1. Algún día.
Otro día.
A penas comienza diciembre y el viento da en mi rostro como de costumbre. Se siente la humedad en la ciudad y mi bicicleta rueda por las calles de Londres. Hermosa vista puedo afirmar. Giro a la derecha y llego a mi tedioso trabajo, conforme estoy, pero tedioso es. Más bien me espera estar sentada detrás de una mesa, contestando llamadas, anotando citas, programando reuniones y, bla bla bla. Me aburro.
No puedo negar que tengo un poco, bastante, tiempo libre ya que la Sra. Laurent Gil, mi jefa y directora de donde trabajo, es bastante comprensible y adora la paz y tranquilidad que rodea por todo el lugar, por lo que solo asiste a reuniones con inmensa importancia, la otra parte del tiempo se la pasa entre su laptop y sus libros. La editorial tiene buena posición entre las mejores de la ciudad, y ella, a sus treinta y dos años ama su trabajo como si fuera una adolescente, por eso la administra tan bien.
Observo mi reloj y dan las tres de la tarde, exactamente. Devuelvo la vista al libro que traigo en mis manos, ni el título me aprendo de una buena vez. Algo de ayuda emocional y para levantar el ánimo. Autoayuda, le llaman algunos. ¿Por qué lo leo? Recomendación de mi madre que piensa que estoy deprimida y sola, solo porque quiero vivir sola, no tengo pareja y no salgo con mis amigas a ningún lado. ¿Tiene eso algo de malo? Pues no.
Me sorprende un poco que mi jefa salga de su despacho y se quede de pie observándome, cierro el libro a la primera y me coloco los anteojos. La atiendo, pero puedo notar en cuestiones de segundos que está en una llamada.
—¡Pero como no se te ocurrió avisarme con antelación!. —dicta enfadada. Pocas veces la he presenciado así y siempre es por el mismo motivo.— Próxima ocasión invita con tiempo suficiente, o no iré. —me observa y con las manos me indica que tome algo para anotar.— Si, ella irá. Es mi fiel acompañante. —me sonríe. Habla de mí.— Ok, espera.
Me pasa el teléfono, pero antes de hacerlo cubre con su mano para que la otra persona no escuche.
—Zapatos de tacón. —me dice y ya me percato de todo lo que ocurre.
—Ok, señora.
Anoto la dirección que me indican por el teléfono justo cuando la veo marchar con sus botas de cuero, sus jeans y su enorme abrigo color café. No conozco la dirección que he anotado, pero debo guardarla bien. Observo la hora y recojo todo a toda marcha, debo conseguir algo apropiado para esta noche.
Estás fiestas de imprevisto, me sacan de mis casillas.
—Por lo menos sales de casa un poco. —escucho decir a mi madre justo desde el otro lado de la cortina que separa al probador con los clientes.
—Joder, tengo que correr para encontrar algo adecuado para la ocasión y eso no me agrada ni un poco.— protesto.— No me entra.
—Deberías vestir más a la altura de esas fiestas. —agarra el vestido que le he arrojo por encima.— Así no estarías tan agitada.
"¿Por qué no ha venido mi hermana?" pensé. Adoro a mi madre, pero suele ser muy dura en ese aspecto. Soy una chica que usa pocos vestidos, zapatos de tacón o cosas caras. Prefiero los jeans, jersey, abrigos, botas, zapatillas, cosas cómodas y sencillas en general, y a ella le incomoda que haya cambiado mucho desde hace seis meses a causa de mi separación.
Le devuelvo por encima el vestido color rojo que me ha arrojado, sin probármelo. No quiero llamar la atención, suficiente con mi cabello rojizo, en un tono muy oscuro, algo que agradezco, junto con esas pequeñas manchas que se dejan notar en mi rostro. He sido yo la única que ha salido así en mi familia, mis hermanos son gemelos y ambos rubios, con ojos azules al igual que mis sobrinos. Mi madre siempre me dice que mi color de cabello se debe a mi abuela que era hermosa, cosa que no recuerdo, estaba muy chica cuando murió. Mi padre es castaño con ojos color avellana pero con pecas en el rostro como yo, y mi querida madre, tiene el cabello color oro con unos ojos color cielo.
Me arroja un vestido negro de manga larga con algo de encaje en el pecho haciendo que mis pequeños senos se noten un poco más pronunciados y que mi cintura quede demasiado estrecha logrando que el reflejo de mi cuerpo en el espejo sea de mi agrado.
—¡Me quedo con este!. —le grito desde dentro.
A la media hora después ya la había montado en el taxi rumbo a casa y he corrido hacia dentro para bañarme y arreglarme en menos de una hora. Atiendo la llamada de la Sra. Laurent justo a las 7:30 pm avisándome que un taxi llegará a recogerme en veinte minutos y no había terminado aún con mis cosas. Finalizo la llamada corriendo por todo mi pequeño hogar en busca de mis llaves. ¡Putas llaves!
En la puerta justo antes de salir le arrojo un beso a Tomáz, mi gato hermoso, que viste un pelaje totalmente negro. Reviso mis zapatos de tacón, en el mismo color que mi vestido, pero con flores bordadas en dorado, mi pequeño bolso de mano dorado que me ha prestado mi hermana hace alrededor de dos meses, para otra fiesta de imprevisto, y sin olvidarme de mi abrigo, lo agarro cuando escucho el sonido de la bocina del taxi debajo de mi edificio.
El ascensor se encuentra ocupado y bajo las escaleras como puedo con estos insoportables zapatos desde el piso 4 hasta planta baja.
Salgo agitada y apurada, me acerco a un auto de color blanco demasiado lujoso, de esos larguísimos. Estos son "los taxis" de la Sra. Laurent, madre de dios. Entro a la parte trasera del auto, sin darle tiempo a que uno de los chicos se bajara para abrirme la puerta y enseguida nos ponemos en marcha. Mi madre me insiste en enviarle fotos del auto y eso hago. Me coloco los auriculares con música mientras le cuento a mi hermana por mensajes lo que me ha sucedido el día de hoy, y lo poco agradable que es ir con mamá a comprar ropa.
Mi hermana me cuenta que la semana que viene regresa a Londres de los Estados Unidos, junto con mi sobrina de casa de mi padre. La niña aprendió a montar a caballo, me dice orgullosa. "Me recordó a ti", me escribe. La esposa de mi hermano está embarazada de otro niño y todos están felices por esa noticia, incluso mi padre que no deja de decir que cuando me sumaré y la daré nietos.
La música fue inundando mis oídos al terminar de escribirme con mi hermana y mis ojos se cerraron solos. Que sueño. Anoche no pude dormir viendo la película de "A dos metros de ti", y lloré un montón, lo admito.
—Señorita. —escucho una voz masculina cerca de mí.
—Oh, déjame en paz. —suelto dormida.
—Señorita. —siento a mi cuerpo tambalearse y abro los ojos.
—¡Joder!.
Salgo del auto enfadada. Plancho con mis manos la falda del vestido al bajarme. Me acomodo un poco los rizos y me observo los zapatos de tacón. Todo está perfecto. La frialdad comienza a soplar y mi piel se estremece un poco, ¿y el abrigo? Se me ha olvidado en el auto. Que despiste.
Camino hacia dentro y en la entrada digo el nombre de mi jefa que me sirve como invitación VIP. Entro al gran salón con varios invitados, jazz, bebidas caras y demasiadas joyas finas. Aburrido. Agarro una copa de lo primero que me ofrecen y localizo a mi jefa, en una plática con tres mujeres en una esquina del salón. Se da cuenta de mi presencia y me sonríe con un gesto de "Por fin llegas". Vestía un hermoso vestido rojo, junto con unos guantes del mismo color y sus labios combinaban con ellos. Me sonríe y se acerca. Me toma del brazo y nos apartamos un poco.
—¿Por qué tardaste tanto?. —me reprocha. No soporta el contacto con personas desconocidas. Sí, un poco, bastante, antisocial.
Puedo afirmar que en este lugar solo hay dos personas que le agradan. Yo, que soy su secretaria y un hombre guapo al que siempre dice odiar, pero que puedo notar que hay una atracción más que esa.
—¿Qué bebes?. —me pregunta por mi copa.
—Es de decoración. Sabes que no bebo. —le digo.
—Odio la multitud. —me dice mientras observo un poco el lugar.— Me pone ansiosa.
—¿Has hecho nuevas amigas?
—No te burles, sabes que no soporto que me arrinconen con sus molestas voces fingidas y sus temas sofisticados. —y hace con los dedos como si "sofisticado" llevara dos comillas en el inicio y final de la palabra.— Que si Padra. Gucci. Versace. Loubotin.
Me río un poco al escuchar que finge una voz chillona y sus muecas. Se contagia. Conversamos un poco sobre los nuevos escritores que hay en el mercado y sobre mi opinión sobre los folletos que me ha enviado. Trabajo. Charlamos con algunos hombres de negocios, inversionistas e ideas nuevas que benefician a la compañía. Se nos acercaron nuevos escritores y hemos anotado varios nuevos proyectos que podrían ser agradables.
Después de tanto trabajo he dejado a la Sra. Laurent con aquel hombre guapo con el cabello negro y ojos azules. La he notado un poco nerviosa al verlo acercar hacia nosotras, y me aparté con la simple escusa de ir al baño para que tuvieran privacidad.
Salgo al jardín trasero. El aire frío me abraza un poco y percibo tranquilidad. La música se escucha desde adentro. Estoy sola. Con mis manos me froto los brazos desnudos para calentarlos un poco y respiro profundo. Maldita sea, ¿por qué el destino es tan cabrón? ¿Por qué tuve que encontrármelo aquí? ¿Por qué tengo tan mala suerte? He tenido que fingir toda la noche que no le he visto para ignorar su mirada fija en mí. ¿Habrá venido con alguien? ¿Por qué me preocupa su vida?
Escucho la puerta abrirse y de reojo veo que sale un chico. Se coloca a un metro de mi. Escucho que enciende un cigarrillo. Dirijo la mirada hacia el cielo nocturno y puedo presenciar que la luna está ausente, pero que las estrellas brillan hoy más que nunca y en gran cantidad. Es lo único que me tranquiliza de habérmelo encontrado. Hacía seis meses que no lo veía, y estaba contenta por ello. Después de terminar seis años de relación me costó mucho superarlo, lo mejor era no vernos. Pero verle, sonreír, me molesta. Me incomoda que lo haga. Me jodió tanto la vida, que quiero verle mal. Joder, puto cabrón. Cómo puede estar tan normal. Cómo puede tener el cabello tan brillante. Cómo puede estar tan perfecto. ¿Cómo puede, maldita sea? ¿Cómo lo logra?
—¿Te gustan?. —escucho al chico de mi lado.— Las estrellas. —me recalca. Lo observo un poco, tiene la mirada fija en el cielo y sonríe un poco mientras suelta el humo del cigarrillo.
—Mucho más que los idiotas, eso lo tengo claro. —le respondo con la mirada pérdida entre las estrellas. Mi sinceridad puede ser fuerte, pero es que le odio.
Se me escapa un suspiro.
—Que rencor... —escucho que se ríe un poco.— Supongo que todos tenemos motivos para ser idiotas, al menos una vez en la vida.
—Algunos nacen con ese don. —escucho que vuelve a reír un poco y siento que me observa.— Prefiero las estrellas.
—Concuerdo contigo. —me contagio de su pequeña risa sencilla y discreta.
¿Por qué se escribió con aquella mujer? ¿Se habrán encontrado alguna vez? ¿Qué hace en esta fiesta? ¿Quién lo habrá invitado? ¿Tendrá a alguien más? Joder, ¿por qué le quiero todavía?
Veo que el chico camina hacia mí, me extiende la mano y le observo. Lleva los ojos color caramelo con un tono verdoso en el fondo haciendo que la combinación sea atractiva y seductora. El cabello no es negro, pero si un tono oscuro que no puedo presenciar con exactitud. Vestía con una camisa negra, sin chaqueta, junto con un pantalón completamente negro y al parecer la noche nos unió, perfectamente combinados. Le acepto el saludo encontrándome con el calor de su mano haciendo que mi piel reaccionara a su tacto.
—Feliz noche. —le escucho decir.
—Gracias.
Separamos nuestras manos y se pone en marcha hacia la puerta. Siento un poco de calor nuevamente, y creo que es por su causa.
—Por cierto, ¿cómo era que te llamabas?. —vuelve hacia mí con una sonrisa.
—No te lo he dicho. —nos reímos un poco.
—Que inteligente eres. —me observa sin borrar su sonrisa. —Ya me tengo que ir.
Nos observamos. No dejaba de sonreírme y no sé el por qué no puedo dejar de hacerlo yo tampoco. Me observaba como si esperara algo de mí.
—Hasta algún día. —le digo antes de irse.
—Hasta algún día. —responde.
Y desaparece detrás de la puerta, y entre las personas.
Algún día, ¿existirá?
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