|Capítulo VIII: No Tengas Miedo|
Se sentía una mierda, querer de esa manera tan obsesiva a un muchacho que apenas conocía lo hacía un idiota, pero la visión de la verdad sospechosa y su fuerte dolencia en el pecho acompañada de las visiones lo hacían dudar de la realidad, ¿Quién era Gabriel? ¿Y por qué sentía que Izuku tenía todo que ver con él?
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Yuichiro Bakugō, una de sus mayores pesadillas desde que había estado con Katsuki. Él estaba ahí; con su perfecto traje Giorgio Armani y esa sonrisa tan maliciosamente perversa que le daba mala espina en cada centímetro de su cuerpo. En su departamento el frío abundaba por culpa del otoño y se sentía extraño con ello, casi ajeno a la situación. No sabía la razón, su intuición le gritaba que corriera lo más lejos, que moviera sus piernas lo más rápido posible y fuera por ayuda, por él... Pero, había huido por tanto tiempo de cosas absurdas que volver hacerlo una vez más era casi como un martirio para su cabeza dolorida. Simplemente, con mucha valentía, se hizo a un lado y dejó pasar al alfa de cabellos castaños. Pero él tenía algo en las manos... «¡Kacchan!»pensó al ver en sus manos las fotografías que los policías y Katsuki se habían sacado hace unas horas. Tragó en seco y cerró la puerta con sumo cuidado, algo andaba muy mal con su andar errante.
El alfa se sentó en un sillón mientras sonreía con soberbia, parecía muy seguro de sí mismo, nada en él revelaba la más mínima duda; parecía dispuesto a todo por descubrir la verdad y salvar su orgullo, nadie podía faltarle el respeto, ni siquiera un sucio Omega al cual deseaba usar.
—¿Te acostaste con él? Porque es eso lo que hacen todos los Omegas, ser unas putas—fue tan directo que a Izuku le dolió, su voz parecía divertida. Sus profundos ojos castaños tenía un brillo de diversión, ¿le divertía intimidar a Izuku? Probablemente era su actividad favorita.
—No sé a qué te refieres—el pequeño aún estaba de pie en la puerta, esperando un mínimo movimiento violento para huir, y antes de que sus piernas se movieran por inercia, Yuichiro lo tomó de los brazos y lo empujó en el sillón de tres cuerpos, prácticamente quedando encima suyo y dejándolo sin opciones de escapar.
—¡Sucio Omega, me refiero a si te acostaste con el imbécil de Katsuki después de sacarte está maldita fotografía con él!—Izuku vio la fotografía que sostenía con rabia Yuichiro en sus manos. Su mente lo único que escuchó fue las dos primeras palabras. Su estómago se revolvió con el motivo, ya sentía ganas de vomitar; desde que se había enterado que era un Omega sus compañeros lo trataban mal... La sociedad tenía leyes en contra del maltrato físico hacia los de su especie, desafortunadamente estaban tan mal reguladas que parecía un chiste para cualquier omega. Nadie tenía respeto por un ser inocente. Una vez más se sentía pequeño por no ser alguien más fuerte, por no ser un beta o un Alfa.
«—Izuku... No hay nada de malo con tu cuerpo, eres perfecto tal y como eres. No deberías sentirte mal por ser un Omega. La biología de tu cuerpo no tiene nada de malo, de hecho es magnífica... Y si alguien te pasa a llevar, lo único que debes hacer es luchar, porque eres una persona muy fuerte y no un objeto al cual puedan dañar y utilizar, debes hacerte respetar—las manos de su padre eran suaves cuando decía esas magníficas palabras y a pesar de que sufría miles de dolencias físicas por su enfermedad, él siempre esbozaba una sonrisa sincera para su querido hijo.
—¡Sí, papá!—Izuku aún recuerda el calor que sus brazos desprendían cuando recibía una abrazo, era tan tranquilizador que realmente lo extrañaba en un momento así...»
—No, no lo he hecho...—alcanzó a susurrar. Yuichiro no soportó más, sus labios impactaron los suyos con exabrupto, usó las palmas de sus manos para poder alejarlo. Era desafortunado, la fuerza abismalmente diferente y superior de un alfa le ganaba en todo ámbito y más aún cuando sus feromonas eran tan intensas como en ese momento.
Aún así, no se iba rendir, lo estaba forzando y nadie podía faltar a sus derechos como ser humano.
Lo golpeó directamente en la entrepierna y lo empujó del sillón con todas las fuerzas que pudo sacar de sus miedos, Yuichiro quedó en completo silencio al caer. Desde el suelo, justamente al lado del sillón, no le dolía la zona impactada y parecía analizar la situación con detenimiento. Sus ojos lejos de parecer fríos como solían ser siempre, ahora estaban enojados, encendidos, furiosos y tan coléricos que cada fibra del pequeño cuerpo de Izuku vibró con temor. Tragó en seco y se sentó en el sillón tratando de pensar en algo para poder huir, con los pensamientos su pecho ardió y su mano le dolía como el demonio. ¿Qué diablos le estaba ocurriendo en ese instante? Cerró los ojos por unos momentos y vio un baño que nunca antes había conocido, era demasiado extraño para analizarlo. Es como si estuviera compartiendo cuerpo con otra persona; se sentía muy ajeno y lejano.
Agonico.
Antes de pensar en ejecutar algo sintió un puño agresivo en su mejilla derecha. Eso dolió más que sus propios pensamientos, observó a Yuichiro con miedo, era tan aterrador el alfa que sus piernas temblaban aún sin poder usarlas, debía hacer algo y pronto. La segunda vez que Yuichiro levantó su mano fue diferente, Izuku esta vez contraatacó con todo el peso de su cuerpo, se lanzó sobre el alfa y le dio un golpe muy mal proporcionando en su mejilla, al fin había obtenido las fuerzas para escapar. Sonrió, pero, aunque tuviera toda la voluntad del mundo, había algo con lo cual no podía luchar; la señal máxima de superioridad por parte de los alfas, la temida voz.
—Quédate tranquilo pequeño omega—su cuerpo se quedó inmóvil, no pudo moverse por ningún medio, el poder de un alfa era mucho más que el de un Omega. Así la jerarquía de los lobos, sus ascendientes, lo dictaba—. Ahora quédate en silencio, aunque quizá quieras gritar con esos labios tan delgados que tienes... Sacaré todos esos malditos toques que dejó ese hijo de perra en tu cuerpo y no me mientas, puedo sentir su pútrido olor a cacao.
Izuku no podía contra él, cerró sus ojos y gritó para sus adentros: «¡¡¡Ayúdame Kacchan!!!». No hubo respuesta porque él no estaba ahí para ayudarlo. Lo había insultado de la peor manera y se arrepentía con todo su corazón. Yuichiro, por su parte, deslizó sus labios por la piel de Izuku, profanando su cuello y lo dulce que se sentía al tacto. Había cierta debilidad en su olor... Que era tan amargamente triste que celebraba en su mente haber logrado dañar al hijo del traidor Hisashi Midoriya. Se sentía poderoso.
«—Izuku debes luchar... Sin importar nada, debes seguir adelante aunque yo no esté ahí para ti, siempre debes avanzar y por sobretodo no tengas miedo. No dejes que el te defina como persona»—mientras la voz de su padre seguía resonando en su cabeza, las lágrimas caían por sus mejillas, las sentía ahí. Caer sin descanso. Le pedía perdón a la voluntad de su padre por fallarle y por no seguir luchando... Por su libertad, y como si de una luz se tratase recordó algo. «Solamente quería oír tu voz pequeño conejito»Katsuki... Izuku también quería oír su voz, tanto que ahora ardía haberlo rechazado. Gracias a ese dolor algo dentro de él se removió con fuerza, abrió sus ojos y observó de reojo a Yuichiro, parecía muy entretenido con su cuello, tanto que olvidó bloquear con su cuerpo una vez sus rodillas.
Izuku levantó su pierna e impactó con todas sus fuerzas el miembro semi abultado del mayor, cuando tuvo la oportunidad de huir; corrió y fue directamente hasta la puerta de su departamento, sentía tanto asco de ese hombre que no le importaba nada más... Ya no existía nada.
Prefería huir.
ו••×
Se levantó de la cama, no podía entender lo que ocurría, la bruma no lo dejaba ver y la sensación del agua en sus pies lo tenía nervioso, ¿agua? No había agua en su departamento, menos en su piso. Se acostó en la cama por obligación una vez más, solamente que esta vez podía ver sus alrededores, en blanco y negro, como un espectador. Sin duda no era su vida, lo entendía y para peor, percibía cada sentimiento a flor de piel.
«—¡¡¡Gabriel, pequeña mierda, baja de ahí en este instante!!!—un Patrick de veintiún años gritaba con todas sus fuerzas a un Gabriel de diecisiete años.
—¡No, no quiero casarme con ese hombre, odio ser un Omega! ¡Me convertiré en alfa y seré libre!—gritó para luego susurrar—. Ahora vete.
Entre la copa de un olmo de trescientos años estaba él, con las lágrimas cayendo por sus pecosas mejillas. Las razones de su infelicidad era muy diferente a las mentirosas palabras que salían de su boca. Hace algunas horas había visto al caballero Patrick besándose con una mujer muy hermosa, su cabello negro y la profundidad de sus ojos rojos le dejaron en claro que lo único que sentía el caballero rubio por él era una gran amistad, nada más y eso no podía romper más su corazón. Odiaba a la chica, ella venía de un pueblo lejano, su carisma y la forma en que jugaba con el caballero le hacían sentir mal... Erika, definitivamente odiaba ese nombre.
—No seas un idiota, el príncipe Luca es lo mejor que te puede haber ocurrido en tu vida, deja de luchar y ve con él—las palabras del caballero eran sinceras, mientras que su corazón no. Olvidar lo que sentía por el joven príncipe en su mejor amiga no era precisamente lo mejor para un hombre despechado, Erika le decía que era anti masculino y Patrick no podía estar más de acuerdo.
—Mientes—espetó con fuerza Gabriel, el caballero vio como el pequeño Omega bajaba por el tronco del árbol, en ocasiones parecía caer por culpa de su torpeza, afortunadamente no lo hizo ninguna vez. Porque él no era un ser débil, nunca lo fue y no lo sería en ese momento. Cuando tocó suelo observó directamente al Alfa rubio y agregó con dolor—. Lo mejor que me ha ocurrido en mi vida has sido tú Patrick y la única persona que no parece notarlo eres tú, grandísimo blasfemo.
Luego de eso el joven príncipe se encaminó en dirección al castillo de su padre. El caballero quedó estupefacto al oírlo, su corazón inmediatamente le dijo que esa había sido una señal para dejar las palabrerías y decirle de una vez por todas al joven lo que venía sintiendo de hace meses, ¿cómo hacerlo sin arruinar una amistad de años y un compromiso inminente? No podía aunque quisiera hacerlo, así que simplemente dejo que él se fuera por su camino.
Gran error.
Dos meses después el castillo principal celebraba una grandiosa ceremonia, el príncipe Gabriel había contraído matrimonio con el rey Luca, la perfecta pareja del siglo antiguo. El gran salón real se había vestido de blanco, con extensas mesas repleta de exóticos manjares, la música entregaba absoluta felicidad, y la elegancia desbordaba en cada rincón. La celebración era perfecta, excepto por dos corazones que estaban en la miseria de sus propios sentimientos egoístas.
Patrick abandonó temprano la celebración y fue una última vez donde Erika antes de partir como cuidador personal del príncipe. La confianza que le tenía el padre de Gabriel lo había definido. Todos estuvieron de acuerdo con el trato, y de cierta forma él también... Porque ver feliz a su amigo de la infancia en brazos de otro hombre hasta la muerte era muy cruel y firmemente creía que se lo merecía por ser un cobarde de sentimientos. Su mente le decía que era lo mejor para el futuro, su corazón e instinto en cambio, no. Y antes de ir por la mujer cayó en el adictivo alcohol, se embriagó hasta la inconsciencia porque esa misma noche el príncipe cumplió su deber de Omega con el rey Luca. Perder cosas era parte de su naturaleza desde muy pequeño, y por primera vez en esos años le dolió ver como su más grande amor caía en las caricias de otro Alfa. Luca era un hombre aristocrático, con buenos modales y buena formación académica; sabía que el monarca Gabriel podía ser infinitamente feliz a su lado, ya que la felicidad en la antigüedad se encontraba en las ganancias de los hombres... Y el solamente era un caballero con un sueldo casi ridículo comparando las ganancias de un rey, simplemente muy estúpido pensar de esa forma.
Sus sentimientos no debían confundir su noble trabajo de cuidar su estabilidad. Como una señal de rendición, Erika le comento en su lecho que un hombre masculino era aquel que vivía sin arrepentimientos de su pasado.
—Lo entiendes amigo, no importa las veces que vengas aquí conmigo, tu corazón pertenece al príncipe y de cierta forma es algo natural, creo ya deberías haberte dado cuenta. No eres un hombre joven y la forma en que ambos crecieron pudo haberte bloqueado ese sentimiento, pero él te ama—la chica tenía unos ojos honestos, la amistad que había amasado junto a Patrick siempre había sido llena de confianza, no era muy difícil estar con ella, ya que lo habían hecho muchas veces en el pasado, ambos siendo alfas; habían compartido celos. Además, el corazón de Erika le pertenecía a un burgués, un pequeño Omega rubio de quince años y ojos ámbar.
—Lo sé, maldición lo sé... Pero no tengo ni las más mínima idea de cómo hacerle llegar mis sentimientos—la Alfa le dio un abrazo, el cual no fue respondido porque las palabras de ella fueron su respuesta definitiva.
—Patrick, debes luchar, no hay amor sin dolor y no hay sentimiento sin crueldad.
Esas palabras marcaron un antes y un después en el caballero; desde ese día no tuvo más problemas en afrontar sus sentimientos por el príncipe Gabriel.»
Su respiración errática por culpa de las visiones se tranquilizó levemente una vez que volvió a ver el entorno de su habitación, no sabía lo que había ocurrido. Por alguna razón sus ganas de salvar a Izuku se habían intensificado con las brumas llenas de "recuerdos", la presencia de Gabriel en sus memorias le habían hecho tener sentimientos más profundos de los que llegó antes a poseer; debía hacer algo y rápido. Ignorando el dolor se puso de pie al lado de cama y fue en busca de Mina y Aizawa, quería hablar con ellos. También tendría que pedirle un favor a Shoto, sin mencionar que tenía una idea rondando en su cabeza, si está idea salía bien... Su hermano no tendría ningún poder sobre Izuku y su apellido.
El chico sería libre para siempre.
ו••×
La lluvia en las calles era fría, su cuerpo temblaba y el pequeño estupor que salía de sus labios revelaba su estado: tenía miedo. Lo único que pensó una vez que huyó de su departamento, fue ir al parque Shiba, sentía que en ese lugar podía ordenar sus ideas y calmarse de toda la situación que estaba viviendo. Fue tan rápido todo que olvidó sus llaves y el dinero que tenía en su billetera junto con su identificación; estaba a la deriva y no pensaba volver al departamento, podía estar él y no se arriesgaría nuevamente. Se acurrucó contra el tronco de un enorme cerezo ubicado en una zona regular, era muy tarde y por suerte no había casi nadie en las calles. Cerró sus ojos y espero que el sueño hiciera su magia, y antes de poder hacer una pausa en su vida alguien lo nombró.
—¿Midoriya?—alzó la vista y se encontró con los ojos inquisitivos de Mirio, el sostenía en sus manos una bolsa, vestía unas botas de agua amarillas y traía en su espalda un impermeable negro. El alfa soltó la bolsa que traía al reconocer a Izuku y se acercó—. ¿Qué haces aquí con esta lluvia y por qué estás llorando?
—¿Mirio?—Izuku se movió de su lugar y vio como su superior se acercaba a él con cuidado y preocupación.
—¿¡Qué le ocurrió a tu rostro Midoriya!?—inconscientemente Izuku cubrió su cara, de seguro tendría morado por culpa del golpe propinado por Yuichiro.
—No es nada—susurró con temor.
—¡Deje de mentir!—le gritó con autoridad. Mirio se acercó lo más que pudo, estiró sus brazos en dirección de Izuku y le sonrió con sinceridad—. Somos amigos y puedes confiar en mí por eso, déjame ayudarte.
Izuku estaba tan desesperado que simplemente fue y lo abrazo importando muy poco la lluvia, la humedad y el frío en sus ropajes. Mirio sintió su corazón agitarse con la acción contraria. Era muy similar al calor de una madre, casi acariciando su corazón. Después de unos minutos, Izuku lloró amargamente y Mirio lo único que hizo fue acunarlo en sus brazos mientras trataba de contener sus ganas de preguntarle qué es lo que le había ocurrido para que estuviera así. Había visto al chico trabajar para su padre hace un año, se había interesado en la agronomía gracias a él, era inevitable sentirse curioso por el pequeño Omega, no lo sabía muy bien pero desde que lo conoció sintió que debía ayudarlo y cuidarle.
Quizás era instinto de alfa... ¿Verdad?
(...)
El calor del departamento de Mirio era lo mejor que le había ocurrido en esa noche, a través de una ventana de la pequeña cocina se podía ver el alba nublado por las nubes grises que traían con ellas una fina llovizna mañanera. Izuku sostenía entre sus manos una caliente y humeante taza de chocolate, usaba ropa seca de Mirio; por suerte al Alfa aún le quedaba ropa más pequeña ya que habrían tenido unos cuantos problemas si no fuera así.
Después de que Mirio salió de su baño caliente, tenía muchas preguntas para Izuku, le llamaba enormemente la atención ese enorme hematoma que tenía en la cara, además de que el chico actuó reacio a ir una vez más a su departamento; aún así, sabía que si le preguntaba podía arruinar su estado anímico más de lo actual y su madre siempre le dijo que los omegas eran muy sensibles a los cambios de ánimos y más aún cuando están cercanos a un celo, Mirio podía sentirlo, era normal en un Alfa.
—Mirio... ¿Puedo pedirle un favor?—Izuku observó a su superior y le ofreció una sonrisa amable, el alfa sonrió sutilmente con los labios y asintió para sentarse a su lado en la mesa de la cocina.
—Claro que puedes pedirme un favor o dos... Los que quieras en realidad—Izuku apretó sus manos alrededor de la taza de chocolate y suspiro antes de hablar, como si se sacara de encima una gran decepción.
—Necesito ver a mi madre, y tengo miedo de ir a mi departamento por mis cosas—Mirio le interrumpió.
—¿Por qué tienes miedo de ir a tu departamento?—el pequeño tragó en seco y sonrió con tristeza.
—Porque la persona que me hizo esto en la cara aún puede estar ahí.
—Es tu prometido, ¿verdad?—Izuku asintió con vergüenza—. ¿Por qué te casas con un hombre así?
Izuku no quería responder. No era normal tener ese tipo de relación con un superior. En cambio, sentía una extraña confianza con Mirio, quizás era por su aura protectora, aquella que también había encantado a Tamaki.
—Porque lo necesito y si no me caso con él podría perder muchas cosas, por eso debo ir con mi madre. Necesito hacerle unas cuantas preguntas, ¿Mirio me ayudarías con este favor?—los ojos suplicantes de Izuku fueron una de las cosas que más provocaron a Mirio para ayudarlo, nunca se había sentido de esa manera tan especial.
Extrañamente, no podía negarse a él.
ו••×
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