Capítulo 2
Un trágico pasado.
Tras someter al castigo a su hija a raíz del malentendido que causó Ileana al creer que Víctor y yo estábamos juntos, Antonia cuestiona la actitud de Ludovica, pero no todo sale como se esperaba.
- ¿Me está diciendo que esto fue un maltentendido? Jajajajaja... ¡¿Qué tontería me acaba de decir?! Acá no hubo maltendidos ni nada parecido, acá la gran culpable es Catalina y por eso, la castigué a golpes en el despacho y la mandé a su habitación a que se encierre hasta el día siguiente, como castigo por la estúpida impertinencia que hizo.
- Pero usted es su madre... ¿Cómo puede castigarla por una simple pregunta que le hizo a mi hijo, mientras se conocían? No puede hacerle esto si ni siquiera aclaró bien las cosas con su hija.
- Porque, para que lo sepa, yo educo a mis hijos a mi regalado gusto y usted, siendo una empleada que, desde ahora, trabaja para mí, no puede cuestionar mis acciones, así sean buenas o malas. Si una vez más lo hace, la despido sin darle un centavo para su pasaje de retorno a su casa... Acá no hay espacio para cometer errores.
- Ni tampoco hay espacio para agresiones ni castigos de la forma como usted le hizo. Escuché a lo lejos unos fuertes gritos que venían desde el despacho y de inmediato, supe que eran los de Catalina. Doy gracias a Dios por no educar a mis hijos con tanta agresividad, así como lo hace usted.
- ¿Cómo lo supo? ¿Estuvo husmeando la conversación que tuve con Catalina en el despacho? (Se hizo un silencio por unos segundos) Antonia... exijo una respuesta que me la dará en este momento.
- Sí... Lo hice, me involucré en esto. ¿Y acaso le importa que oiga charlas ajenas? Estoy en mi derecho de defender a quienes son víctimas de las injusticias que padecen a lo largo de su vida. Por más que Catalina sea su hija, me veo en la obligación de ser como su protectora.
- Ok... Si así es lo que quieres... (le da una bofetada) Ni se te ocurra volver a oír una charla ajena ya sea con Catalina o con quien sea porque, de golpe, tú y tu hijo serán puestos de patitas en la calle. ¿Me entendió? Ahora, aléjese... Déjeme sola. (Antonia sale llorando)
Ludovica no se sentía bien hablando de modo emocional, tal vez haya cometido el error de confrontar a Antonia por mi culpa luego de agredirme cuando no se había aclarado el malentendido por la pregunta que le formulé a Víctor. Al llegar a su habitación, se encerró y se acostó en su cama sin que nadie la molestara, pero en eso, sintió un dolor de cabeza tan fuerte que ni siquiera pudo salir a verme para levantarme el castigo. Ni siquiera Ileana se dignó a sacarme de mi cuarto pese a que se cumplió con el plazo encargado por mi mamá, Antonia, por más que quiso, no pudo acercarse a mí porque fue impedida de hacerlo y para colmo de males, no comí, ni bebía o recibía clases de Catecismo por tres días seguidos. Al día siguiente, y con las pocas fuerzas que tenía, Ludovica salió de la casa para hablar con su médico de turno del dolor de cabeza que padecía.
- Doctor... Estuve con dolor de cabeza durante tres días consecutivos, no salí para nada de mi cama, ni siquiera a mis hijos los he visto. He tomado pastillas y ninguna me hizo calmar el dolor, tomé agua y comí la comida de forma normal. Nada. ¿Qué me está pasando?
- No se preocupe, señora, es normal en pacientes que sufren esta clase de dolores. En este momento le practicaré una radiografía para examinarle la cabeza, ¿me acompaña, por favor?
- Sí, doctor... Tuve discusiones con mi menor hija y una empleada del hogar, creo que eso fue el detonante para que sufra estos dolores y se prolongue hasta ahora. (Se sienta en la silla)
- ¿Cuando tuvo esas discusiones? (Le hacen la radiografía) No se mueva...
- Hace poco... 3 días para ser exactos.
- Ok... Las personas como usted y como yo están propensas sufren de migraña y a veces es fácil poder superarla. Pero en su caso, si miramos la pantalla, la radiografía que le practiqué indica que tiene un tumor cerebral... Y es maligno.
- ¿Un tumor maligno? ¿En la cabeza?
- Así es... Cuando vimos la pantalla, ví que un tumor está empezando a crecer en su cabeza. Conforme pase el tiempo y si no se trata, será más y más grande y para extirparlo, necesitará una operación riesgosa que pondría su vida en peligro. Si acepta ser intervenida, la podemos salvar lo más pronto posible.
- Yo quiero salvar mi vida y estar con mis hijos, pero... ¿cuánto tiempo me queda de vida si rechazo ser operada en la cabeza y el tumor maligno crece?
- Déjeme decirle que le quedarían cinco meses de vida aproximadamente y sus dolores se van acrecentar más si tiene alguna emoción fuerte. De su decisión depende que le salvemos su vida.
- ¿Cuánto costará la operación?
- Bueno, va costar... $1500 dólares.
- ¿Mil quinientos dólares? Pero significa mucho dinero y no se de dónde voy a sacarlo... Mi hija mayor tiene una fiesta donde va hacer su Primera Comunión en un mes y ahí gastaré la misma cantidad que mi operación en la cabeza.
- Es una decisión muy difícil, pero para no hacerlo muy complicado en estos asuntos económicos, el hospital va ayudarla rebajando el precio a $700. Así estará presente en la Primera Comunión de su hija y luego le haremos la cirugía. ¿Está de acuerdo? Una parte lo pagará el hospital y la otra lo hará usted, ¿qué le parece?
- Está bien, haré todo lo posible por pagar mi parte para realizar la cirugía en mi cabeza porque lo más importante es mi bienestar y el de mi familia.
- Entonces, así quedamos... Ah, olvidé entregarle esto... (Le da un blíster de pastillas) Si usted presenta ciertos dolores en la cabeza, no dude en consumir estas pastillas cada vez que presenta unos fuertes dolores, dentro de estas cajas está la receta, ¿está claro?
- De acuerdo. Gracias, doctor. (Le estrecha su mano) Quedo completamente en sus manos para salvar mi vida.
Cuando salió del hospital, a Ludovica las lágrimas no le dejaron de caer... Se sentía impotente al enterarse que tenía un tumor maligno en el cerebro mediante la radiografía que le practicaron, uno que podría acabar con su vida y por dentro, la conciencia la atacaba porque cometió un error gravísimo al agredirme por este malentendido donde también Antonia no salió bien librada que digamos. Al llegar a la casa, le dijo a Ileana que suba a mi habitación pues quería hablar conmigo y así, quitarse un peso de encima.
- Ileana, acompáñame al cuarto de Catalina. (Ella no respondió nada, solo siguió sus órdenes y subió las escaleras que lo llevan a mi cuarto) Déjame aquí, por favor. (Abre la puerta)
- ¿Mamá? ¿Qué haces? (Entra al cuarto)
- Puedes retirarte, Ileana... (Cierra la puerta, pero decide escuchar la charla)
- ¿Qué es todo esto, mamá?
- Catalina, no vine aquí para reprocharte y decirte cosas feas porque aún eres pequeña y no mereces recibir esos apodos horribles. Vine para pedirte perdón por agredirte... (Se acerca a mí) No sé que me pasó por la cabeza, actúe muy mal, me dejé llevar por la cólera y... te pegué. Tú sabes que las madres nunca le pegan a sus hijos, pero yo lo hice y por eso, te pido perdón... (Le salen lágrimas) Perdóname, por favor, mi amor...
Antonia abre la puerta y observa la conmovedora escena. Se aparta de Ileana y se acerca a Ludovica despacio...
- ¿Ileana? ¿Qué haces espiando?
- Eso hacen las empleadas metiches como tú. (Antonia la aparta de su camino)
- Aléjese, tu trabajo no es el chisme.
- De acuerdo. Total, ¿para que pierdo mi tiempo metida en dramas ajenos?
- ¿Señora Ludovica? ¿Se siente bien?
- No, Antonia... No me siento bien. Estoy cargando con la culpa por haber agredido a mi hija por este malentendido y aprovecho este momento para pedirle perdón por mi mal accionar hacia ella y también hacia usted. No debí retarla...
- ¿Por qué, señora? ¿Por qué ese acto de redención hacia Catalina y a mí?
- Porque... cometí un grosero error. Tres días... (se sentó conmigo en el suelo) Fueron tres malditos días que estuvo mi hija encerrada en su cuarto... No pudo salir ni siquiera para ir al baño, ni mucho menos para sus clases perdidas de Catequesis... (Me tomó de las manos) Y para colmo de males, ni Víctor vino a verla porque yo se lo prohibí... Esto es mi culpa, Antonia... (Me abraza) Mi culpa...
- Mamá, yo no tengo nada que perdonarte..., pero te perdono porque... (Empiezo a llorar) te amo. Te amo tanto... (La abrazo) A mi corta edad, tengo tanto que aprender de ti para yo dependerme de mi misma cuando crezca.
- Señora Ludovica, ¿quiere decir que perdona a su hija por esto?
- Sí, Antonia... Ya todo está aclarado y por ende... Le levanto el castigo... Denle algo de comer y beber pues mi niña está con hambre y sed desde hace tres días. (Me toma de la mano) Y yo voy estar a su lado para acompañarla.
- Enseguida, señora.... Ileana... Tomasa...
- Voy a decirles a mis hermanos que ya se levantó mi castigo... Y mamá, gracias... gracias por tu sinceridad.
- No tienes nada de que agradecerme.
"Si mis hijos supieran el drama que estoy viviendo por dentro, pero me conviene ocultarlo por su bien, no quiero que sufran más por mi culpa", Ludovica.
Al fin, Ludovica y yo pudimos hacer las paces después de tres días de estar sufriendo entre las paredes de mi cuarto. Padecía de hambre, de sed, me moría de la ansiedad, de los nervios, le insistí a Ileana para que pudiera salir a respirar porque si seguía encerrada, me volvería loca, pero me ignoró como a un perro. Sin embargo, todo terminó para bien ya que recobré la libertad que perdí.
En el almuerzo, mamá decidió no invitar a Antonia que debía conformarse con compartir la mesa de la cocina con Ileana y Tomasa, Víctor y su amigo Gustavo almorzaron con nosotros y por suerte, pudimos conocer algo más de sus vidas. Victor tiene un hermano mayor, Eduardo, quien es más apegado a su padre Gilberto, mientras este es más unido a Antonia. Sin embargo, la unión de los Macedo Urquidi de rompería de la forma más triste...
Flashback...
- ¿Dónde te fuiste, Antonia?
- A comprar para preparar el almuerzo, como siempre, ¿por qué?
- ¿No me estarás mintiendo? (se acerca a Antonia) ¿No te fuiste con algún extraño y te besuqueaste en el camino?
- No... Eso nunca pasará, Gilberto. ¿Cómo crees que yo te puedo poner los cuernos?
- ¿Y cómo sé que me mientes? Salí de la casa apenas dos minutos después que saliste a la calle... Y cuando llegué al mercado, te ví como le hablaste con suma confianza con un vendedor de pollos. ¿Cómo explicas esto, Antonia?
- ¿Acaso me estás obligando a explicarte sobre esa supuesta infidelidad? Muy bien, te lo diré de la manera más sencilla. Eso no se llama traición, se llaman celos... (Le hace señalar su cerebro) Y esos celos vienen de tí, sí, de tí que no sabe ni entiende lo que es la confianza entre las parejas. El amor se basa, precisamente, en la confianza mutua y la buena comunicación que la pareja se tiene entre sí.
- Pues fíjate que yo no tengo nadita de confianza en tí. Muero de celos porque no quiero que andes en los brazos de otro hombre que sepa amar más que yo, así sea un extraño o un conocido. (Abraza a Antonia) Te quiero solo para mí, no te atrevas a cambiarme por otro.
- Pero... (Gilberto intenta besarla a la fuerza? ¡Por Dios, Gilberto! ¿Qué te pasa? (Se desprende) ¿Por qué te comportas así? ¿Qué pensaría Eduardo si nos ve en estas deplorables condiciones?
- De Eduardo no te preocupes. Lo único que quiero es que me beses y me digas que me amas... Dilo y ya no te joderé más. (Se hace un breve silencio) Vamos, ¿qué esperas? (Otra vez se hace un breve silencio) Te exijo a qué me digas que me amas... y no lo repetiré de nuevo. (La abraza, pero Antonia se aparta de el)
- Esa no es la manera con la que me demuestras amor... Decir 'te amo' no es una obligación... (Lo señala) Lo que sientes por mí es un amor obsesivo, enfermizo, ni siquiera muestras algo de afecto por mí. Estás usándome para satisfacer tus placeres carnales...
- Jajajaja... ¿Sabes lo que eres? Eres una bruta, una tonta, una buena para nada que solo sirve para hablar y chillar como loca, no vales nada como mujer, pero aún con todos esos defectos, yo te amo... Y espero que tú me correspondas. (La abraza de nuevo)
- No, me temo que no será así. (Se suelta) ¿De qué sirve quererme si lo nuestro es un amor tóxico que me hiciste entrar a la fuerza? Yo me enamoré creyendo que eras el indicado para mí, pero como dicen por ahí, las apariencias engañan.
- Las apariencias engañan y que bueno que te diste cuenta... Que tras casarnos, nuestro amor no funcionaría pues yo no soy ni seré el tipo adecuado para ti. (Se aleja de Antonia)
Después de esa pequeña discusión con Antonia y aún sin poder bajar la guardia por su negativa, Gilberto sube al cuarto con una bandeja donde puso una jarra con agua y dos vasos que sirvió para los dos, al de su esposa le agregó unas gotas de un poderoso somnifero para que se duerma ni bien ella beba el vaso.
- Ah... Todo este trabajo como madre de familia me dió mucha sed, ¿quien subió estos vasos de agua al cuarto? (Coge el vaso) No importa... Me la beberé.
- (Gilberto pensando) Jajajaja... Ahora sí, Antonia, una vez que lo bebas, no podrás escapar de mi. Vas a cumplirme como mujer aunque no lo quieras aceptarlo...
Pasado unos minutos de haber tomado el vaso de agua, Antonia empezó a sentir los mareos por los efectos del somnífero y se tiró a la cama presa de un profundo sueño, el mismo que aprovechó su marido para dar rienda suelta a su amenaza ni bien supo que estaba inconsciente. Gilberto se quitó la camisa y se desabrochó el pantalón para despojar las prendas de su mujer y abusarla sexualmente; al cabo de unas horas, Antonia despertó y al levantarse de la cama, se dió cuenta, tras mirarse al espejo, que estaba desnuda.
- No... No... No... (Alterandose) No, no puede ser... No... No... No... (Gritando) ¿Por qué? (Llorando) ¿Por qué? Dime Dios Mío, ¿qué hice mal para merecer esto? Me siento sucia... (Se acaricia el cuerpo) ¿Por qué me hicieron esto?
Eduardo, el hijo mayor que tenía 11 años en ese entonces, se quedó parado en la puerta de su cuarto mirando como su madre se quebraba después de ser abusada sexualmente por parte de Gilberto que al verlo a lo lejos en su cuarto, le tapó los ojos con su mano y lo llevó a su habitación.
- ¿Qué pasó con mi mamá? ¿Por qué está desnuda y llorando sin consuelo?
- Nada. No le hagas caso... Tu madre llora porque le da la reverenda gana. Debes ignorarla, ya está loca.
- ¿Algo le hiciste, papá?
- Te dije que no le hice nada. Por favor, no vayas a decir a nadie lo que viste.
- Pero necesito saber porque mi mamá está llorando. (Se acerca a su padre) ¿Por qué me obligas a callarme?
- Porque aún eres muy niño y todavía no estás preparado para esto... Así que... (Se aleja y le señala a su hijo) O te callas y me salvas la vida o no volverás a verme si me delatas. Estás advertido, hijo.
Fue así que Eduardo ocultó por años lo que Gilberto le hizo a Antonia. Por su parte, a dos meses y medio de ser abusada, ella salió embarazada de Víctor y justo cuando quería anunciar la noticia, Gilberto y Eduardo la sorprendieron aunque no de muy buena manera.
Meses después...
- Gilberto, Eduardo... (sale de su cuarto) Tengo buenas noticias que anunciarles.
- ¿Qué pasó? ¿Qué te tiene tan contenta?
- Estoy embarazada... Estoy esperando un segundo hijo... La familia va crecer más y más con esta criatura. (Los dos están serios) ¿Por qué no festejan esta nueva alegría conmigo? ¿Acaso está mal que sea madre por segunda vez?
- Sí, está mal, muy mal... De seguro, en una de tus escapadistas no sé a dónde, te encontraste con el mismo vendedor del mercado y tuviste sexo con el. Me fuiste infiel, Antonia... Me mentiste...
- ¡Yo no te mentí, Gilberto! Yo no tuve nada que ver con quién tú piensas, otra vez tus celos te están volviendo ciego.
- Sí, me volví ciego y estupido por tu culpa. No sé porque puse mi confianza en tí, me enamoré y me engañaste, pero aún te quiero. Te quiero y no quisiera que otro se interponga en esto...
- Ja. Ya veo que tus celos hicieron que se alimente tu deseo de retenerme a pesar que yo no hice nada malo contigo. Estás tan loco que no quisiera que mi bebé próximo a nacer tenga un padre tan cobarde y obsesivo como tú.
- Tú lo has dicho... (Eduardo trae sus maletas y las suyas) Por eso, nos vamos de la ciudad... Porque no quiero encargarme de ese engendro que tienes en tu maldita panza y que no lleva la sangre de nuestra familia. Nos vamos lejos de aquí, a ver si cargas con tu problema por tu cuenta. Hasta nunca...
- Pero... ¡Gilberto! (Baja las escaleras con algo de lentitud) No, mi amor... (Eduardo abre la puerta y salen) ¡No te vayas! ¡Eduardo, tú tampoco! (Los alcanza en la puerta) Por favor, no me dejen, ¿a quien le pediré apoyo cuando nazca mi bebé? Dime, ¿a quién?
- Mamá, eso fue decisión de mi padre. Si fuera por mí, yo me quedaría y te apoyaría..., pero tú has destruido nuestra familia engañando a mi padre con quién sabe quién. ¿De qué sirve tener a un hermano si ni siquiera lleva mi sangre? (Abrazando a Antonia) Adiós...
- Vamos... vamos... No vamos a seguir perdiendo tiempo con infieles como ella.
- No... No... No... No... (Sale de la casa) ¡No! ¡No! ¡No! ¡Vuelvan, por favor! ¡Gilberto! ¡Eduardo! ¿Qué va ser de mi bebé? (Persiguiendo el carro) ¡Nooooooooooo!
Fue así que ambos la abandonaron a su suerte, pero eso no la derrumbó ni la detuvo ya que, con el tiempo, con lo poco de dinero que le quedaba, se armó de valor e hizo sus maletas para irse a Santa Cecilia donde quedó en manos de los médicos y dio a luz en un hospital, primero a Nisa y a los siguientes años a Víctor, ambos producto de la violación de su marido, pero siempre contaba con todos los cuidados previos al parto, mientras Gilberto le hizo creer a Eduardo que el bebé que espera Antonia no será su hermano, ahí fue que le envenenó su mente llenándose de odio y rencor contra ella y su hermano Víctor... Un resentimiento que perduró por años y que hasta el sol de hoy, mantiene ese mismo oscuro sentimiento. Un día, aprovechando la distracción de Antonia, mientras se fueron con sus niños al mercado, Gilberto vino por Nisa y fingiendo ser un oficial de serenazgo, la secuestró a vista y paciencia de todos y ella jamás la volvió a ver.
Fin del Flashback.
- Desde entonces, no supe nada de mi hermano desde que nació... y tampoco supe nada de Nisa y es triste porque mi padre era un hombre celoso que llevó una relación enfermiza con Antonia. Felizmente, usted nos cobijo en su casa, cosa que lo agradecemos muchísimo...
- Tranquilo, Víctor. Nuestra casa siempre será de ustedes depende del tiempo que permanezcan aquí. Ojalá que el señor Gilberto no se le ocurra poner un pie aquí y causar tremendos desmanes.
Mientras Antonia pasaba por la cocina para recoger los platos, Víctor terminaba de contar su triste anécdota y al oírla, se escondió en la cocina y lloró mucho por su hijo que había nacido fruto de una violación y un rechazo de su padre. Ileana le restó importancia, pero Tomasa estuvo prestando sus cuidados para que Antonia se sintiera bien.
Después del almuerzo, Ludovica salió a la municipalidad de Santa Cecilia a escondidas de los demás para verse con su alcalde y su señora esposa. Al parecer, con el tumor maligno que de a poco va creciendo en su cabeza, tendrá una cosa en mente para ayudar a costear la operación que le salvaría su vida.
- ¿Señor Alcalde? (Toca la puerta) ¿Está aquí? (Vuelve a tocar la puerta) ¿Señor Alcalde, está ocupado? (Minerva atiende la puerta) ¿Minerva?
- ¿Ludovica? ¿Qué haces aquí?
- Vine a ver al Alcalde de Santa Cecilia. ¿Se encuentra aquí? (Entra a la fuerza)
- Mira, ¿con qué derecho viene a ver a mi marido? (La aparta) No sabe que estamos muy ocupados haciendo cosas...
- ¿Qué clase de cosas si se puede saber?
- Pues... ¿acaso te interesa saber lo que hacemos, hermanita? No, ¿verdad? Entonces, salte de nuestra casa que nada tienes que hacer aquí.
- No, Minerva... Quiero tratar algo muy serio con tu marido, así que si me disculpas, entraré a la casa aunque te pese. (Empuja a Minerva contra la pared) ¡Señor Alcalde! (Lo busca)
- Ya te dije que no está aquí, Ludovica... Y si lo estuviera, igual no te lo diría. Y todavía tengo una charla pendiente contigo sobre como tu esposo te dejó y me prefirió a mí. No me olvidé de eso. (Evaristo aparece)
- ¿Qué es todo este ruido? ¿Minerva? (Mira hacia Ludovica) ¿Qué hace aquí?
- ¿Qué? ¿Es este tu marido?
- Sí, es mi marido... (se va con Evaristo) Mi amor, te presento a mi fastidiosa hermana menor, aquella que tanto te platiqué en su momento. En fin, yo me retiro, los dejaré solos para que charlen de lo que quieran. (Se retira para ocultarse en un rincón y oír la charla)
- Gracias, Minerva. Bueno, me presentaré si no es de mucha molestia... (Estrecha su mano saludandola) Soy Ludovica Vasconcelos, la hermana de su esposa.
- Mucho gusto... Soy Evaristo Domínguez, alcalde de Santa Cecilia... (Se sientan en un sillón) Siéntese... Dígame, ¿en qué le puedo servir, señora?
- Mire, este es un asunto muy delicado que con mis hijos no he conversado. Hace poco, los médicos hallaron un tumor maligno en mi cabeza y me dijeron que tenían que operarme para extirparlo, pero el precio que me ofrecen es muy caro para pagarlo. Tiene que ayudarme, por favor.
La petición de Ludovica hacia Evaristo podría servirle de provecho a Minerva dado que, si su hermana estaría fuera de alcance si no sobrevive a la operación, podría tener a sus hijos y encargarse de ellos como si fueran suyos. ¿Podrá ella impedir que su marido le dé la mano para costearle la operación?
Continuará.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top