1. Alfa desquiciado
Se echó un montón de agua en la cara. Tres veces. Frotó sus ojos incómodo y se miró a sí mismo en el espejo. Llevaba tres días con una cara que combinaba perfectamente con su mierda de humor. A su alrededor, los trabajadores huían despavoridos o bajaban la cabeza evitando el contacto visual. Lo entendía.
Sabía que cuando estaba tan al límite, sus feromonas se descontrolaban; los periodos de estrés laboral en la oficina coincidían con el éxodo masivo de todos los omegas que trabajaban cerca de él. No los trataba mal, joder, pero no podía hacerse cargo de su naturaleza cuando las cosas no salían como planeaba. Y, en esta ocasión, la mierda le llegaba al cuello.
Toc, toc, dos golpes en la puerta.
—¡¿Qué?! —ladró.
—¿No piensas salir? Quedan dos minutos para que llegue.
—Déjame en paz —gruñó, apretando los puños sobre el mármol del lavabo—. Saldré cuando quiera.
—Perfecto, una entrada triunfal al más puro estilo "alfa desquiciado"—dijo su amigo, al otro lado de la madera—. Estás dándoles la puta razón con este numerito, Minho.
Quiso gritar; en su cabeza lo hizo. Se sentía tan frustrado que casi golpea el cristal que le devolvía el reflejo de su cara descompuesta por las pocas horas de sueño y el estrés. En su lugar, se enderezó y apretó el nudo de la corbata de seda que llevaba puesta. Arregló el cuello de la camisa y se aseguró de que estaba perfectamente vestido.
Peinó un poco su pelo con los dedos y respiró profundamente, enfrentando la realidad de sus propias acciones. Porque él había sido el culpable de que tuvieran esa reunión en un minuto; él, su carácter de mierda y todas esas quejas de omegas que pedían traslados después de trabajar junto a él.
Mierda, Minho no era una persona cruel, no tenía ningún problema con los omegas, con los betas o con nadie en particular dentro de la empresa que esperaba dirigir. De hecho, sí que tenía un enemigo: el consejo que había decidido que no estaba capacitado para ascender.
Y en ese momento, caminando por el pasillo tras salir del baño, se dirigía a conocer a alguien que, a juicio de esos imbéciles millonarios, sí estaba capacitado para ser el C.E.O. de una empresa que estaba a punto de salir a bolsa. Una persona que nunca había pisado ese maldito edificio en el que Minho prácticamente vivía desde hacía cinco años.
La puerta de la sala grande de reuniones estaba abierta, todavía faltaban algunos integrantes, pero respiró hondo antes de entrar, tratando de bajar el nivel de feromonas agresivas que estaba esparciendo por todas partes. Se sentó junto a Changbin con movimientos medidos y su amigo le miró con una ceja levantada. Casi podía escucharle en su cabeza: "¿Ya estás más tranquilo, alfa desquiciado?". Por poco se echa a reír.
Uno de los consejeros miró a Minho por encima de sus gafas plateadas y estuvo a punto de enseñarle el dedo de en medio, pero se contuvo. Siguieron entrando poco a poco y los olores se mezclaron hasta convertirse en una amalgama imposible de diferenciar; eso lo hizo calmarse un poco. Cuanta más gente hubiera a su alrededor, más podría disimular su propio aroma y más tranquilo parecería, aunque dentro de su cabeza se estuviera librando la guerra más cruenta que había tenido nunca consigo mismo.
Alguien habló por encima de las voces, pero decidió ignorarlo, igual que habían hecho con él. Deliberadamente, cogió su teléfono móvil y navegó por las últimas noticias sin fijarse en nada. Solo quería que entendieran que, a partir de ese instante, dejaría de sacrificar su vida por esa manada de desagradecidos que le había relegado a ser el segundón de un maldito desconocido.
—Parece que llega tarde —susurró Changbin en su oído. Subió los ojos brevemente y apretó los dientes, enfadado. ¿De verdad esa persona era más válida que él para sacar la empresa a bolsa? ¿De verdad el cabrón que era capaz de llegar tarde en su primer día era mejor profesional que él?
La mujer que estaba a su izquierda arrugó la nariz y se apartó, disimuladamente. Alguien se abanicaba, tratando de diluir el aroma de "alfa desquiciado". Contó hasta veinte en su cabeza para sosegar ese estado de ánimo violento. «Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete...» La gente hablaba, el murmullo era casi ensordecedor, cerró los ojos, concentrándose. «Doce, trece, catorce, quince...»
¡Bum! El ruido de la puerta golpeando la pared le hizo abrir los párpados. Miró a Changbin y siguió la dirección que señalaban las pupilas de su amigo. Frunció el ceño, desconcertado, cuando un niño de unos catorce años, vestido de colores estridentes, caminó hasta una de las ventanas para desbloquearla y dejar pasar el aire.
—Qué olor tan desagradable —gruñó aquel enano, llevándose un pañuelo de tela a la nariz.
Todo el maldito lugar estaba en silencio. Como un cementerio en medio de la noche. Las miradas de soslayo se dirigieron a Minho se sintió como si estuviera desnudo en medio del aula de química en la secundaria, incluso se miró a sí mismo, por si estuviera repentina y mágicamente, en pelotas en medio de esa Junta.
—Buenas tardes a todos, es un placer conocerlos por fin —saludó el niño, guardando el trozo de tejido en el bolsillo de su chaqueta amarilla—. Mi nombre es Han Jisung. Espero estar a la altura del puesto que se me ha confiado. Ahora, hablemos de esa salida a bolsa.
Minho entendió que aquel era el principio del fin.
—Joder, no puede tener edad ni para conducir —insistió una vez más, frotándose los ojos.
—Pues la tiene. Para conducir, para beber, para votar y para dirigir esta empresa —contestó Changbin.
—No puedo creer lo que me han hecho, Binnie. No puedo creerlo. ¿Has visto su ropa? Por Dios, esto es una puta oficina, no el carnaval de Río de Janeiro o algún skatepark lleno de pandilleros.
—¿El problema es la ropa? Es un poco... excéntrico, pero no parece molestar a los viejos.
—Exacto, ¿qué mierda ha hecho ese niñato para que le sienten en ese despacho, Changbin? Es un puto niño y encima viste como uno. ¡Dios santo! —Golpeó el sillón en el que estaba sentado con los puños.
—Minho, tú te estás comportando como un niño. Sé que esto es una mierda, pero tienes que tragar. Tengo la esperanza de que el chico cometa un error y acaben dándose cuenta de que llevas cinco años rompiéndote el lomo por esta empresa. Ahora deja el puto berrinche y no me vuelvas a llamar. Revisa los contratos que te he traído.
Hizo un sonido de asentimiento y escuchó al hombre marcharse. Respiró hondo y sintió el ambiente saturado con sus malditas feromonas. ¿No iba a parar esa mierda nunca? Tres días, ese muchachito no llevaba una semana en la empresa y ya tenía una pila de trabajo atrasado.
Ese idiota había decidido que debían chequear otra vez todos los documentos que Minho, Changbin y su equipo habían revisado aproximadamente doscientas veces. El señor Han había sugerido, no, había ordenado categóricamente que fueran su amigo y él los que comprobaran que todo estaba correcto. El muy hijo de puta no solo llegó para quitarle el puesto, también había decidido señalarle como su objetivo.
Y a Minho no le gustaba nada esa actitud de niñato consentido.
El teléfono sobre el escritorio sonó con un ruido estridente, corrió para contestar y escuchó la voz ligeramente temblorosa de Lia al otro lado.
—Hm... Señor Lee... Yo... —tartamudeó la omega.
—¿Qué pasa, Lia? —intentó sonar conciliador, pero sabía que no lo estaba consiguiendo.
—El señor Han quiere verle en su despacho.
—Dile que iré cuando esté más liberado de todo el trabajo que tengo —contestó, enfadado.
—Ehm... Él... Él insiste en que debe ser ahora mismo...
Colgó, golpeando con fuerza el aparato. Respiró hondo apretando los puños contra la madera oscura. Iba a volverse loco, seguramente aquello era una puta estratagema para apretarle las tuercas hasta que se marchase por su propio pie. Esos cabrones de la Junta se habían aliado con aquel niñato para sacarle de sus casillas por completo.
Se acomodó la chaqueta azul y recolocó su corbata; por lo menos le daría una lección de protocolo y saber estar a ese histriónico enano. Recorrió la planta con la cabeza alta y la mandíbula chirriando, cruzándose con algunos compañeros por el camino que tuvieron el sentido común de bajar la cabeza y apartarse. No estaba para juegos.
—Ya estoy aquí —dijo, mirando a Lia en su escritorio. La chica apartó los ojos rápidamente y extendió una mano, invitándole a entrar en silencio.
Inhaló y exhaló profundamente antes de girar la manilla de la puerta y entrar al impresionante despacho en el que debía estar establecido. Casi se mareó cuando fue testigo del destrozo que aquel idiota había hecho allí. Era como estar en un rastrillo caro, muy caro; como si Cher y Lady Gaga se hubieran emborrachado para diseñar la estancia. Santo infierno, una cosa era lo kitsch, pero esto era una aberración para el diseño.
—Gracias por venir, por favor, siéntese —dijo el hombrecillo, con su pequeña mano estirada sobre la mesa como una invitación. Minho le observó en silencio y recorrió el espacio hasta esa feísima silla de diseño que le ofreció.
Encima es incómoda, joder.
—¿Por qué estoy aquí? —preguntó sin rodeos. Las cejas del pequeño subieron con sorpresa y adivinó la contracción de una sonrisa en su cara infantil.
—Bueno, acaba de llegarme otra petición de traslado. Solo llevo aquí una semana y esta es la segunda, señor Lee.
—¿Qué quiere que le diga? Si esas personas no están preparadas para trabajar en un entorno hostil, no deberían haber entrado al mundo corporativo desde el principio —replicó, cruzándose de brazos.
—Parece que esta tendencia se repite constantemente a su alrededor, señor Lee. ¿Acaso tiene algún problema con las personas de... diferente género?
—¿Qué está insinuando, señor Han? —Le sostuvo la mirada, con su ceja elevándose ante las connotaciones desagradables que tenía esa pregunta.
—No estoy insinuando nada, le estoy preguntando si tiene algún problema con los omegas que trabajan en esta empresa. O con cualquier omega, en realidad.
—¡Por supuesto que no! Son los omegas los que no quieren trabajar conmigo, yo no tengo nada que ver con esa decisión.
—¿Seguro? —El idiota quitó la vista de él y la puso en la tablet que había en su escritorio.
—Nunca he tratado mal a nadie en esta empresa, señor Han —afirmó, con la rabia burbujeándole en las venas.
—Ah... Por supuesto, no ha tratado mal a nadie... —Pasó el dedo despreocupadamente por la pantalla—. Ajá, aquí está. Hay un total de veintidós peticiones de traslado de omegas en el último año, todos trabajaban para usted de forma directa —Siguió toqueteando el dispositivo —. También hay seis bajas médicas y ocho renuncias. Solo este año. ¿Quiere que siga hacia atrás en el tiempo?
Minho no pudo evitar el gruñido que retumbó en su pecho. El niño le miró, con la ceja elevada en un gesto de hastío. Dejó el dispositivo sobre la mesa y pulsó un mando dos veces: dos humidificadores se pusieron en funcionamiento antes de que el chico cogiera de su bolsillo un pañuelo de tela y se lo llevara a la cara.
—Es absolutamente inapropiado que no controle sus feromonas adecuadamente, señor Lee. Estamos en un entorno laboral, este debe ser un lugar seguro para todo el mundo, no solo para los alfas.
—Señor Han, le repito que jamás he hecho daño a nadie. Esto es solo porque estoy estresado: usted se ha encargado de colmarme de trabajo atrasado que no terminaré hasta dentro de mucho tiempo. Así que esta mierda continuará, probablemente se ponga peor —afirmó, retador. Una sonrisa satisfecha se dibujó en su cara y el otro abrió mucho los ojos.
Lentamente, con movimientos delicados, guardó el pañuelo de seda en su chaqueta verde menta. Se enderezó en la silla y colocó los codos sobre la mesa, mirándole fijamente.
—¿Piensas que esa mierda de alfa desquiciado va a afectarme, Lee? Porque estás tratando de mear en el árbol equivocado —Los ojos negros se clavaron en los suyos. Han unió las manos ante él—. Una petición de traslado más y estás en la calle. Ahora sal de aquí y vete a terapia.
—¿Qué demonios...
—¿Tengo que repetírtelo? —interrumpió—. Vete ahora mismo o no hará falta ninguna queja. No me des razones para despedirte tan pronto.
Le observó fijamente, contrariado, rabioso y con ganas de destrozar toda esa decoración hortera que había en la habitación. Apretó los puños sobre su regazo y quiso gritarle un millón de mierdas. Deja el berrinche, escuchó la voz de Changbin en su cabeza. Tomó cada gramo de su control para no romper la cara de ese muchacho; asintió y se levantó.
Y el hijo de puta sonrió. Sus labios carnosos y rojos se estiraron en una sonrisa que le quitó de encima años y le hizo parecer un pequeño roedor, añadiendo más leña al fuego del odio que ardía en su pecho.
¿Por qué coño tenía que parecer una inofensiva ardilla?
Llevaba tres semanas sin ver a Changbin y sin salir del despacho hasta que la gente se marchaba de la planta. No quería darle al niñato razones para echarlo, así que ordenó que uno de los betas que trabajaba en su departamento fuera el único en entrar y salir de la habitación que se había convertido en su fuerte.
Minho no recordaba haberse esforzado tanto jamás, era consciente de que colapsaría en cualquier momento. Con suerte, le encontrarían muerto en el despacho, rodeado de papeles y culparían al enano hortera por su fallecimiento prematuro. Ojalá.
Abrieron la puerta y su amigo asomó con su enorme sonrisa sosegando un poco la desazón de su corazón.
—He traído cena para los condenados a galeras —comentó, mostrándole la bolsa. Minho se echó a reír.
—Bendito seas, Binnie —Apartó los papeles del escritorio, dejando un pequeño espacio para cada uno. El chico le pasó un contenedor blanco y unos palillos, además de una botella de agua. Cuando el olor le llegó a la nariz, sus tripas rugieron.
—Oye, ¿no piensas salir de aquí?
—Ojalá pudiera... Cada vez que termino algo, aparece otra cosa aún peor... Siento que nunca terminaré de comprobar todas esas malditas transacciones. Tenemos un equipo contable, ¿por qué diablos me hace sufrir así el niñato?
—Igual deberías parar de llamarle así... —sugirió, sin mirarle a la cara. Minho frunció el ceño observándolo durante unos silenciosos segundos.
—¿Has confraternizado con el enemigo, Changbin? —bromeó, aunque estaba realmente preocupado, sobre todo cuando el otro se ruborizó—. No me jodas, ¿desapareces tres semanas y ahora vienes aquí a defenderlo? ¿Qué demonios te ha ofrecido?
—Cálmate, Minho.
—No me calmo una mierda. Creía que estabas de mi parte.
—No seas inmaduro, no estoy de parte de nadie.
—¿Dónde has estado estas tres semanas?
—Trabajando, te dije que tenía que ir a Busan. Deja la mierda ya, Minho. Compórtate como un adulto. Han no está intentando joderte, solo quiere que la salida a bolsa vaya bien, es obsesivamente meticuloso.
—¿Fuiste con él a Busan? —Changbin no contestó, así que dejó los palillos en el plato y alargó la mano para agarrar a su amigo de la muñeca. Sus ojos se levantaron de la comida—. Fuiste con él.
No era una pregunta porque no necesitaba una respuesta que ya sabía. Changbin solía ser bastante transparente con sus reacciones. El cabrón confraternizó con el enemigo y eso encendió su ira un poco más.
Changbin era una de las pocas personas en las que confiaba ciegamente. Probablemente el hecho de que fuera beta ayudaba, nunca le afectaban los extraños cambios de humor de Minho y soportaba con aburrimiento todas sus ciclotimias. Por suerte para él, su amigo no le temía ni le enfrentaba, estaba profundamente agradecido por la presencia de Changbin a su alrededor. Y esa mierda de que andara defendiendo al niñato le enfadó.
—Traidor —escupió, cerrando el contenedor y tirándolo en la papelera a su lado—, ahora entiendo todas esas cenas que me mandaste. Lo hacías para disculparte mientras te ibas por ahí con el nuevo C.E.O.
—¿De qué hablas, imbécil? Estás dándole la razón a esa gente, Minho.
—Vete, tengo mucho trabajo —interrumpió.
Changbin le miró unos instantes y asintió, apretando la boca en una línea. Dejó el plato sobre la mesa y se dirigió a la puerta con pasos seguros.
—No tengo que pedirte disculpas por nada, pedazo de idiota. Vete a terapia de una vez y deja de joder.
Se marchó con un portazo; dos segundos después, Minho golpeó con los puños la madera de la mesa con un gemido ahogado. Si no tenía ni siquiera a Changbin de su parte, ¿qué le quedaba allí?
***
¡Hola, navegantes!
Llevo frecuentando estos lugares de Wattpad hace cosa de dos años, hasta ahora solo he escrito fanfics de BL tailandés, pero tenía algunos oneshots que me gustaría adaptar... Así que aquí estoy, con la primera historia de esta serie de tres que transcurren en el mismo universo, aunque tienen sentido por separado.
Gracias por leer, espero no ofender mucho a nadie.
¡Nos vemos en el infierno!
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