.

- ¿Dónde está?

- El señor salió a solucionar unos asuntos de trabajo, pidió que lo espere aquí.

La mirada de Raimond me tranquiliza un poco, agarro otra copa de champán y trato de relajarme. Las luces comenzaron a apagarse, entraban violinistas llenando la habitación con una dulce melodía, algunos camareros entraron un enorme pastel con una vela justo en la cima y todos comenzaron a cantarle Feliz Cumpleaños a la homenajeada, que se encontraba con un vestido rodado y con el cabello perfectamente recogido. Todos sonreían y disfrutaban, yo ni siquiera aplaudí, no quiero fingir más que esto es de mi agrado. No me siento cómoda.

Después de la iniciación tomé asiento en el lugar de Christian en la mesa y gracias a Dios nadie preguntó nada, todos hablaban francés, cosa que agradecí ya que nadie se fijaba en mí, más bien me ignoraban y yo agradecida por ello. No dejaba de observar la hora en mi teléfono mientras leía en Google un poco de la historia de la pareja.

Por ahora toda la historia entre ellos era perfecta hasta que supuestamente una modelo la denunciara por agresión bajo los efectos de drogas en un ataque de celos frente a periodistas, cosa que acusaron a Christian de haberlo provocado. Ambos se vieron envueltos en numerosos chismes donde exhibían comentarios y fotografías de ambos consumiendo drogas y bajo altos efectos del alcohol discutiendo en público hace dos años, donde aseguran que fue la última vez que les vieron unidos.

¿Tenía problemas con las drogas? Cerré el teléfono. Pude escuchar que un hombre terminaba con un discurso y por lo que pude percibir era el Señor Monrroy, el padre de Lucy Monrroy, aquella chica rubia de ojos azules que sonreía sentada junto a un hermoso chico rubio mucho más joven que ella. Aquella de la que Christian no se ha olvidado.

Las luces brillaron nuevamente, los camareros comenzaron a servir la comida y aproveché para ir al baño. Le pregunto a la única chica agradable que podré encontrar en este sitio y lo encontré con facilidad. Me observé en el espejo cuando entré, llevaba el rostro desanimado en comparación de cuando llegué a su lado. Estaba desesperada por irme, o al menos de que apareciera, pero ni eso ha hecho. No ha vuelto. Agarro el teléfono y marco su número, después de algunos segundos escucho que tiene el teléfono apagado. Mojo mis manos con agua fría del grifo para calmar mi ansiedad cuando una voz me sorprende a mi espalda:

- ¿Puedo entrar?.- escucho la voz de una chica desde la puerta.

Lucy entró, parecía sabía que me encontraba dentro, se colocó a mi lado y sacó de su bolsa una pequeña bolsa con un polvo blanco, dejó un poco en su muñeca y mientras me secaba las manos aspiró toda una línea dejándose una pequeña mancha en su nariz.

- Siento mucho lo que sucedió antes.- le escucho decir mientras guardaba todo el resto de aquel polvo blanco.- Christian me ha explicado todo lo que hay entre ustedes y no debí actuar de esa manera. Después de todo, las amigas de Christian siempre serán bienvenidas. Es un gusto conocerte, Penélope.

Me extiende la mano como gesto de saludo. Me sombra un poco que le haya contado de nosotros. Mi nombre. ¿También le ha dicho que hemos dormidos juntos? ¿Qué le he besado? Creo que  después de todo eso no ha sido importante para él.

Me despido sin agradecer su saludo, me parece muy hipócrita de su parte así que decido marcharme. Camino a toda velocidad por el pasillo, llevo los ojos llorosos, la cabeza me da giros y no dejo de deseas salir de este lugar. Volví al salón, agarré una copa de champán con las manos temblando, deseando ver aparecer a Christian para aclarar algunas dudas que tenía.

- Señora Stell..- escucho a Raimond desde mis espaldas y me giro para atenderlo.- ¿Desea marcharse?

- Sí, por favor.

Es mi salvador. Salgo de la enorme mansión agarrada del brazo de Raimond para no terminar en el suelo por las tediosas escaleras. Nos acercamos al auto que esperaba detenido en donde mismo lo habíamos dejado, en unos minutos estábamos de camino al hotel, sin decir ninguno de los dos cualquier palabra. Él sabía dónde estaba, yo no soy quién para preguntar, después de todo solo soy una amiga a la que invita a sus viajes y con quien comparte sus gusto caros.

Agarro el teléfono, vuelvo a marcarle y nada, sigue estando apagado. Llegamos a nuestro destino y justo antes de abandonar el auto me deshago de los zapatos de tacón, Raimond abre la puerta para mí y con su ayuda coloco mis pies desnudos en el suelo de la entrada del hotel. Levanto un poco el vestido y rápidamente llego a la habitación, enojada, enfurecida que me haya abandonado en plena fiesta de pijos, en un país que no conozco y a las doce con treinta de la madrugada, después de todo si el auto se convierte en calabaza no me asombrará, una  versión moderna de la Cenicienta.

Agarro las prendas que he podido comprar con mi dinero y comienzo a llenar unos de los bolsos. Raimond se ha quedado a fuera de la habitación sin protestar cuando se lo he pedido, Cristian no ha dado rastro de vida, ni siquiera ha podido encender su maldito teléfono. ¿Para qué quiere uno si lo va a tener todo el tiempo apagado?

Tomo asiento en el borde de la cama, coloco mi cabeza apoyada en las palmas de mis manos y masajeo un poco mi cabellera, he perdido un poco la razón. Creo que es mejor esperarle y hablar las cosas, no debe tardar tanto, supongo. Mañana en la mañana si no ha llegado me marcharé a primera hora. Me arrojo en el colchón, observo el techo de la habitación, me pregunto a mi misma que hago en este país, creo que fui cómplice de la locura, de la emoción, de esa confianza que siento cuando estoy a su lado, de eso que crece en mí y me hace atreverme a todo cuando estamos juntos, de lo bien que me siento.

Me giro hacia la ventana. La habitación estaba completamente oscura, llevaba uno de sus sudaderas y cubría mi cuerpo con una de las cálidas sábanas que hemos compartido juntos estas noches en París. Hermosa ciudad, bonito recuerdo y personas grises. 

Escucho como se abre la puerta a mis espaldas, la luz entraba tenue y Raimond destruyó toda mi esperanza cuando le escuché hablar:

- ¿Necesita algo más, señorita Stell?.- expresó amablemente.

- Un boleto a Londres, para mañana a primera hora..- se quedó en silencio por unos minutos, yo tampoco quería que esto terminara así. Vi como se marchaba de la puerta y volví a llamar su atención: - Raimond…

- Sí, señorita Stell.

- Puedes llamarme Penny.- le dije aún en mi lugar.

- Como usted diga, Penny.

Raimond se marchó, dejó la habitación nuevamente a oscuras, en mi cabeza no deja de latir los miedos y la preocupación de que puede sucederle algo. ¿Será cierto que estaba envuelto en drogas? ¿Las consume aún? ¿Estará con ella? El tiempo pasaba y no llegaba, tiene que estar con ella, a pesar de todo quiero verle llegar.

La alarma de mi teléfono comenzó a molestar, me había quedado dormida hace apenas unos minutos, eran las seis de la mañana exactamente y aún no  había rastro de él. Me levanto de la cama, me acerco agotada a las ventanas abiertas, escucho la puerta abrirse y estoy segura de que esta vez no es Raimond. Sé que es él, he sentido su perfume y su presencia, es como si mi piel llevara pequeños radares de sensibilidad hacia su cuerpo.

Enciende las luces principales de la habitación y me giro hacia él. Le veo, lleva el traje hecho un desorden, el cabello revuelto, los ojos marchitados y la sonrisa más distorsionada que he visto, creo que esta versión de sí mismo no me gusta en lo absoluto. Está borracho, sus bolsas oscuras debajo de sus ojos demuestran que no ha dormido nada y que sí, se ha drogado, algo me lo dice. Lleva los ojos en una expresión de asombro, exaltado, tan alegre que logra ser enfermizo.

- ¿Has dormido bien?.- logra decir.

- No, no mucho.

Se percata de las maletas en una esquina de la habitación, justo al lado de la puerta. Lo analizo, solo da un paso hacia ellas y tambalea, cuando está punto de perder el equilibrio se gira hacia a mí asombrado.

- ¿Qué es eso?

- Me marcho, Christian. Regreso a Londres.- cruzo las manos a la altura del pecho.

- Regreso contigo…- me asombra un poco lo que dice pero veo que es sincero, aunque me cueste creerle.- No quiero estar en ningún sitio si no estás, Penélope.


Se restriega el rostro con nerviosismo y desesperación, no se esperaba esto. Desde aquí puedo notar que le tiemblan las manos y que su rostro se ha entristecido por completo, dentro de mí algo se va rompiendo al presenciarle así, pero es que no puedo ser débil si no seguirá hiriéndose, y es lo menos que deseo. Desvío la mirada hacia otro sitio, agarro la ropa que tenía preparada desde anoche encima de uno de los asientos amueblados.

- Penélope, ¿te he dicho que te quiero?.- le escucho decir y me quedo quieta.

La frase “Te quiero”, retumba como un eco en mis oídos y en toda la extensa habitación. Me quedo inmóvil, lo pienso un poco antes de entrar al baño, observo mis manos temblorosas y mis ojos creo que están un poco tristes como los suyos. Quisiera abrazarlo, pero mi cabeza no deja de recordarme su desaparición. Joder, que le ha costado decirme que se ha ido con ella, después de todo somos amigo, ¿o no?

Sigo mi camino hacia el cuarto de baño, cierro la puerta con seguro, observo mi rostro en el espejo y encuentro a mis ojos cristalizados y un rostro apagado.


El camino hacia el aeropuerto fue tranquilo, Cristian vestía un enorme pulóver negro, unos jeans ajustados, unos zapatos deportivos, lentes de sol oscuros y una gorra del mismo blanca. No dejaba de sonreír, aunque creo que es más por todo lo que se ha metido que por simpatía propia. Mi rostro como mis labios no expresaron absolutamente nada, conecté mis audífonos a todo volumen para no enfadarme más de lo que ya estaba al ver que Raimond tenía que torearlo en numerosas ocasiones ya que chocaba con la mayoría de las personas y por su incapacidad de llevar su maleta.

En el avión logró hacerse con el asiento de mi lado, estuvo todo el trayecto buscando excusas para lograr sacarme algún gesto, cosa que no logró.

Me despertó con una simple caricia en las manos y un pequeño beso en la nariz, casi estaba a punto de olvidar lo inútil que había sido, cuando casi espanta si rostro en el suelo al agarrar su maleta en el escáner. Con mal rostro y un tanto hasta de todo agarro ambas maletas y me adelanto dejando a Raimond pendiente de él. Me acerco a un auto completamente blanco, donde guardo las maletas yo sola en el maletero para disminuir un poco mi mal genio, mientras el chofer ayudaba a Raimond a entrarlo en el auto.

Dejó caer su cabeza en mi hombro, colocó una de sus manos encima de las mías y al oído dejó en un susurro sus últimas palabras antes de caer rendido ante el sueño:

- Lo siento.

Acaricié la piel de sus manos mientras dejaba salir un suspiro, es mejor que descanse. El corazón se me estrujó un poco más, le quería, al menso eso sabía, es una persona hundida en su mundo. Una persona destruida, aunque no quiera mostrarlo. No puedo separarme de su lado, no me lo permito. Nos detuvimos, abro lentamente los ojos, percibo que Raimond me observa y contemplo por los cristales que he llagado, le dejo un beso en el pelo y aparté su cuerpo del mío son delicadeza, recogí mis zapatos y mi bolso y me dediqué a observarlo una vez más, seguía hermoso.

Abandoné el vehículo despacio, no quiero despertarle, el chofer ya había sacado mis pertenencias del maletero. Ignoro las dos maletas, me acerco a la ventanilla donde me observaba Raimond con la expresión de agradecimiento en su rostro:

- Raimond, cuida de él. Cualquier cosa que necesite, llámeme.

- Gracias, es la única persona que aún cree en él.- le escucho decir con un poco de tristeza.

- Espero no dejar de creer.- le sonrío algo triste.

Me alejo, escucho el sonido del motor alejarse y me quedo pensando que sería de él si conocernos aquella noche no hubiese sido casualidad. Si nunca más me lo hubiese encontrado, si nuestros caminos no se hubiesen cruzados aquella vez en el bar, que hubiese sucedido con nosotros. ¿Dónde estaría ahora si no hubiese corrido detrás suyo?

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