Capítulo 3

Tengo un tumor en mi cabeza.

En vista de que la cirugía le sale cara, Ludovica llegó a la Casona Municipal de Santa Cecilia dónde viven Evaristo y su esposa Minerva para pedirle al alcalde que le dé una mano con los costos para su operación en la cabeza.

- Hace poco, los médicos hallaron un tumor maligno en mi cabeza y me dijeron que debía someterme a una operación riesgosa para extirparlo, pero el precio que me ofrecen es muy caro y no tengo ni un dólar para pagarlo. Por eso vine, porque tiene que ayudarme, por favor.

- ¿Tienes un tumor en la cabeza?

- Sí... Mis hijos aún no saben y prefiero mantenerlo en reserva porque no quiero que ellos sufran por mi enfermedad.

- ¿Cómo están tus hijos?

- Bien, pero... Me preocupa más Catalina, la mayor. Quiero estar a su lado para celebrar su Primera Comunión que será dentro de poco y por eso, necesito pagarle al hospital para que me operen. Al principio me ofrecían pagar $1500, pero por suerte me rebajaron el precio a $700, una parte paga la clínica y la otra la pago yo. Pero, ¿cómo lo consigo?

- Ah... $700 es caro, pero se paga fácil. Dime, ¿cuándo será la operación?

- Semanas después de la Primera Comunión de mi hija. Por eso, quiero apresurarme con el pago de la operación para que me intervengan... El doctor me dice que... me quedan cinco meses de vida y si no me trató a tiempo, muero.

- (Minerva pensando) Ojalá que se muera para tener a sus hijos a mi merced.

- Ok... Hagamos algo... Tú encárgate de hacer la Primera Comunión de tu hija, te daré $800 para la fiesta y yo me haré cargo de pagarle al hospital para que te operes. ¿Estás de acuerdo?

- Ay, señor alcalde, gracias por su ayuda. Le estoy eternamente agradecida. ¿Cuando recibiré el dinero prometido?

- Quizá sea esta semana de no mediar inconvenientes. ¿Le parece?

- Claro, no hay problema. Me tengo que ir, ¿me acompaña hasta la puerta?

- Por supuesto... Le agradezco por su visita y... espero que se recupere de su tumor cerebral. (Le estrecha su mano) Hasta pronto, Ludovica.

- Adiós... Evaristo. (Sale de la casa y el alcalde cierra la puerta)

- Por lo que veo... Ludovica y tú se tienen mucha confianza al verse para ser la primera vez que se conocieron, ¿no?

- No hablo de confianza... Ella necesita de alguien que le ayude a pagar al hospital para que se haga la operación y extirparle su tumor en la cabeza. A mí me daría pena poder separarla de sus hijos cuando ellos más lo necesitan.

- Y por eso, te ofreciste en ayudarla...

- Que me quedaba... Ludovica tiene 5 meses de vida y quiere disfrutar de los últimos momentos que le queda junto a su familia y, en especial, con su hija Catalina que va celebrar su fiesta de Primera Comunión en un mes y medio.

- Ah, pamplinas... Esa niña, Catalina, su hija, es su punto débil. Veo que el cariño mutuo que se tienen no se le va quitar nunca, a menos que yo me encargue de arrebatarle la poca felicidad que le queda, de la misma forma que le quite a su marido antes de conocerte.

- ¿Qué pretendes hacer, Minerva?

- Dejaré que pasen estos meses que le quedan de vida a Ludovica al lado de sus queridos hijos y para cuándo mi hermana se muera, sus enanos pasarán a ser de mi propiedad porque ya no falta mucho para cumplir mi cometido.

- Jajajajaja... Vaya, si que eres diabólica, Minerva. Con esa misma estrategia que hiciste contra tu hermana, así pasará lo mismo con tus hijos, haciéndolos sufrir de mil y un maneras. (Acariciando su rostro) De mi parte, solo quiero que alcance su felicidad en el infierno.

- Me sumo a tu plan, Evaristo... Cuando me llegue la invitación a su Primera Comunión, con gusto, estaré presente y le haré pasar a su hija el peor día de su vida. Dalo por hecho, Señor Alcalde.

Minerva nunca se llevó bien con su hermana Ludovica, le tenía tanta envidia porque ella era feliz en su matrimonio con Javier, pero al final, su plan para conquistarlo se dió y antes de que Raquel naciera, la abandonó para irse con Minerva aunque su romance duró poco pues goza su vida teniendo mil amantes. Mientras tanto, Víctor se acercó a mi cuarto después de almuerzo para hablar conmigo y pedirme perdón por tratarme mal gestándose todo este malentendido.

- ¿Puedo entrar? ¿Estás ocupada?

- No. Pasa. (lo deja entrar al cuarto)

- Bueno. Catalina, quería hablar contigo de... lo que pasó hace días. No debí haberte tratado mal y que luego serías reprochada injustamente por parte de tu madre. De verdad, lo siento mucho.

- Yo también lo lamento. Todas las cosas referidas a eso se me metieron a mi cabeza durante los tres días que pasé encerrada en mi habitación. Lloré de hambre, de sed, de impotencia, día y noche le imploré a mi Dios que me ayude aclarar todo este sombrío panorama... (Llorando) Y por suerte, todo se arregló.

- Qué bueno. Pero te confieso que le tengo un poco de miedo a tu madre, siento que no me ve con buenos ojos. (Saliendo del cuarto) Quizá piensa que yo soy un bicho raro que nació producto de una violación o no se que se imaginará. 

- No le hagas caso... Ella es buena persona, solo tardará un poco en tratar de entender estos casos, pero luego comprenderá nuestra amistad por más que me diga que no debo de tenerte confianza ni siquiera con Antonia, nuestra empleada. (Ludovica llega a la casa y los ve desde lejos) Mamá es buena... No lo olvides.

- (entra a la casa) ¿Cómo dices?

- ¡Mami! (Corre hacia mi) Le dije a Víctor que tú eres buena, ¿verdad?

- Sí. Por cierto, no te vimos llegar en la ventana. Estuvimos hablando un poco de usted sin saber que nos encontraría conversando en la sala.

- Ah... Perdón, creí que estarían en sus cuartos, pero conste que si no hablaron mal de mí, todo está bien. Bueno, voy al cuarto, me siento un poco cansada, luego platicamos. (Mirandome, mientras sube a su habitación) Catalina, prepárate para tus clases de Catequesis... En un rato llega el Padre Orestes.

- Ok... Te veo luego, en un rato llega el Padre Orestes para mis clases de Catequesis. Nos vemos más tarde.

Mientras me despedí de Víctor y me fui a mis clases de catecismo, Ludovica dejó que su cólera la dominara porque no vio de buena manera el hecho que Víctor y yo estuviésemos conversando de ella, quizá creyó que él no tenía buenas intenciones para conmigo y por eso, al malinterpretar las cosas, siente que no le conviene que tenga una amistad con él.

- ¡Catalina! Esta chiquilla un día me va sacar de quicio... (Ileana lo escucha detrás de la puerta) Si la encuentro con ese niño bastardo hablando mal de mí, le voy una dura lección y le va pesar... Le va pesar... (Hace puño en su mano izquierda) Por ahora, tengo que pretender que nada pasó y que tengo que llevar la fiesta en paz porque ese maldito tumor poco a poco va acabar con mi vida...

- ¿Un tumor en la cabeza? ¿La señora Ludovica se va a morir? ¡Ay, Dios Mío! (Se persigna) Cuídamela para que no te me la lleves, por favor... (Abre la puerta)

- ¿Qué haces aquí, Ileana? ¿Estabas espiando? (Ileana se asusta y lo niega) Si buscas a Catalina, pues ella está en su cuarto y en breve irá con el Padre Orestes a dar sus clases de Catecismo.

- Precisamente, el sacerdote está en la casa y vine a buscar a la niña... Voy ya mismo a su habitación... (Ludovica la mira con cierta extrañeza y se retira) Yo la ayudaré a que la amistad de Catalina con el niño Víctor no se lleve a cabo.

- Catalina, ya está el sacerdote...

- Voy... (Sale del cuarto con sus cosas) Ileana... Viniste por mí para llevarme con el Padre Orestes, ¿no?

- Sí... (La coje de la mano) Vamos.

Cuando bajé de la mano con Ileana, miré de lejos a Víctor jugando con su pelota, el me miro y al poco tiempo me sonrío. Mi mamá me decía que no debía tener confianza con él, ni siquiera una amistad, pero... ¿acaso tiene algo de malo? Que sea el hijo que nació fruto de una violación no significa que no seamos amigos, ¿verdad? En fin, después del encuentro, tuve mis clases de Catecismo con el padre Orestes, quizá sea una de las últimas que tenga.

En la madrugada, me desperté porque no conciliaba el sueño, me levanté y prendí la luz molestando a Raquel porque ambas compartimos el cuarto, Tirso duerme por separado en otro cuarto. Me acerqué con una sonrisa enorme hacia mi hermana y comencé hablar de Víctor.

- ¿Catalina? ¿Por qué prendes la luz? ¿Qué horas son estas para que me despiertes? (Ella se sienta en su cama) ¿Por qué estás tan contenta, si se puede saber? 

- Porque... Porque Víctor me sonrió.

- ¿Y eso que tiene que ver?

- Tiene que ver muchas cosas. El poco a poco se va ganando mi confianza. Antes de mis clases de Catecismo, el me vió bajar las escaleras de la mano de Ileana y con su pelota en su poder, me sonrió.

- ¿Y eso te tiene contenta?

- Sí. Pero eso no es todo, hice las paces con el después del malentendido del que tuve que pagar injustamente. Conversé con el sin saber que mi madre llegaría y nos encontraría en el sillón.

- Seguro pensó que ustedes hablarían mal de ella a sus espaldas. Tú sabes cómo reacciona cuando habla pestes... No importa si viene de alguien de nuestro entorno o de nosotros mismos.

- Está vez no lo pensó mal... Lo tomó como de quien venga, pero igual no debo confiarme de lo que digo porque... ¿quien sabe si me encuentra con Víctor de nuevo en una situación distinta de la que me encontró hace horas?

- Dime algo, ¿te gusta Víctor? Mira, es un niño simpático y todo, pero... ¿te gustaría tener algo más de una amistad con él?

- Mira, prefiero tomarme las cosas con calma. No me quiero adelantar nada, si se da algo con el, bien. Si no, quedaremos solo como buenos amigos.

- Pero parece que solo bastaran unas simples miradas para saber que ambos están destinados a estar juntos con el tiempo.

- Mi corazón así lo presiente... Y me duele saber que creció con un padre ausente, lo separaron de sus hermanos y es fruto de una violación. Yo también pasé por lo mismo cuando nuestro padre nos abandonó antes que tú nacieras, pero pese a este dolor, nos dimos cuenta que no necesitábamos de su presencia para salir adelante como familia.

- ¿Y qué pasaría si regresa?

- No estoy segura si mi papá regresa... Te lo digo de antemano, dudo que vuelva y si lo hace, será para pedir perdón aunque, de mi parte, no lo aceptaré porque hizo una vida distinta a la nuestra. Y el pasado no viene para ajustar cuentas con el presente.

No guardo rencor a Javier, ni tampoco lo odio, era su decisión el habernos dejado sin presenciar el nacimiento de Raquel cuando Tirso y yo éramos más pequeños. Pero no le perdonaré que hiciera su vida junto a su hermana Minerva, haré que se arrepienta por el modo que hizo sufrir a mi mamá. Al día siguiente, a Minerva se le ocurrió la idea de ir a la casa para devolverle la visita que hizo Ludovica a su marido porque tenía una cuenta pendiente que arreglar.

- Buenos días, ¿se encuentra Ludovica?

- Está en su habitación. (Cierra la puerta) ¿Quiere que le pase la voz?

- No, yo voy esperarla en la sala. (Mira los alrededores y se sienta en el sofá)

- (Ileana se acerca a Minerva) ¿Desea algo de tomar o va desayunar con nosotros?

- No. Estoy esperando que baje Ludovica.

- De acuerdo... Me retiro. (ve a Ludovica a lo lejos) Ah... ahí viene, con permiso.

Ludovica aparece e Ileana se esconde en los rincones para escuchar la charla.

- Minerva, ¿qué haces en mi casa? (Bajando las escaleras) Ah... Déjame adivinar, estás devolviendo el favor después de que ayer visitara la casa de tu marido, ¿no es así?

- Sí... Y yo te dije que tenía un asunto pendiente que tratar contigo... ¿Acaso creíste que lo olvidé? No... Tengo mil cosas que contar sobre como logré que Javier se fijara en mí y me amara...

- Ve al grano que no tengo todo el tiempo para dedicarme a ti. Mi hija me necesita para desayunar a su lado... al igual que mis hijos... Desembucha.

- ¿Tu hija? ¿Ese engendro que va tener su fiestecita de Primera Comunión?

- Primero que nada, a mi hija me la respetas. Ella no hizo nada malo... Tiene tanto derecho, como tú y como yo, de recibir su fiesta porque ambas lo planeamos así con anticipación.

- Ah sí... Pues de antemano te diré que voy a ir a esa fiesta, aunque no me invitaste, iré a su Primera Comunión para conocerla a pesar que deba pasar por un montón de enclenques que se cruzan en mi camino.

- De acuerdo... Y volviendo al tema de Javier, sabes que lo abandonaste a su suerte porque preferiste el placer en lugar de tener un amor sólido... Pusiste la ambición por el dinero por encima de una relación que pudo ser duradera de no ser por tus malas decisiones.

- Sí... Lo hice porque yo quería sentirme amada, porque con mi madre nunca lo fui, y no debía conformarme con tener un solo hombre si hay miles en el mundo con los que puedo tener sexo. Así que lo dejé, no sé si está vivo o se murió, lo cierto es que ahora soy feliz con el marido que tengo porque el me da todos los privilegios que, en el pasado, nunca recibí por tu culpa.

- Eres una prostituta... (La cachetea) ¿Cómo es posible que lo abandonaras sabiendo que yo podía recuperar lo que perdí por tu culpa? (Llorando) ¡Eres una mala hermana! Por gusto me quitaste el amor de mi vida... ¡Lo usaste para tu estúpida conveniencia!

- Si, lo usé y no me arrepiento de ello. ¿Sabes por qué te lo quité? Porque te tenía envidia... Sabía lo feliz eras con él y que también mi madre te prefería por encima de mí, por eso, años después que ella muriera, te casaste y tuviste a tus hijos, ahí te quité a Javier...

- (llorando) Sí, recuerdo ese día... El día en que me traicionaste, no fuiste empática conmigo y aprovechaste mi dolor... para quitarme a mi marido. No te importó la muerte de mi madre para seguir hundida en mi sufrimiento. Eso no se le hace a cualquier persona, así sea un ser querido o un extraño corriente.

- Me da igual. Destruí a tu familia hace años y hasta ahora, sigo disfrutando el verte sufrir... Está bien que mi marido te ayude a pagarle al hospital para que te operes..., (le toca la cabeza) pero yo que él, prefiero verte muerta. Prefiero que te quemes en el infierno... Y una vez dentro de ese calabozo infernal, obligaré a tus hijos a que me llamen madre.

- Eso nunca... Has destruido mi vida, pero igual no lograrás separarme de mis niños, ellos me dan la fuerza que necesito para salir adelante. Ahora vete... Vete de mi casa que no tengo por qué seguir escuchando tus perversiones. (Minerva aún no se mueve) La puerta está abierta para marcharte... (Se hace un silencio, mientras Ludovica mira a su hermana) ¿Qué esperas? ¡Lárgate! (Se retira)

- Está bien, me voy, pero ni creas que te librarás de mi, Ludovica. Como dije, vendré a la Primera Comunión de Catalina aunque no me lleguen las invitaciones y haré hasta lo imposible por arruinarla. De mi cuenta corre eso...

- Yo desearía con todas mis fuerzas que no te salgas con la suya y eso haré... Que no eches a perder la fiesta que mi hija tanto soñó. (Se echa a llorar)

Minerva se va de la casa y Ludovica siente su corazón acelerarse tras recibir su visita, su cabeza le duele mucho y debe tomar unas pastillas para calmarse. En eso, Tomasa se acerca a mi madre...

- ¿Se encuentra bien, Señora Ludovica?

- Ay... (Se sienta a su lado) No sé. La cabeza me duele... ¿Me puede traer un vaso de agua y mis pastillas, por favor?

- Enseguida... (Se encuentra con Antonia) Antonia, ¿puedes traer pastillas de su habitación? ¿La conoces, no? (Mira a Catalina) O tu, Cata, trae sus pastillas...

- ¿Qué pasó con mi mamá? (Bajando las escaleras a toda prisa)

- A tu madre le duele la cabeza... Trae sus pastillas, por favor, es urgente... Están en su cuarto. (Regresa con Ludovica)

- Yo iré por ellas, tu ve con Tomasa.

- Mamá, ¿estás bien? (Se sienta a su lado derecho, Tomasa está del lado izquierdo)

- No te preocupes, ella estará bien.

- Gracias, Tomasa. (Se acerca Antonia)

- Aquí traje las pastillas... aunque no sé si serán estas. También traje agua. (Se las entrega a Ludovica) No sé que pudo ocurrir para que se sienta así. (Raquel y Tirso intervienen...)

- ¿Mamá? La estamos esperando para desayunar, ¿qué pasó?

- No pasó nada... Su mamá está bien..., Catalina y Tomasa están cuidándola, vayan y esperenla en la mesa.

- Mamá, ¿estás bien? (Tocando su rostro y mirando lo pálido que estaba)

- Sí... Gracias por cuidarme... (Le ayudan a ponerse de pie) Quiero recostarme en mi cama, no desayunaré con ustedes.

- Pero ni siquiera ha comido nada, señora. ¿Cómo va descansar teniendo el estómago vacío? Mejor coma algo...

- De acuerdo, voy a desayunar. Díganles a Tirso y Raquel bajen a la mesa, les contaré a todos algo muy importante.

- Está bien. Creo que ellos ya están en la mesa, esperándola. Vamos para allá... (Se la llevan al comedor, Ileana aparece)

- ¿Qué sería de los niños si su madre se muere en cualquier momento? Yo que ellos, me largo de la casa. (Pensando)

En vista de que la presencia de Minerva alteró y perturbó la paz en mi madre, Ludovica nos reunió a todos en el desayuno para confesar la terrible enfermedad que está padeciendo y que ya no puede seguir callando más.

- Me da gusto que todos estén reunidos en la mesa para desayunar juntos. En primer lugar, quiero agradecerlos por estar aquí... me siento más tranquila estando con ustedes. En segunda, debo confesarles algo que, desde que sucedió, sentí que no debía esperar más tiempo para soltarlo ya que mis hijos no merecen quedarse en la incertidumbre de saber lo que me pasa.

En eso, se hizo un silencio breve antes de confesar la verdad. Después, Ludovica proseguía con su discurso en la mesa.

- Sabemos que dentro de poco... se llevará a cabo la Primera Comunión de mi hija Catalina y yo quiero hacer su fiesta como ella se lo merece a pesar de invertir mucho dinero en prepararlo. Sin embargo, hay algo que no me hace sentir bien... Yo... tengo un tumor maligno en mi cabeza y me dieron 5 meses de vida. 

Todos quedamos estupefactos al enterarnos que mi madre tiene una dura batalla que dar. El tumor en la cabeza es como una bomba de tiempo que, en cualquier momento, podría explotar si ella se enfada. ¿Qué pudo pasar para que Ludovica se encuentre así y revele tan terrible confesión ante todos?

Continuará...

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