Capítulo 10

Muerte, persecusión y lágrimas

Minerva no supo que responderle a mi madre Ludovica después de preguntarle si había conocido a Víctor. Pero igual siempre encontraría una solución para salirse bien librada.

- ¿Qué pasa, Minerva? Has estado callada todo el tiempo y ni siquiera respondiste a mi pregunta. ¿Conociste a Víctor o no?

- Apenas lo he visto en esa fiestecita que le hiciste por la Primera Comunión de Catalina y solo nos saludamos, nada más. Oye, ¿por qué me lo preguntas?

- Por curiosidad, nada más. El doctor me dijo que en unos cuantos días saldré de aquí para reencontrarme con mis hijos. ¡Cuánto los extraño! De seguro que deben de extrañarme mucho.

- No creo que te extrañen, ellos pronto se acostumbrarán a estar sin ti.

- No, ellos aún son pequeños y todavía me necesitan para criarlos y que aprendan a ser más fuertes. No es justo, pero tampoco es novedad que lo digas porque temes que todos se enteren que te acostaste con Javier a tal punto de casarte con el, le fuiste infiel a tu marido.

- ¿Cómo te atreves a decir eso? ¿Por qué un alma tan podrida por dentro y por fuera tiene el afán de decir tales sandeces? (Vuelve a sacar su tijera)

- ¿Dices que tengo el alma podrida? Mira quién lo dice... alguien que lo tiene tan seca cuan si fuera una pasa. Javier siempre me amó desde el primer instante que lo conocí, pero tú te atreviste a separarnos usando tus tácticas. Felizmente, yo hice mi vida con mis hijos, pero tú, no contenta con tener una relación estable, lo abandonaste y te casaste con el alcalde de Santa Cecilia metiéndolo en el bajo mundo de la corrupción. Perdón que te lo diga, pero aunque te duela, es la verdad.

- ¡Suficiente! Me cansé de que sigamos hablando de Javier..., pero más que nada... (Intenta clavar la tijera en su cuello) ¡Me cansé de ti, hermanita! (Ludovica se lo impide y se pone de pie)

- ¡Seguridad! ¡Seguridad! (Apreta el botón) ¡Seguridad! (Se aleja de Minerva)

- Vaya, ¿acaso estás empleando la táctica más confiable y más antigua del mundo? Jajajaja... No me hagas reír... Sabes que no puedes huir tan fácil de mí por más que lo quisieras. (Apunta la tijera) Y además, aún estás convaleciente lo cual me pone en ventaja contra ti.

- No te confíes, ni aunque tengas esa tijera en tus manos, vas lograr matarme.

- Cuidado... Estás a un paso de dar un salto al vacío y nadie podrá salvarte...

- Me vale. Prefiero morir que estar sufriendo por culpa de tus maldades... (Voltea mirando hacia la calle)

- (pensando) Estás en una muy buena posición para acabarte de una vez y para siempre... (Clava su tijera en la espalda)

Después de clavar dos veces en la espalda a tal punto de sacarle mucha sangre hasta desparramarse en el suelo de la terraza que sale de la habitación, Minerva bota el cuerpo de Ludovica sin saber que ciertos médicos lo veían todo a lo lejos y llamarían a seguridad para denunciarla. Algunos miembros suben al cuarto para detenerla, pero al verse descubierta, ella suelta la tijera y con total descaro, se atreve a mentir.

- (tiran la puerta) ¡Alto! ¡No se mueva!

- ¿Qué les pasa? ¿Qué me harán?

- Te sacaremos de aquí porque te vimos arrojando el cuerpo de una paciente desde lo alto. Y por su culpa, está muerta.

- ¿Está muerta? ¿De verdad me dice que se murió? Quiero verla... (La sujetan) No, de verdad quiero verla... ¡Suéltenme! Exijo que me la hagan ver, por favor... ¡Suéltenme! (Gritando) ¡Suéltenme! Por lo que más quieran, ¡suéltenme! (Llora)

- Si la vamos a soltar, lo haremos con gusto, pero a cambio de que declare y se entregue ante las autoridades.

- ¿Qué? (Se suelta) ¿Acaso me ven como una maldita criminal?

- El hecho que mate a una persona ya la convierte en una criminal, así que, nos va tener que acompañar así sea por la fuerza. (La sujetan de nuevo)

- No, no, por favor, no me hagan esto...

La seguridad del hospital acompaña a Minerva hasta la salida, pero en eso, ella golpea a dichos miembros en el camino y en medio de su dolor, se escapa del nosocomio burlándose de la ley.

- ¡Oigan! ¡Esta huyendo! (Se queja del dolor) ¡Que no escape! ¡Vayan tras ella!

- Jajajajajaja... ¡No pueden enviar a la cárcel a la esposa del alcalde de Santa Cecilia! Nadie se burla de mi, nadie...

- Ah sí, veremos quién ríe al último...

- ¡Taxi! ¡Taxi! (Se sube al vehículo) Lléveme a donde yo le diga... Después yo se le pago, no se preocupe. ¡Rápido! 

- ¿Tiene la identidad de la asesina?

- Yo la tengo, se llama Minerva Vasconcelos, es la hermana de la paciente fallecida Ludovica Vasconcelos.

- Doctor, encontré algo en su escritorio, es una nota escrita por un anónimo.

- A ver, deme eso. (Lo lee) Maldita sea... Esa tal Minerva... Me está ofreciendo una buena cantidad de dinero con tal de no delatarla ante la familia de que mató a su hermana. Si lo hago, me mata...

- Entonces, ¿qué haremos?

- Diablos, esa mujer me puso en aprietos. No me gusta mentir, no suelo hacerlo ante nadie, pero tengo que hacerlo. El director me va despedir.

- No lo hará, ya supo de ello. Lo que hará en conjunto con la policía, será buscarla en todas partes y no van a parar hasta que se entregué a las autoridades. Sin embargo, es muy capaz de chantajearnos con darnos dinero y manipularnos para que ocultemos la verdad a la familia.

Minerva se salió con la suya... Había matado a su hermana Ludovica y para que se limpie de toda su mala imagen, decidió ir primero a la casa de su esposo para inventar cualquier cosa con tal de que no descubran su mentira.

- ¡Evaristo! ¡Evaristo! ¿Donde estás? (Grita) ¡Evaristo! Ay, ¿donde se metió mi marido? (Se pone colirio en los ojos)

- ¿Qué son esos gritos, Minerva? ¿Qué pasó? ¿Por qué lloras?

- Mi hermana, Evaristo... Mi hermana Ludovica no resistió a la operación... (Lo abraza) Falleció al día siguiente que yo quería ir a verla... El doctor ya me lo confirmó... Fue una cirugía complicada, le tomaron casi 24 horas en hacerlo, pero durante la misma, a los doctores se les vino la noche y murió. Murió sin que yo tuviera la chance de despedirme de ella. (Evaristo la mira porque sabe que miente)

- Oye, ¿cómo sabes que me mientes?

- ¿Te miento? Yo no te miento... Te digo la verdad porque estuve ahí durante la madrugada esperando que me digan algo sobre la operación, pero luego las cosas se intensificaron y el doctor me dijo que ya no había nada más que hacer.

- ¿Colirio? ¿Te echaste colirio para fingir que lloras? (De nuevo la mira fijamente)

- (se seca sus lágrimas falsas) Sí, ¿por qué? Yo no tengo remordimiento alguno por haber matado a mi hermana porque al fin me cobré la revancha que tanto quise y por eso, siento orgullo por ello, tanto que se me cayeron las lágrimas... Falsas, pero al fin y al cabo, era un llanto de emoción por lo que logré.

- Y ahora, ya que al fin lograste tu ansiada venganza contra tu hermana Ludovica, ¿qué se viene para ti?

- Lo que sigue, será intentar traer a Catalina una vez más a mi casa y le haré creer que la cuidaré como si fuera su madre cuando no será así. Le espera un mundo de soledad y dolor cuando esté lejos de sus hermanitos y, sobre todo, de su propia madre. La hundiré tanto que se quemará en las llamas del infierno.

- Ya perdiste la razón, Minerva. Tu obsesión por vengarte de ella te llevó a perder la cordura a tal punto de que ahora te desquitas con la hija de tu hermana. No pareces mi mujer. (Minerva lo cachetea)

- ¿Cómo te atreves a decir semejante estupidez, Evaristo? Al fin me quité un gran peso de encima y ya puedo tener a Catalina en mis manos y criarla como a mí me da la reverenda gana. En cuanto a ti, recuerda que, no eres solo mi esposo, eres solo un juguete que le da uso como mejor le plazca, eres mi títere y yo te mantengo. Tu papel aquí es de obedecerme en todo lo que diga más allá de asumir tu rol como alcalde de Santa Cecilia. ¿Estamos de acuerdo en eso? (Evaristo le devuelve la cachetada)

- A mi no me usas como juguete... Yo soy tu esposo y nos amamos desde la primera vez que nos vimos, Minerva. ¿Cómo es posible que me tengas como tu esclavo cuando llevamos mucho tiempo siendo marido y mujer? ¿O es que aún sigues pensando en tu amante, Javier? (Minerva cachetea de nuevo a Evaristo)

- A Javier no lo menciones... A ese hombre lo abandone porque es un triste recuerdo de mi hermana, el es pasado y tú eres mi presente... Y ni se te ocurra poner los ojos en una cualquiera. Ante todo la gente, somos marido y mujer, pero dentro de la casa, yo te uso como a mí se me antoja... Recuérdalo.

- Si, pero también me da pena que los niños se queden solos ante la muerte de su madre. Ya se que quieres hacerte pasar por Ludovica, pero al menos, ten algo de empatía por ellos, por favor.

- ¿Empatía? ¿Y desde cuando tuviste empatía conmigo cuando estábamos casados? ¿Cuando? Que yo sepa... Nunca, ¿no? Entonces, guarda silencio, Evaristo, y no cuestiones mis decisiones. Y si quieres te largas, eh, la puerta está abierta.

Evaristo se enfada por la actitud de Minerva. No parece amarlo, lo usa para satisfacer sus necesidades ya que, al ser la esposa del alcalde, necesita de su dinero para irse de Santa Cecilia en busca de su ex amante Javier. Por otro lado, Tomasa recibe la llamada del hospital anunciando la mala noticia.

- Buenos días, casa de los Vasconcelos... No, soy una empleada de la familia. (Baja Catalina de a poco) Sí... ¿Qué? ¿Murió en la operación? Ay Dios... Dios... (Catalina lo escucha) Ok, mañana iremos al velatorio. ¿No saben cuándo la entierran? ¿No hablaron con el alcalde de esto? Ok... (Se le caen las lágrimas) Muchas gracias. Gracias y gracias por sus condolencias. Buenos días. (Cuelga la llamada y se tapa el rostro, mientras llora) ¡Señora Ludovica! ¡No! ¡No no no! ¡No puede ser!

Mi corazón se rompió en mil pedazos cuando escuché a lo lejos esa llamada fatídica y al saber de su muerte, corrí a su cuarto para encerrarse con llave y tirarse en su cama a llorar sin consuelo. Mis hermanos esperaron hasta la noche para saber de la noticia y se cobijaron en mis brazos, totalmente devastados por la partida de mi madre. Al otro día, Ileana y Tomasa nos llevaron al hospital donde se haría el velatorio, pero era tan grande y tan amarga nuestra sorpresa que nos topamos con Minerva y Evaristo, su esposo, fingiendo estar tristes y enviando sus muestras de solidaridad con nosotros cuando realmente solo van y derraman su hipocresía porque ambos le tenían mucho rencor a Ludovica desde siempre.

- Mamá... (Corro hacia el ataúd) ¡Mamá! ¡Mamá! (Abrazando al féretro llorando) Mamacita, perdóname... ¡Perdóname por no despedirme de ti pensando que no saldrías viva de la operación! ¡Perdóname por haber discutido contigo en más de una ocasión! ¡Perdóname por el simple hecho... (golpeo el ataúd) que no voy a crecer ni vivir mi infancia teniendo una madre como tú a mi lado! ¡Perdón! ¡Mil veces perdón te lo pido! Que Dios te reciba en tus brazos y que descanses en paz aunque dudo que eso pase. (Me abrazo con sus hermanos)

- Disculpa... ¿Catalina? Queremos darte nuestras más sinceras condolencias por su perdida. (Estrecha su mano)

- Gracias. (Me acerco y abrazo a Evaristo)

- Mi más sentido pésame, mi amor... (La abraza) Lamento que quedaras huérfana con la muerte de tu madre. Después de todo, ya no tendrás alguien que te cuide.

- Déjeme... (Se aparta) Si su intención era que sintiera lástima por mí, déjeme decirle que lo hizo. Yo no necesito de su abrazo porque usted ni siquiera es mi madre... Solo eso me faltaba, que no solo arruinara la vida de mi madre, sino la mía siendo apenas una niña y eso no se lo perdonaré nunca. Ni a usted ni a su esposo. ¿Me oyeron? ¡Nunca!

- Pero, ¿qué tienes, Catalina? Nosotros no hicimos nada para que nos acuses así...

- Cállese... No quiero seguir escuchando más de esas ofensas e insultos que salen de su boca y le faltan el respeto hacia la memoria de mi madre. ¿Podría, por favor, alejarse de mi y no volverme a ver en toda su vida? No quiero que ponga un pie en la casa... Tal vez el señor sí, pero usted, ni se atreva hacerlo.

- Señores... (Tomasa se interpone) La niña tiene razón, váyanse de aquí, su presencia solo hará que ella explote más de dolor porque extrañará mucho a su madre.

- Está bien, nos vamos. Espero que, cuando la situación este más calmada, podamos encontrarnos de nuevo.

Mientras Minerva y Evaristo se marchaban del velorio, yo no paraba de llorar porque me sentiría desamparada sin mi madre. No me siento preparada para cuidarme sola aún siendo muy pequeña y mucho menos, tomar el lugar de mi padre para proteger a mis hermanos. Sin embargo, mi corazón me advierte de algo que sucedió antes de su fallecimiento y no me deja en paz... ¿Por qué mi mamá se murió de la nada si vimos que estaba bien antes de que se opere? ¿Alguien estaba detrás de esto?

- ¿Sigues pensando en mi mamá?

- Sí... Aún no entiendo por qué nos dejó tan pronto en un momento que la íbamos a necesitar más que nunca... Hay algo que no me cuadra nada. ¿Tú crees que alguien pudo haber matado a mi mamá después que saliera de la operación?

- No lo sé. De repente, los doctores hicieron algo mal durante la cirugía y se les complicó todo cuando querían intentar salvarla. ¿Por qué me lo preguntas?

- No, no fueron los doctores. Quizá fue ella misma quien quiso quitarse la vida porque no soportó que la tía Minerva se quede con el amor de mi padre.

- No pienses eso. Mi mamá sería incapaz de hacerlo; además, ese tema quedó atrás, Minerva es feliz con su esposo y Ludovica ya está descansando en paz. Nosotros deberíamos estar felices porque tuvimos una madre tan buena como ella y así vamos a recordarla.

- Si, pero... ¿Cómo vamos a recordarla con las tantas dudas que tengo metidas en mi cabeza? Dime, ¿cómo?

Me apoyo en el hombro de Raquel totalmente fastidiada por el hecho de no saber quién mató a mi madre. A los días siguientes, era su entierro y, por supuesto, estábamos presentes en el cementerio, todos vestidos de negro... Sin embargo, a lo lejos estaban Evaristo y Minerva, también vestidos del mismo color. Les dije que nunca más quería verlos de nuevo por respeto a la memoria de mi madre, pero no me hicieron caso. Y lo que es peor es que tienen a la mano, un documento... ¿Serán las pruebas que mostrarían a la persona que acabó con la vida de Ludovica? ¿O un plan que, desde hace buen tiempo, ya lo tenía entre manos?

- Buenas tardes, Ileana... (Entra) ¿Se encuentra Catalina en la casa?

- Está en su habitación descansando con su hermana. Si quiere, puedo ir por ella o decirle que usted ha venido.

- No te preocupes, yo la espero.

Mientras se alejó de Minerva, Ileana la miró a lo lejos y subió a mi cuarto para avisarme sobre la presencia de mi tía.

- ¿Catalina? ¿Estás ocupada?

- ¿Qué pasa, Ileana? Vino alguien...

- Es tu tía Minerva, quiere verte.

- ¿A mí? (Asiente) Le dije que no la quiero verla otra vez... (Sale de su cuarto tomada de la mano) No, Ileana... Suéltame... No quiero verla, por favor...

- Lo siento, tiene que ver a su tía.

- No me obligues a verla, no quiero hacerlo. Mi mamá me decía que si yo no tenía ganas de ver o hacer algo, que nadie me obligue, ni me insistan en hacerlo.

- Pero ahora tu madre no está, ya se murió, ahora está tu tía y quiere verte. (Las dos bajan) Aquí la traigo, señora.

- Gracias, Ileana... (Ella se suelta de mi mano) Hola Catalina...

- Hola, tía. (Desvío la mirada)

- ¿Por qué no me miras, niña? Qué falta de respeto tienes de no mirarme cuando te hablo... Se ve que tu madre no te enseño buenos modales.

- Si me las enseñó y además, me enseñó valores y respeto, cosa que usted nunca las tiene. Y deje de mencionar a mi madre, por favor. Usted lo que quiere es que se abra más la herida que tengo tras su muerte y provocar que me enoje siendo aún una niña.

- No. Eso no lo deseo... (Levanto la mirada) Lo único que quiero es que, desde ahora, me veas cómo una madre para ti. No me importa si me odias, lo único que quiero es que tienes en mi alguien en quien confiar...

- Yo no puedo confiar en alguien que le hizo mucho daño a mi madre durante años. No le guardaré rencor por tantas cosas que no viví antes, pero lo que hizo... No tiene perdón ni olvido.

- Entiendo que estés dolida por la muerte de tu madre, pero no quiero que me veas como una enemiga para ti por más que yo haya sido una sombra en su camino. Quiero que me trates bien, que vayamos aprendiendo con el tiempo más cosas la una de la otra, que seamos como amigas. Eso mismo te lo pido, no más.

- Lo siento tanto. Cómo le dije, yo no puedo verla ni como madre ni como amiga. Y es una lastima que esto no salga como uno las desea. Y ahora, ¿me podría hacer el favor de irse de mi casa? No quiero que ponga un pie en mi hogar, si algo de dignidad le queda en su corazón.

- Ok. (Se pone de pie) Me voy. Veo que eres una persona difícil de lidiar. Y eso lo heredaste de tu madre... Me rindo. (Se le cae el documento y yo lo recojo)

- ¿Qué es esto? ¿Qué documento es este?

- Ah, perdón. Es un documento personal. Un momento, ¿acaso lo estás leyendo?

- ¿Por qué este documento señala que debo estar con usted por obligación? ¿Y encima está firmado?

- Porque así lo dice... Desde antes de la muerte de tu madre, he preparado este documento deseando que se me diera la chance de poder criarte. No se lo dije a mi hermana para que no sufriera durante la operación y ni tampoco se lo dije a mi marido...

- Usted es una mujer muy mala... Usted no tiene corazón ni sentimientos. Usted no es más que una mujer frívola e interesada que solamente sabe hacer y causar mucho daño. Permíteme el documento, por favor... (Me lo entrega y lo rompo) Disculpa si hago esto, señora porque no se merece que yo la llame como tía, pero no voy a ceder a sus chantajes y manipulaciones si insinúa que va tenerme a su lado.

- ¿Por qué lo haces?

- Por dignidad. La misma que heredé de mi madre que está en el cielo. Y porque no quiero que se haga la víctima ya que ese papel no le calza. Así que, con todo el poco respeto que le tengo, le pido que se vaya de mi casa y no vuelva nunca.

- Ok. Me iré de aquí, pero espero que pueda reconsiderar mi decisión de que vuelva a mi casa porque yo la cuidaré de la misma forma que su madre cuido de ti. Permiso. (Se va)

- Hasta luego, señora Minerva... (Me mira y se acerca a mi) Mi niña...

Tomasa se acerca para abrazarme ni bien la tía Minerva dejó este hogar. Entre lágrimas, pensaba en la posibilidad de huir de mi casa, de ya no querer más vivir, de perseguir a mi madre a pesar de ya no estar más con nosotros. La extraño como no tienen idea. Ese sentimiento horrible se me ahogaba en mi interior y ni siquiera podía respirar, debía pensar en un refugio que no sea mi propia casa para querer olvidar los recuerdos que me hacían sufrir. Pensaba mucho en Antonia y, sobre todo, en Víctor... Lo echo mucho de menos. Aún tengo presente aquel rosario que me regaló antes de mi Primera Comunión.

Flashback.

Víctor regalándome un rosario.

Fin del Flashback.

Llegué a mi cuarto una vez más, con la cara totalmente mojada de llanto. Miré la el retrato de mi madre y mis hermanos, pero no me tomé ni siquiera una foto con el y su madre. Mi mamá pensaba que seguíamos siendo completos extraños por más que habíamos entablado una amistad y ahora que ella no está, me sentí más sola que nunca. Apenas puedo hablar con Raquel, pero no es suficiente. Debo huir, debo escapar, debo volver a ver a Víctor, pero no sé dónde está.

- Buenas tardes, ¿viene por trabajo?

- Sí. Me llamo la atención un afiche que encontré por la calle. Me llamo Antonia, estos son Víctor, mi hijo y su amigo Gustavo. (Estrecha su mano)

- Mucho gusto, me llamo Valeria Freitas.

¿Quién es Valeria Freitas y por qué acogen a Antonia, Víctor y Gustavo? ¿Será su primera oportunidad laboral que tienen desde que llegaron a Lima?

Continuará...

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