Capítulo 10

Creo que el viejo: "Felices por siempre" está sobrevalorado.





Al abrir los ojos, la poca luz que se colaba bajo la puerta le dejaba ver que no estaba en su habitación.

Pocas veces había estado en ese lugar. La exasperaba lo limpio y ordenado que estaba todo. Cada mínimo detalle en su lugar.

Se volteó y al ver el rostro de su mejor amigo, tan relajado, sintió que muchas de sus dudas se resolvían... Y surgían otras.

—Bien —susurró, tan bajo que apenas se escuchó a sí misma—, aquí vamos. Solo tengo que volver a dormir, no es tan difícil.

Cerró los ojos y se concentró.

"Regla número uno" insistió su cerebro.

"¡Después de una noche como esta al diablo con las reglas!" rebatió su corazón.

"Seeeee, hubo fuegos artificiales" siseó una parte de ella que desconocía. La examinó y determinó que no sabía quién era aquella extraña que hacía que todo su cuerpo se sintiera como si flotara. Deseaba que fuera lo bastante fuerte como para hacerla olvidar todos sus temores.

Intentó de todo: contar ovejas, cabras, marcianos, pequeños E.T. de colores que no sabía de dónde sacó su cerebro, ya agotado, y nada funcionaba. Daba vueltas y vueltas, sin ser capaz de conciliar el sueño.

—¿No puedes dormir?

—No quería despertarte.

—Pareces un terremoto de seis grados, ¿cómo no iba a despertarme?

Se sentó en la cama. Todo su ser pedía a gritos salir corriendo de ahí, lo que significaría que no estaba lista, lo que significaría que cometió un error, lo que significaría que, al final, sí le haría mucho daño y era justo ahí a dónde no quería llegar por nada del mundo.

"Solo vámonos y ya".

"Nooooo".

"De ninguna manera".

—Si quieres que te lleve a casa, no hay problema.

—¿Qué?

"¿Qué?".

"¿Qué?".

"¿Qué?".

—No voy a obligarte a cambiar tu forma de ser, nadie cambia de la noche a la mañana Rin.

Un nudo le cerró la garganta porque sentía que no merecía tanto amor, tanta paciencia y comprensión. Era demasiado perfecto para ser real y eso le daba más miedo.

—Si me voy ahora, sería como mis otras relaciones y no quiero eso para nosotros.

—No es así, solo significa que lo estás intentando, pero te cuesta. No es tan malo, vamos, te llevo a casa y mañana nos vemos para almorzar, ¿te parece?

Se lanzó a sus brazos y su calor y protección incondicional le llenaron cerebro y corazón, disipando los miedos y abriendo una nueva puerta.

—Quizá no tenga que ir a casa, por ahora.

Estaba pasando. En verdad estaba pasando. Y era algo tan grande que no se lo podía creer. Ella se arrebujó en sus brazos y sentirla así, fue como volver atrás y arreglar lo que se había roto entre ellos. Se aseguraría de que ella no se sintiera presionada, que esa nueva luz que había visto en sus ojos no se apagara nunca, sino que siguiera brillando cada día con más fuerza.

****

Al despertar al día siguiente, ella seguía ahí. Las reglas número uno y dos habían caído y ahora solo le quedaba un paso más para que su relación fuera lo que siempre había soñado. Aunque estaba consciente de lo duro que sería para ella, él sabía que juntos lo iban a lograr y estaba dispuesto a esperar el tiempo que fuera necesario.

Llegaron a la entrada del edificio y bajaron del auto.

—¿Quieres subir? —preguntó con una sonrisa pícara.

—Si subo ahora, ni tú ni yo vamos a ir a trabajar.

—¿En serio? ¿Así de loco estás por mí?

—Eres una descarada —reprochó al tiempo que la aprisionaba y la acercaba lo suficiente para besarla, pero ella se escabulló.

—Te daré el beso de despedida arriba... Si te atreves.

—Quizá acepte el reto...

El sonido del celular de Rina los interrumpió cuando estaba a punto de ser atacada a besos. De mala gana lo sacó y frunció el ceño al ver el número de su tía.

—¿Qué quieres? —respondió seca—. ¿A estas alturas?... Miranda, me tiene sin cuidado... ¿Qué?... —Se quedó en silencio un rato—. Sigo aquí. —Otra pausa—. Ok, estaré en unas dos horas más o menos.

Cortó y en seguida se cubrió la cara en medio de un gemido de frustración.

—¿Por qué no puedo librarme de ella?

—¿Ocurre algo con tu tía?

—Dice que tiene un problema y que necesita que vaya a verla.

—No tienes que hacerlo, es cierto que ella te crio después que murieron tus padres, pero tampoco es que lo hiciera gratis, sacó mucho provecho de lo que ellos te dejaron. Tú no le debes nada.

"No quiero ir a esa casa de nuevo".

"Es la única familia que nos queda".

"¿Qué pasó con el beso de despedida?". Cerebro y corazón miraron desconcertados al desconocido aun intentando descifrar su identidad.

—Iré a ver qué pasa, es que, aunque no se lo merezca, no puedo abandonarla.

—¿Quieres que vaya contigo?

—Es lo que más quisiera, pero tienes una vida y no te voy a acaparar por más que quiera encerrarte en mi apartamento toda la vida.

"Siiiiiiiii. ¡Ese es un buen plan!".

Se despidieron con un largo beso y luego ella subió a preparar el viaje.

Después de casi tres horas, dos autobuses y un taxi, Rina se paró frente a la puerta de la que una vez fue su casa. Respiró hondo y tocó el timbre.

—¡Voy! —Se sorprendió de lo ronca y apagada que sonaba la voz de su tía.

Una mujer de mediana edad apareció tras el umbral. Melena rubia con algunas canas, ojos azules con aspecto de no haber dormido hacía varias noches, piel pálida y más arrugada de lo que correspondía a su edad y sumamente delgada.

—¿Miranda?

—¿Quién más? —respondió agria mientras le daba la espalda y entraba a la casa. Rina entró detrás de ella.

La casa no había cambiado mucho, aunque lucía sucia y descuidada. Eso no le sorprendía, su tía nunca había sido una mujer muy dedicada a su hogar.

—¿Café? —ofreció poniendo en la mesa redonda de la cocina una taza con café negro.

"¡Qué asco!".

"No somos una niña".

Le dio un sorbo y soportó el sabor amargo. Lo dejaría enfriar para beberlo rápido.

—¿Y? ¿Cómo has estado?

—Bien, me va bien en el trabajo.

—¿Ya metiste a tu cama al riquillo?

Rina suspiró. ¿Acaso esa mujer no podía entablar una conversación normal?

—¿Por qué me llamaste, Miranda? ¿Cuál es ese problema tan grande?

—Quiero vender la casa.

—¿Qué? Hemos hablado de eso muchas veces, no quiero perder esta casa, es lo único que me queda de mis padres. Te dejo vivir aquí, pero eso no quiere decir que puedas disponer.

—La mitad es mía.

—Te compro tu mitad.

—Tú no me darás lo que me ofrece el conglomerado. Van a comprar toda la manzana y hacer un mega centro comercial. Igual no vas a poder conservarla, ellos te la van a quitar de una forma u otra. Déjame venderla y luego yo compro tu parte.

Rina se puso de pie.

—Esta es mi casa y si ese conglomerado la quiere, al menos, pelea les voy a dar. Dije que no y es mi última palabra.

Tomó su mochila y se dispuso a salir. Abrió la puerta y cuando iba a poner un pie afuera, la voz de su tía la dejó helada.

—Me estoy muriendo.

Se dio la vuelta despacio. Cerebro y corazón y hasta el desconocido se quedaron congelados de asombro.

—¿Qué has dicho?

—Tengo cáncer de hígado —dijo con una voz ahogada, conteniendo un sollozo.

Rina parpadeó. Intentaba procesar esas palabras, pero el cerebro no daba señales de vida. Tampoco sabía qué debería sentir al respecto, porque tampoco el corazón respondía. Era como si cada uno de sus sentidos se hubiera paralizado.

—La operación cuesta más de lo que vale la mitad de la casa, pero con la oferta del conglomerado podría pagarla y salvar mi vida.

—Miranda... —La garganta se quedó seca y se cerró.

—Rina, por tu culpa yo no pude tener una vida. Me obligaron a hacerme cargo de ti cuando solo tenía veintidós años. Yo no estaba preparada para hacerme cargo de una niña y, sin embargo, todos asumieron que estaba encantada con criar a la hija de mi hermano. ¡Ni siquiera tuve tiempo de llorarlo!

—Los Walker se ofrecieron a recibirme y tú te negaste.

—Si —rio con amargura—, y ser albaceas de tu herencia. ¡Muy conveniente!

Tiró la puerta y fue a ella con una expresión feroz. No se atrevía a tocarla, pero destilaba tanto rencor, que Miranda tembló.

—Ellos fueron los únicos que me mostraron un poco de cariño cuando tú solo te dedicaste a emborracharte. ¡Por Dios, Miranda! ¡Pasé cuatro días sin comer porque tú no sabías ni qué día era! Si no fuera por el abuelo Oso, me habría muerto de abandono. ¿Y te atreves a acusarlo de querer mi dinero? Apenas me dejaron para vivir un par de años cuando fui a la universidad, eso no podría llamarse herencia.

—Eres un ingrata. —Pasó a su lado y se fue a su habitación—. Perdí mi vida por tu culpa y ahora me dejarás morir como un perro, eres una hija de puta, como tu madre...

Fue como si todos los sonidos se apagaran y solo se escuchó el restallido de la cachetada haciendo eco por la casa.

Miranda se le quedó viendo estupefacta.

—Vuelve a insultar a mi madre y te juro que entonces sí que te echo a la calle y no me va a importar que te mueras en un charco como la sanguijuela que eres.

Terminó de llegar al fin a la alcoba y se quedó apoyada en la puerta.

Se deslizó despacio hasta el suelo y se quedó ahí largo rato. La habitación de su infancia y adolescencia. La cama donde Thomas y Ava Walker la sentaron cuando tenía cinco años y le informaron que sus padres no iban a volver. La mesa de sus tareas donde se sentaba por horas a dibujar, los estantes de los libros, sus viejos diarios... Se levantó con dificultad y tomó uno. Abrió una página cualquiera y se sentó en la cama.

"Querido diario.

Ayer cumplí quince años y mientras soplaba las velas en la casa de campo, solo podía pensar en que no recuerdo la voz de mamá".

"Hola, sé que no me paso muy seguido. El bachillerato es una pesadilla. Odio los lunes".

Sonrió ante esto porque seguía siendo cierto.

"Querido diario.

Anoche perdí la virginidad. Fue la noche más maravillosa de mi vida, pero prometí hacer como que nada pasó y eso haré".

Una lágrima cayó sobre aquella página.

Guardó la libreta y se volvió a tirar en la cama. Miró el techo por mucho tiempo y luego se levantó y fue a la habitación de su tía. Tocó con fuerza y en unos segundos la mujer salió, aún se acomodaba la bata.

—Son las tres de la mañana.

—Solo tengo una condición. Walker & Basham llevarán las negociaciones. Vendemos, pagas la operación y depositas el resto a mi cuenta.

—Pero eso no es...

—Dijiste que la operación vale más que tu parte de la propiedad. Si tomas el valor de la operación aún ganas más. ¿O no?

—Sí —dijo de mala gana.

—Es un trato.

—De acuerdo.

Rina volvió a su habitación y partió a primera hora de la mañana siguiente.

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