Único

No hacía más que mirar al horizonte, deseando traspasar con sus ojos la distancia, para así poder saber dónde estaba él.

La arena mojada ya era tan común como el pavimento, la brisa salada se había convertido en su nuevo aire. Uma no solo vivía en su palacio, pues parte de su corazón ahora reconocía la costa como un nuevo hogar.

Lo vería venir, algún día. Hasta ese entonces, contaría las estrellas y dibujaría con ellas el rostro de ese chico que se rehusaba a olvidar. No cedería al olvido tan valiosas memorias como lo eran sus aventuras con Haggen. Él la había salvado en todas las formas posibles, y un acto así debía ser reconocido. Para su pueblo, el vikingo era un guerrero protector; para Uma, algo más valioso que eso.

Cada día empezaba con un pensamiento y la misma esperanza desde que partió. Su infancia pasó, la adolescencia terminó, pero él seguía sin volver.

¿Le habría pasado algo? ¿Acaso no pudo llegar a su tierra? A veces tenía ganas de buscar un bote y comprobarlo ella misma, mientras rogaba al cielo por que las cosas no fueran así. Sin embargo, tenía a su pueblo, una floreciente ciudad que prosperaba año tras año y que, al igual que ella, anhelaba el regreso del noble héroe.

Si no podía partir, entonces se quedaría a esperarlo. Al atardecer, cuando gran parte de sus labores acababa, le daba espacio a sus deseos y corría hacia la playa. La roca que le daba asiento se asemejaba al trono del que un monarca no quiere separarse, y el cielo nocturno y la arena delimitaban su palacio. Ahí permanecía, con los ojos lagrimosos, la sonrisa cansada, el corazón palpitante.

Incluso cuando la lluvia intentaba persuadirla para que no esperara más, cuando el sol se sumergía en las profundidades dejando sólo oscuridad, cuando sus amigos y su nana le decían que él quizá nunca volvería, su corazón aún creía, todavía confiaba, que su querido amigo no iba a olvidarla.

Porque tenía la certeza de que él la amaba. Esperaba que sus sentimientos aún siguieran vigentes, intactos, tal y como ella los mantenía. A veces pensaba que eso sería absurdo, que sin dudas la ausencia de Haggen ya era una señal de lo peor. Quizá otra mujer había ganado su amor, tal vez una familia formó. La razón fue ganando terreno a través del tiempo, y aunque su afecto no mostró cambios, la resignación se iba acrecentando con los años.

Hasta que pasaron diez veranos, tuvo una señal. Se levantó de madrugada, y recorrió ese mismo camino que hacía tiempo no concurría. La oscuridad era densa, pero estaba por amanecer. Y fue ahí cuando lo vio.

Surgió a lo lejos, acompañado del sol, y su presencia iluminó todo ese reino. Un velero más pequeño que el anterior, pero sin duda se trataba de él. Sonrió como no lo había hecho hacía una década, y se puso a llorar mientras agitaba los brazos. Poco a poco, se iba acercando, y con cuidado logró llegar hasta la orilla.

Ella dio pesados pasos hasta que el agua le llegó a la cintura. Un tipo fornido bajó de la embarcación, y se aproximó hacia ella. Uma se sorprendió ante lo que vio, ¿acaso ese hombre alto y fuerte era el mismo niño que conoció?

Su cabello resplandeciente le dio la respuesta. Y, tras mirar sus ojos azules, quedó completamente convencida. Haggen había regresado.

Su felicidad era enorme, pero aún le quedaba incertidumbre. ¿Qué tal si su corazón ya no era suyo? ¿Y si sólo venía para visitarla mas no para quedarse? Tenía mil cosas que decirle,  pero él dijo una sola oración.

"Te extrañé, mi princesa" murmuró tras verla detenidamente. Uma sintió que ese hilo invisible que lo ataba a él ya no era necesario. El rubio tomó su mano derecha, mientras que la izquierda palpaba la mejilla de la morena, buscando darle veracidad a ese sueño hecho realidad.

"Te estaba esperando, Haggen. Siempre te esperé" contestó, y de un tajo calló las dudas que la acechaban. El cálido tono del cielo no se reflejó en el mar, sino en los pómulos de la joven emperatriz, quien sintió con cada fibra de su ser ese beso tan deseado.

No les quedo más que mirarse a los ojos y confirmar lo obvio: la esperanza no estaba perdida, el amor permanecía. El tiempo no lo había oxidado, ni las adversidades los separaron.

Aquella playa atestiguó una despedida, pero después de tanto logró convertirse en el escenario perfecto para tal reencuentro. Un romance peculiar, entre una princesa y un vikingo quien, a pesar de ausentarse, en realidad jamás se fue.

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