Especial I: La princesa del desierto y el medjay de Siwa
“Podemos guardar este amor en la historia, guardando en tu corazón cada vez que me veas en las estrellas. Ellas no cambian a pesar de los siglos, durante años nos han iluminado y en nuestros últimos alientos... Lo seguirán haciendo, hasta que seamos parte de ellas”.
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Aaeon al primer momento en que recibió en sus brazos a la pequeña Irenice, sintió que su vida no pesaba lo suficiente. Que no se sostenía en ella para respirar con propiedad, tan débil al mover su pequeño pecho. El desierto la trajo en los brazos de la reina, y él la recibió en Tebas como su segundo padre, como su cónsul. Su misión era educarla, formarla para ser parte íntegra de la realeza egipcia. Aún así, era un poco decepcionante. Sin embargo, el fuego de su interior fue creciendo con los años, cuando caía en el suelo y mordía la arena entre sus dientes y recibía los reproches del instructor al decirle que confiaba demasiado en sus ojos, que debía luchar mejor. Con la constante mirada de su padre sobre su cuerpo, para no perderse el crecimiento de su primogénita favorita. Formándose como lo que debía ser, una reina. Pero, cuando la pequeña cumplió doce años, el faraón contrajo matrimonio con su segunda esposa. La mujer a los pocos meses dio a luz un hermoso cachorro alfa, y al mismo tiempo, trajo con ese acontecimiento la gran herejía para la pequeña. Irenice ya no sería reina por su condición de Omega, su hermano varón ahora tenía la máxima autoridad sin realmente saberlo.
Y eso la molestó, ¿para qué servían todos esos extenuantes entrenamientos si nunca sería parte de la cúspide jerárquica?
Así que lentamente la gente de Tebas, con su belleza aclarando ante la vista de todos, comenzaron a considerarla una deidad digna de los dioses. Una Omega para el dios Ra. La confinaron en una casona a las orillas del Nilo, en donde recibía instructores todos los días para seguir con su enseñanza de mujer. Aaeon, veía con dolor como la princesa perdía su fuego interior. Cómo dejaba de brillar. Sin embargo, una noche antes de su cumpleaños número catorce, las voces en su cabeza comenzaron a susurrarle ideas rebeldes. Empezó a huir de la casona durante días, a pelear con generales de guerra y a causar confusión entre sus más allegados. El fuego creció y con ello, el sentimiento de libertad en su corazón. Irenice ya no quería ser parte de la realeza, prefería ser una hereje antes de tomar la mano de su esposo en un futuro no muy lejano. El faraón lo notó, y gracias a los consejos de su sacerdocio entendió que ella debía contraer matrimonio. Themos, un gran sacerdote se acercó hasta él y le pidió personalmente la mano de Irenice. El faraón lo aceptó, pero siempre y cuando ella tuviera veintiún años y estuviera dispuesta al compromiso.
Themos lo aceptó como un sí rotundo.
Dejó que la princesa siguiera con su vida como si nada pasara. Y cuando ésta cumplió diecisiete años, en la cumbre de la celebración efectuada por su padre, nadie espero que pidiera un protector como regalo. Aaeon lo sintió en ese momento, la tragedia aproximándose en sus vidas. Themos se acercó hasta ella en mitad del salón, y le ofreció los mejores cuidadores de Tebas, esclavos nacidos y formados para protegerla de todo los males existentes en el mundo. Castrados para mayor cuidado. Irenice lo observó con bondad, sin saber quién realmente era, y se negó educadamente tomando el brazo de su cónsul y proclamando que iría de viaje para encontrar al indicado de su gusto. El faraón esa misma noche, mientras las caravanas eran arregladas para el viaje de su princesa, llamó a Aaeon hasta su salón y lo hizo jurar ante los dioses para que cuidara la vida de su hija como si fuera la suya. De otra forma, el cónsul moriría de la peor forma posible. Con los escarabajos negros consumiendo su carne viva.
Viajaron a Siwa, y ahí la princesa se enamoró de un esclavo. Lo compró como cualquier otro, pero no lo llevó caminando por la arena ardiente hasta Tebas, fue conversando con él al interior de la caravana, el alfa no usaba cadenas y bebía la misma agua que la princesa. Esas fueron unas de las primeras líneas que cruzó con Khaleb. Sobretodo cuando llegó con él a Tebas y la obligaron a entregarlo por ser un medjay, ella luchó por su hombre y consiguió convertirlo en su protector legal ante los ojos de los dioses. Desde ese día, se les veía todos los días por la ciudad. Conversando, caminando o simplemente entrenando a las orillas del Nilo para que la hija de faraón no tuviera problemas al enfrentarse en su pelea anual con la esposa del faraón. El alfa de ojos rojos, lentamente fue compartiendo el sentimiento de la princesa, aún así, conocía su lugar porque Aaeon se lo aseguro. Desde un principio le dijo el valor de las consecuencias y que debía comportarse para no enfurecer al faraón.
Morir en un mar de escarabajos negros no era precisamente algo placentero.
Y cuando la pelea anual de la princesa y la reina se celebró, Khaleb quedó anonadado con su destreza. La belleza de Irenice con sus ojos verdes al contraste del dorado de la pintura en su piel virginal era bello, la reina con su piel tostada y los ojos tan negros como las tormentas de primavera no podían opacar la belleza de la princesa de dieciocho años. Themos se dió cuenta de que la Omega seguía intacta, con su pureza inmaculada pero eso no iba a ser eterno. Cuando Irenice ganó, y abrazó a su padre como cordialidad, sus ojos verdes se encontraron irremediablemente con los del medjay. Con el esclavo que la observaba como el tesoro más grande. Y eso le desagradó. Aaeon notó la mirada asesina del sacerdote, más no dijo nada porque su silencio estaba comprado. El propio faraón había visto el amor que ambos se tenían, y que con cuidado protegían, él deseaba más que nada que su hija fuera feliz. Y así, cuando su esposa le dijo que debía dejarla libre, que los dioses así se lo habían dicho entre sueños. Él le ordenó, vistiendo majestuosamente su corona roja y blanca, a Aaeon que la dejara ser, como la fluidez del río Nilo en su época más tranquila.
Sin embargo, hasta el río Nilo tenía momentos tormentosos en donde subía hasta destruir hogares enteros.
Esa noche era particularmente tranquila, Irenice y Khaleb habían tenido un exhaustivo entrenamiento en donde el medjay había avanzado en su formación. La princesa descansaba en sus aposentos. Con el suave viento seco, golpeando las cortinas que limitaban la arena del mismo. Nadie sintió el sonido de la venida del Nilo, sólo la humedad entrando hasta humedecer el adobe. Los caballos en sus establos se pusieron nerviosos, relinchando fuerte y con claridad. Aaeon despertó y vio el agua entrar en la casona que el faraón había predispuesto a su primogénita e inmediatamente entró en pánico llamando al medjay para que fuera por su protegida. Irenice estaba sumida en un sueño profundo, tanto que los gritos desesperados de Khaleb no la despertaron, solo el agua en sus pies. Casi intentando ahogarla. Intentó huir pero el agua era pesada en sus pies, y sintió temor. Las fuerzas de la naturaleza la estaba sumiendo en un miedo terrible.
Lloró, la princesa lloró mientras entre gritos intentaba salir de su habitación.
Khaleb la escuchó, y cuando llegó a la habitación el agua ya llegaba hasta su pecho. Sus piernas ardían pero el dolor de verla a ella sumida en pánico por la muerte prematura le hizo renovar fuerzas, Irenice al verlo dejó el pánico de lado y busco el calor de sus brazos. El medjay la tomó en brazos y salieron ilesos de la casona, Aaeon vio como la princesa no salía de los brazos de su protegido, temblando por culpa del temor y sucia gracias a la venida del Nilo. Apenas se enteró el faraón del suceso, la obligó a mudarse al palacio. Aunque estuvieran en tierra santa, Irenice no dejaba de lado a Khaleb, ni siquiera para bañarse en donde el alfa mordía su labio para no cometer un crimen por la belleza de su protegida. El faraón se admiró por ello, por la fuerza de voluntad del hijo de Siwa y ante esa expectativa, canceló el compromiso que le prometió a Themos. Su hija ya estaba en buenas manos, no había necesidad de otro hombre en su vida. El sacerdote se enfureció, alegó que la venida del Nilo era la ira de los dioses ante el pecado que cometía ella al convivir tan naturalmente con un esclavo. Sus alegatos fueron sordos y fue despojado de sus beneficios.
Pero Themos no se quedó de brazos cruzados, que el mismo faraón aceptará al mancebo lo hizo recapacitar de su posición. Gracias a su carisma innato, ganó unos cuantos seguidores que lo ayudaron a establecer contacto con las magias oscuras de los dioses. Pasaron unos meses antes que diera paradero con un antiguo ritual, uno que debía poner a los enamorados en su contra en mitad de la noche, para que uno fuera capaz de acabar con el otro para al final el sacerdote supremo pudiese acabar con el último de los enamorados, bajo el orden de unas palabras y así ligar sus almas hasta el final de los tiempos. Pero el hombre que fuera capaz de hacerlo, tenía que ser poseedor de una gran fuerza espiritual, Themos se creía dueño de la misma, más se equivocó. Su fuerza era similar a la de un hombre común y corriente... Un hombre que no debía jugar con las artes místicas de la magia oscura.
(...)
Irenice apenas comía, su corazón seguía con la incertidumbre de la fuerza del Nilo y lo único que podía calmar esa tempestad era estar alrededor de los ropajes de Khaleb. Se hacía un ovillo en una cama y dormía por horas y horas, hasta que el mismo cansancio la hacía ir en busca de los brazos del esclavo. Aaeon conocía ese comportamiento, a sus veinte años, su celo definitivo estaba cercano. Ella anteriormente había pasado sus celos con mujeres, las mismas que la cuidaban en vela para mantenerla pura. Ahora que el compromiso había sido revocado, el cónsul esperaba que el medjay hiciera los preparativos para hacerla su Omega y así hacerla una mujer hecha y derecha. Más el alfa de cabellos rojos se veía distante y nervioso, mantenía su postura erguida y suspiraba cada tanto para mantener sus pulmones sanos. Tenía miedo, Aaeon podía verlo con claridad en esos ojos tan exóticos de los cuales había sido bendecido por los dioses.
—Es una noche tranquila, medjay. Deberías ir a dormir, los dioses aún no deciden condenar tu vida y enviarte al valle de los juncos—Aaeon era un poco nervioso, cada vez que hablaba con Khaleb, una gota de sudor frío caía por la espina de su espalda. Había visto la fuerza del alfa en acción y mantenía cierto respeto por él.
—No puedo dormir Aaeon, es una noche tempestuosa en mi cabeza. Su aroma dulce me pone nervioso—Khaleb formó una mueca al sentir en la brisa el agradable aroma de Irenice. La noche era oscura pero ni siquiera el reflejo de la luna en lo lejano del Nilo lo tranquilizaba. El oro a su alrededor le recordaba con vagos recuerdos que no era digno. Era solamente un esclavo más del montón, sus coqueteos con la princesa eran simple palabrería para sucumbir ante el tiempo.
—Ella estaría con más control si pudiera estar al lado del hombre que ama, ¿no lo crees?—Khaleb observó sorprendido al cónsul, el hombre con la edad en sus surcos le sonrió amablemente—. Deberías llevarla a un lugar especial, obviamente tendrías que arreglar el lugar con antelación, recuerda que ella es una princesa. Formar un nido para ambos, con comida, bebidas y ropas suficientes para una semana. Hacerla tu mujer, marcarla y llevarla ante el faraón para que bendiga su amor y sea legal ante los dioses.
Khaleb, se sintió maravillado con la explicación de Aaeon. Se veía al lado de Irenice, teniendo hijos y viviendo una vida normal para luego estar juntos en la eternidad, sin embargo, a Tebas habían llegado tantos emisarios políticos de tierras extranjeras buscando la mano se Irenice que no se sentía digno. Los mismos nobles la veían con anhelo y él solamente podía sentirse celoso por no ser capaz de entregarle nada. No era más que un hombre que lo había perdido todo en el desierto. Su padre, madre y hermano perecieron en las arenas de una tormenta y quedó solo. Un esclavista lo halló y lo crío en base a injusticias y entrenamientos forzados para ganar dinero en la arena. La llegada de Irenice a Siwa significó sus alas de libertad.
Significó conocer más de lo que sus ojos veían.
—No lo sé, quizás no sea la persona más indicada para quitarle su pureza. Quizás un noble sea el más adecuado—Aaeon veía en el joven una admirable iniciativa pero el corazón hereje de la princesa no se podía conquistar, porque ya le pertenecía a él. En la plenitud de su valentía al enfrentarla en la arena hace casi cuatro años, en ese momento se ganó absolutamente todo de ella.
—Eres lo mejor para ella, porque te eligió encima de todos sus pretendientes. Deberías escucharla a ella en vez de estar lamentando tu baja cuna.
—Quizá tengas razón Aaeon—finalizó Khaleb.
—¿Quizá? Yo siempre tengo razón pequeño mancebo—Khaleb se adentró en el palacio y observó a Irenice durmiendo plácidamente en su cama, su aroma dulce se había atenuado con la noche. Se acercó a ella y acarició uno de sus cabellos. Era increíble que fuera poseedora de una cabellera tan frondosa cuando los piojos estaban en todos lados. Ella no poseía ninguno de ellos y cada hebra brillaba con luz propia. Sin duda parecía un regalo de los dioses, se inclinó y besó su frente antes de acostarse a su lado. La princesa lo recibió encantada.
El pequeño Khaleb ya había tomado una decisión.
A la mañana siguiente, al momento en que Irenice abrió sus ojos, Khaleb ya no estaba ahí para desearle una buena mañana. Comió en solitario mientras Aaeon la veía feliz en una esquina del comedor. Ella no entendía así que hizo su viaje matutino como normalmente lo haría con el medjay, con sus esclavas siguiéndole el paso por las calles de Tebas para protegerla, sonriendo mientras en su mente tenía la incertidumbre de no saber dónde estaba su esclavo. Veía en todos sus más allegados una mirada embrujada, porque desde que el Nilo tocó sus pies mientras dormía, miles de imágenes se venían en sus sueños. Imágenes sobre mares de hielo, sobre lluvia rosada y enormes edificaciones que su razonamiento no alcanzaban a entender. La magia de los dioses la había tocado y aún no se daba por enterada.
Cuando llegó el mediodía, Khaleb estaba con dos caballos esperándola a las afueras de Tebas. Irenice se sorprendió por su comportamiento, sin embargo al ver la vergüenza en sus feromonas y ojos rojos, entendió sus nobles intenciones. Sonrió complacida y se subió al equino con su ayuda. Cabalgaron durante unas horas antes de llegar a unas montañas con cavernas, todas llenas de aguas subterráneas, tan cristalinas como el Nilo en su mejor momento. Irenice también vio el pequeño campamento que el alfa había tratado de montar ahí, en la confidencialidad de una pequeña rendija en donde el sol entraba y la luna iluminaba. Había madera para la noche fría, ropajes, suficiente comida y bebidas para una semana. La había llevado hasta ese lugar para hacerla su mujer, porque podía ver el nido perfectamente hecho en un sitio seco.
—Irenice, yo...—el alfa intentó formular una explicación a su comportamiento, una sola manera de no lucir como un loco al decirle lo que deseaba hacer. La hereje lo interrumpió antes de siquiera empezar.
—Sí—Khaleb vio anonadado como la princesa se despojaba de sus ropajes para tocar sutilmente el agua cálida antes sus pies, con un leve toque de manos antes de verlo un poco avergonzada por su cuerpo sin decoraciones—. Te entrego mi pureza para que hagas con ella lo que desees. Hubiera deseado ponerme más hermosa pero me tomaste por sorpresa.
Khaleb se acercó, de rodillas hasta su mayor tesoro.
—Ya eres hermosa, lo más hermoso que mis ojos hayan visto jamás—ella se acercó hasta él, lo hizo ponerse de pie, le quitó la falda, el oro que estaba usando en su piel y cuando la desnudez los cubrió a ambos. Se fusionaron en su primer beso.
Khaleb no podía dimensionar el sentimiento que estaba sintiendo en la punta de sus labios, menos cuando sus manos intrépidas fueron por los confines y tocaron más allá de lo que alcanzaban sus ojos. Irenice entre gimoteos en sus brazos, sobre el agua y siendo acariciada con amor pasional, llorando mientras la luna se posaba sobre ambos en el agua cristalina. Iluminando la espalda del joven medjay, mostrando con luz los surcos de su musculatura perfecta, y como el agua los ayudó en la tarea del pecado prohibido. Como ella se abrió ante él, rodeando su cuerpo con ambas piernas y con éxtasis perdió su pureza. Funcionando sus cuerpos, los alientos tempestuosos y el agua rodeando su acto mientras seguía el movimientos físico. Con pequeñas olas chocando contra las rocas más cercanas.
Fue mágico, fue como el pecado inicio en su deceso hasta la tragedia.
La semana que pasaron ahí, fue la más corta de sus vidas. Y al momento de decir adiós, cabalgaron lentamente hasta Tebas. Irenice estaba orgullosa del aroma que rodeaba su cuerpo, de la magnitud que sentía en ese momento por pertenecer en cuerpo y alma a Khaleb. Por sentirse llena de su semilla. Themos ese mismo día halló el sacrilegio, y lentamente fue juntando todo lo necesario para tomar la vida de ambos amantes, porque cuando todos vieron nuevamente a Irenice en Tebas, su pureza ya había sido manchada y nadie quería hablar sobre ese terrible acontecimiento. El faraón estaba en pugna por el comportamiento del medjay (no la había marcado como era de esperarse) pero su hija estaba feliz, tanto que regreso hasta su casona a las orillas del Nilo. Y él no podía pedir más, su hijo varón y los dioses lo llamaban con más fuerza. Aaeon, por su parte, vio feliz como la niña que había cuidado por años, finalmente obtenía su fuego interno. Ese que era cálido a la vista de cualquiera.
Estaba ansioso por conocer a los próximos bebés de la princesa, pero su vida no pudo durar menos que el sentimiento.
Un año de amor, uno en donde las noches no dieron abasto para complementar a ambos amantes. Irenice perdió su pureza pero también el recato de sus palabras, no sentía vergüenza de pedirle a Khaleb lo que deseaba y él no era capaz de negarse al crimen de tomarla como suya y desear ser más fuerte para marcarla, ella no lo forzaba, si podía amarla cada noche con ese ímpetu pasional del cual se caracterizaba, era feliz de esperarlo hasta el fin del mundo. Aún así, cuando nuevamente tomaron las fuerzas de visitar las cavernas de su pecado, Themos los increpó en mitad del acto. Listo con los ingredientes para el sacrilegio, hechizó a Khaleb para que fuera capaz de alzar sus manos y atacar a la mujer que más amaba. Fue un regalo ver en los ojos rojos del mancebo la desesperación por no hacer daño, por errar en sus movimientos y así no caer en la desesperanza.
Khaleb de Siwa se entregó a las manos de su amada para morir, en sus manos no se sentía el frío, se sentía pacífico. Era cálido llorar, porque esa noche iba a marcarla y tendría la osadía de tomarla ante todo lo legal como suya. No pudo hacerlo, si no hubiera estado tanto tiempo enfocándose en amarla como su corazón lo sentía necesario, hubiera visto a Themos maquinando a sus espaldas el plan que los destruyó a ambos. Porque una vez que su corazón dejó de latir, la garganta de Irenice fue degollada de extremo a extremo. La cálida sangre de su amada lo envolvió en la muerte. Y las palabras del sacerdote, pronunciando el sacrilegio ante los dioses, los hicieron unir sus almas en un latido en el más allá. Themos realmente lo intentó, más su espíritu fue débil y ligó a la maldición más vidas de las necesarias. Cometió un error y murió en el acto. Sus seguidores fueron delatados por Aaeon horas después del suceso. Por el pobre Aaeon que lloró al verlos sin vida en las arenas del desierto, que sostuvo con dolor a la niña que crió como suya durante veintidós años.
Que murió horas después por un fuerte e insoportable dolor en su pecho.
El faraón, devastado por los acontecimientos en su familia, edificó una enorme y hermosa tumba para todos aquellos que murieron en la maldición del alfa Themos. Haciéndole honor y tallando en marfil el símbolo de uroboros. Porque ellos iban a vivir hasta la eternidad, siempre encontrándose para amarse y caer en la maldición del sacerdote. Pero ellos iban a sobrevivir, ellos iban a luchar y lograr la anhelada libertad que siempre caracterizó a su pequeña Irenice. El regalo que el desierto le dió, y que junto a la envidia, se marchitó en los brazos de la persona que más amo, su protector…
El medjay de Siwa.
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