30

Fueron sólo unos pocos instantes los que Jace pasó arrodillado en el suelo mientras el martilleo de su pulso iba aminorando y Jane intentaba calmarlo, pero les pareció una eternidad. Cuando finalmente se levantó, tenía las piernas agarrotadas por el frío y las yemas de los dedos azules. El aire apestaba a quemado, aunque no había ni rastro de Agramon.

Jace recuperó el pedazo de metal y, agarrándolo con una mano,  se encaminó a la escala situada al final de la pasarela. El esfuerzo de descender penosamente sólo con la mano libre le aclaró la cabeza.

— ¿ Te encuentras bien ? — le preguntó Jane.

— Sí, no te preocupes por mí.

— ¿ Estás seguro ?

— Solo camina, Jane.

Saltaron del último travesaño encontrándose una segunda pasarela estrecha que discurría a lo largo de la pared de metal en una enorme bodega. Había docenas de otras pasarelas recorriendo las paredes y toda una variedad de tuberías y maquinaria. Se oían estallidos procedentes del interior de las tuberías, y de vez en cuando alguna de ellas soltaba un chorro de lo que parecía vapor, aunque el aire seguía siendo glacial.

Jane miró alrededor. Lo que había allí abajo era un laberinto; no habría modo de saber en qué dirección debían salir. Se volvieron para descender por la siguiente escala y advirtieron una marca roja en el suelo de metal.

  Sangre. Jace la rascó con la punta de la bota. Todavía estaba húmeda, ligeramente viscosa. Sangre fresca. Se le aceleró el pulso. Recorrieron un tramo más de pasarela, vieron otra mancha roja, y luego otra un poco más allá, como un rastro de migas de pan en un cuento de hadas.

  Siguieron la sangre, las botas resonando contra la plancha de metal. La pauta que seguían las salpicaduras de sangre era peculiar, no era como si hubiese habido una lucha, sino más bien como si hubiesen transportado a alguien, sangrando, por la pasarela…

  Llegaron a una puerta. Estaba hecha de metal negro, con abolladuras y muescas aquí y allá. La huella ensangrentada de una mano estaba alrededor del pomo.  Jace empujó la puerta.

   La habitación estaba vacía excepto por una tubería de metal que discurría a lo largo de una pared y lo que parecía un montón de arpillera en el rincón. Penetraba un poco de luz a través de un ojo de buey situado muy arriba en la pared. Cuando Jane avanzó con cautela, la luz del ojo de buey cayó sobre el montón del rincón, y la muchacha se dio cuenta de que no era una pila de basura en absoluto, sino un cuerpo.

  El corazón de Jane empezó a golpearle en el pecho.

El suelo de metal estaba cubierto de sangre pegajosa. Sus botas se soltaban de ella con un desagradable sonido de succión mientras cruzaba la habitación e iba a inclinarse junto a la figura hecha un ovillo en el rincón. Un chico moreno vestido con vaqueros y camiseta azul empapada en sangre.

  Jane agarró el cuerpo por el hombro y tiró de él. Éste se volvió, laxo y sin fuerza, los ojos castaños mirando sin vida hacia el techo. Jane sintió un nudo en la garganta. Era Simon, y estaba blanco como el papel. Tenía un feo tajo en la base de la garganta, y también en ambas muñecas, dejando abiertas heridas irregulares.

  Jane cayó de rodillas, sujetando aún el hombro de Simon. Jace se unió a ella.

El dolor que recorría su cansado cuerpo era insoportable. Estaba harta de ese miedo que sentía al pensar que podría perder a su mejor amigo.

Contemplando la herida irregular de la garganta de Simon, no era difícil darse cuenta de lo que Valentine había hecho.

  Jace alargó la mano para cerrarle los ojos a Simon.  Bajó la mano hacia el cuello de la camiseta de Simon, para subírsela y cubrir el corte.

  Simon se movió. Los párpados temblaron levemente y se abrieron, los ojos se le quedaron en blanco. Luego emitió un borboteo, un sonido tenue, y echó los labios hacia atrás para mostrar las puntas de unos colmillos de vampiro. La respiración vibró en la garganta acuchillada.

  A Jace le ascendió una sensación de náusea por la garganta mientras sus manos se cerraban con más fuerza sobre el cuello de la camiseta de Simon. No estaba muerto. Pero ¡cielos!, el dolor debía de ser increíble. No podía curarse, no podía regenerarse.

Una loca idea se le pasó por la mente a Jane, la cual se subió la manga derecha con los dientes. Le arrebató el pedazo de metal de la mano a Jace, y usando el extremo irregular del metal roto, se hizo un profundo corte longitudinal en la muñeca. La sangre afloró a la superficie. 

  Bajó la mirada hacia Simon, que no se había movido. La sangre descendía ya por la mano de Jane, y la muñeca le escocía. La sostuvo por encima del rostro de Simon, dejando que el líquido le goteara por los dedos y se derramara sobre la boca del muchacho. No hubo reacción. Simon no se movía. Jane se acercó más; ahora estaba arrodillada sobre él. Se inclinó al frente y presionó la muñeca ensangrentada contra la boca de Simon.

  —Bebe mi sangre, vamos —musitó—. Bébela.

  — ¿ Estás loca ? — dijo Jace entre dientes.

— Tal vez — contestó ella — Pero no pienso dejarlo morir.

Por un momento no sucedió nada. Entonces los ojos de Simon se cerraron con un parpadeo. Jane sintió una punzada aguda en la muñeca, una especie de tirón, una presión fuerte… y la mano derecha de Simon se alzó veloz y fue a cerrarse con firmeza sobre el brazo de Jane, justo por encima del codo. La espalda de Simon se arqueó abandonando el suelo, mientras la presión sobre la muñeca de la rubia aumentaba a medida que los colmillos de Simon se hundían más profundamente. Un dolor agudo acudió por el brazo de la cazadora de sombras.

  —Ya está bien —dijo—. Ya está bien, es suficiente.

  Los ojos de Simon se abrieron. Ya no estaban en blanco, los iris marrón oscuro se clavaron en Jane. Había color en las mejillas, un rubor intenso como una fiebre. Los labios estaban ligeramente entreabiertos, los colmillos blancos manchados de sangre.

  —¿Simon? —dijo Jace.

  Simon se levantó y se movió con una velocidad increíble, derribando a Jane de costado y rodando a continuación sobre ella. La cabeza de Jane golpeó contra el suelo de metal, y los oídos le zumbaron mientras los dientes de Simon se le hundían en el cuello. Se retorció, intentando liberarse, pero los brazos del otro muchacho eran como abrazaderas de hierro, inmovilizándole contra el suelo, con los dedos clavándosele en los hombros.

  Pero Simon no le hacía daño, no en realidad, el dolor, que había empezado siendo agudo, fue perdiendo intensidad hasta convertirse en una especie de sorda quemazón. Una somnolienta sensación de paz se abrió paso por las venas de Jane, y ésta sintió que los músculos se le relajaban; las manos que habían estado intentando apartar a Simon un momento antes ahora le apretaron más hacia él. Podía sentir el latido de su propio corazón, sentir cómo se aminoraba, el martilleo apagándose para convertirse en un eco más suave. Una oscuridad reluciente penetró furtiva por los bordes de su visión, hermosa y extraña. Jane cerró los ojos…

  Y sintió una estocada de dolor en el cuello. Profirió un grito ahogado, y abrió los ojos de golpe. Simon estaba incorporado sobre ellal, mirándola con los ojos abiertos, ya la mano sobre su propia boca. Las heridas habían desaparecido, aunque sangre fresca le manchaba la parte delantera de la camiseta.

Jace había logrado sacarlo de encima de la chica. Simon apartó la mano de la boca. Los colmillos ya no estaban.

—Podría haberte matado —exclamó, y había una especie de súplica en la voz.

  —Y yo te lo habría permitido —repuso Jane.

Simon la miró fijamente, luego emitió un ruidito gutural. Rodó apartándose de Jane y se quedó arrodillado en el suelo, abrazándose los codos.

Jace se sentó en el suelo. Buscó torpemente una estela. Le subió la manga de la chaqueta a Jane dejando al descubierto su brazo, para luego pasársela por el brazo. La piel le ardió allí donde La estela hacía su recorrido y sintió un mareo tremendo. Cuando Jace terminó el iratze, recostó la cabeza contra la pared, respirando penosamente, mientras el dolor le abandonaba a Jane a medida que la runa curativa hacía efecto.

  —Lo siento —se lamentó Simon—. Lo siento mucho.

Jace se puso en pie con cuidado, para luego ayudar a Jane a levantarse. La chica cerró los ojos esperando sentir el vahído, pero se sintió únicamente un poco débil y cansada. Simon seguía de rodillas, con la mirada clavada en las manos. Jace le cogió por la parte posterior de la camiseta, izándole.

  —Deja de disculparte —dijo, soltando a Simon—. Y ponte en marcha. Valentine tiene a Clary, y no tenemos mucho tiempo.

 

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