27
—Yo no hago lo que me ordenan —replicó Jace—. Pero podría hacer lo que usted quiere si lo pide con amabilidad.
La Inquisidora dio la impresión de querer poner los ojos en blanco pero había olvidado cómo hacerlo.
—Necesito hablar contigo.
Jane miró a la Inquisidora con asombro.
—¿Ahora?
Ella le puso la mano sobre el brazo a Jace .
—Ahora — replicó — Y le agradecería que se ocupara de sus propios asuntos, señorita Hall.
—Está loca — le espetó Jace.
El rubio miró a lo largo del barco. La oscuridad estaba repleta de demonios que avanzaban penosamente, que aullaban, que graznaban y que atacaban con zarpas y dientes. Los nefilim iban de un lado a otro con sus armas brillando en la oscuridad, pero Jane podía ver ya que no había suficientes cazadores de sombras. De ningún modo eran suficientes.
—Ni hablar… Estamos en medio de una batalla…
La huesuda mano de la Inquisidora era sorprendentemente fuerte.
—Ahora.
Le empujó, y él dio un paso atrás, demasiado sorprendido para hacer nada más, y luego otro, hasta que estuvieron en el hueco de una pared. La mujer soltó a Jace y se palpó los pliegues de la oscura capa, extrayendo dos cuchillos serafín. Musitó sus nombres, y luego varias palabras que Jace no conocía, y los arrojó a la cubierta, a cada lado de él. Se clavaron de punta, y una única cortina de luz azul blanquecino surgió de ellos, creando un muro que aislaba a Jace, a Jane y a la Inquisidora del resto del barco.
—¿Me está volviendo a encerrar? —quiso saber Jace, mirando a la mujer con incredulidad.
—Esto no es una Configuración Malachi. Puedes salir de ella si quieres. —Sus finas manos se entrelazaron con fuerza—. Jonathan…
—Quiere decir Jace. —Él ya no veía la batalla más allá del muro de luz blanca, pero seguía oyendo sus sonidos; los gritos y el aullar de los demonios. —. ¿Qué hace aquí, Inquisidora? ¿Por qué ha venido?
—Tú tenías razón —repuso ella—. Sobre Valentine. No ha querido hacer el intercambio.
—Le dijo que me dejara morir. —Jace se sintió repentinamente mareado.
—En cuanto rehusó, reuní al Cónclave y les traje aquí. Te… te debo a ti y a tu familia una disculpa.
—Tomo nota —dijo él, que odiaba las disculpas—. ¿Alec e Isabelle? ¿Están aquí? ¿No se les castigará por ayudarme?
—Están aquí, y no, no se les castigará. —al escuchar el nombre de Alec una luz se encendió dentro de Jane—. No puedo comprender a Valentine —dijo—. Que a un padre no le importe la vida de su hijo, su único hijo…
—Sí —repuso Jace; le dolía la cabeza y deseó que la mujer callase, o que un demonio les atacase—. Es una cuestión intrincada, ya lo creo.
—A menos…
Jace la miró sorprendido.
—A menos que ¿qué?
Ella le dio en el hombro con un dedo.
—¿De cuándo es esto?
Jace bajó la mirada y vio que el veneno del demonio araña le había abierto un agujero en la camiseta, que le dejaba buena parte del hombro izquierdo al descubierto.
—¿La camiseta? De Macy’s. Rebajas de invierno.
—La cicatriz. Ésta cicatriz, aquí en el hombro.
—Ah, eso. —A Jace le sorprendió la intensidad de su mirada—. No estoy seguro. Algo que sucedió cuando yo era muy pequeño, según dijo mi padre. Un accidente de alguna clase. ¿Por qué?
La Inquisidora siseó a través de los dientes apretados.
—No puede ser —murmuró—. Tú no puedes ser…
—Yo no puedo ser ¿qué?
Había una nota de incredulidad en la voz de la mujer.
—Todos estos años —continuó—, mientras te hacías mayor… ¿realmente pensabas que eras el hijo de Michael Wayland…?
—Por el Ángel —escupió Jace—, ¿me ha arrastrado aparte en medio de la batalla sólo para hacerme las mismas condenadas preguntas otra vez? No me creyó la primera vez y sigue sin creerme. Jamás me creerá, a pesar de todo lo que ha sucedido, incluso aunque todo lo que le dije era la verdad. —Señaló con un dedo en dirección a lo que sucedía al otro lado del muro de luz—. Yo debería estar ahí fuera peleando. ¿Por qué me mantiene aquí? ¿Para que cuando esto acabe, si todavía seguimos vivos, pueda ir a la Clave y contarles que no quise pelear en su bando como mi padre? Buen intento.
Ella había palidecido aún más de lo que él había pensando posible.
—Jonathan, no es eso lo que yo…
—¡Mi nombre es Jace! —gritó él.
La Inquisidora reculó, con la boca entreabierta, como si aún estuviese a punto de decir algo. Jace no quiso oírlo. Pasó por su lado muy digno, casi derribándola, y pateó uno de los cuchillos serafín de la cubierta. Éste cayó y la pared de luz desapareció. Jane se quedó sin aire, intentando comprender lo que acababa de suceder. Jamás había visto a Jace de esa manera.
—¡Jace! —La Inquisidora corrió tras él, con el rostro contraído por el miedo y seguida por Jane—. Jace, no tienes un arma, al menos coge...
Se interrumpió cuando un demonio se alzó surgiendo de la oscuridad frente a Jace . No era ninguno que él hubiese visto antes; éste tenía el rostro arrugado y las manos ágiles de un mono enorme, pero también una larga cola recubierta de púas de un escorpión. Los ojos giraban de un lado a otro y eran amarillos. Antes de que Jace pudiera agacharse, la cola salió disparada al frente con la velocidad de una cobra al atacar. Vio cómo la afilada punta se acercaba a su cara…
Y por segunda vez esa noche, una sombra se interpuso entre él y la muerte. Desenvainando un cuchillo de hoja larga, la Inquisidora se arrojó frente a él, y recibió el aguijón de escorpión en el pecho. Gritó, pero se mantuvo en pie. La cola del demonio chasqueó hacia atrás, lista para otro golpe… pero el cuchillo de la Inquisidora ya había abandonado la mano, volando directo al blanco. Las runas grabadas en la hoja relucieron mientras hendía la garganta del demonio. Con un siseo, éste se dobló sobre sí mismo, contrayendo la cola a la vez que se desvanecía.
La Inquisidora se desplomó sobre la cubierta hecha un ovillo. Jace se arrodilló junto a ella y le puso la mano en el hombro, haciéndola volverse sobre la espalda. La parte delantera de su blusa gris se cubría lentamente de sangre. Tenía el rostro flácido y amarillo, y por un momento Jace pensó que ya estaba muerta.
Todas las imágenes pasaron frente a los azules ojos de Jane como una película de terror en cámara lenta. La chica corrió y se arrodilló junto a Jace y a la mujer. No sabía el por qué, pero sentía una angustia tan dolorosa que incluso había conseguido sacarle un par de lágrimas.
—¿Inquisidora? — dijo Jane con la voz rota.
Los ojos de la mujer se abrieron con un pestañeo. El blanco empezaba ya a perder brillo. Con gran esfuerzo le hizo una seña para que se acercara a ella. Jace se inclinó, lo bastante cerca para oírla susurrarle a la oreja, susurrarle con su último aliento…
—¿Qué? —preguntó Jace, perplejo—. ¿Qué significa eso?
No hubo respuesta. La Inquisidora se había desplomado hacia atrás sobre la cubierta, los ojos muy abiertos y fijos, la boca curvada en lo que casi parecía una sonrisa.
Jace se sentó hacia atrás sobre los talones, petrificado y con la mirada fija. Estaba muerta. Muerta debido a él.
Algo le agarró por la parte posterior de la camiseta y tiró de él para ponerle en pie. Jace se llevó una mano al cinturón, recordó que estaba desarmado, giró en redondo y se encontró con un familiar par de ojos azules que le contemplaban con total incredulidad.
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