PREFACIO
El cabello rubio de la pequeña que corre por el campo de maíz se elevaba por el aire. Estaba feliz, con una sonrisa sincera en su rostro.
Sus padres salen con ella a armar picnics, a olvidar el enorme cargo que tienen sobre sus hombros al ser los reyes de un país llamado Edelgalder.
La pequeña se detiene cuando de lejos, sus padres la llaman. Tienen que recoger todo para volver al palacio, pues al parecer se aproxima una fuerte tormenta.
—Lenay, llama a Rick, necesitamos que nos escolten —sugiere una rubia de ojos azules quien era la reina, la caballero asiente.
—Como ordene su alteza.
—Mami, ¿Puedes ayudarme? Quiero una pequeña babosa que anda por los matorrales.
—Luego mi amor, ahora debemos volver. No sabemos cuando caerá la lluvia, además no sabemos cuando puedan volver a atacarnos, aprovechan nuestro tiempo fuera del castillo.
La pequeña bufa.
—No somos gente mala, no hay razones para que nos hagan daño.
—La gente mala, le hace daño a la gente buena.
—Eso es injusto —contesta.
—Lo sabemos —exclama su padre —, pero no podemos evitarlo, la gente es odiosa, se llena de envidia.
—Quisiera vivir normal, sin tener miedo a que nos hagan daño.
—Algún día lo haremos Oasis, algún día.
...
—Mami... —habla la pequeña una vez más, su madre tenía que despertar, la sacude con fuerza —, mami, no te duermas...
—Hazme un...favor —habla la reina con dificultad —, sé inteligente y planea todo...
—Mami... —la pequeña niña sostiene su cabeza —, prometiste que íbamos a volver al campo y me ayudarías a encontrar la babosa, no te duermas mami...
—Lo siento... Cariño...
—Mami... Papi, despierta. Mami se duerme.
A la pequeña se le llenan los ojos de lágrimas, el olor a sangre le causa náuseas, no sabe que hacer.
—Matalo, mata a ese, traidor de... —Al rey se le dificulta hablar —al traidor, matalo...
Tose fuertemente, luego ya no pudo hablar más.
La niña gira su cabeza, observa a su padre quien había muerto con una espada clavada en su pecho. Mira sus manos que estaban llenas de sangre, al igual que su ropa.
La pequeña no paraba de llorar, había perdido todo en una sola noche, tan solo con seis años, su cara se desfigura al sentir las manos que la toman fuerte del cabello.
—Sigues tú, pequeña cagna —la pequeña chilla intentando golpear al tipo detrás de ella, pero es en vano, ya que ella no tiene la fuerza ni para moverlo.
—Por favor.... No... —ruega.
—Lo siento pequeña... —susurra el tipo —, pero no puedo dejar testigos.
La arroja a un rincón del suelo, la pequeña rubia se cree perdida, cierra los ojos esperando su muerte y cuando el hombre con máscara levanta su espada, todo se detiene...
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