Capítulo 9
El escape de los niños.
Raquel, Tirso y yo terminamos secuestrados por culpa de un engaño tramado por Evaristo que, junto con sus cómplices disfrazados de payasos, llegaron a la casa para ofrecer un show lleno de farsa. Ludovica fue sometida a una intervención quirúrgica para extirparle el tumor maligno de su cabeza, pero quien está más cerca de cumplir con su venganza es Minerva, anda a la espera de que despierte de la anestesia para dar rienda suelta a su plan malvado de hacerle pagar todo lo que sufrió cuando ambas eran jovenes y cumplir con el anhelo de ser madre aún a costa de arrebatar lo que ella más quiere: nosotros.
- ¿Vendrá Minerva aquí?
- Así es, ella es la dueña y señora de esta casa y se va encargar de ustedes, mientras yo me ocupo de mi trabajo como alcalde.
- ¿Es usted alcalde de Santa Cecilia? No parece... Si supiera la gente de las malas acciones que hace, lo va condenar y pulverizar. El pueblo quiere autoridades de reputación intachable, no que cometan delitos de todo tipo y usted no es el adecuado para ocupar el sillón municipal.
- Cállate la boca, niñita. No se meta en cosas que no son para niños.
- ¿Me va callar la boca cuando tengo muchas cosas que decir empezando por exigirle que nos deje salir? (Se pone de pie y se para frente a Evaristo)
- No se atreva a retarme... Ni tampoco venga a decirme lo que debo hacer...
- Ah sí, ¡qué miedo! Mira como tiemblo...
- Raquel, por favor, basta o el asunto será peor. (Sostiene sus hombros) Tranquila...
- Sí, hazle caso a tu hermana mayor...
- Raquel, vámonos de aquí, ya no quiero estar ni un minuto más en este lugar.
- Ustedes tres se irán en el momento que Minerva lo decida, no cuando se les antoje. Ahora, cállense, si no quieren que les amordace sus boquitas.
Así fue como Evaristo nos tuvo vigilados y amenazados todo el día en su casona, sin que nosotros nos moviéramos un pelo. A los días siguientes, Minerva fue a la casa de Ludovica y se encontró solo con Tomasa pues Ileana fue a denunciar nuestro secuestro ante la policía.
- Buenas tardes, señora Minerva...
- ¿Dónde está Ileana?
- Fue a denunciar un secuestro. Resulta que los hijos de Ludovica fueron raptados por unos falsos payasos y hasta ahora, no dan siquiera una señal.
- Bien por ellos, por mi, que esos bastardos de mi estúpida hermana no aparezcan más en esta casa. Yo me encargaré de cuidarlos como si fueran míos cuando me deshaga de Ludovica.
- Señora Minerva, es usted una tramposa. Usted no es nadie para arrebatarle los hijos a su hermana. Yo ya supe todo lo que pasó hace años que no solo perjudicó a la señora Ludovica sino también a mi niña Catalina cambiando su vida.
- ¿Ah sí? ¿Cómo lo supo? ¿Algún chismoso en el camino te lo contó y ahora viene a plantarme cara por lo que hice? (Se ríe) Ay, no me hagas reír, criada.
- (la abofetea) No me subestime y trate de rebajarme a su nivel. Seré criada y todo lo que quiera, pero también soy fuerte y no me dejo pisar el poncho de nadie.
- ¡Qué bueno que se haga la fuerte! Pero aunque haga eso, siempre será una criada y tu papel será no escuchar conversaciones ajenas de ratas de cloaca. ¿Me entendió? Y no me mire con cara de lástima... Yo no soy la señora Ludovica.
- Sí, usted misma lo dijo. No será mi patrona, que en paz descanse, pero al menos, ella era más educada y amable, cosa que usted nunca lo será.
- ¡Lárguese! Lárguese de esta casa y aunque tenga ese valor de volver, le sugiero que no lo haga más, no quiero que malas vibras rodeen el hogar.
- Está bien, me voy. Sin embargo, de mi cuenta corre que yo sacaré toda la mala vibra impregnada por toda la casa. ¿Me quedó claro? Permiso. (Se retira)
Después que dejara la casa, Minerva va a su casa sin saber que se cruzaría unas cuadras después con Ileana y no se miren las caras ni intercambien alguna que otra palabra. Minerva regresaría a su casa, mientras su esposo Evaristo nos tendría listos para recibirla.
- Evaristo, ¿qué sorpresa es esta?
- Pues, como te lo prometí, estos son los hijos de tu hermana Ludovica que me los secuestre junto con mis complices. Aquí están para que los trates como quieres.
- Vaya... Con Catalina me la vuelvo a encontrar, pero a los demás escuincles no los conozco en persona. Pero de todas formas, me presentaré para que sepan de mí... Me llamo...
- (interviene Raquel) Si. Eres Minerva, la hermana mayor de mi madre a quién por años le hiciste mucho daño, quitándole su marido. No es necesario que te presentes de forma cortes porque sabemos la clase de mujer que eres.
- (golpea hacia la mesa de madera) Te callas la boca. Usted no es quien para cuestionar mi reputación, primero deja que yo me presente y de ahí, me refutas.
- Por eso, para que no me refute, le pediré que deje de presentarse de un modo formal porque mi hermana Catalina ya me dijo la clase de mujer que es usted realmente.
- Está bien. Ahora que saben mi nombre, les dejaré las cosas claras si quieren sobrevivir aquí. Yo soy ahora su madre, los voy a criar de una forma distinta a lo que Ludovica los educó cuando eran pequeños. Si no me aceptan como tal, la puerta está abierta para largarse...
- ¿Sí? Pues de ninguna manera la vamos aceptar como tal y asimismo, ni en sus sueños logrará que nos eduque como nos educó nuestra madre. (Raquel agarra la piedra) Así que nos abre esa puerta o...
- ¿O qué? ¿Qué harán? ¿Llamarán a la policía? ¿Nos denunciaras por secuestro?
- No, no llamaremos a la policía... (Rompen las tres esposas) ¡Nos iremos de aquí hoy mismo! Ya que dejo la puerta abierta, es nuestra oportunidad de marcharnos a pesar que Evaristo trato de impedir que nos fuéramos de su casa.
- ¡Catalina, apúrate! (Sentada en la ventana) Tengo a Tirso entre mis brazos que se queja de hambre y sed, termina la charla de una vez.
- Si se van, iré por ustedes quieran o no.
- Hazlo, total, ya nos fuimos... (Raquel y Tirso se escapan por la ventana) Y nunca más nos verán de nuevo. (Salta por la ventana y corre) ¡Hasta luego!
- ¿Qué esperan? ¡Vayan por los niños!
- Pero, Minerva, pensándolo bien, ellos necesitan comer y beber algo, desde que los mantuvimos como rehenes aquí, no probaron alguna comida ni mucho menos bebieron agua. Ten piedad...
- (lo empuja) Oye, ¿estás de parte de esos escuincles o estás de mi parte?
- Estoy de tu lado, mi amor, pero piensa en los niños también. Si quieres ser madre, se más compasiva con ellos.
- (le jala de las patillas) ¿Acaso eres idiota? Yo no seré una madre común y corriente como Ludovica, soy una madre estricta, dura y recta porque quiero que mis hijos se porten así como lo deseo. Y ya, vámonos rápido antes que esos estén fuera de nuestro alcance.
Empezó la persecución. En un carro va Evaristo con dos de sus cómplices, en otro va Minerva con su tercer secuaz. Tratamos de correr lo más rápido posible para que no nos alcance, pero nuestras fuerzas parecían desvanecerse porque nos faltaba comida y bebida para recuperar las energías perdidas. La tarde era gris y de a poco caían gotas de lluvia, lo cual se hacía más peligroso nuestro camino de vuelta a casa, pero por suerte, el Padre Orestes nos encontró a tiempo después que este oficiará una misa.
- Patrón, ya estamos cerca de ellos...
- De acuerdo, no los pierdas de vista...
Unos kilómetros más adelante, el cansancio nos pasaba la factura de tanto estar corriendo y para perder a los captores, tomamos un corto atajo y nos encontramos con el Padre Orestes.
- Miren, es el Padre Orestes.
- Niños, ¿qué hacen aquí corriendo en plena lluvia? (Sostiene a Tirso)
- Padre, no hay tiempo, llévanos a nuestra casa. Ciertas personas nos persiguen y nos quieren obligar a regresar con ellos.
- ¿Qué? ¿Pero, cómo? ¿Quién fue?
- Es la hermana de mi madre, Minerva, y su esposo Evaristo. De una u otra forma, nos tuvo de rehenes durante varios días. Ahora, por un descuido de la pareja, estamos escapando de su hogar y por eso, le pedimos que nos ayude a volver a nuestra casa antes que nos encuentre.
- ¿Cómo? ¿Te secuestraron?
- Es una larga historia, pero se lo explicaré cuando lleguemos a casa.
- Está bien. Vengan... (Raquel entrega a Tirso y se lo pone a sus espaldas)
Con el cansancio que nos vencía de tanto correr para no ser alcanzados por nuestros enemigos, llegamos a nuestra casa muertos de hambre y sed con la ayuda del Padre Orestes en lo que quedó de camino. Ileana y Tomasa deben de estar muy preocupadas por nosotros después de varios días de angustia por no encontrarnos y al vernos, sus emociones eran más que evidentes.
- ¡Catalina! ¡Niños! Tomasa, los niños llegaron... (Abre la puerta para recibirlos)
- ¿Sí? (Mira a la ventana) ¡Es verdad! (Nos espera en la puerta) Padre Orestes...
- Tomasa... Ileana... Buenos días.
- Muchas gracias por ayudarlos a llegar a casa. ¿Cómo los encontró?
- Los encontré a medio camino. Estaban cansados de tanto correr pues eran perseguidos por Minerva y Evaristo. (Tomasa mira a Ileana esbozando una sonrisa falsa)
- Lo sabía, sabía que ellos secuestraron a los niños, pero felizmente están a salvo. Niños, vayan a lavarse y cambiarse que voy a hacer algo de comer. (Los niños se retiran) Muchísimas gracias, Padre, por ayudar a los niños...
- No, no tiene porqué agradecerme. ¿Y la señora Ludovica? (Entran en la cocina)
- No está, hace días la operaron de la cabeza porque tenía un tumor que la detectaron a tiempo y debían extirparlo antes que su dolor fuera más intenso.
- ¡Qué lastima! Desde ya, envío todas mis oraciones para que se recupere.
- Padre, quiero aprovechar este momento para confesarle algo ya que no están ni la señora Ludovica ni la señora Minerva. (Se sienta en la silla)
- ¿Qué pasó? La noto nerviosa...
- Lo que pasa es que... La señora Minerva le quitó su marido a su hermana, la señora Ludovica. Eso pasó hace unos años. Desde ahí nació ese odio entre ellas que se mantuvo hasta hoy.
- ¿Cómo? ¿Cómo pudo ella hacerlo? Eso va contra las leyes de Dios... Yo no estuve ahí porque después de oficiar la misa de su hija Catalina, me fui a oficiar otra. ¿Y desde entonces, ambas se odiaban?
- Ludovica no le guarda rencor, pero se siente decepcionada de ella por el daño que sufrió. Por el contrario, Minerva si la odia y mucho porque fueron tantas las veces que quería vengarse de su hermana, pero nunca lo consiguió.
- Minerva siempre lleva su mala vibra donde quiera que esté y cuando me la encuentro al finalizar las misas, emana toda esa maldad en su corazón. Que traicione a su propia hermana, es pecado y espero que Dios la castigue por cometer dicha infamia.
Ileana estaba escuchando la conversación desde un rincón de las escaleras, pero decidió fingir que nada pasaba para no armar pleito con Tomasa y el Padre. Mientras tanto, Minerva y Evaristo no ocultaron su indignación por perder a los niños a raíz de un descuido de uno de sus compinches.
- ¿Cómo rayos pudimos perderlos de vista? Estábamos así de cerca de recuperarlos, pero el camino estaba enlodado y no pudimos pasar.
- Es tu culpa, Evaristo... Es tu culpa porque me dijiste que debíamos ir por un camino distinto al que yo te sugería y los perdimos así de fácil porque no me hiciste caso.
- Oye, tú tuviste la maravillosa idea de decirme cuál atajo tomar para tratar de alcanzarlos, pero ya ves que tu plan ni siquiera funcionó.
- ¿Yo? Jajajaja... ¿De qué rayos me acusas? Yo no sé conducir bien.
- Señores... Pierden su tiempo si siguen en ese plan de discutir entre ustedes. Mejor, piensen en un plan viable para poder recuperar a los niños.
- ¿Recuperarlos? Esos niños ya están fuera de nuestro alcance...
- A menos que yo convenza a alguien que regrese aquí. No sé que inventaré, pero de qué va volver, volverá como sea.
Por otro lado, Ileana está pensando cómo decirle a Minerva de que los niños están ahí sin que la vean. Agarró el teléfono de la casa y se la llevó a su habitación para, con la llave asegurada, hablar con ella.
- ¿Alo, señora Minerva? Si, soy yo...
- Qué bueno que llamas, Ileana. ¿Qué noticias me tienes?
- Estuve escuchando la conversación de la entrometida de Tomasa con el Padre Orestes que vino a la casa. Y entre tantas cosas que se contaron, me llamo la atención que el sacerdote supiera lo que pasó entre usted y su hermana Ludovica hace unos años cuando se enfrentaron por el amor de Javier.
- Ese sacerdote metiche... ¿Qué demonios tenía que saber lo que pasó entre mi hermana y yo si él apenas oficia misas en su pobre y miserable Iglesia? Ahora que me acuerdo, el estuvo oficiando la misa de comunión de su hija Catalina.
- Pero no estuvo cuando su sobrina la encaró por este hecho... Es por eso que Tomasa se encargó de que el lo supiera.
- Rayos, esa vieja insolente... Hoy se atrevió a plantarme cara por esto, mientras yo estuve en su casa hace unas cuántas horas y encima, me tiro una cachetada... Pero ya verá, por más que sea el menor de mis problemas, haré que pague por su insolencia. Y si el sacerdote se cruza por mi lado y me obliga a confesar mis pecados, no le haré caso.
- A propósito, los niños están en la casa sanos y salvos... El Padre Orestes los encontró en medio del camino y los llevó de vuelta aquí. Además, les contaron que usted y su esposo los secuestraron.
- No es cierto, fue idea de mi esposo y sus compinches que hicieron tremendo espectáculo en su casa para traerlos a mi casona. Y sólo bastó un descuido para que escaparan... En fin, ya habrá una manera de recuperarlos...
- Señora, sabe que cuenta conmigo para todo. Voy estar al pendiente de tus hijos, especialmente de Catalina. Capaz sea que, en otro momento, vuelva por ella.
- Así es y la única razón para que la Cata vuelva conmigo es asesinando a su madre. Sólo así me haré con los derechos y seré quién la críe. Ya verás que va suceder, Ileana, te dejo antes que mi marido me descubra. Adiós...
Hospital de Santa Cecilia.
- Buenas tardes, doctor. ¿No se acuerda de mí? Soy Minerva, la hermana de la paciente Ludovica Vasconcelos. ¿Me da el honor de poder verla?
- No creo que se pueda...
- ¿Por qué no? ¿Le sucedió algo?
- Verá, ella no pudo dormir en toda la noche porque empezó a toser fuerte y...
Flashback:
Sí, el doctor Piamonte estaba en lo cierto, Ludovica no se sentía bien. Aspiró mucho oxígeno durante la operación para extirparle el tumor en la cabeza y eso le pasó factura en su voz. Por eso, ella despertó en la madrugada teniendo mucha tos, tres días después de salir del quirófano... Pero el motivo más importante era que Ludovica quería ver a sus hijos ya que los echa mucho de menos. Por suerte, los otros médicos corrieron en su auxilio.
Fin del Flashback.
- Déjame verla, doctor... Le suplico que me deje verla porque hay muchas cosas que hablar con mi hermana. Por favor.
- Lo siento, pero está en proceso de recuperación. Le sugiero que venga mañana cuando esté más recuperada.
- Doctor... Doctor... Es que no puede ser mañana, tiene que ser ahora porque tengo un compromiso muy importante con mi esposo, el alcalde de Santa Cecilia. ¿Acaso no le cuesta cederme el permiso para ver a mi hermana, por favor?
- Señora, ¿podría darse el lujo de buscarse un espacio para mañana? Después de ese compromiso con el alcalde, puede venir aquí sin problemas.
- ¡Me vale! No habrá un mañana, tiene que ser hoy. Si no me da la chance de ver a mi hermana... (Saca la pistola) El único que irá a parar a UCI es usted.
- ¿Esta usted loca, Señora Vasconcelos? Retire el arma, está prohibido el uso de armas en el hospital. (Le apunta al doctor) Se lo vuelvo a repetir, retire el arma o si no, llamo a seguridad para que la saquen de inmediato de aquí.
- ¡Me tiene sin cuidado esa advertencia! Cuento hasta tres... Si hasta ese momento no me da permiso de ver a mi hermana y fíjese que lo haré, lo mato. Uno... Dos...
- Ya, está bien, está bien... Usted gana. Le concedo que entre a la habitación donde está su hermana, pero ni crea que volverá a pisar este hospital una vez deje sus instalaciones. Lo que hizo me parece el colmo de la desfachatez. Pase.
Minerva se salió con la suya y tras la amenaza de muerte al doctor Piamonte, le dieron permiso para que entre al cuarto donde está Ludovica.
- ¿Minerva? ¿Qué haces aquí? ¿Pensé que mis hijos irían a verme?
- Están en tu casa, no te preocupes. Las criadas los están cuidando. Mas bien, a ti te quería ver desde hace rato porque, aunque no me creas, yo estuve pensando en ti y en tu recuperación.
- Es cierto, no te creo en lo absoluto porque siento que destilas más veneno de lo acostumbrado en tu boca y en tu corazón. Pero bueno, ¿qué te motivó de venir a verme aparte de tu intención por preocuparte por mi?
- Bueno, quería hablarte de tu niña Catalina. Tan pequeña y tan inocente, sufre tanto cuando no estás a su lado. ¿Qué será de ella si te mueres?
- ¿Por qué me lo preguntas? ¿Acaso la cuidarás usurpando mi lugar?
- Eso quisiera... Tu niña es una preciosa joya y lo mismo podría decir de tus otros hijos, Raquel y Tirso. Pero la que más me importa es Catalina... Me dió el lujo de cuidarla solo por un día cuando no estuviste y le llene de mimos, de la misma forma como lo haces tú.
- ¿Qué? ¿Tú la cuidaste en mi ausencia?
- Sí, me sentí como si fuera una madre protectora para ella y para serte sincera, me la pasé muy bien cuidándola.
- ¿Cómo te atreves? (Se sienta) ¿Cómo te atreves a jugar a ser madre cuando sabes que yo soy su verdadera progenitora? ¿Por qué lo hiciste, Minerva? (Apreta el botón) ¿Sabes qué? Ya no quiero escucharte. ¡Vete del hospital! (La mira) ¡Largo! (silencio breve) ¿No me escuchaste, Minerva? ¡Largo o llamo a seguridad!
- (asegura la puerta con llave) ¿Para qué gritas? ¿Para qué los llamas? Nadie te escuchará ni te van atender...
- Me da igual, solo quiero que me dejes en paz. No quiero que vuelvas a pisar un pie en este hospital o en mi casa cuando salga de alta. En donde sea, ya no habrá un espacio asegurado para ti.
- ¡Jajajaja! Eso tu lo crees... ¡Qué tonta eres, Ludovica! (Agarra una tijera) ¿Acaso te dije que siempre te he odiado?
- No hace falta que me lo digas, tu actitud te delata. Y el hecho que cuides a mi hija, mientras estuve ausente, no va cambiar el modo que yo siga siendo su madre.
- Piensa lo que quieras... Yo volveré a estar con Catalina aunque tú te opongas a ello. Es más, una vez que la tenga de nuevo conmigo, haré de todo por evitar que se vea con el niño Víctor.
- ¿Qué? ¿Tú lo conoces? (Minerva se queda muda) ¡Responde, Minerva, por favor! ¿Tú conocías a Víctor?
El silencio de Minerva era notorio porque no sabía que responderle ante la pregunta de Ludovica. Puede ser que, de responderle que si, lo tome como excusa para después encontrarse con el e inventar cualquier falsedad para evitar que yo sea feliz a su lado porque ignora que empezamos a querernos y, con lo poco que la conozco, ella es capaz de cometer cualquier atrocidad.
- ¡Despierten! ¡Despierten! ¡Ya llegamos! ¡Estamos en casa, en Lima!
Después de ciertos contratiempos por no conseguir pasajes y que los buses no los lleven hacia su destino dado que estaban llenos de pasajeros, por fin, Antonia, Victor y su amigo de la infancia Gustavo llegaron a Lima. La gran capital, la ciudad donde las oportunidades se le presentan cuánto menos nos la esperamos. Era hora de buscar trabajo, que le den una buena paga y así sacar adelante a sus niños, pero debía luchar primero para conseguirlo cosa que no le sería tan fácil. Más aún cuando Gilberto y sus hijos Eduardo y Nisa viven su vida alejados de ella. ¿Podrán encontrarlos?
Continuará.
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