I

Las gotas que caían de aquella tubería y chocaban contra el piso resonaban como un incesante eco a través de la estancia como un mal prejuicio a punto de suceder, era constante, como las manecillas del reloj, un sonido por completo insoportable. Llevaba semanas en ese estado pero parecía haber se acostumbrado.

Al menos la gotera era soportable, aun cuando ya no pudiera seguirla por completo.

La puerta de entrada rechinó en protesta por el poco mantenimiento que le daban a las bisagras, ocasionando un sonido chirriante que le helaba los huesos al oírla, ese sonido no le daba tregua alguna. Siempre que escuchaba ese maldito chirrido sabía que su tiempo de descanso y lamento silencioso había acabado, la poca tranquilidad que poseía se había extinguido.

La oscuridad se aclara por la luz proveniente de la puerta, dejando en evidencia al pequeño cuerpo que yace en una esquina, acurrucado sobre sí mismo, como queriendo protegerse del mundo. Lo cual no era muy distinto a la realidad.

– Buenos días, Cariño. – Dijo aquella suave voz logrando que levantara la mirada en su dirección. No podía verlos por la falta de luz, pero sus siluetas los delataban. No pudo evitar las ganas de llorar, y de igual modo se aguantó, aunque a este punto ya era inútil. – Es hora de tu análisis.


(...)


Era un día nublado afuera, lúgubre para los animados, pacífico para los menos expresivos, pero un día sin sol de todos modos. No había señales de lluvia por lo que no había nada de qué preocuparse, solo otro día sin sol con el cual quemarse.

El olor a químicos era penetrante en el ambiente, los murmullos de los empleados y pacientes era como el arrullo de un rio a la lejanía, mientras en la estación se escuchaba el chirriar de las ruedas de las camillas y los utensilios médicos tintinear entre ellos. Entre todo el ruido laboral estaba un jovencito de cabellos azabaches algo desordenados con un par de lentes en el puente de su nariz y una mascarilla ocultando la mitad de su rostro a los demás que lo veían pasar.

Nadie decía nada, es decir, muchos usaban tapabocas sin necesidad por simple higiene. Y él chico, es decir yo, no parecía ser la excepción.

Solo otro pasante que no le gusta la idea del contagio, piensan muchos, y realmente no me importa lo que piensen.

Merodeaba por los pasillos observando los papeles que cargaba en mis manos. Había llegado un paciente nuevo a la sala de pediatría y debía hacerle los chequeos de rutina, había llegado con dolores fuertes, nada grave, otro caso de intoxicación. Apenas llegué al área de pediatría cuando escuché un par de risas por el pasillo, voltee algo cansado a sabiendas de que me encontraría, solo un par de niños que corrían en los pasillos mientras jugaban, nada nuevo otra vez. Me acerqué hasta ellos con una mano en los papeles y la otra en mi bolsillo. Mirada vacía, paso firme, y un silencio al caminar que impidió que me escucharan.

No había nadie alrededor, y ellos seguían sin ver lo que los acechaba.

Sin dudar saqué la mano del bolsillo y me postre detrás de la niña de bata blanca que se había paralizado al verme, el otro estaba igual o más asustado.

En un rápido movimiento tomé impulso con el brazo, que estaba en mi bolsillo, alzándolo sobre mi cabeza y me abalance hacia ellos.

¡¡AAAAAAHHHHHHH!!

El grito resonó por todo el pasillo retumbando cual eco por toda la estancia, perdiéndose en las profundidades como si de un simple arrullo de las olas fuera, tan simple y complicado, tan efímero. Solo un zumbido a la distancia que no perturbaba ni al más sensible del lugar.

Finalmente, había tranquilidad.

Este era su trabajo, preservar la calma y mantener el lugar en silencio, había pacientes descansando y algunos en situaciones de estado delicado que se les debía tratar con el mayor cuidado posible para que pudieran recuperarse con tranquilidad y paciencia, algo que no todos parecían comprender. La forma en que se comportaban acorde a las normas del hospital, rompiendo las reglas y alterando el orden era algo que no se podía perdonar tan fácilmente, al menos en su mente no era algo que pudiera tolerar.

Solo se pedía un poco de tranquilidad, y él haría lo que fuera para que se lograra.

Sin embargo, esta fue nuevamente rota por las risas de los niños, quienes al ver que todavía lo estaba viendo se taparon rápidamente las bocas con sus manos y se quedaron estáticos, a pesar de intentar parecer asustados se les notaba que esto les causaba gracia.

Se puede saber, ¿Qué hacen un par de bribones fuera de sus camas? – Dije, con una voz chillona que intentaba sonar grabe, mientras articulaba la boca de la marioneta en mi mano y la movía como si los estuviera mirando molesto. Los niños solo se rieron, aun con sus manos tapándose la boca, causando que la marioneta se "indignara" con ellos. – ¡Ah! ¿Se atreven a faltarme el respeto? – "Preguntó" haciendo que los niños negaran con la cabeza mientras mantenían sus labios apretados con una enorme sonrisa en sus caras, como evitando reírse. – ¡Que niños tan groseros! – "Dijo" negando con la cabeza y manteniendo los labios apretados, como ofendido.

Los niños solo se divertían ante esto, como si una marioneta pirata de voz chistosa manejada por un enfermero fuera algo novedoso. Y pensar que algo tan simple podía hacerlos sentir tan felices.

En fin, la inocencia.

¡Unos niños tan groseros como ustedes no deberían estar en los pasillos a estas horas! – Dije mientras los señalaba con la marioneta sin salirme del papel. Haciendo que estos se exaltaran en broma por su imprudencia, sin abandonar sus sonrisas. – ¿Qué están esperando? ¡Muévanse! – "Grito" alargando la 'u' mientras los correteaba hacia las habitaciones en el área de pediatría, con los niños corriendo con las piernas rectas y las espaldas erguidas mientras se reían del acto de la marioneta, conmigo detrás inclinado mientras los correteaba con la marioneta sin estar corriendo realmente.

Al poco rato habíamos llegado a la puerta que los llevaba a una de las habitaciones generales, donde varios niños estaban en sus camas descansando, conectados a intravenosas, y otros que jugaban o coloreaban en el suelo rodeados de otros niños, todos llevando batas blancas y pulseras en sus muñecas que los identificaban como pacientes del hospital. En la esquina superior, casi a la altura del techo, había un televisor conectado donde estaban pasando una caricatura infantil y que varios niños en sus camas estaban viendo.

Los "bribones" a los que había acompañado hasta aquí fueron rápidamente a una de las camas para ver el programa con el resto de niños, dejándome a mí en el umbral con la marioneta olvidada en mi mano mientras escaneaba la habitación en busca del paciente al que venía a revisar. Guarde la marioneta en mi bolsillo y tomé los papeles verificando el nombre antes de ver las carpetas al final de las camillas en donde estaban los datos del niño residente en ella.

William era el nombre del niño.

Miré a mi izquierda viendo que en una de las camas estaba acostado un niño conectado a una intravenosa y con un respirador leyendo un cuento infantil. Me acerqué a él llamando inmediatamente su atención causando que soltara el libro y me sonriera apenas me vio. Su sonrisa, con dos dientes faltantes, me recibió con una cálida sensación de regocijo, el niño apenas tenía seis años, los suficientes para saber por qué no debía moverse mucho con la intravenosa, o al menos para entender que si se la sacaba se la pondrían en el otro brazo.

Apenas me vi en su espacio personal me encargué de evaluar su temperatura colocando mi mano en su frente y cuello, luego de eso comencé a charlar con él.

– Buenas noches, Will. – Inicié sacando los papeles de debajo de mi brazo checándolos por un segundo antes de voltear mi cara en dirección al niño cuando me contesto con un 'buenas noches' de vuelta. – Veo que estas con más energías que hace una semana, eso es bueno. – Le comenté con una frágil emoción en mi voz, algo monótona pero sin realmente tener malas intenciones. – ¿Qué estás leyendo, si puedo saber? – Pregunté mientras el niño tomaba el libro y lo volteaba para ver la portada.

– El patito feo. – Dijo señalando la imagen de la portada donde reposaba un pato gris en un estanque. – Mi mamá me lo dio ayer, dijo que no podría venir a verme el viernes, pero que vendría el lunes para almorzar conmigo. – Dijo ocultando su boca con el libro mientras lo abrazaba, haciendo que su voz sonara amortiguada, pero aun así se entendía que estaba diciendo.

Asentí y proseguí con el protocolo antes de ver su vía intravenosa. El suero estaba a poco de acabarse, por lo que tendría que irlo a cambiar, algo más que hacer antes de irme y acabar mi turno. Antes de retirarme acaricié la cabeza del pequeño pelirrojo y me despedí de camino a la puerta, escuchando de lejos como él y otros niños se despedían.

De vuelta al pasillo revisé las hojas en mis manos, todas teniendo que ser archivadas y notificadas al doctor en turno para que me dieran pase de ida.

Observé el reloj que se encontraba en el corredor. 7pm, ya debería estar en su oficina, pensé con una expresión obstinada en el rostro. No quería verlo, pero no podía desviarme en mi trabajo, quería volver a casa y no podía permitirme el retrasarme otro segundo más.

Suspiré. Esto sería tedioso.


(...)


No tarde ni una hora en terminar de cambiar el suero del paciente y de archivar los papeles que me habían dado hace dos horas, por lo que no habría problema con irme, solo debía dar aviso y tomar la salida trasera para tomar el autobús a casa. Muy fácil.

Pues no. No podía ser fácil porque debía pasar por la morgue para salir por la parte de atrás del hospital para llegar a la parada del bus que estaba a una cuadra. No me malinterpreten, no es que odie pasar por ahí o algo similar, el problema es quien trabaja en turno ahí. No quería verlo, y rezaba porque se le hubiera dañado el auto o le hubiera dado una embolia para que no apareciera.

Solo deseaba que este día acabara en buenos términos, tuve un buen turno, me la pasé jugando con los niños en las últimas horas, no tuve ningún inconveniente lo suficientemente irritante fuera del habitual, para mi este había sido un buen turno. Solo me quería ir en paz, no es mucho pedir.

Pero yo no tenía la mejor de las suertes.

Cuando estaba cruzando por el pasillo pude ver al final de este a la última persona que quería ver hoy recostado en la pared junto a una enfermera de uniforme rosa pastel, ambos en medio de mi ruta de escape para irme del hospital sin estar enterados de mi presencia (para mi fortuna o desgraciada). Honestamente, con lo delicada que estaba mi suerte ahora, me abstuve de decir esas cuatro palabras que lo perjudicaban todo, más vale prevenir.

Algo apresurado miré alrededor alguna forma de irme sin que me vieran, pero a menos que me hiciera pasar por un cadáver era obvio que no saldría de ahí tan fácil. Resignado agaché la cabeza mientras ajustaba mi bolso a la espalda caminando lo más rápido y silenciosamente posible pasando al lado de ellos sin querer que me vieran, esperaba de verdad que estuvieran tan absortos en su mundo que no supieran que los había pasado por al lado. Pero cuando estaba por tomar la manija de la puerta una voz totalmente fastidiosa interrumpió mis movimientos.

– ¡Hey, fenómeno! – Respingué ante la voz aguda de la chica que estaba a mis espaldas. Ni me molesté en voltear a sabiendas de la estúpida sonrisa que cargaba junto con el idiota rubio con el que se revolcaba. – No sabía que los cadáveres pudieran caminar. Digo, aunque lo fueras, dudo que te pudieran identificar. – Su acompañante se carcajeo del supuesto chiste, haciéndome rodar los ojos de lo tan idiotas que podían llegar a ser esos dos.

Decidí no hacer hincapié en ello y simplemente me fui antes de que me dijeran algo más, cruzando por la puerta de emergencia y pasando por el estacionamiento del hospital apreciando la fila de ambulancias que estaban ahí aparcadas junto a los demás autos que se encontraban esa noche. Luego de unos segundos me fui del estacionamiento y camine hasta la parada ajustándome la chaqueta de lana que cargaba debido al frio de la noche, sino supiera mejor diría que estábamos a inicios de invierno.

Apenas llegué a la parada pude ver a la distancia mi autobús, y tan rápido como llegó me subí con prisa apreciando por montones que el transporte estuviera a casi nada de vaciarse a estas horas, lo que me daba unos preciados momentos de tranquilidad antes de llegar a casa. Sin perder el tiempo fui de inmediato a los primeros asientos y me recosté contra el frio vidrio del bus mientras miraba a la nada esperando a llegar a mi destino. Mientras estaba en eso, me puse a pensar un rato en todo lo que tendría que hacer al llegar a casa, seguro habría mucho que limpiar, Cujo suele hacer un desastre en la casa cuando no me ve en todo el día, estaba pensando seriamente pedirle a la vecina que lo cuidara por mí cuando tuviera turnos en el hospital, tendría que ponerme un recordatorio para decírselo en la mañana. Luego pensé en sus juguetes, se estaban desgastando rápido y debía comprar otros nuevos antes de que proclamara uno de mis zapatos como de su propiedad.

Era mucho para hacer antes de dormir, y ya me estaba cansando de solo pensarlo, pero nadie dijo que cuidar a una mascota sería fácil.

Luego de un tiempo ya podía ver con facilidad la parada frente al vecindario en donde vivía, con cuidado me levante y toqué el timbre del autobús avisando que esta era mi parada. De ahí solo era caminar unas dos cuadras, solo podía gemir del cansancio y el dolor en mis pies, eso sumado al frio solo hacía que quisiera tumbarme en mi camita y no despertar hasta la semana siguiente, y eso que no he visto el desastre de Cujo, solo rezaba porque no hubiera tanto que limpiar, estaba hasta incluso pensando en irme a dormir sin comer nada pero eso ya lo había intentado y no me salió tan bien como pensé en ese momento.

Apenas llegué a la puerta me aseguré de ver si había desastre en la entrada antes de que el sonido de unas patitas me distrajera. Una vez adentro vi como Cujo me recibía con total emoción mientras saltaba tratando de alcanzarme, aún era muy pequeño para eso pero de igual forma hacia desastres dignos de un bulldog.

En eso escuché un estruendo debajo de mis pies, técnicamente en el sótano.

Algo cansado, deje caer mi bolso junto con mi chaqueta en la mesa de la cocina antes de ir directo a las escaleras que se dirigían debajo de la casa. Apenas abrí la puerta del sótano el olor de los químicos de limpieza me dio la bienvenida, inhalé aquel fuerte olor antes de bajar los escalones con una calma que no sentía.

Cujo, fiel como siempre, me siguió pareciendo emocionado, tal vez pueda hacerle juguetes nuevos esta noche. Después de todo, solo en mi taller podía desahogar todo mi estrés y rabia acumulados que cargaba sobre los hombros. Con una sonrisa oculta detrás de mí mascarilla encendí el interruptor de la luz y caminé hacia el centro de la habitación donde yacía el objeto que había producido aquel estruendo, mi perro solamente gruño antes de acercarse a olerlo, parecía querer saber si aún vivía.

Aquella cosa abrió los ojos, teniendo un brillo de terror reflejado en ellos, para sorpresa de nadie.

Volví a suspirar. A este paso iba a dejar escapar mi vida por la boca.

Tomé el espaldar de la silla y lo enderecé para verlo de frente, las lágrimas se habían acabado hace dos días y solo quedaban las marcas en sus mejillas, junto a los ojos rojos, como prueba de ello, su boca estaba oculta detrás de un tirro de cinta adhesiva, pero no había que ser un genio para saber que estaba rezando por su vida o por mi muerte.

Hipócrita.

Me abstuve de remover la mordaza y fui directamente a la mesa de trabajo móvil que estaba detrás de eso. Con cuidado la arrastré a su lado haciendo que las ruedas chillaran de lo oxidadas que estaban. Nota mental: Comprar anti-oxidante.

Me coloqué frente a él y lo miré con un cansancio enorme, hoy al parecer sería su día de suerte. Tomé unas largas tijeras de la mesa y las acerqué a su muñeca izquierda haciendo que se alterara y empezara a patalear como un niño pequeño. Voltee los ojos con fastidio, esta cosa estaba haciendo las cosas más difíciles para mí, pero no debía alterarme aún. Con fuerza mantuve su mano quieta contra el apoyabrazos para luego, con las tijeras, proceder a cercenar su dedo medio, sacando un grito amortiguado de su garganta, luego de arrebato procedí a cortar el dedo meñique junto con el pulgar, dejando los dos que quedaban para él. Cujo para entonces ya los estaba olfateando más no los tomó, ya le había enseñado desde antes que los dedos no los podía tomar porque podría atragantarse.

Con calma dejé las tijeras en la mesa y tomé un bisturí junto con un poco de alcohol. Luego de desinfectar la herramienta procedí a cortar lo que restaba del hueso y el músculo de los dedos que acababa de cortar, sacando más lloriqueos del sujeto ante mí. No le presté atención y seguí con mi tarea, debía entender, esto lo hago para que sus dedos no se infecten, si se infectaban podría morir por una bacteria cancerígena o algo peor. Y no quería que eso pasara, yo aún no sé cómo tratar con ese tipo de situaciones.

Luego de retirar los que quedaba procedí a cerrar la herida con la piel sobrante, logrando detener el sangrado y evitando la infección. Con cuidado desinfecté con alcohol las suturas y tomé las vendas para cubrir su mano, evitando que la sangre siguiera manchando el piso.

Levanté la mirada notando los suaves sollozos del paciente antes de tomar el extremo de la cinta y arrancarla de tajo para que pudiera hablar finalmente.

–... De-déjame i-ir... – Suplicó causando una mueca en mi rostro.

Este tipo sí que tenía suerte. Mucha más que yo.

– No te preocupes, hoy será nuestra última sesión. – Dije enderezándome mientras veía una mínima chispa de esperanza en sus ojos.

Aquel pobre diablo realmente pensaba que se iría caminando de aquí. Que idiota, como si pudiera caminar sin piernas, no por nada se las quite el primer día que estuvo aquí. Cujo ante mis palabras ladró de felicidad antes de irse al pie de las escaleras moviendo su cola de manera impaciente.

Con el mismo cuidado de antes arrastré la mesa hacia la parte trasera de aquel sujeto tomando cautelosamente el par de tijeras que había empleado antes.

Al parecer Cujo tendría un nuevo juguete esta noche.


¡CRACK!


(...)


-Se asoma con miedito- Amm... ¿Hola?

Entooooonces... Supongo que soy muy fanática de las historias sombrías y con tramas profundas... Así que... Sip, eso.

Esta historia se me ocurrió luego de leer un creepypasta algo viejo y de escuchar la canción Nurse Office de Melanie Martínez, aunque por momentos siento que hice esto estando re fumada.

No sé nada de medicina fuera de la experiencia propia y de lo que internet me proporciona, por lo que si ven incoherencias pues lamento que se hayan dañado los ojos con esto

He estado trabajando en varios diseños para la historia, por desgracia mi forma de dibujar al Ghost Boy ahora es diferente y el diseño de Danny en esta historia es viejo, pero igual funciona porque el uniforme sigue siendo el mismo.

(Pueden encontrar el dibujo en mi Instagram)

A poco no es sensual

Hoooolaaaa~ Enfermeroooooo~

¿A qué hora vas por el pan? ~

Ok basta, ya me estoy dando pena ajena

En fin, sin duda espero poder terminar este libro lo más correcto posible. Esta vez incluyendo más a Vlad que en mis otras dos historias de la pareja, para que la ship tenga protagonismo. ¡¡A huevo!!

Según puedo calcular esta historia debería tener mínimo 5 capítulos, aunque nunca se sabe, tal vez sean más.

Y creo que eso sería todo, pronto trataré de hacer más dibujos sobre la historia y este Danny que tengo, él junto con el AstroNerd Fantasma son mis bebés, así que trátenlos con amor ♥

Sin más me despido~

Bye~♥

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