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El sonido de las espadas chocando resonaba en el aire frío de la mañana. Bajo la lana negra, el cuero curtido y la cota de malla, el sudor corría helado por el pecho de Jon Snow, quien paraba y lanzaba golpes con precisión. Jon ajustó su postura y lanzó otro golpe a su oponente, un recluta corpulento llamado Green. La tensión se mantenía alta, hasta que una distracción captó la atención de todos.

Jon dio media vuelta. A través de la ranura del visor del yelmo divisó una figura delgada aproximarse. Sus ropas, aunque negras como la de todos, parecían demasiado grandes para su cuerpo. Tenía el cabello rojizo, corto y despeinado. Sus ojos, verdes como la de una esmeralda, miraban nerviosos en todas las direcciones, su rostro parecía como el de una muñeca, y se pasaba los dedos delgados por la casaca para secarse el sudor.

—Diles tu nombre —exigió Ser Alliser Thorne, su instructor, con voz áspera y autoritaria.

—Nicolas —dijo sin mirar a nadie en concreto—. Nicolas Bolton. Era del Fuerte Terror.

—Cuidado, Snow. Podría clavarte una espada por la espalda —dijo Rast, con voz burlona.

Jon se quedó inmóvil por un instante, estudiando a Nicolas Bolton. No pudo evitar sentir un escalofrío al escuchar el nombre de la casa más cruel del Norte, conocida por su brutalidad. Aunque el chico frente a él no parecía estar a la altura de esa reputación. Todo en Nicolas representaba fragilidad: su delgadez, su nerviosismo, y cómo evitaba el contacto visual.

—¡Que alguien le dé una espada a este crío! —gritó Ser Alliser, con una sonrisa despectiva—. Veamos si los Bolton pueden hacer algo más que despellejar gente.

Las risas de los demás reclutas resonaron como el viento cortante del Norte. Jon, sin embargo, no se unió a ellas. Se hizo hacia un lado, observando cómo Nicolas era empujado al centro del círculo de entrenamiento, con una espada de madera en la mano. La empuñó torpemente, como si fuera la primera vez que tocaba un arma.

—Vamos, flacucho, veamos qué tienes —dijo Rast, colocándose frente a Nicolas con una sonrisa de superioridad en el rostro.

Nicolas miró a su alrededor, nervioso, y Jon pudo ver el temblor en sus manos. Apenas alcanzaba a mantener la espada en alto, y mucho menos a dar el primer golpe. Rast no tardó en lanzarse hacia él, con movimientos rápidos y brutales. El impacto del golpe fue inmediato: Nicolas se tambaleó, cayendo de espalda al suelo, y soltando la espada en el momento.

—¡¿Es todo lo que tienes?! —gritó Rasta, golpeándolo de nuevo, esta vez más fuerte, obligando a Nicolas a darse vuelta y hacerse bolita.

—Me rindo —dijo Nicolas, con voz adolorida. Pero Rast no detenía sus golpes—. ¡Me... Rindo!

Jon apretó la mandíbula. Podía ver cómo los demás observaban, algunos riéndose, otros simplemente disfrutando del espectáculo. Ser Alliser no movió un músculo, ignorando por completo las palabras de Nicolas.

Rast volvió a levantar su espada, listo para darle el golpe final, pero antes de que pudiera hacerlo, Jon intervino.

—¡Alto! —dijo, avanzando hasta situarse entre Nicolas y Rast—. Él ha dicho que se rendía.

Nicolas apartó las manos de su rostro, y su mirada se cruzó con la de Jon. El joven Snow extendió le extendió una mano para ayudarlo a ponerse de pie, Nicolas dudó por un instante, pero no tardó en sostener esa mano varonil que estaba frente a él. Jon sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando el chico sostuvo su mano con firmeza.

—Vaya, por lo visto nuestro bastardo se ha enamorado —dijo Alliser con los ojos clavados en Jon mientras este miraba fijamente a Nicolas—. Como el bastardo quiere defender a su amada, este será el ejercicio. Cabeza de piedra, Espinilla, échenle una mano a Rata. —Halder y Albett se adelantaron para situarse junto a Rast—. Los tres podrán hacer gritar un rato a Lady flacucho. Solamente deben de derrotar al bastardo.

—Ponte detrás de mí —le dijo Jon a Nicolas. Ser Alliser solía hacer que se enfrentara a dos rivales, pero nunca contra tres. Sabía que aquella noche se acostaría magullado y ensangrentado.

Se preparó para resistir el ataque. De repente, Pyp estuvo a su lado.

—Tres contra dos es más deportivo —dijo el muchacho menudo con tono alegre. Se bajó el visor y desenfundó la espada. Antes de que Jon pudiera protestar, Grenn se había adelantado para unirse a ellos.

En el patio se hizo un silencio mortal. Jon sentía la mirada de Nicolas clavada en su espalda.

—Solo espera, Flacucho. Te haré llorar como nunca hubieras llorado —dijo Rast, con una voz engañosamente suave.

Jon se colocó en guardia, sabiendo que lo que venía no sería fácil. Sus ojos se enfocaron en sus oponentes, pero sentía el peso de la mirada de Nicolas en su espalda. Era como si aquel chico, tan frágil y fuera de lugar, estuviera depositando en Jon una confianza desesperada, algo que no Snow no podía ignorar.

El primer ataque no tardó en llegar. Rast se lanzó hacia Jon con furia, su espada de madera buscando su costado. Jon bloqueó el golpe con rapidez, pero apenas tuvo tiempo de recuperarse antes de que Halder y Albett lo atacaran por los flancos. Afortunadamente, Pyp y Grenn interfirieron, enfrentándose a Halder y Albett.

El sonido de las espadas de madera chocando entre sí resonó por el patio durante unos minutos, y no se detuvo hasta que Rast cayó de espalda al suelo.

—Me rindo —dijo Rast, al verse atrapado entre dos espadas.

—Esta farsa ya se ha prolongado demasiado por hoy —dijo despectivo ser Alliser, contemplando la escena con repugnancia. Se marchó, y la sesión de entrenamiento terminó.

—Gracias —murmuró Nicolas detrás de Jon, con la voz apenas audible.

Jon lo observó por un momento antes de asentir, sin decir nada. Se tocó el hombro e hizo una mueca. A su alrededor, los muchachos salían del patio.

—Me llamo Nicolas Bolton. Mi padre es Lord Roose Bolton y mi madre... Bueno, no creo que eso sea muy relevante —dijo Nicolas, captando por completo la atención de Jon—. Mi madre falleció cuando solo tenía 7 años... —Se quedó sin voz.

—Yo soy Jon Snow, bastardo de Ned Stark, de Invernalia —intervino Jon, notando la incomodidad de Nicolas al hablar sobre su madre.

—Stark—musitó Nicolas, su voz apenas un susurro—. He oído tantas cosas sobre los Stark.

Jon lo observó en silencio. La mención de aquel apellido siempre le traía una mezcla de orgullo y dolor. El apellido Stark era una sombra que lo seguiría a todas partes, recordándole quien era, pero también quién no.

—¿Qué has oído? —preguntó Jon, con curiosidad.

Nicolas vaciló un momento antes de responder, como si las palabras lo incomodaran.

—Se dice que los Stark nunca traicionan su palabra. Que son justos, y que siempre protegerán a los suyos... —Nicolas desvió la mirada, incómodo—. No como los Bolton.

El silencio se instaló entre ellos. Jon sintió el peso de las palabras de Nicolas.

—Stark o Bolton. Eso no importa ahora —dijo Jon, eligiendo sus palabras con cuidado—. Aquí, en la Guardia, lo único que importa es lo que hacemos a partir de ahora.

Nicolas levantó la vista, sus ojos verdes llenos de admiración.

—Tienes razón —dijo, formando una pequeña sonrisa.

—Bien, Nicolas. Creo que es momento de que regresemos a nuestras labores.

—Nicky —dijo de repente—. Si... Si quieres puedes llamarme Nicky. Mi madre me llamaba así.

Por un momento, Jon pensó que Nicky se veía llamativo. Algo que solo vio cuando conoció a la hija del Rey Robert Baratheon, aquella vez en que toda esa familia llegó a la casa Stark. La imagen de la princesa, Ludmila Baratheon, mirándolo con elegancia era exactamente igual a la mirada que Nicky estaba demostrándole.

Jon negó internamente. Comparar a una chica con un chico no tenía sentido, pero algo en la manera en que Nicky lo miraba le resultaba desconcertante. Tal vez era el brillo en sus ojos, o cómo sus rasgos faciales se suavizaban bajo la luz del sol del norte, como si de alguna forma no encajara del todo en ese entorno rudo de la Guardia de la Noche.

—¿Qué tanto secretean ustedes dos? —preguntó Pyp al tiempo que se acercaba a ellos—. La guardia no debe tener secretos. Lo saben, ¿verdad?

Nicky dio un pequeño sobresalto, claramente nervioso ante la repentina aparición de Pyp. Su cuerpo se tensó, como si esperara el mismo trato que había recibido cuando llegó. Jon lo notó de inmediato y decidió intervenir.

—No estábamos secreteando —respondió Jon con calma, queriendo evitar cualquier malentendido. Lanzó una mirada rápida a Nicky antes de agregar—: Él es Pypar, y el que se está acercando es Grenn.

—Grenn es el feo —indicó Pyp.

—Tú eres más feo que yo —dijo Grenn frunciendo el ceño—. Yo al menos no tengo orejas de murciélago.

—Claro porque tú tienes pies de ogro —bromeó Pyp, mientras soltaba una carcajada, intentando hacer reír a los demás.

Grenn fingió ofenderse, pero su sonrisa lo delató. Nicky, aún un poco retraído, observaba la interacción con algo de sorpresa, como si aquella camaradería entre los reclutas fuera algo desconocido para él.

—Umm... Quisiera agradecerles por haberme ayudado —dijo de repente Nicky, captando la atención de los tres. Su voz era suave, pero había sinceridad en sus palabras—. No esperaba que me lanzaran a la boca del lobo tan rápido.

—¿Nunca habías luchado? —quiso saber Grenn.

Nicky vaciló un segundo, sabiendo que debía de escoger muy bien sus palabras.

—A veces mi padre me obligaba a luchar, pero nunca fui bueno en ello —respondió, notando la curiosidad en los rostros de los tres—. Tal vez eso ha sido una de las razones por la cual me envió aquí.

—¿Un Bolton que no sabe luchar? Sí, yo también te hubiera enviado aquí si fuera tu padre —dijo Pyp, sin filtros, aunque su tono no era malicioso. Solo quería ser gracioso.

—Dices que puede ser una de las razones —volvió a hablar Grenn—. ¿Cuál sería la razón principal por la que te enviaron aquí?

Nicky se quedó en silencio, y Jon notó la incomodidad en su rostro.

—No en necesario que respondas —dijo Jon, suavemente—. Lo que te trajo aquí, ya no importa ahora.

Nicky le lanzó una mirada agradecida, aunque su nerviosismo aún era evidente. Jon lo observó con atención, dándose cuenta de que aquel muchacho cargaba consigo más peso de lo que aparentaba.

Grenn, notando la incomodidad, cambió de tema.

—Vamos, Flacucho, es hora de comer. Los golpes de hoy dan hambre.

—Sí, y aquí, el hambre es lo único que no perdona —sonrió Pyp.

Nicky sonrió tímidamente y asintió, agradecido de que no insistieran. Los cuatro reclutas avanzaron hacia el comedor, mientras el sol del norte comenzaba a ocultarse lentamente tras los fríos muros de la fortaleza. Jon miró una vez más al chico Bolton, pensando que tal vez aquel muchacho ocultaba algunos secretos. Pero, por ahora, lo dejaría en paz.

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N.A: Primer capítulo de esta historia. Espero que les guste, y no olviden comentar y votar para animarme a continuar. :D

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