Capítulo 11

De todo lo que puede salir mal en la vida, la carga del pasado, muchas veces, tiene la culpa.



La firma de abogados de la cual Thomas Walker, a quien ella llamaba abuelo, aceptó llevar las negociaciones para venderle su casa al conglomerado que iba a construir un mega centro comercial, haciendo desaparecer su viejo barrio. La tarde que firmó la Carta de Poder, sintió que le habían arrancado un pedazo de su vida.

—Podríamos haberte ayudado —dijo el anciano mientras guardaba el documento—. No es necesario vender tu casa.

—Gracias, ya han hecho demasiado por mí. No podría tomar tu dinero, abuelo, lo sabes.

—Dejar el pasado atrás, puede ser saludable —añadió la abuela. Rina agradeció que el abuelo la hubiera atendido en su despacho privado ubicado en la casa de campo, así podría disfrutar del apoyo de la abuela.

Los dos la rodearon y sintió paz en su corazón. Sabía que era lo correcto, sin importar lo mal que la trató su tía, nadie merecía morir sintiendo que a nadie le importaba. Que su sacrificio no fuera apreciado no importaba, solo quería dejar el pasado donde debía estar.

—Bueno, basta de tristeza —dijo la abuela soltándose del abrazo—. ¿Dónde está ese pastel?

Lily y Jackson entraron cantando "Feliz cumpleaños", ya que era día ocho, el cumpleaños del abuelo.

Después de soplar las velas y gastarle bromas al viejo Oso, se fueron al salón, donde Haideé se unió a la celebración.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Lily mientras disfrutaban del fresco de la noche sentadas en la terraza que daba al jardín.

—Trato de no pensar mucho... Si lo hago... —Un nudo le cerró la garganta y su amiga la abrazó.

—Tienes derecho de estar triste, el que creas que algo sea lo correcto, no quita que duela.

—Ay, Lily, el cuarto de leer de mi mamá y la cochera donde papá reparaba mi bici —lloró abrazada a la chica—. Y lo que me más me duele es que apenas los recuerdo, ahora perderé toda conexión con ellos.

—No, eso no. Tu conexión con ellos no son las cosas, es el amor que les tienes y que nunca morirá. Eso nada ni nadie te lo puede quitar.

Se quedó un rato más dejando que el cariño de su única amiga le ayudara a soportar su tristeza. Al cabo de una media hora decidieron entrar porque hacía mucho frío. Cuando llegaron al salón, encontraron a abuelos y nieto sentados muy juntos en un sillón, al parecer mirando un álbum de fotos.

—¿De qué nos perdimos? —preguntó la amiga sentándose cerca para poder ver.

—La infancia de cierta pelirroja.

—¿Qué?

—Tenemos un regalo para ti.

—Es tu cumpleaños abuelo, no el mío.

—Pues si esto te hace feliz, será un gran regalo para mí.

Jackson se levantó y le mostró la portada del álbum. Unas letras doradas rezaban: Familia Valdivia.

—¿Esto qué es?

Lo tomó con manos temblorosas y comenzó a recorrer las páginas. Estaba lleno solo con fotografías de ella y sus padres. Incluso había algunas de cuando sus padres eran jóvenes. Fotos del anuario, de la boda, de su madre embarazada, de ella recién nacida y muchas fotos de la casa.

Las piernas le fallaron y cayó sentada en el sillón.

Las lágrimas se hicieron presentes mientras repasaba tantas escenas, algunas ya olvidadas cuyo testimonio estaba inmortalizado en aquellas imágenes, otras las iba recordando borrosamente a medida que las repasaba. Hasta llegar a la última. No era una foto real, había sido editada. La fotografía original era una de ella el día de su graduación, acompañada de su tía y el profesor. La que veía en ese momento era de ella, pero en lugar de las personas que estuvieron ahí de forma física, la acompañaban las que estuvieron en espíritu. Su padre aparecía a su derecha con la mano orgullosamente posada en su hombro y su madre a su izquierda, rodeándola con sus brazos.

Rompió en llanto y ya no pudo ver nada porque las lágrimas la cegaban. Abrazó aquel regalo con fuerza y dejó ir todo el dolor mientras su novio y su mejor amiga la apretaban con fuerza, haciéndole saber que no estaba sola.

La abuela también lloró en los brazos de su esposo.

—Gracias... gracias... —balbuceaba entre fuertes sollozos.

A pesar del dolor, sentía que una parte del peso que siempre la había acompañado se levantaba, dándole la libertad que su alma anhelaba.

Dos días después, habían vuelto a su rutina habitual.

Jackson detuvo el auto frente a la entrada de la agencia de modelos. Faltaban quince minutos para la hora de salida.

Salió y se apoyó en el auto, con lo distraída que era su novia sería capaz de no notar siquiera que estaba ahí.

La puerta comenzó a abrirse una y otra vez hasta que el corazón se le aceleró cuando percibió un reflejo rojo asomando. Lily lo vio primero y le susurró algo al oído. Ella enrojeció y fue a su encuentro. Cuando estaba a unos pasos, sacó una rosa roja y ella se paró en seco.

—¿Demasiado cursi? —interrogó con una sonrisa haciendo ademán de tirar la flor.

—Tonto —respondió tomándola antes de que se deshiciera de ella.

Agarró su cabeza con ambas manos y la acercó para tomar sus labios. Había ansiado ese momento todo el día, el cual le había parecido insoportablemente largo.

—Te deseo con locura —susurró con sus labios aún pegados a los de ella.

—¿Nos saltamos la cena? —respondió en medio de ese seductor ronroneo que lo volvía loco.

—Eres muy traviesa, ¿sabías?

—Lo sé, es lo que te encanta de mí.

—Es cierto, pero no nos vamos a saltar la cena. Soporta tu insaciable deseo por mí un poco más.

—¡Miren quién habla!

Iba a entrar al auto cuando Guren No Yumiya sonó en su celular. Lo sacó a toda prisa y vio el número de su jefa.

—¿Isa? ¿Pasa algo?... ¡Ay, no! ¿En serio?... Espera un momento, voy para allá.

—¿Pasó algo?

—No es nada, los últimos bocetos que le envié dieron un error. Subo rápido a enviar de nuevo los archivos y vuelvo.

—¿Voy contigo?

—No es necesario, vuelvo en seguida. Extráñame —dijo corriendo adentro.

—Siempre —respondió, aunque ella ya no lo podía escuchar.

Estuvo un buen rato luchando contra la impaciencia hasta que ya no pudo luchar más y decidió entrar para encontrarla cuando bajara a la primera planta.

Al atravesar la puerta lo sorprendió ver que ella ya estaba ahí, pero no daba señales de querer ir a su encuentro porque estaba charlando de lo más feliz con Román Luna.

—No bromees... —decía entre risas.

—En serio, "Gatita", te lo puedo jurar...

Odiaba ese apodo. En realidad, odiaba no habérselo puesto él porque le parecía que le quedaba bien.

—¿Interrumpo?

Ambos callaron al instante. Román se enderezó, ya que, se había encorvado un poco para quedar a la altura de ella, en un gesto de intimidad que no le pasó desapercibido.

—Yo me voy primero.

Estuvo a punto de inclinarse para darle un beso en la mejilla, pero Jackson la tomó por el brazo y la puso fuera de su camino.

—Hasta mañana, Gat... Rina.

—Nos vemos mañana.

Cuando se hubo marchado, ella rompió el incómodo silencio.

—¿No se nos hacía tarde?

—No parece que te importe.

Ella ignoró el reproche y caminó a la salida. Cuando subieron al auto y se abrochaba el cinturón, no pudo evitar soltarle, agrio.

—Solo por curiosidad, ¿ahora son amigos?

Percibió como ella se tensaba en su asiento. ¿Era acaso una pregunta inapropiada?

—Puedo tener amigos, ¿o no?

Que se pusiera a la defensiva no ayudaba en nada a calmar al monstruo de ojos verdes que lo acechaba.

Se tuvo que tragar la réplica. "Puedes tener amigos, siempre y cuando, no sea uno de tus antiguos amantes". Eso no sonaba como algo correcto, sin embargo, no podía evitar sentirlo. No quería a ese tipo, ni a ningún otro, cerca de ella. Al mismo tiempo, no podía borrar su pasado ni reprochárselo, porque, por muchos años la dejó ser sin decirle nada sobre ese sentimiento que crecía día con día y que él había tratado de ignorar, incluso llegando al punto de pensar en casarse con otra para sacarla de una vez por todas de su mente y corazón, sin éxito.

Detuvo el auto frente al restaurante y ella bajó de inmediato, como si nada.

—No todos podemos tener un pasado tan limpio como el tuyo —atacó no bien tomaron asiento en su mesa. Habló lo bastante bajo para que no se escuchara nada en las mesas cercanas y se escondió tras el menú.

—No voy a reprocharte tu pasado.

—Lo acabas de hacer. —Escuchó voz desde atrás de la carta.

—No es... Bueno, quizá sí. No puedes esperar que no sienta nada al verte con ese tipejo.

Bajó el menú y lo miró amenazante.

—Admite que te movieron los celos irracionales.

—¿Qué?

Volvió a poner las fotografías de postres entre ellos.

—¿Qué sentirías si me vieras conversando muy feliz con Rebeca?

Se dejó ver de nuevo.

—Culpa.

—¿Culpa por qué?

—Por despellejarla viva.

—¿Me estás dando la razón?

—Celos irracionales.

—Tus celos irracionales dan miedo. Está bien, lo acepto, quizá son irracionales, ¿contenta?

—Sí fue la mejor de todas.

A veces deseaba con fervor entrar en esa roja y loca cabeza para entender sus procesos mentales. Aunque seguramente se perdería en sus intricados laberintos.

—¿Ahora de qué estamos hablando?

Volvió a poner el menú frente a ella y murmuró tan quedo que apenas pudo escucharla:

—De mi primera vez.

—¿Y ahora qué...? —Entonces recordó lo que le dijo en su discusión después del fin de semana en la casa de campo: Fue mi primera vez y ya. La primera de muchas y ni por cerca la mejor—. ¿En serio?

Otra vez se descubrió.

—Si vamos a ahondar en el pasado, retrocede diez años y quedémonos ahí. ¿De acuerdo?

—De acuerdo.

Ordenaron la cena y se dedicaron a comer. Cuando llegó el postre, Rina volvió al ataque:

—Aún puedes superarte.

No pudo evitar soltar una carcajada y ella le guiñó un ojo.

Era cierto, todos tenían un pasado, por encima de todo, ellos tenían uno juntos y ese era su mayor tesoro.

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