Capítulo único
Un escandaloso rubio se encontraba irónicamente silencioso sentado al fondo de la biblioteca donde tendía a reunirse con Arthur quien le ayudaría a estudiar algunos informes que debía entregar como Estados Unidos de Norteamérica que era pero más allá de estar sumergido en los libros que frente a él estaban sus pensamientos le abrumaban al punto de no poder concentrarse, el de ojos verdes notó aquel gesto tan particular del contrario. Había algo que lo mantenía todavía más inquieto que de costumbre.
—Calm down. Hasta tus pensamientos son ruidosos, casi puedo irte pensar a gran velocidad —soltó el británico, cerrando su cuaderno y volteando los ojos en dirección de su compañero.
No sabía ni porqué había aceptado en ayudarle...
Oh, claro. Ya lo recordaba. Desde que se distanció de María ya no tenía a quien pedirle que le orientara en cuanto a las Conferencias de las Naciones.
El mayor alzó una frondosa ceja al ver que éste no les respondía como solía hacer. Supo al instante que algo andaba muy mal y por más que quisiera mantenerse al margen de sus conflictos amorosos sabía que debía escucharle siquiera.
—¿Qué ocurre contigo? —cuestionó.
Alfred enfocó sus orbes celestes al frente donde se encontraba el inglés sentado, mirándole con el ceño fruncido y los labios torcidos en una mueca.
—The hero ha estado reflexionado sobre algunas cosas. No he llegado a conclusiones que me calmaran, al contrario, me siento peor —respondió el norteamericano, dirigiendo su semblante cabizbajo hacia una estantería lejana a su mesa.
Bastó con que Kirkland distinguiera la chispa de tristeza y dolor que teñía sus cristalinos ojos para saber de quien hablaba, sobre quien eran sus recurrentes pensamientos que le atormentaban.
Era por María.
—Well, sabes lo que opino al respecto. Deberías tomar las riendas de la situación en tus manos y decirle lo que sientes o seguirás así como estás justo ahora —aconsejó éste, quien adquirió una expresión seria comprendiéndole de cierta forma.
Después de todo había dejado su orgullo de viejo atrás para doblegarse, rogarle un poco de amor a la mujer que le volvía completamente loco aunque nadie estaba enterado de ello. Esa era ya otra historia que contar en otro momento adecuado.
—I miss you, my little —soltó el rubio mientras miraba un punto fijo a la distancia, perdido en sus delirios—. Nunca te superé y creo que jamás lo conseguiré.
Luego de tres años de una bonita y estable relación llena de risas, contratiempos y muestras de como ellos siendo tan diferentes podían congeniar de manera sobrenatural habían roto todo compromiso. O al menos no había sido culpa de Alfred, quien a pesar de bromear con respecto a arrebatarle el petróleo a la nación latinoamericana jamás llegó a pedirle ni una sola gota del crudo por más que sus mandatarios se lo ordenaran. Él la amaba, no, todavía la ama y por eso no fue capaz de quitarle nada por miedo a que creyera que estaba con ella únicamente por interés, porque deseara poseer las grandes riquezas que resguarda sus emprendedores estados; siempre le vio como una hermosa flor a la cual debía cuidar con recelo por temor a que alguien se la robase en un efímero descuido.
Y ese había sido el infortunio. Ahora era un héroe desdichado, perdía a cada respiro la energía que caracterizaba su simpática personalidad. Su radiante faz ahora se coloreaba de melancolía al verla en brazos de otro hombre, recordando el roce de sus pieles y sus caricias pero principalmente, como su calidez embriagadora descongelaba el hielo de sus propias tierras haciéndole gemir cuando le sentía suya y de nadie más aunque sonara machista.
No podía consentir esa infamia que se llevaba a cabo enfrente de sus ojos, como ese atrevido hombre tenía el descaro de seducirla estando él ahí. Parecía que le estuviera retando, echándole en cara lo que por engaño del mismo moreno se regocijaba en enhorabuena por imaginar que la muchacha de cabellos oscuros estaba colgando en sus manos y alejándola de América quien presumía de salvarla de cualquier situación que la violentara. Yacía allí, levemente enferma por la miseria que arropaba su nación cual velo de muerte, su gesto desesperado y sombrío muy distinto a la usual sonrisa resplandeciente que solía regalarle cada vez que amanecían juntos.
No era su María, no era su Venezuela.
(...)
Quien sea que quisiera detenerse unos instantes para observar al americano detalladamente se daría cuenta de lo deteriorado que se encontraba desde hacía cinco meses. Ya no gritaba, no saltaba de un lado para otro, no engullía la comida chatarra como solía hacer... Su primo canadiense no podía sentirse más preocupado por él al verle en ese pésimo estado pero no había algo que mejorase su condición, algo o alguien que no fueran ella.
Las lágrimas caían como cascada bajo las mejillas pálidas y sonrosadas del joven quien se encontraba sentado en el césped cubierto de rocío porque había llovido recién, su cabeza se ocultaba debajo sus piernas así cuando era un niño pequeño que se sentía abrumado y asustado por las responsabilidades del mundo. Una sutil brisa de verano meció sus cabellos dorados mientras lloraba desconsoladamente avivando las memorias que retenía acompañado de su amada y enterró sus uñas en las palmas cuando no podía más, le dolía hasta respirar.
Por fin vivía en carne propia lo que las novelas que Arthur le obligaba leer relataban, un desamor tan áspero y devastador que dejaba su alma agrietada. Era como si no tuviera vida. Solo permanecían vacíos en su interior, los cuales no podrían ser llenados por nada.
Sin embargo, una mano que se apoyó en su cabeza le distrajo de su aturdimiento. Volviéndose hacia su inesperado e inoportuno visitante quien le obstruía la vista hacia el manto azul estrellado de esa noche.
—¿Eh, Catalina, qué haces aquí, girl? —preguntó el gringo, secándose el rostro humedecido.
Ella le daba una expresión compasiva y casi tierna, aparentemente venía en són de paz con buenas intenciones además; algo muy extraño en la colombiana que siempre le hacía pasar un mal rato por sus rivalidades. En especial sobre quien tenía el mejor café.
—Alfred, te he estado siguiendo los pasos y en unas oportunidades pude escucharte, ya me parecía muy raro que no fueras el mismo ruidoso de siempre así que tuve el atrevimiento de hacerlo —expuso la castaña, recogiendo sus cabellos con su pañuelo—. ¿Por qué no vas con María y le dices cuánto la amas?
—Porque sé que de nada servirá que yo haga eso, ella no volverá a mí. Estoy completamente seguro —suspiró resignado.
Sabía porque Venezuela no estrechaba lazos ni tenía muchas relaciones internacionales, lo que la hacía un poco insegura y desconfiada. Llegaba a creer que los demás solo se le acercaban o buscaban tener una relación bien sea amistosa o más allá por los bienes que poseía su territorio, por ello se había vuelto muy precavida y fuerte, hasta con sus propios hermanos se comportaba de la misma manera aunque Ecuador, Colombia y posteriormente Panamá sabían como manejar la actitud de su hermana mayor.
Le conocía muy bien, casi como la palma de su mano. Había aprendido muchísimo de su cultura, también le mostró la historia de sus libertadores, le enseñó el porqué de sus colores amarillo, azul y rojo además de las estrellas en la segunda franja que la hacía distinguir de Colombia con facilidad. ¡Rayos, le preparó sus exquisitos platos! Y él los devoraba en cuestión de minutos al deleitarse con su gran explosión de sabores diferentes, Alfred estaba apegado a su rutina de comida rápida a cada momento del día pero hasta en eso ella había influido. Quizás involucrarse así y meterla en lo profundo de su corazón siendo tan distintos no era la decisión más inteligente que podía haber tomado, en especial al ser representaciones de Repúblicas en las que obviamente existirían esa clase de disturbios.
Aún la naturaleza de María, Alfred le extrañaba y Catalina lo sabía. No consentiría que el aprovechador de Cuba destruyera la relación tan bonita (pero desastrosa) que tanto le había costado construir a ambos.
Sobre su cadáver.
—¡Venga, parce! Levántate de una vez por todas y acompáñame. No te quedes ahí estancado como una ballena, es el tiempo justo para que luches por lo tuyo —animó la fémina, jalándolo de su chaqueta de aviador.
—Coco, no hables así de ella. Sabes que no le gusta ese tipo de expresiones, ni siquiera en sus novelas favoritas. Ella es independiente y por ende, libre —esclareció el de orbes celestes siguiendo los pasos de su amiga.
Catalina asintió en respuesta, sabiendo que eso era cierto. A María no le gustaba ese tipo de comentarios porque le parecían muy del siglo pasado y las historias románticas que fueron traídas a su pueblo en medio de la conquista. Tiempos que no le fascinaba recordar. Sin embargo, cuando su novio le susurraba ese tipo de palabras al oído su corazón daba un vuelco, su piel se erizaba y las mariposas revoloteaban en su estómago como una muchachita inexperta; lo cual en realidad no era.
Después de años transcurridos adquirió una envidiable madurez que de vez en cuando camuflaba dependiendo de con quien estuviese, una paciencia y tolerancia que dejaba asombrado al resto que le conocían. Se transformó en una mujer hecha y derecha digna de representar su orgullosa tierra que con tanto furor amaba, alzando su bandera y cantando su himno con una mano sobre su corazón.
(...)
Mientras tanto la anterior mencionada en repetidas ocasiones yacía sentada en un sofá a la par que leía noticias sobre su país en internet... Se sentía una mala representante por no estar ahí dándole ánimos a su pueblo cuando más lo necesitaban pero el orden de los acontecimientos se había escapado de sus manos, le habían mandado el respectivo llamado a asistir a la Conferencia de las Naciones donde por más que quisiera no podía evitar aquel importante compromiso, por más que en su país se estuvieran llevando a cabo las elecciones presidenciales. Aunque en su opinión éstas no servirían de nada puesto que el gordo bigotón sabotearía para que los resultados salgan a su favor o simplemente no aceptaría si los resultados favorecieran a otro candidato, tampoco es que había donde elegir, solo tenían a otro político corrupto y el falso cristiano que decía conducir a los ciudadanos a la libertad. La mayoría de su gente sabía que era una mentira así que optaron por no salir a ejercer su derecho o eso informaban las páginas de noticias al compartir las imágenes de las calles que estaban desoladas, muy particular en una jornada de votación pero María estaba de acuerdo con ello, ninguno era una buena opción para ser líder de esas personas que claman.
Ella mejor que nadie conocía a profundidad las necesidades y deseos de su pueblo que se encontraba cansado como su mismo cuerpo mostraba. Por ello algunos otros países se le acercaban preocupados por su estado de salud, al verla tan pálida y demacrada como en tiempos de guerra pero ya no era la ocasión.
Oyó una bulla acercarse por el pasillo de la derecha distrayéndola de su comportamiento taciturno observando con sus ojos cafés caídos la figura menuda de Coco y la de Alfred quien le devolvía la mirada consternado por su apariencia. Le sonrió débil para no preocuparlo todavía más pero eso no evitó el gigantesco abrazo que se lanzó a darle, sin considerar la ruptura de hacía alrededor de seis meses atrás. Era lo de menos según él.
—¡My sweet! ¿Qué te han hecho? —interrogó el rubio, le tenía rodeado con sus fuertes brazos y su cabeza enterrada en su cuello permitiendo que ella oliera su masculina esencia.
—Fredo, estoy bien —respondió la venezolana acongojada intentado separarse de su duro torso pero él no la dejó.
Un quejido parecido al de un gato se escuchó entre ambos lo que hizo caer en cuanta al americano de la vía intravenosa que traía María, sorprendido liberó su muñeca izquierda pero le miró angustiado, sujetando su delicado rostro entre sus largos dedos aún si soltarla por completo.
Además de la presencia de Catalina, un moreno robusto se encontraba enfadado a un lado de la pequeña sala. Lo que confundió a Colombia, ella recordaba que aquella pequeña isla no formaba parte de las organización, ni se le invitaba a las reuniones por lo complicado que era establecer relaciones con él. Siempre tan antipático y bromista que desagradaba a muchos, sin mencionar también lo corrupto del régimen que la administraba.
—Tengo unos pequeños problemas como podrás haber visto en los reportajes que transmiten en CNN pero nada de que alarmarse, gordo. Sabes que no es tan sencillo como me gustaría que fuera —contestó María, acomodando la orquídea en su cabello.
—¡Claro que los he seguido! En todos los canales que hablaban sobre ti. No puedo creer a que extremo haz llegado y ni decir sobre Trump, no para de hablar de Venezuela y tu insconciente presidente pero lo que verdaderamente me importa eres tú —exclamó en voz alta, atrayendo la atención de algunos países que transitaban por ahí.
Ella negó varias veces pero se quedó quieta, como si atesorara que el rubio siguiera rodeándola sin detenerse a pensar en lo que estaban haciendo. También le extrañaba.
—Alfred, yo...
—No digas nada, María. Escúchame atentamente porque he reunido todo el valor de héroe que tengo y no sé si pueda continuar guardando lo que siento un minuto más —pidió y le indicó que siguiera, aparte de que le acaricaba la mejilla—. En este tiempo que llevamos separados el uno del otro, tú en Venezuela con tus responsabilidades y yo en Estados Unidos con mis deberes me he dado cuenta que te amo, que a pesar de la distancia y lo difícil que es sostener una relación por nuestros cargos quiero estar contigo, con nadie más.
—¿De verdad? —dijo con voz temblorosa la morena, sus ojos brillaban de una manera tan bella que al hombre le cautivó.
—No pienso dejarte ir por nada del mundo, my sweetheart —respondió Alfred, rozando sus narices a unos centímetros de unir sus labios.
Pero antes que pudieran compartir un beso de reconciliación lo que esperaban los improvisados espectadores, el masculino representate de la pobre isla se acercó a la escena molesto. Le apartó de un empujón a su eterno rival yanqui, dándole una mirada de advertencia y resopló como un toro enfadado.
—¡Aléjate de ella, imbécil! —gruñó el moreno, planteándose frente a él.
—Escúchame una vez porque no pienso repetirlo. Ella está conmigo y nada de lo que hagas o digas hará que se aparte de mí, así que aleja tus asquerosas manos de su territorio —escupió igual de colérico el americano, regresándole el empujón.
—Lo único que quieres es su petróleo, por eso es que estás con ella, no mientas.
—¿Por qué no la dejas en paz? ¿Acaso no ves lo que tu socialismo ha hecho con ella?
—¡Ya basta! —gritó María, quien de pronto se le veía un semblate diferente y un fuego que ardía en sus ojos—. Tú, Cuba, es mejor que te marches porque ni siquiera estás integrado a la organización de las Naciones Unidas por lo que sobras en esta situación. No entiendo porque le echas en cara a Alfred lo de mi petróleo cuando tú y tus mandatarios se han aprovechado de mis riquezas. ¡Ni hablar de cuanto se le ha regalado a Fidel y no te he oído quejarte de eso!
El moreno se vio acorralado porque sabía que María tenía la razón.
—María —le llamó Alfred, haciendo que la de ojos cafés le diera su atención—. Nunca fui capaz de superarte y no creo hacerlo jamás porque te tengo enterrada en lo más recóndito de mi corazón.
—Ay, mi gordo bello. Sabes que yo también te amo aunque tenga un actitud chocante la mayoría del tiempo —admitió la mujer, besándole.
El beso por supuesto tomó por sopresa al americano quien la estrechaba entre sus brazos como si el mundo dependiense de ello, así como todo lo que ella hacía. Era un viento refrescante que le aliviaba los pesares de su alma inmortal, quizás por eso le amaba de tal forma, era un misterio para los que veían emocionados la escena.
En ese beso demostraron un remolino de sentimientos entre querer, frustración, nostalgia y anhelo. Sus labios se movían al mismo compás, desesperados por transmitir aquello que nacía en su interior y entre pequeñas mordidas sentían que el corazón les volvía a latir, suave y persistente como el amor que sentían uno por el otro. Algo tan grande que no sería comprendido por quien no lo hubiese experimentado en carne propia.
—Estoy en casa —susurró el rubio, abrazándola.
Por otra parte se encontraban sus más cercanos amigos que les miraban enternecidos y exclamaban un alto "¡Hasta que por fin!" que hizo reír a la pareja.
¿Quién lo diría? Estados Unidos y Venezuela.
Luego de los conflictos, de una estrecha relación de amor y odio que dio el paso final, uniéndolos. Se alzaban juntos para enfrentar las dificultades que vendrían con el paso del tiempo pero la principal era derrocar el gobierno ilegítimo y corrupto de la criolla, él se encargaría de apoyarla y reunir sus tropas americanas en favor de esa menuda nación ubicada al otro lado del continente.
—¡Se ven preciosos juntos! ¿Sí o no, parce? —musitó Coco, aplaudiendo y chillando por la pareja que se daba cariño en pleno vestíbulo del hotel.
—Che, siempre vos de Cupido. A ver si me vas buscando una chica para salir porque estoy en sequía —bromeó Martín, golpeándole el hombro a la fémina.
—Ve que Dios me dio piernas para caminar y manos para darte en la wea, Martín. No tientes tu suerte —le amenazó el chileno que lo observaba con reproche.
—¡Pero si Argentina se "chamuya" a todo el mundo! Usa de excusa el tango —habló Pedro quien pronunció la palabra del vocablo argentino con dificultad.
—¡Boludo pero ayudes tanto! —dijo el latino, sobándose el chichón que le hizo Manuel en la cabeza.
—¡Vamonos de chelas a celebrar bebiendo unos buenos tequilitas y unos tacos para acompañar! —invitó México del Norte, quien le colocó un sombrero de mariachi a la colombiana y cantaban rancheras a todo pulmón.
—¡Son las siete de la noche y no han comido nada ! No van a durar pero ni una hora porque se emborracharan con solo oler el licor —habló Alemania, quien venía seguido de Veneciano y Kiku.
—No pongas en dudas la resistencia al alcohol de ésta gente, Lud. Porque pueden jalar hasta el amanecer —aclaró Itzel, sacando su guitarra para la celebración.
—¡¿Alguien dijo alcohol?! ¡No han invitado al asombroso yo! —gritó Gilbert, corriendo hacia la puerta mientras que su hermano menor le seguía los pasos.
Debía cuidarlo o sería un desastre.
—¡Rusia llevará sus botellas de vodka favorito, me anoto! —se animó Sebastián, quien se puso las gafas y caminó junto a el resto de países latinos que permanecían el recinto.
Vaya, que amigos tan extravagantes tenían.
Regresando a los tórtolos que seguían en lo suyo un poco risueños por las palabras de sus amigos quienes se habían marchado para armar una fiesta en celebración de su reconciliación, que probablemente acabaría con la mayoría del grupo borrachos haciendo cosas vergonzosas de las cuales reírse al día siguiente; Arthur cantando letras de Adele en el karaoke, Iván bailando encima de la mesa, Francis coqueteando con alguna latina y Antonio matándolo por pervertir a sus niñas, claro sin nombrar a Gilbert quien haría un baile nudista que sería grabado por un sobrio Kiku que se reiría en silencio por la desgracia ajena, también Romano quien terminaría llamando a la mafia italiana, un tumulto de personas diferentes y culturas coloridas porque así era cuando estaban en paz y se juntaban.
Ojalá sus líderes fuesen así entre ellos pero se trataba de algo mucho más complicado, aquello que querían ignorar cuando la pasaban bien en familia. Como debía ser.
Alfred besó cortamente los labios rojizos de María quien yacía con un tono carmín coloreando sus mejillas bronceadas.
—No habrá gobierno, ni político, ni conflicto, ni catástrofe, ni otro territorio que pueda separarme de ti, my beautiful princess. Porque prometí ser tu héroe y aunque sé que eres una mujer fuerte, decidida y apasionada no dejaré que luches sola contra esto. Le daremos rienda suelta a la libertad que tanto te costó conseguir manchando tu espada de sangre y marchitado tus flores con el caos de la guerra, serás libre plenamente como aquella vez que te vi nacer como República de Venezuela —declaró Jones, apretando el agarre en sus delicadas manos.
—Sé que lo alcanzaré y será en poco tiempo. Las hojas del araguaney han caído, al igual que los pétalos de las orquídeas y el sonar del turpial que canta posado cerca de mi ventana me anunció que el momento ya está cerca. No será una dictadura eterna, ni mucho menos la copia de lo que sucedió con Cuba. Soy más que eso —afirmó la femenina, sonriendo sinceramente y sus ojos brillando en esperanza.
No más rivalidad, ni más odio.
Porque vendría la bonanza para ambos, el arco de la nueva alianza que sería símbolo de la segunda independencia.
Viva Venezuela, tierra mía.
Tierra bendita.
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