|Capítulo XXIX: Recuerdo Perpetuo|
Algunas cosas de la vida son lo suficientemente curiosas como para hacernos preguntar por su procedencia, por su virtud, por su color, incluso por su valor. Aún así hay algo que tiene un valor incalculable y eso es... Un recuerdo perpetuo.
ו••×
«Algunos recuerdos son fríos como el hielo. Porque no hay calidez en algo que la mente olvidará con eventualidad a través del tiempo. Pero, hay ciertos recuerdos especiales que nunca se olvidan, esos están adheridos a la mente, al amor y que son tan cálidos como los vestigios de una hoguera en invierno. Gabriel lo sabe, aún recuerda a su padre y la sensación agradable de sus brazos, cubriéndolo de todos los males que la vida le pudiera dar a un niño. Él también lo motivó a casarse con Luca, quizás pensado que era lo mejor para su futuro. Entonces, ¿cómo recordarlo a él sin sentir que lo condenó a una muerte segura porque careció de instinto? Tal vez, el amor que el corazón siente no se puede quitar del recuerdo, y que a pesar de la amargura, no es del todo nocivo.
—Mamá, ¿puedes contarme una historia para dormir?—Gabriel observó con cariño a su pequeño hijo, arropado en la cama de su grandiosa habitación, la chimenea estaba encendida y lista para entregar el calor.
Tan ausentes en la vida del pequeño.
Esa noche Milo no había podido conciliar el sueño que tanto necesitaba, su supuesto padre se había ido de viaje a un reino vecino para establecer relaciones comerciales más sólidas. Gabriel no estaba invitado al grandioso viaje porque junto a Patrick eran la máxima figura de autoridad en el reino, además, a Luca no le gustaba que su esposo estuviera interesado en los temas políticos y socioeconómicos. Pensaba que era una forma de retener su conocimiento y poder, y así, al menos para él, no hacerlo más influyente y poderoso en el parlamento y la iglesia. Luca siempre trataba de disminuir el poder que realmente poseía su esposo.
—Una historia, no me sé ninguna. Pero estoy muy seguro que Patrick debe saber más de alguna. Espérame unos momentos, lo llamaré—Gabriel salió unos momentos de la habitación y llamó a su caballero.
El alfa de brillante armadura se presentó en la habitación e inmediatamente Milo sintió el sueño que tanto le había faltado momentos posteriores, la tranquilidad que percibía cada vez que el caballero hacía presencia en un lugar era reconfortante y casi mágica. Siempre se sentía admirado por ello y nunca preguntó el porqué; no era necesario si podía cerrar sus ojos e imaginar que el caballero Patrick era su padre y lo hacía sentir seguro de todos los males, como un buen recuerdo, uno para toda la vida.
Un recuerdo perpetuo.
—El príncipe me comentó que quieres oír una historia antes de dormir—Milo asintió repetidamente—, yo sé una. De dragones, de la luna, criaturas en un bosque y mucho amor de por medio.
Los ojos del pequeño niño se iluminaron con las palabras del caballero.
—Cuéntame la historia, Patrick, por favor—el caballero sonrió con mesura, los brillantes ojos de su hijo eran lo más hermoso que había visto en ese día de lluvia y frío intenso, nada podía hacerlo sentir mejor. Se sentó al lado del joven y comenzó con su relato.
—Hace mucho tiempo, en una era de dragones y poderes no comprensibles para el entendimiento humano, había cierto chico, que estaba enamorado del misterio. Desde que nació, el primer día que pudo abrir sus ojos y apreciar lo que había a su alrededor, vio en lo alto del firmamento algo que deseaba alcanzar. Anhelaba tocar la brillantez que iluminaba sus noches oscuras, y en la locura de su amor imposible, buscó una forma de interactuar con ella. Con la luna. Domo un dragón y voló hacia el cielo en su búsqueda, pero, a mitad del largo camino se dio cuenta que nunca sería capaz de siquiera llegar a tocarla y el sueño de estar con su amada en lo alto del cielo, se esfumó como el viento. Junto a su dragón rojo se volvió un triste errante a la noble edad de quince años. Los dioses, tristes por lo que veían, le dieron al chico una segunda oportunidad... Le regalaron el dragón albino, la encarnación misma de su amada luna, aunque no era fácil tener este regalo. Él tenía que hallarlo y encantar su noble corazón, esa era la única forma de estar, por fin, al lado de su amada e inalcanzable luna.
Patrick hizo una pausa a sus palabras y observó a Milo con cariño. El pequeño estaba plácidamente durmiendo, abrazado a una almohada y sonriendo tranquilamente. Se puso de pie, dejó un beso prolongado en su frente y se fue de la habitación sin emitir mayor ruido. Gabriel y él compartieron una mirada cómplice que aludía a la perfección el resultado próximo. El príncipe no lo siguió inmediatamente, no podían levantar sospechas entre los habitantes del castillo. Ya que esa noche tendrían la suerte de volver a amarse, con el sentimiento constante de que fuera más extenso, como algo que se podía perpetuar hasta la eternidad de sus cuerpos.»
(...)
Es un esclavo, siempre lo ha sido y es lo único que conoce como libertad.
Porque de rodillas, frente a su adorado. Siendo gustosamente su obediente servidor, es feliz. Como lo había sido hace milenios, cuando beso por primera vez la piel de su cuerpo prohibido y con ahínco deseó ser de linaje real para acompañarlo políticamente ante los demás. Para demostrar que era el único hombre sobre la tierra que poseía la llave de su exclusivo corazón. Y es que Katsuki siempre había sido un egoísta de pensamiento, en el interior de su cabeza realizaba las realidades más crueles para sus enemigos, de no ser por su Omega, sería un dictador de vida; un asesino. Plasmado con advertencia en las páginas antiguas de un libro sagrado, demostrando que por amor y egoísmo se podía ir muy lejos. Mucho más allá de lo moralmente establecido por la sociedad.
Y haría todo con tal de frenar el tiempo y ser devoto a su deseo.
Pero, y para cualquiera, se llegara a un momento en que su criterio egoísta y poco convencional no dará el resultado esperado. Cuando no pueda moverse por temor, ¿qué hacer frente a un dolor que pudo haber evitado confiando en sí mismo? ¿Cómo mirarlo a la cara y decirle que lo presintió desde un principio? ¿Cómo mirar a sus hijos y decirles que no pudo salvar a uno de sus hermanos? No es capaz, se paraliza y simplemente no puede soportar la presión de sus más cercanos, como los ojos verdes de su omega, que sin realmente hacerlo, lo juzgaron; como su príncipe lo castigaba sin las palabras necesarias.
Como cae al fondo de un abismo sin salida. Ahogándose con sus propios sentimientos. Sin realmente demostrarlo, porque es un alfa puro y no tiene derecho a tener miedo de su entorno. No tiene derecho a ser humano y sentirse así, tan inane con una situación de muy importante impacto emocional. Y mucho más cuando el goteo del estómago de su amado no para y de entre sus dedos rasposos se escabulle la sangre; traidora, escarlata y caliente; como el fuego propagándose por un bosque sin fin. Tan destructivo... Ahora sus cachorros corren peligro, le duele mucho pero más, ver sus ojos verdes. Llenos de amargura y miedo, sabiendo muy bien que el resultado no sería axiomático.
—Los niños, Kacchan, nuestros niños—su Omega, su querido Omega.
Suplicando a baja voz por lo que no puede tener, aferrándose a sus brazos y estirando su cuerpo para no sentir más el dolor. Ese terrible dolor que no dejaba de atravesar su pequeña espalda, consumiendolo y afianzándose a cada hueso de su columna vertebral. Gritó, ninguna lágrima caída sería capaz de aplacar el miedo que de su mente bajaba hasta sus pies, con rapidez y sin preguntar. Rojo, como sus ojos y la sangre que caía, implacable e injusta de su estómago. Si pudiera detener el tiempo, solamente un mísero segundo, sostendría nuevamente el arma que le entregó su alfa y apuntaría su rostro. Lo rompería hasta la muerte con tal de evitar el dolor.
—Shindou—se ahogó en la palabra—, él no puede escapar. Debes hacer algo Kacchan—Katsuki lo sabe muy bien.
Mudo y con la mirada baja se levantó unos segundos del suelo; mínimos y valiosos, alzó su arma con convicción y apuntó. Aún por el pasillo podía verlo, huyendo como un asesino cobarde. Por suerte Katsuki tenía una muy buena puntería, antes de dar la vuelta por el lugar la rodilla de You sufrió el impacto que rompió el silencio de toda la mansión. Cada uno de los trabajadores en el lugar se alarmaron hasta el temor bestial. Él no había podido notarlo con claridad hasta ese momento; desde el instante en que entró a la mansión de Shigaraki nada era igual, y más ahora que no tenía ningún destino dramático que seguir sin refutar y, ¿por qué no podía hacer todo bien? Él quería ser más egoísta, ahora no tenía elección, su Omega estaba primero que nada. Sin mirar atrás y sin dudarlo, Katsuki tomó con firmeza a Izuku en brazos y lo sacó del despacho.
Podía jurar que el cuerpo fallecido de su enemigo le sonreía, como una marioneta maldita en un circo repleto de fenómenos; si pudiera quemarlo, lo haría hasta las cenizas.
Salió por uno de los pasillos principales de la mansión, casi tropezando con sus pies por culpa las grandes alfombras, como si ellas quisieran detenerlo a mitad de camino; y no podía paralizarse. La sangre no se detenía y tenía miedo de hacer presión, el temor de dañar más de la cuenta a sus hijos ya lo tenía susurrando incoherencias al viento. Su mirada era lo único que mantenía su conciencia a flote; como siempre. A mitad de camino se encontró con el mayordomo principal de la mansión, el hombre en su pijama blanco veía la escena con la sorpresa dibujada en el rostro; Izuku corrió la vista una vez que sus ojos se encontraron con los suyos.
Ya no había valor.
Cuando finalmente salieron al exterior de la maravillosa edificación y el frío golpeó sus rostros, Shoto estaba afuera, esperándolos con un automóvil en marcha. Listo para partir en cualquier momento, no se hicieron las preguntas innecesarias, simplemente se subieron al automóvil y emprendieron camino hasta el hospital más cercano. En un silencio sepulcral, cubriendo la herida del cuchillo y pidiéndole al cuerpo las fuerzas suficientes para soportar, para que ellos fueran idóneos y vivieran. Solamente dieran un respiro a la vida tan cruel que les había tocado y que aún sin haber nacido siquiera quería dejarlos ir, lejos de su madre que no paraba de sostener.
Y de tener la mente en blanco y ver cómo lentamente todo se volvía extraño, ajeno a lo que realmente ocurría en la subconsciente de su mente. No era posible, tendría a sus bebés. Viviría junto al hombre que amaba y le daría todo lo que tenía en sus manos y él, en cambio, le haría realidad todos sus sueños; aquel de tener la familia perfecta. No estaba siendo intervenido por doctores, no escuchaba en la distancia pelear a Katsuki con uno de los profesionales.
La sangre en sus manos no era real, el bisturí no era real... Nada de lo estaba sucediendo era verídico.
Porque al cerrar sus ojos, estaría en Japón, con Katsuki entre sus brazos y teniendo la sensación de tranquilidad en cada centímetro de su cuerpo, esperando con sosiego el gran momento, en donde vería a sus dos hijos por primera vez.
ו••×
El dolor frente al adicto...
Los hace creyentes de lo imposible, de la forma más retorcida y oscura de conseguir las cosas. Los convierte en alguien simpatizante del egoísmo, con dependencias a transformar todo en sufrimiento, de sentir como el alma asciende hasta la luz más cegadora y cae al fondo más recóndito, a ese lugar que nadie quiere ir ni estando permitido por lo dioses más nobles. Mitsuki Bakugō es así, tiene una fuerte dependencia al dolor desde que perdió a su esposo, porque a cada segundo de su vida lo intenta olvidar. Pensó que hacía las cosas bien, que mantener una relación con Enji era normal porque era viuda y además, " el matrimonio de su amante era frío y la esposa de él no lo amaba lo suficiente como para mantener la llama viva".
Eran excusas baratas, que fueron volviéndose su verdad, podía soportar sentirse una mentirosa al verlo a escondidas, adjudicó que también eran situaciones de la edad, en donde el cuerpo buscaba más adrenalina y cosas de ese ámbito. Sin embargo, eran más mentiras para su frágil ego. Amaba el dolor mental más que el placer físico, era una persona tóxica, y cuando vio el cuerpo sin vida de su hijo mayor lo supo. Debía ser peor que antes y entregarle lo que sentía a otra persona, al culpable de todo lo ocurrido en su vida.
Y ese era el punto principal, no sabía quién era esa persona. Sospechaba de tantas a su alrededor sin lograr realmente un seguimiento constante, era una batalla contra el tiempo. Entonces escuchó de Enji la salvación a su singular sentir, su hijo menor era un investigador privado y era capaz de lograr cualquier cosa con tal de conseguir el dinero; con su admirable entrenamiento militar y esa innata habilidad, propia de los Todoroki, de conseguirlo todo. Finalmente logró ponerle nombre a su víctima y como una brecha en la oscuridad, la luz se introdujo a su turbia vida.
Se alejó de su hijo menor y emprendió un camino difícil de seguir. Se encontró a sí misma en la empresa de su familia, convirtiéndose en una arpía de los negocios y negándole todos los beneficios a los demás de su alrededor, únicamente con tal de alejarlos. No temía y menos cuando Shoto le quitó todas las dudas a sus preguntas. Shigaraki Tomura era su víctima, finalmente tenía la pista más importante del rompecabezas, ahora podía conseguir la tan anhelada venganza... Pero el destino es cruel y curioso con las personas más dispuestas, para cuando Mitsuki llegó a Budapest con el fin de conseguir su objetivo, fue demasiado tarde.
Al llegar al despacho de su enemigo, la escena era comprometedora; Shigaraki estaba muerto en el suelo, un enorme charco de sangre lo rodeaba y la procedencia era de su rasgada garganta. Además de eso, podía oler una sangre extrañamente familiar en el ambiente, no era de su hijo menor. Y que al sentirla más profundamente en sus sentidos de alfa se dio cuenta, era del hijo de Hisashi. Alarmada fue en busca de ellos hasta que vio de lejos a Katsuki huir con él, en sus brazos, sangrando y aferrando sus hijos a la vida.
No había perdón posible.
Siguió un rastro de sangre oscura y como una loba en medio de la nieve lo halló a él, encogido como un perro en un arbusto. Se veía miserable, con un brazo roto y una pierna baleada; lucía tal cual lo había imaginado desde un principio, ridículamente débil para el mal que provocaba. No era Tomura, aunque olía igual que él. Como si la traición y maldad humana se pegara en la piel, propagándose con facilidad por su asquerosa dermis, multiplicándose y reflejando en su rostro la miseria de un alma vacía. Ahora se arrepentía de no haber escuchado a Hisashi, la única persona en su vida que trató de advertirle sobre el alfa de cabellos celestes.
—¿Cuál es tu nombre mocoso?—Mitsuki se acercó hasta el cuerpo en medio del jardín trasero, puso el cañón de su Parabellum en la mejilla de Shindou, excesivamente fuerte y presionando con burla.
—Eres jodidamente igual a él—respondió a secas el joven.
—No te hice esa pregunta, responde. ¿Cuál es tu nombre?—la voz autoritaria de Mitsuki hizo saltar a You, la mujer era una verdadera loba cuando se lo proponía. Aterraba con la mirada afilada.
—You Shindou.
—¿Eres el hijo no reconocido de Shigaraki Tomura?—Shindou sonrió con una incomodidad iracunda, aún era muy luego para abandonar la petición de su padre. Tenía que desviar la atención, ¿cómo hacerlo...?
—Uróboros—susurró.
—¿Qué dijiste? Habla claro—Shindou continuo, como un experto en el tema.
—Uróboros es la emblemática serpiente del antiguo Egipto, representado con su cola en la boca, devorándose continuamente a sí misma. Expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales del mundo, que nunca desaparecen sino que cambian de forma en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación, al igual que representa la infinitud—la alfa no entendía nada de lo que Shindou decía, era como si hablara en otro idioma, uno más profundo y complejo. Guardó silencio y dejó que siguiera con su relato—. Esa serpiente estaba grabada en una tumba de Egipto, hay pergaminos que hablan sobre la historia de ese trágico lugar. Como el faraón de esa gloriosa época, aterrado de ver a su querida hija muerta y al lado de su amado medjay, los entierra juntos para que no sufran la desolación en el valle de los juncos. Saltándose todos los protocolos existentes, creyendo en su resurrección sin realmente ser posible. Es curioso pensarlo, que cuando Marco Antonio y Cleopatra destruyeron parte de ese lugar, una persona sea capaz de recordarlo sin pertenecer a esa época. Sé que eres la madre de Katsuki Bakugō, dime mujer, ¿nunca te has preguntado por qué tu hijo es tan ridículamente talentoso en todo?
Los ojos oscuros de Shindou escudriñaron los carmín de Mitsuki, buscando un atisbo de duda u ofensa con sus palabras. La verdad es que la mujer era compleja de roer, con su expresión altiva y lenguaje corporal a la defensiva; no había mucho de lo que jalar para hacerla bajar la guardia y así poder huir. No había esperanza hasta que ella misma bajo el arma, posicionando el cañón sobre la ingle del joven.
—No lo entiendo, ¿qué quieres decir?
—Es la reencarnación de un talentoso medjay.
—No—afirmó con fuerza—. Mi hijo siempre ha sido un alfa destacado, aunque su personalidad es una mierda, es inteligente, con convicciones admirables, estratega y muy en el fondo de su alma, es una persona que se preocupa por sus prójimos, de una forma un tanto extraña, pero lo hace. No es una reencarnación extraña—You se acercó hasta el rostro de la mujer, respirando su mismo aire como provocación.
—Pero, ¿por qué elige un simple Omega como Izuku, cuando siempre ha tenido a las modelos haciendo fila?—Mitsuki frunció el entrecejo, era una situación curiosa lo acontecido, no es que menospreciara al pequeño pero, ¿por qué él? Era una gran incógnita—. Es porque ellos son reencarnaciones de un amor trágico. Príncipe y caballero, superior e inferior, heredera de Egipto y esclavo. Piénsalo.
Ahora que lo pensaba mejor Mitsuki, habían cosas que Katsuki siempre hizo desde muy pequeño y que no se podían explicar con palabras simples, cosas que llegaron a dejarla sin palabras en su momento. Aunque Masaru siempre tenía el talento de hacerla creer que era normal, ella se preguntaba, ¿es normal que mi hijo sea tan inteligente? ¿Por qué sabe hacer cosas tan difíciles sin haberlas aprendido antes? ¿Qué hago como madre para hacerlo sentir normal ante los demás niños? No era coherente y aún así, nada justificaba todo el dolor ocasionado.
—Y aunque fuera verdad, ¿qué tiene que ver eso con todo lo que tu padre ha hecho?—You sonrió.
—Tomura lo quería para él, desde que nació en esta era lo sintió. Sintió a Izuku nacer, pensó ingenuamente que está vez sería por completo suyo pero te vio a ti junto a Hisashi, supo que eras la madre de su piedra en el zapato e inmediatamente planeó romper tu familia. Culpando de un robo falso a Hisashi, sacándolo de tu camino y convenciendo a Masaru para que le diera el dinero de Yuichiro a Katsuki, mi padre sabía muy bien que él no lo aceptaría, también sabía que trataría de ayudar a Hisashi y por eso lo mató, todo le salió tan bien que no necesito tanta ayuda. Lo logró, te quitó a tu mejor amigo, rompió tu familia, asesinó a tu esposo, asesinó a tu hijo mayor y estuvo muy cerca de hacer lo mismo con tu hijo menor... Todo por un deseo egoísta.
—¿Por qué...?—la ira de Mitsuki crecía exponencialmente a cada segundo, no había sentimiento existente que pudiera dimensionarlo. Ya nunca más.
—No hay razón, es solamente egoísmo. Uno de los sentimientos más humanos que existe en la naturaleza humana—Shindou mostró sus dedos con sangre y los lamió. Era la sangre de Izuku, Mitsuki sintió su estómago revolverse—. En su estómago hay dos bebés de tu hijo, yo le logré enterrar un cuchillo de forma estratégica para que uno de los mellizos no sobreviva, imagínate el dolor que sentirá Katsuki cuando se entere que no los pudo proteger. Tú más que nadie debe saberlo... A pesar de que eres una mujer pudiente, nunca fuiste capaz de proteger a Masaru y Yuichiro.
Mitsuki perdió la poca paciencia que tenía, alzó nuevamente su arma y apuntó entre las pobladas cejas de You, un leve dolor se alojó en su pecho al recordar a su hijo y esposo. Habían pasado por tantos problemas cuando eran jóvenes para que al final tuviera que dejarlos ir por un alfa que no sabía cuando parar. Esperaba de todo corazón que su hijo fuera fuerte, porque el dolor es tan destructivo y adicto como el veneno.
—¿Mi hijo...?—la voz provino de un enorme rosal blanco, la mujer se apareció como su sombra y Mitsuki inmediatamente la reconoció. Inko, la enamorada de su mejor amigo, Hisashi—. ¿Lo intentaste asesinar? ¿Tomura me mintió todo este tiempo?
La blanca piel de You se tornó casi transparente, como un fantasma frente a otro, vio en Inko a Izuku, con su belleza más añeja pero aún presente en la superficie de su piel. En realidad ambas mujeres le hacían justicia a sus hijos, similares, hermosas y con la venganza grabada en los ojos. En ese momento ambas compartieron una mirada, la alfa de cabellos largos y rubios le tendió a la omega de cabellos lisos y verdosos el arma, el mensaje era evidente. Inko tomó el arma, nunca había tenido la desagradable oportunidad de tomar una. Ella preparaba arreglos florales, le hacía daño a las personas... Aunque cortar una flor de la planta no era muy diferente a dañar algo miserable que no se merecía la prodigiosa vida, eventualmente ambos se marchitarian y sus pétalos abandonarían el color con el que nacieron, junto con la vida... La muerte está en todos lados, solamente hay que enfocar la vista lo suficiente y hallarla.
—Te mereces la muerte por todo lo malo que han hecho tu padre y tú a nuestras familias, pero mi hijo tiene que ver el momento en que dejes de respirar y pierdas los colores—Inko, temblorosa, se acercó y susurró al lado de la oreja de Shindou—. Dolerá, te lo puedo asegurar.
La sonrisa que esbozo Mitsuki ante la escena era premonitoria, le agradaba la imagen frente suyo. Si Izuku era tan fuerte como su madre, quizás Katsuki no había elegido tan mal al Omega que sería el padre de sus hijos. Quizás hasta ella no había elegido tan mal al próximo...
ו••×
Es tan incómodo estar sentado en una cama de hospital, que le sorprende estar sin lágrimas en los ojos, porque siente a la perfección la enorme ausencia en su cuerpo. Como un brazo menos, entorpeciendo su vida hasta el final de la misma, quitándole todo lo que alguna vez deseó. Lo sabe, lo siente tan bien en su estómago que le impresiona aún más que él no esté ahí, a su lado, quizás la soledad es lo mejor en un momento así... Entonces, la luz de la ventana de su habitación se hace fuerte, como si la noche de pronto hubiera sido iluminada por una luna brillante. Se levantó, tratando de buscar el deslumbrante horizonte en las lejanías, no había nada. Ni siquiera la luna que esperaba ver en lo alto.
—Mamá—una voz, débil y suave lo alarmó—. Soy yo, Kya.
Se dio media vuelta, justamente hacía la puerta. Sus ojos contemplaron a una pequeña, de quizás unos cinco años; su cabeza estaba cubierta con cabellos rubios ceniza, enmarañados caían por su angelical rostro, todos enroscados y desordenados. Sus ojos eran rasgados, con una tonalidad fuerte, casi rozando el rojo sangre. Sus mejillas regordetas eran cubiertas con pecas, hermosas y que en conjunto formaban una nueva constelación estelar, digna del firmamento.
—¿Quién eres?—la niña avanzó sin responder la pregunta, tomó la mano de Izuku sin poder hacerlo; lamentablemente un ser espiritual no puede tomar deliberadamente a uno físico, así no son las reglas del más allá.
—Soy Kya, no estoy aquí de forma física porque mi estancia ya acabo. Y antes de irme por completo, quiero que me acompañes a un lugar—Izuku tembló ante sus palabras, sabía que la niña era una de sus bebés, la que había perdido. Cada centímetro de su cuerpo le decía que era de esa forma.
Se arrodilló frente a ella, la observó y memorizo cada surco de su delicada piel blanca, analizando sus ojos y encontrando a Katsuki en ellos, notó que en espíritu era igual a su padre. No sabría cómo explicarlo claramente, porque en ella veía la enorme fuerza de su alfa, contenida y transformada en algo más puro y fuerte. Inevitablemente las lágrimas cayeron de los ojos y la niña tomó una de ellas antes que descendiera por las mejillas de su madre, entre sus manos la manipuló como una gota de lluvia danzante, una entre muchas más.
—No llores, papá no estará feliz si lo haces.
—No lo entiendo, ¿cómo es que estás aquí y a la vez no? Si no estás viva...—la ahogada voz de Izuku era como un vidrio roto en el silencio, cada vez más agudo y doliente.
—La vida es curiosa, ¿por qué crees que algo pierde la vida al dejar su cuerpo orgánico?—frunció el entrecejo, no entendía lo que su pequeña le decía—. La verdad es que no hay vida sin recuerdo, porque al final nuestra alma se compone de ellos.
Repentinamente su entorno cambió, ya no era el hospital, ahora ambos estaban rodeados de un vasto territorio, un enorme campo de lavandas en su mejor punto de floración. El violeta junto al verde de sus ramas llenaban el horizonte con belleza, Kya se acercó a Izuku, haciéndole una invitación y corrió por ese lugar y el Omega la siguió de cerca, no supo porqué pero debía obedecer su invitación sin hacer mayores preguntas, y fue la mejor elección de su vida. La increíble sensación de sentir las flores en su bata de hospital, entre sus delgados dedos cuando las tocaba y con el aroma llenando sus fosas nasales... Era increíble y tan extraño que no podía llamarlo un sueño, iba más allá de algo esporádico y metal. Se sentía corpóreo y a la vez no, como si el espíritu y el cuerpo entrarán en un equilibrio entre lo real y lo irreal, sin caer en la mentira.
—¿Te gustan las lavandas, Kya?—ella observó a su madre y asintió, tomó una gran cantidad y las arrancó, se las entregó a Izuku y respondió.
—Este es el aroma que yo tendría si hubiera nacido, por eso te estoy regalando este momento. Mamá, nunca seré parte de la vida en sí, pero me tendrás en tu memoria y estaré viva gracias a ella, porque lo que se entrega nunca se muere—Izuku no pudo con las palabras, se arrodilló y abrazó a su hija, con tal desesperación que si la niña hubiera tenido la posibilidad de llenar sus pulmones con oxígeno, no habría podido hacerlo correctamente.
—Lo siento tanto Kya, yo quería tenerte, entre mis brazos. Te hubiera mostrado el mundo, te hubiera amado hasta el final de mis días, mi pequeña bebé—la niña se aferró a su madre, sin llorar porque no podía. No sentía el sufrimiento como algo propio de su naturaleza, aún así, lo entiende más que nadie.
La fría desolación que aqueja el corazón de su madre por la pérdida, tan injusta y repetida en su vida. Porque a cada momento, cuando esté solo, y el día parezca oscuro a su alrededor, él recordará el momento en que sostuvo a su hija entre sus brazos, con agonía y dolor. Por eso debe estar él, su padre también tiene que ser parte de ese recuerdo.
—¿Deku?—Izuku dejó de aferrarse a Kya, dio media vuelta y ahí, en el hermoso campo de lavandas, estaba Katsuki—. ¿Qué es este lugar?
—¡Papá!—la niña corrió y se abrazó a su progenitor. El alfa, por acto reflejo, la tomó en brazos.
No lo entendía, tal como Izuku en un principio. Y al poco tiempo, después de verla con más detención y notando todos lo detalles que componían su rostro y cuerpo, lo comprendió. El alma de la pequeña se había ligado a las de sus padres, quizás en un acto de desesperación, probablemente producto de otra situación; realmente no importaba. Abrazó a su hija y camino hasta Izuku, tomándolos a ambos, teniendo el primero y último abrazo familiar de los tres. Un recuerdo cálido y que nunca abandonaría sus mentes, corazones o almas, y que nunca moriría, porque ella vivirá en la mente de sus padres.
Para siempre.
ו••×
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