Capítulo tres: Tallarines y venganzas.
Había sido un día bastante surrealista.
Primero está el novato ese con su comportamiento extraño y después descubro la traición del consejo estudiantil. Ahora entiendo porque sólo puedo confiar en Jayden y Scarlett; ellos nunca me han mentido o me han fallado.
Lo sé porque he crecido con Jayden desde que éramos unos niños de parvulario, era muy tímido cuando lo conocí y bastante manipulable; yo le enseñé a ser más egoísta y menos reservado. Aunque sólo conseguí que se quitase la timidez porque sigue siendo un buenazo.
Hace cuatro años conocí a Scarlett (además que ya le había visto por el instituto) en un anticuario de monedas, las dos tenemos la misma afición por coleccionar monedas y billetes antiguos.
Sé que es un hobby de abuelas, pero me encanta saber su origen y su historia y, aunque parezca raro, me relaja bastante ver mis álbumes de monedas cuando estoy furiosa; me calma.
Bueno, al tema, yo fui la celestina que les presentó a ambos. Creo que no puede haber una pareja tan empalagosa como Jayden y Scarlett. Yo siempre les tacho de tortolitos acaramelados y, aunque sea yo quien lo esté diciendo, son adorables a rabiar.
Aquí es donde, supuestamente, entra el momento sentimental y cursi de una adolescente, diciéndose así misma que no va a encontrar a su media naranja porque el mundo no está hecho para románticos empedernidos como Jayden o Scarlett o hasta mi hermana Kiara, pero no es así. Yo no soy así.
Siempre he sido una persona poco sensible, poco romántica, pero muy calculadora. Yo trabajo en base a mis esquemas, es más, mi vida se basa en un esquema el cual estoy cumpliendo a rajatabla.
Cuando empecé el instituto muchas chicas se hicieron amigas, mientras que yo me creé una burbuja impenetrable para no caer en una amistad fugaz, falsa y efímera. Hoy en día, muchas de esas chicas se odian y, lo que en su día podía verse como una amistad verdadera y para siempre, sólo era un maquillaje basado en las apariencias y en el engaño. Admito, y a la vez me congratulo de ello, que estoy muy orgullosa por las decisiones que tomé en el pasado, dado que me han ahorrado muchos disgustos y posibles frustraciones.
—¡Melona! —grita mi hermana pequeña Kiara desde la otra punta del pasillo—. ¡Ya has llegado!
—Vuelve a llamarme Melona y mañana te despiertas calva, hermanita.
La relación de hermana mayor y hermana pequeña que tenemos siempre ha sido así de cómica en mi familia, aunque hay que mencionar que mi hermana, de dieciséis años, es toda una experta en el arte del dramatismo.
—¡Ni se te ocurra, Mel! —se toca el pelo—. Por cierto, ¿has traído lo que te pedí? —ésta enarca las cejas y yo niego.
—No, ya te dije que no iba a traerlo.
—Eres un desastre de hermana —bufa ella andando de un lado a otro—. Al final tendré que ir yo a la librería y le diré a...
—Kiara, siempre voy a recoger yo tus libros y siempre, por casualidades de la vida, me encuentro con Dorian —hago un gesto para decirle que me subo a mi cuarto—. Yo no voy a caer en el jueguecito de los enamorados, porque ya te he dicho mil veces que...
—Pero venga Mel, ¡dale una oportunidad a Dorian! —se agarra a una de mis piernas mientras yo subo las escaleras—. ¡Haríais la pareja perfecta! Es guapo, simpático, muy listo y está colado por ti. Seguro que seríais muy felices y... ¡oye no me cierres la puerta!
Después de cerrarle la puerta en sus narices, sonrío maliciosamente y vuelvo a abrirla, encontrando a mi hermana en posición de jarra y pataleando un pie en el suelo.
—Hermanita, primero ocúpate de tu soltería y ten un novio —ella intenta replicarme pero yo continúo—. Cuando lo tengas, y sólo quizás, escucharé tus consejos sobre el amor, aunque no te prometeré ponerlos en práctica —cierro la puerta riéndome.
—¡Eres la mismísima reencarnación del demonio! —grita desde el otro lado de la puerta—. ¡Cómo sigas así no vas a encontrar novio!
—Mejor sola que mal acompañada —le devuelvo el grito mientras parafraseo un refrán popular.
Los pasos de mi hermana pequeña se van alejando, lo que significa que ya se ha dado por aludida, y yo decido hacer lo mismo y concentrarme en mis asuntos.
Para esta tarde tenía planeado hacer dos cosas: estudiar un poco todas las asignaturas y ocuparme de los asuntos del consejo estudiantil.
Todavía sigo pensando en la traición del equipo del consejo estudiantil.
No es que me esté lamentado o tratando de entender la situación (porque ya de por sí está más que clara), simplemente mi mente no logra descifrar el porqué me aborrecen absolutamente todos los del consejo. En su día yo les ayudé a todos con sus problemas: Nadine y su intento de extorsionar al profesor de matemáticas; Mason y su tráfico de marihuana en los servicios masculinos del equipo de fútbol y a Donovan por conducir ebrio dentro del recinto del instituto. Jamie era el único que tenía un expediente inmaculado y, en su momento, fue la persona en quién más confié.
Hace casi cuatro años el instituto Saint James era irreconocible. Yo lo cambié para que fuese un lugar mejor, un sitito perfecto, lo único que quería es que éste me viese como su heroína y su salvadora.
Y, en cierto modo, lo conseguí. No hay que olvidar que si caigo yo, cae el instituto. Yo soy el pilar principal que lo sostiene.
Durante media, y sin dejar de pensar en una solución para evitar que frustren las elecciones a la presidencia al consejo, me dedico a hacer los cálculos que tendría que haber hecho Nadine y, en poco menos de cinco minutos, están terminados y detallados. Por supuesto, Nadine me los envía pasadas cuatro horas y, cómo no, mal calculados. Simplemente, Nadine es una negada de las matemáticas más simples.
Cuando llega la hora de cenar, papá me llama a poner la mesa y, con todo el sosiego que me caracteriza, bajo las escaleras hasta encontrarme en la cocina con Kiara, la cual parece que está haciendo tallarines, y no intoxicarnos en el intento, a su vez de que papá está intentando arreglar la televisión.
Si os preguntáis dónde está mi madre, literalmente no lo sé. Algunas veces opto por decir que no la he llegado a conocer, porque cuando se digna a aparecer por casa parece una completa extraña.
Hace tres años empezó a tomarse sus "veranos sabáticos" e irse a recorrer mundo. Actualmente está sabe Dios dónde y, sinceramente, ya poco nos importa. Aunque los intentos de papá por convencernos de que mamá no nos olvida y que nos sigue queriendo mucho ya son cada vez menos creíbles.
A veces pienso que papá no se merece el egoísmo de nuestra madre y que, obviamente, se van a divorciar. Lo sé y estoy segura porque los domingos por la noche papá se encierra en su cuarto y pone la televisión a todo volumen para que no le oigamos las discusiones que mantiene con mamá por teléfono.
—Este cacharro ya pertenece al siglo pasado —aporrea mi padre la televisión y ésta sigue sin dar señales de vida—. Mañana me la llevaré al taller para que Don le eche un vistazo.
Mi familia, si es que se le puede llamar así, es de clase normal; humilde para ser sincera. No vivimos en una mansión ni tenemos cien criados y yo no voy en coche al instituto sino en bus. Simplemente no somos esa "familia ideal" que sale en las novelas romanticonas que mi hermana Kiara lee, en absoluto.
—¡Mel, no te quedes ahí parada y pon la mesa! —protesta mi hermana sacudiendo la espátula—. ¡Ah, qué se me deshacen los tallarines!
Kiara es un desastre hasta con la comida más sencilla. No es que sea la chef experta de la familia, pero sé cuando quitar los tallarines del agua y que, por lo menos, tengan un aspecto decente tirando a comestibles.
Después de un cuarto de hora observando como Kiara intenta hacer que los tallarines no parezcan una masa tóxica, no sentamos a cenar.
—¿Qué tal os fue el día? —pregunta mi padre escaneando el plano.
—¡Estupendo! —responde Kiara con su característico buen humor de siempre y ésta empieza a comer—. Los del grupo de teatro estamos organizándolo todo para hacer Hamlet. ¡Y yo voy a ser la directora de la obra!
—Me alegro, abejorro —sonríe mi padre sin seguir probando los tallarines—. ¿Y qué tal tú Mel?
—Normal —encojo los hombros y, con sutileza, aparto el intento de comida que ha cocinado Kiara—, como siempre. Nada en particular.
Para mí el hecho de que estuviesen haciendo un complot a mis espaldas el consejo no era algo normal y común, pero no quiero que mi padre se preocupe por mis problemas y crisis de la adolescencia. Suficiente ya tiene con lo de mamá.
—¿Y qué tal con el consejo estudiantil? —incide—. Supongo que estarás ansiosa por repetir el cargo de presidenta, ¿no?
Quiero mucho a mi padre, pero algunas veces da demasiado bien en el clavo sobre algo que no me apetece hablar, y más en estos momentos. ¿No podía haberme preguntado por otra cosa?
—Bien, perfecto —sonrío y tomo un sorbo de agua—. Creo que no tengo muchas ganas de cenar —resueno—. Estoy bastante cansada. Buenas noches.
Me levanto de la mesa y, para que Kiara no me ponga mala cara, me llevo el plato a mi habitación. Sinceramente no tengo ganas tan siquiera de fingir que todo va bien y que no me siento afectada. No puedo llevar una máscara todo el tiempo y pretender que nada me afecta en absoluto: seré infranqueable pero, al fin y al cabo, todavía tengo un corazón, de hierro, pero sigue siendo un corazón con sentimientos.
Antes de acostarme, estudio francés un buen rato y me preocupo de deshacerme del mazacote potencialmente tóxico, llamado cena, que ha creado Kiara en base a sus artes culinarias magistrales en la cocina, que al final acaba siendo la comida de nuestro perro, Bobby, el cual tiene un pozo sin fondo en vez de estómago porque ha dejado el plato vacío.
Mientras me concentro en repasar los ejercicios de gramática y vocabulario en francés, no hago otra cosa que pensar que tengo que sacar la mejor nota en este examen.
Para muchas personas las matemáticas o la física eran las peores asignaturas del mundo, para mí lo es el francés. Siempre saco muy buena nota en cualquier asignatura o destreza, pero en francés siempre tengo que estudiar con mucha antelación para sacar la mejor nota de mi clase y, a la vez, ser la única alumna que, aparentemente, no tiene dificultad alguna en absolutamente nada.
Decido apartar unos segundos la materia de francés, puesto que ya he estudiado lo que tenía planificado y me embarco en el tema del consejo estudiantil: tengo que parar el complot que esas alimañas están intentando trazar a mi costa.
Tenía pensado buscar los puntos débiles de cada uno de ellos y devolverles, en forma de venganza, desde las sombras para que no sospechen de mí.
En el caso de Nadine me sería bastante fácil pararle los pies, tan sólo bastaría con decirle al profesor Murphy los planes que tenía para él sino le aprobaba el próximo examen de matemáticas. Nadine se creía más lista que yo pero sólo tiene el cerebro del tamaño de un cacahuete. Su plan es chantajear al profesor Murphy simulando denunciarle por acoso sexual (cosa que es mentira) para así obtener un aprobado. ¿Qué porque lo sé? Porque ella misma nos lo confesó a todos los del consejo estudiantil por Whatsapp hace dos semanas.
Mason es el blanco más fácil de todos. Será bastante sencillo implicarle, nuevamente, en la venta de marihuana en el instituto. Sólo basta que hable con los miembros del club de jardinería, los cuales cultivan un par de plantas de marihuana a escondidas, para que metan algunas hojas en la taquilla de Mason. Resulta que hace seis meses las encontré escondidas mientras hacía una inspección exhaustiva al club y me suplicaron que no se lo dijese al director. A cambio de mi silencio, les chantajeé con que me sirviesen en cualquier ocasión que yo les pidiese ayuda, y siguen siéndome fieles por la cuenta que les trae.
En cuánto a Donovan, aunque sé que lo está haciendo siendo extorsionado por Jamie, también va a tener que pagar las consecuencias. Sé que ha repetido curso tres veces, que tiene serios problemas con el alcohol y que por poco le meten en la cárcel por conducir ebrio. Y también sé que a la mínima falta le pueden expulsar del instituto, y posiblemente, no pueda volver a pisarlo. He intentado, por todos los medios posibles, que no se metiese en problemas muy serios desde que le conocí, hace ya dos años y medio, pero siempre ha caído en la tentación y ha reincidido. Así que será cuestión de tiempo que vuelva a meter la pata y, esta vez, no voy a mover un sólo dedo.
En este punto cualquier persona se puede preguntar: ¿por qué éstos tres especímenes están en el consejo estudiantil? Simplemente porque en mi campaña electoral, de hace cuatro años, prometí que si salía presidenta cualquier persona, independientemente de su perfil estudiantil, podría pertenecer al consejo. Y así lo hice.
Y esto nos lleva a Jamie, el vicepresidente.
Admito que cuando salió elegido como vicepresidente por poco pego un salto de alegría. Jamie y yo somos muy parecidos, aunque él sea un manipulador a mis espaldas y que a mí me vean como la tirana del instituto.
Desde un principio nos compaginamos bastante bien, hasta creo que, a veces, pensábamos lo mismo pero, desde hoy, me he dado cuenta de que sólo es una sanguijuela con patas. El problema es que no sé que puedo hacer para apartarlo de mi camino y dañar su reputación.
Según el libro de normas por el que se rige el consejo, en el artículo número seis apartado cuatro, puedo cesar a cualquier cargo con una razón de peso. La razón, en el caso de Nadine, Mason y Donovan, está más que clara, aunque no quiero aplicar esa norma porque sabrían, al instante, que sé su plan y eso es lo último que quiero. Siempre tengo que ir un paso por encima de ellos. Y, a su vez, esa misma norma no se la puedo aplicar a Jamie por dos razones: una, porque ha sido elegido por las urnas y no nombrado por mí y dos, aunque puedo aplicar el artículo número seis no tengo una excusa bastante buena como para cesarle, simplemente no tiene una mancha roja en su expediente; está limpio.
Aunque... ahora que caigo... Donovan echó en cara a Jamie lo del asunto de Kara. Quizás sea ese su punto débil...
Suspiro profundamente y miro el reloj que cuelga en mi habitación; son casi la una de la madrugada y necesito irme a dormir ya, tendré que ponerme manos a la obra y buscar pruebas suficientes para acusar a Jamie de ser cómplice.
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