Capítulo dos: Complot entre estudiantes.
Menos mal que quedaba poco para acabar la visita turística al instituto porque estoy tardando más de lo normal en enseñarle el centro completo y encima tener que responderle a cada pregunta que este mequetrefe con carita angelical me plantea cada dos por tres.
—¡Vaya! —exclama—. ¿Año de elecciones al consejo?
Yo asiento.
En el hall principal del instituto, me había preocupado de colgar una enorme pancarta blanca anunciando las elecciones para dentro de poco menos de un mes. La habían hecho, bajo obligación mía, el club de arte y, desde mi punto de vista, es hortero y poco formal pero llama mucho la atención y eso, a fin de cuentas, es lo que me interesa. Cuanto más atención capte, más potenciales votantes serán los que me voten.
—Exacto —respondo con una sonrisa—. En menos de un mes las celebraremos.
—¿Y cualquiera se puede presentar?
—Por supuesto —respondo—, el único requisito es ser un estudiante del Saint James. Yo podría salir reelegida —amplío mi sonrisa— o incluso tú podrías presentarte y salir presidente.
Siempre instigaba a los nuevos a presentarse con dos propósitos: darles una esperanza y que ésta se frustrase en el intento y ensalzar mi posición con el fin de, indirectamente, decirles que quien manda aquí soy yo. Otra posible razón era para ridiculizarles, porque la diferencia de votos con ellos era monumental y eso siempre ocasionaba vergüenza, tanto ajena como en lo personal.
Lo sé, soy mala a rabiar.
También he caído en la cuenta que puede que el efecto sea reversible; que otra persona que no sea yo salga elegida. Pero eso nunca ha pasado y el porcentaje de probabilidad es inexistente; prácticamente nulo.
—Eso sería una buena idea...
No me sorprende, otro iluso que cae en la trampa y piensa que me puede ganar.
—Bueno —le redirijo hacia las listas—, creo que esto te puede interesar. Dado que pareces ser un buen estudiante —le halago con mis mejores sonrisas de zalamera profesional—. Nos lo has demostrado en historia.
—Sólo aporté información extra —dice con modestia aunque sin dejar de sonreírme—. Tampoco creo que sea para tanto.
Y no lo es. Sólo le estoy haciendo la pelota para que no se cruce en mi camino y se lleve todos mis aplausos y mi mérito. Esa sonrisa no le va a durar ni un mes, lo prometo.
—Esta es la lista —señalo a un gran tablero con montón de hojas en blanco—, aquí se publican las notas de los exámenes y se clasifican, obviamente, por la mejor nota. Por ejemplo —señalo con sutileza a la última lista del año anterior—, aquí están las notas medias del curso anterior.
Dejo un par de segundos para que inspeccione la hoja y, en concreto, que se de cuenta de un detalle:
—¡Vaya! —exclama—. Pero si fuiste la primera el año pasado. ¡Eres fantástica!
—Sí —respondo inocentemente para así parecer que no lo he hecho a propósito— y gracias. Fue un año duro pero al final lo conseguí, no veas lo que...
—Entiendo —me interrumpe secamente sin dejar de sonreír— pero, ¿para qué verdaderamente sirve la lista?
Esta conversación está siendo hasta demasiado falsa para mí. Hay demasiadas sonrisas y esto me da que pensar con este tipo: no sé si está siendo simpático o si está tomándome el pelo.
—Bueno —intento sacar una explicación lo más convincente posible—, el caso es que la lista fomenta al alumnado a ser más eficientes con ellos mismos y a cumplir sus metas y propósitos.
—Y, supongo, que uno de sus propósitos es estar en esa lista el primero ¿no?
—Obviamente.
—¿Entonces los estudiantes sólo pelean por un simple puesto, nada más? —de repente se pone serio—. Pues vaya nimiedad.
—La verdad es que... —intento inventarme una nueva excusa que pueda parecer más creíble que la anterior—... va más allá de la nota o un simple puesto, es la satisfacción de haberte superado a ti mismo y...
—Es broma —vuelve a interrumpirme y estalla en una pequeña carcajada—. Me parece una idea genial para potenciar a los estudiantes... ¡eres una excelente presidenta!
Pelotero, zalamero y bipolar. Con esa cara de niño bueno a mí no me engañas.
—Una broma... —digo ligeramente y comienzo a reír—. ¡Claro que sí! ¡Una broma! —ambos nos seguimos riendo hasta que me doy cuenta que ya va siendo hora de despachar a este individuo y de pensar en ir a la reunión con el consejo—. Bueno, ¿Loïc? —pregunto y este asiente— creo que este es el fin de la visita. Espero y deseo que te adaptes muy bien y que estés a gusto en Saint James.
—¡No lo dudes! Sólo es el principio... ya lo verás.
Ambos nos despedimos y yo me dirijo a la sala de reunión del consejo bastante pensativa.
Quizás ha sido la visita guiada más surrealista que he tenido estos cinco años; demasiado exagerada y muy falsa. Pero lo que verdaderamente me ha dejado pasmada han sido sus últimas palabras al despedirnos. ¿Sólo es el principio de qué? ¿Me lo tengo que tomar como un supuesto desafío? Porque el tono en como ha sonado su despedida ha sido el de una amenaza.
¿Amenaza? Desde cuándo Melanie te preocupas por lo que un novato diga. Se querrá hacer el chulo y, a la vez, el prepotente contigo, reniega mi mente.
Pues si va de esas formas, lo lleva claro. No soporto a los chulitos, es más; en el instituto hay diferentes grupos: están populares que se creen los reyes; los raritos que nunca hablan con extraños; los deportistas que sólo piensan en sus musculitos, etc.. pero nunca ha habido alborotadores o posibles indicios de peleas monumentales en este instituto, de eso me he encargado yo desde que entré a ser la presidenta.
Obviamente, no he podido evitar o lidiar con alguna que otra riña pero, una de las cosas que caracteriza al Saint James, es el buen ambiente y el fomento del estudio; eso por lo menos de puertas para afuera.
Cuando llego a la sala dónde se va a celebrar la reunión de estudiantes veo que, a través de una rendija de la puerta, ya hay gente que está hablando algo agitada. Miro la hora en mi reloj y me voy cuenta que, aunque siempre llego la primera con diez minutos de antelación, hoy se han adelantando, prácticamente, todos los miembros del consejo estudiantil.
Esto es muy raro.
—Recemos para que Melanie no salga de nuevo como presidenta —se oye la voz de Mason, el secretario del consejo—. Este instituto se ha convertido en una dictadura por su culpa. Antes era la caña: no había reglas, los profesores nos aprobaban sin hacer nada, hasta hacíamos apuestas para ver con cuántas tías te acostabas a la semana... era perfecto.
Esto sí que no me lo esperaba. Sé que Mason nunca le he caído del todo bien dado que, según él, yo soy la aguafiestas de turno que ha tiranizado al instituto con mis reglas y normas.
Y pensar que sus sonrisitas de perrito faldero y lo que le gustaba darme la razón en todo lo que yo hacía y decía eran una completa farsa. Ya sabía que sólo me adulaba por puro beneficio propio, de eso sé yo más que él, pero pensar que fuese así de rastrero eso es lo más bajo que ha podido caer. Y pensar en que podía confiar en él.
Quiero abrir la puerta para plantarles cara cuando una voz femenina muy conocida prosigue la conversación:
—Yo estoy harta de su maldita lista y sus normas —prosigue malhumorada Nadine, la tesorera—. Es una pesada, no hace otra cosa que agobiarme para que le dé los balances de cuentas del consejo ¡cada semana! ¡Ni que esto fuese una empresa!
—¡Tampoco exageréis! —salta Donovan, el asesor del consejo, dando una leve puñetazo en la mesa—. Este instituto necesitaba reglas, sabéis tan bien como yo que, sino hubiese habido una mano firme como la de Melanie, este instituto se hubiese ido al garete.
—Yo no sé cómo la puedes defender Donovan —responde Mason con una sonrisa cínica—. Sólo es una paranoica de las calificaciones y del orden. Y tú Jamie, ¿qué piensas sobre ella?
—Creo que tengo la solución —Jamie, el vicepresidente estudiantil, habla—. Hay que manipular las elecciones y amañar los resultados. Melanie tiene que desaparecer.
¿Estoy oyendo bien? Esto si es una decepción y más si se trata de Jamie.
Creí que éramos amigos y que me estaba apoyando en todas las decisiones que tomábamos juntos, ahora veo que sólo es un traidor más del montón. Y pensar que comparto la misma clase de historia y matemáticas con él me enfurece aún más, no sé como voy a poder contenerme en no romperle la cara cuando lo vea.
¿Desde cuándo llevan conspirando en mi contra?
—¿Qué sugieres entonces, genio? —pregunta Nadine—. Porque tú también te juegas el puesto. ¿Olvidas que son elecciones tanto para presidente como para vicepresidente?
—Tranquila —responde éste con una sonrisa—. Yo me aseguraré de seguir en mi puesto, pero tenemos que buscar a alguien para que sea el nuevo presidente y alguien fácil de manipular. Yo no puedo serlo, o Melanie sospecharía de que hemos estado detrás de su eliminación.
—Conmigo no contéis —responde de inmediato Donovan levantándose—. Respetar los resultados de las votaciones fue la primera norma que se puso en el consejo. Yo no voy a participar en este complot y menos si es en contra de Melanie. No se lo merece.
—Donovan —dice Jamie en tono amenazante—, tú también vas a ayudar en esto o sino...
—¿O sino qué? —levanta la voz para encararse con Jamie—. ¿Vas a mancharme el expediente académico como lo hiciste con Kara?
Esto es verdaderamente indignante y quiero creer que Jamie no está detrás de la expulsión de Kara.
Kara fue la antigua vicepresidenta del consejo hace ya un año y medio y, por uno motivo que aún no se sabe, se dedicó a vender las respuestas de todos los exámenes de matemáticas. No sabemos cómo se las ingenió para obtener el examen con sus preguntas y respuestas, dado que se negó a revelarlo, pero lo que sabemos es que no pudo actuar sola. A consecuencia de esto, Kara fue expulsada durante dos meses y, pasados éstos, no se le volvió a ver el pelo en Saint James.
Espero, por el bien de Jamie, que no tenga nada que ver con aquello. Dado que tomaré medidas: primero por su traición, segundo por el intento de amañar las elecciones y tercero por su supuesta implicación en la obtención de las respuestas del examen de matemáticas. Aunque de las dos primeras no se va a salvar, lo juro.
—No, algo mejor —sonríe maléficamente—. O cooperas o sino tus hermanitas dejarán de tener la beca y las subvenciones que el ayuntamiento les está dando.
—¿No serás capaz?
—¿Qué no? —ríe—. ¿Estás seguro? Mi padre es el alcalde y una llamadita al concejal de educación bastará para que les anulen las becas. ¿Quieres arriesgarte?
—Eres una alimaña —escupe Donovan, volviendo a su asiento.
—Muy bien, quedamos dentro de una semana a la misma hora y aquí mismo para trazar nuestro plan. ¿Entendido? Mientras tanto id buscando al candidato perfecto que se quiera presentar como presidente —Jamie pregunta y todos asienten, incluso Donovan—. Ya es casi la hora, Melanie estará al caer. Actuad como siempre, no tiene que sospechar.
Poco a poco me aparto de la puerta.
Miserables traidores; esto no quedará así.
Tomo una bocanada de aire para después expulsar poco a poco. Tengo que calmarme. No pueden saber que les acabo de escuchar; tengo que llevarles ventaja.
Así que lo único que hago es forzar una sonrisa lo más natural posible, atusar mi blusa y volver a caminar hacia la puerta para entrar de repente en el aula del consejo estudiantil:
—¡Hola chicos! —saludo simpática y me siento en mi respectiva silla—. Perdonad por llegar con algo de retraso, he estado enseñando al nuevo, Loïc Cox, el instituto y no se callaba ni una sola vez.
—¡Hola Mel! —me devuelve el saludo Jamie sonriendo—. Estábamos hablando de la organización para las próximas jornadas culturales de invierno. ¿A qué sí Mason?
Maldito embustero, no sé cómo puede llegar a mentirme a la cara.
—Exacto —prosigue con la mentira Mason—. Estábamos pensando en hacer una especie de festival y, que a la vez, haya jornadas de puertas abiertas, para captar nuevos estudiantes.
—Me parece una idea fabulosa —sonrío muy natural y éste me la devuelve—. Pero hay que hacer recortes —veo como sus caras pasan de estar falsamente felices a tornarse neutrales—. Como lo oís. Nadine, ¿has traído las cuentas que te pedí?
—¡Por supuesto, Mel! —exclama entregándome el papel con exagerado entusiasmo y añade—. Además, tenemos margen para la propuesta que ha dicho Mason.
—Negativo —observo las cuentas y vuelvo a sonreírles—. Hay que hacer recortes.
Si se pensaban que el último mes antes de las elecciones iba a bajar la guardia estaban muy equivocados.
—¿Recortes? ¿Más recortes? —pregunta retóricamente Jamie—. Venga Mel, no seas tan aburrida. Las cuentas no fallan y tenemos un margen suficiente para hacer algo divertido. ¿Verdad Donovan?
La pregunta parece que pilla desprevenido a Donovan, el cual se ha quedado mudo justo cuando yo he entrado en la sala:
—Donovan, Jamie te ha hecho una pregunta —insiste Mason—. Haz el favor de dejar de estar a otros asuntos y responde, no tenemos todo el día.
—Pues... la verdad es que... —noto como mira a Jamie y él le devuelve una mirada malévola—. Creo que sería una buena idea —ésta vez se dirige hacia mi—, hace tiempo que no hacemos algo divertido en Saint James, creo que ya es hora de... renovar.
Vuelvo a mirar las cuentas que ha hecho Nadine. Todavía no me lo explico el porqué la elegí como tesorera, sino sabe ni sumar un par de números y el balance que ha hecho... da lo siguiente a pena. Ahora me arrepiento de haberle hecho el favor para que le aprobasen las matemáticas el año pasado.
—Te agradezco el consejo, Donovan —sonrío y ésta vez miro a todos—. Pero no hay margen para hacer lo que proponéis —tiro las hojas en la mesa, para que todos puedan verlas—. El balance está mal hecho y no tenemos presupuesto suficiente. Nadine, el único trabajo que tienes es poner las pérdidas y ganancias en la tabla Excel que yo te hice, nada más; tampoco creo que sea tan difícil de comprender —ésta me mira intentando contener un grito de reproche—. Quiero que vuelvas a revisar las cuentas y mañana me pasas el borrador por email. ¿Está claro?
Ésta asiente conteniéndose. No es mi problema que sea una inepta en un simple cálculo.
—He hablado —clavo mi mirada a cada uno de ellos— con los del club de carpintería y se han ofrecido a hacernos las urnas para las elecciones del consejo. Las papeletas nos las va a facilitar dirección, por eso no os preocupéis, y las supervisarán hasta el día de la votación. Bien, ¿algo más que queráis objetar? —todos niegan—. Pues perfecto, la sesión de ésta semana ha terminado —me levanto de la silla felizmente y saludo con la mano—. Hasta la próxima semana chicos. ¡Y feliz lunes!
Salgo de la sala bastante rápido antes de que me de un infarto. He estado conteniéndome lo suficiente para no mandarlos todos a paseo, ganas no me han faltado. Pero, por suerte, tengo una paciencia y un temple de hierro y no me dejo llevar por mi emociones, sino ya los hubiese usado como pinchos morunos.
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