Capítulo 29

Leah Clearwater había pasado un mes completo en el bosque, lidiando con su naturaleza lobuna. Finalmente, podía afirmar que ya no desprendía feromonas, lo que le permitía salir y convivir con los lobos salvajes de la manada Luna sin que estos trataran de aparearse con ella. Nylion, su compañero de pelaje rojizo pardo y blanco, había sido un caballero ejemplar, protegiéndola de cualquier avance indebido. Como loba reclamada, estaba bajo la protección del Alfa segundo, Paul Lahote, y los otros hermanos de Nylion, Opal y Orion. Sabía que estaba a salvo, incluso en ese mundo salvaje lleno de desafíos que aún no comprendía del todo.

Una semana antes, había tenido una conversación reveladora con Paul, que había sido fundamental para entender mejor su nueva realidad. Aun siendo una loba novata, había muchas cosas que no podía saber, aunque intentara improvisar.

«Hay muchas cosas que he aprendido a lo largo de mis diez años fuera de la Reserva, viviendo como lobo salvaje. Precediendo el rango de Alfa de mi impronta, Amore, y ganándome el respeto de los lobos salvajes,» comenzó Paul, su mirada oscura y seria reflejaba la experiencia. «Hay cuestiones que como macho no me afectan tanto como a mi loba, pero he visto cómo las hembras son subestimadas. Los lobos tienden a querer dominarlas, hacerlas sumisas. Es su instinto primal, sobre todo en la época de apareamiento. Los enfrentamientos pueden ser brutales por la victoria y el derecho de reclamar a una hembra. Si el macho no la protege, si baja la guardia, la hembra queda indefensa.»

Paul la miró con gravedad, sus palabras resonando en ella mientras comenzaba a comprender más sobre su lugar en este entorno. «Pero tú eres diferente, Leah. Tu mal carácter y tu instinto han ganado el respeto en la manada, aunque Nylion jamás te dejaría a merced de otros lobos.»

Esa explicación le hizo entender por qué Nylion siempre estaba tan tenso y vigilante, por qué su expresión se endurecía cuando otros lobos rompían su espacio personal. Nylion había sido el único que la había protegido, el único que había impedido que otros reclamaran lo que consideraban suyo. A pesar de los gruñidos y advertencias, ella había podido mantenerse a salvo gracias a él.

«En el mundo salvaje, los animales no se detienen por la vida o la muerte,» continuó Paul, su voz cargada de sabiduría. «Si una cría se pierde, no hay duelo. Tienen más por los que luchar. Si un lobo hiere a otro o incluso a una hembra, no sienten culpa. Todo es parte de su naturaleza. Si te hieren o te reclaman en contra de tu voluntad, es porque han ganado. Mostrar sumisión es lo que te mantiene viva entre ellos.»

La revelación había golpeado su alma profundamente. Había admirado a los lobos, pero nunca había comprendido realmente la brutalidad de su naturaleza. En ese momento, se sintió agradecida de que Nylion, su compañero, hubiera sido tan respetuoso y protector con ella, especialmente durante su ciclo.

El tiempo había pasado y, mientras procesaba esa nueva comprensión, ella y Nylion se preparaban para regresar a la Reserva Quileute. Ya no había rastros de su estado menstrual, lo que significaba que podía ayudar a su hermano sin preocuparse por el ciclo. Aunque, según había aprendido, eso no significaba que todo fuera sencillo.

«Tranquila, Leah,» la voz de Nylion resonó en su mente, calmada pero con un matiz de deseo contenido. «Por el momento has dejado de liberar feromonas, pero ahora es cuando se viene lo más difícil: detener la necesidad que siento cada vez que te veo tan hermosa.»

Se tensó al escuchar aquello, no por el deseo en sus palabras, sino por la preocupación de lo que aquello significaba para su viaje a la Reserva.

«¿Qué? ¿Por qué no me dijiste nada antes de ponernos en marcha?» Gruñó, frustrada, al darse cuenta de que esa situación podía complicar las cosas. Estaban por enfrentar desafíos con su hermano, no por lidiar con instintos desenfrenados.

«Porque siempre tu deseo es más importante que el mío,» respondió Nylion con suavidad. Su hocico rozó el de ella en un gesto de afecto, tratando de calmarla. «Necesito que seas feliz para que yo lo sea, Leah.»

La mirada de Nylion, esa mirada tierna que siempre la conmovía, la desarmó por completo. No podía enojarse con él cuando la miraba de esa manera. Su enfado se disipó como el viento, y, en su lugar, quedó la ternura. Se permitió a sí misma ceder al acicalamiento entre ambos, rozando sus hocicos en una muestra de afecto.

«Bien,» dijo finalmente, resignada pero sin amargura. «Cederé en lo que me pides, porque no tengo derecho a negártelo.»

Con ese acuerdo tácito, el viaje de regreso a Forks y a la Reserva Quileute se hizo más llevadero. A pesar de las dificultades que enfrentarían, Leah sabía que con Nylion a su lado, podría superar cualquier obstáculo.

[...]

En unas mas tardes, se encontraba al lado de su hermano, Seth, vigilando de cerca a la familia de cambiaformas hurón. A pesar de que ya no formaba parte de la manada de Jacob, el vínculo con su hermano seguía intacto, y hoy cumplían con la responsabilidad de proteger a esta familia que había sufrido mucho. Naribetzha, la hermana mayor de los hurones, era un caso peculiar: a veces actuaba de manera inmadura, otras veces era firme y decidida. No podía evitar sentir empatía por ella y su familia, que aún luchaban por sanar las cicatrices físicas y emocionales que el tiempo apenas comenzaba a suavizar.

El viento fresco de Forks traía consigo un aroma terroso y húmedo, típico del bosque. Ella inhalaba profundamente, tratando de concentrarse en su tarea de vigilancia. Pero, sin aviso, una sensación nauseabunda se instaló en su estómago. Sintió cómo el venado que había comido horas antes se revolvía, y antes de poder controlarlo, vomitó tras una violenta arcada. Se apartó de inmediato, avergonzada.

«¿Leah?» La voz ansiosa de Seth resonó en su mente, mientras su hermano se acercaba rápidamente en su forma de lobo. «¿Qué te pasa? ¿Te sientes bien?»

Con el sabor ácido aún en la boca, trató de evitar su mirada. «Estoy bien, Seth», respondió con su tono interno, aunque sabía que no sonaba ni remotamente convincente.

Seth no se dejó engañar. «No, no lo estás. No vomitas así de la nada. ¿Qué te pasa? ¿Te cayó mal el desayuno?»

Ella intentó ignorarlo, alejándose del lugar donde había vomitado, pero notó cómo su hermano fruncía el hocico, oliendo algo inusual en su aroma.

Un pensamiento cruzó la mente de Seth con una incredulidad palpable: «¿Estás embarazada?»

La pregunta la impactó como un golpe. Sintió cómo sus patas flaquearon por un segundo, tropezando torpemente. Lo fulminó con la mirada, sin poder dar una respuesta clara. ¿Estaba embarazada? No lo sabía con certeza. Ser una loba primeriza no le había preparado para entender las señales de su cuerpo con la misma claridad que lo haría una humana. Era como si la naturaleza salvaje la dejara en la oscuridad.

«¿Se lo vas a decir a mamá?», insistió Seth, con un tono más calmado, pero que no lograba ocultar su preocupación.

Ella suspiró, agotada por la intensidad de la conversación. «Aún no lo sé, Seth», admitió, sabiendo que no podía esquivar el tema por mucho más tiempo. «Y no es algo que quiera discutir ahora.»

Seth, viendo que su hermana no quería seguir con el tema, desvió la mirada hacia Naribetzha y su familia. Leah sabía que la había preocupado más de lo que pretendía. No quería que Seth se angustiara por ella. Se acercó suavemente, empujando su costado con el hocico en un gesto conciliador.

«No te preocupes por mí, Seth», le dijo, suavizando su tono. «Solo cuida de los tuyos. Yo me encargaré de lo mío cuando sea el momento.»

Seth la miró a los ojos y asintió, aunque no podía ocultar del todo su ansiedad. «¿Y cómo te sientes al respecto?», preguntó, incapaz de quedarse en silencio.

Ella dejó escapar una pequeña risa. Así era su hermano: curioso e inquieto, sin importar la gravedad del tema. «Honestamente, estoy asustada», confesó. «No sé cómo manejar esto… ser una futura madre de crías de lobos... Y mamá... No sé cómo se lo va a tomar si lo estuviera.»

Seth se acercó más, apoyando su gran cabeza lobuna sobre la suya en un gesto de consuelo. «Estaré contigo en todo momento», le aseguró. «Sea cual sea su reacción, no estás sola.»

Lo miró con gratitud. Amaba profundamente a su hermano. «Gracias, Seth. Significa mucho para mí.»

Un silencio cómodo se instaló entre ellos mientras observaban a la familia de hurones disfrutar de su comida. Se permitió relajarse un poco, sabiendo que al menos, por ahora, estaban a salvo.

Pero Seth rompió el silencio, con una idea que no parecía querer abandonar su mente. «Tal vez deberíamos decírselo a mamá», sugirió. «Así será más fácil… asegurarnos de que cuando llegue el momento, no la matemos del susto.»

Ella soltó una pequeña carcajada mental ante la broma. «Quizás tengas razón», admitió. «Pero primero, necesito confirmarlo.»

«Por supuesto», respondió Seth rápidamente. «Tómate el tiempo que necesites.»

Después de un breve silencio, decidió que era el momento de decir algo que había guardado por mucho tiempo. «Seth», lo llamó, captando su atención de inmediato.

«¿Sí?», respondió su hermano.

Lo miró fijamente, sus ojos llenos de sinceridad. «Gracias por estar aquí. No solo conmigo, sino también con Naribetzha. Eres un buen hermano y un buen compañero.»

Seth pareció sonreír, o lo más cercano a una sonrisa que un lobo podría ofrecer. «No hay de qué», dijo, visiblemente avergonzado por el cumplido. «Ambos sabemos que harías lo mismo por mí.»

Ella asintió, sintiéndose más conectada que nunca con su hermano. En ese momento, bajo el sol que calentaba sus pelajes, se permitió disfrutar de la paz que compartían. Aunque, en el fondo, no podía evitar extrañar a su compañero, Nylion, que se había quedado atrás para conocer mejor a la impronta de su hermano Tauro. Pero por ahora, estaba contenta de tener a Seth a su lado.

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