Treinta y siete (Final)
El final de todo
Narra Ella.
La luz diurna comenzaba a molestarme. Nunca había sido alguien de claridad, me iba mejor la oscuridad, era cómoda además de placentera.
Una forma de corroborar este punto es la cantidad de veces que me he visto inmiscuida en la sombra, aunque no literalmente.
Cuando lo de Kelly sucedió, estuve todo el tiempo escondiéndome y poniendo la falsa imagen de una niña perfecta, cuando en realidad ni siquiera me gustaba la carrera que estudiaba.
Y también ahora, les había mentido a mis amigos, a mi familia. Estaba segura de que era por una buena causa pero eso no quitaba que doliera.
—¿Cuándo arribaremos? —cuestiona él desde el asiento de atrás. Había quedado con un montón de sentimientos encontrados tras su anécdota. Me había sorprendido mucho su historia, y a la vez asqueado.
Pero en algo tenía razón. Yo era como él, al menos una parte de mí era de esa forma. La parte de mí que más odiaba.
—Deja de preguntar, no eres Burro —le respondo amargamente.
Él suelta una carcajada y ese acto hace que tense la mandíbula. ¿Qué le sucedía? Sabía que era un demente, ¿pero debía de actuar de esa forma?
—Me alegra que me hayas ayudado a escapar, Ellie. Tal como tú y yo habíamos planeado —pronuncia con un fingido tono paternal.
—Podrías haberme contado antes todo... eso, me hubieras ahorrado unas cuántas cosas.
—Debía de ser una reacción totalmente real. Además, me hacía ilusión contárselo a ti y a tu hermana juntas.
"Tu hermana", esa forma de llamar a la que ha sido mi amiga prácticamente toda mi vida me descoloca un poco. Éramos hermanas, medias hermanas. Nuestras madres eran mejores amigas, igual que nosotras.
Aurora... pensar en ella de alguna manera me entristece, sé que no la conocí, no como para recordarlo, pero sentía una extraña conexión al escuchar y pensar en su nombre. Debía de ser el lazo de madre e hija.
Mientras sigo conduciendo por aquella carretera desierta me dispongo a tomar mi móvil con una mano.
—¿Qué haces en el móvil? —cuestiona él, curioso. Desde atrás no podía ver la pantalla lo que me aliviaba bastante.
—Nada. Leyla me ha enviado como veinte mensajes —contesto. Realmente no era mentira, Leyla me había enviado un montón de mensajes, pero no era precisamente por eso que agarre el teléfono.
Rápidamente toco el botón de llamar y dejo el celular a mi lado.
—Ay, ¿cuánto es que falta para llegar? —inquiere desesperado el Sr. P.
—Ya te dije que poco. Exactamente unos treinta minutos. Las coordenadas exactas, por si quieres algo más específico son... —en ese momento procedo a decir uno por uno los números de las coordenadas, los cuales tenía escritos en un pequeño papel sujeto al espejo retrovisor—. Ahí es donde iremos.
—De acuerdo, no tienes que ser tan borde. Que hija la mía por dios. —No puedo evitar voltear los ojos al escuchar el último comentario que hizo por lo bajo.
Luego de eso y muy disimuladamente cuelgo la llamada que mantenía con Leyla, con la esperanza de que allá podido escuchar a donde me dirigía, y ver si de una vez por todas podríamos acabar con este cabrón. Pero no de la manera que todos pensaban, sino de una más dolorosa, cruda y tediosa.
Narra Leyla.
—¿Lo anotaste? —le pregunto con desesperación a Cassandro el cuál busco la pequeña libreta y el lápiz lo más rápido que pudo.
—Sí, eso creo.
Suelto un suspiro de alivio y paso una mano por mi cabeza, cansada.
Estaba agotada, llevaba varias horas sin dormir y al parecer sería para largo.
¿Qué significaba lo que había hecho Ella? ¿Qué tramaba y por qué no me había contado nada respecto a eso?
—Ahora, ¿qué se supone que debemos hacer con esa dirección? ¿Buscarla o quizás ir? —cuestiona Royce a mis espaldas.
—No lo sé, primero busquémoslo. Nos puede dar una pista.
Enciendo el ordenador que reposaba sobre la mesa de la cocina y me dispongo a buscar en él las coordenadas exactas que Cassandro me enseña en la pequeña libreta.
—Aquí está —menciono en alta voz para que ambos me escuchen—. Es... una especie de manicomio, ¿Qué tiene que ver esto con...?
—Lo quiere encerrar —suelta Cassandro interrumpiéndome con sus extensos conocimientos, como de costumbre.
—¿Eh? —inquiero yo, sin entender aún. Royce al parecer estaba en las mismas que yo ya que miraba atentamente a su hermano con el ceño fruncido, esperando a que continuara hablando.
—No sé de qué manera, pero Ella está engañando al Sr. P para encerrarlo, y quiere que nos enteremos. Quiere que vayamos —comenta andando de un lado a otro.
—Entonces... ¿todo era una encerrona? Está utilizando su confianza... para acabar con él —analizo en alta voz, mientras acaricio mi barbilla con mis dedos.
—Pero, ¿Cómo es que él confía en ella? —pregunta el chico de nuevo, deteniéndose.
—No sé, eso tendremos que averiguarlo yendo.
Ellos se quedan quietos y no dicen nada lo que me insulta por un momento. No podría siquiera imaginar que luego de todo lo que hemos pasado estén dudando de Ella.
—Yo confío en Mikaella, ¿lo hacen ustedes? —inquiero señalándolos con mi dedo índice y dándoles una mirada asesina.
Hay un momento de tensión que se termina a la vez que ambos hermanos, a la misma vez, dan un paso hacia adelante.
—Confiamos —expresan al unísono.
—A pesar de que las pruebas señalen algo totalmente diferente.
—Las prueban son una posibilidad, lo que hemos pasado es una realidad —alego y le regalo una pequeña sonrisa de triunfo antes de levantarme del asiento—, y yo sé que Elle no nos haría nada después de todo eso.
—Tienes razón —acepta Cassandro y se aproxima a mí.
—Esto es un poco raro, ¿no lo creen? —inquiere Royce quien aún permanecía recostado a una pared, mascando un chicle. Algo que ya ni recalcaba de lo común que se había vuelto.
—¿Qué es "esto"? —cuestiono.
—Lo que tenemos, lo de los cuatro —menciona moviendo su dedo de forma singular.
Su comentario me incómoda un poco, sabía a qué se refería, está extraña relación que teníamos. No podría ponerle nombre, ¿pero para qué hacerlo?
Decido levantar la mirada y decir algo para que no se notara que sentía mariposas en el estómago en este mismo momento.
—No lo nombres, vívelo —hablo y suelto una carcajada para después caminar en dirección a la puerta.
Royce por fin se digna a moverse y los tres salimos de la casa dirigiéndonos al coche.
—¿A las coordenadas? —inquiere Cassandro.
—A las coordenadas —reitero.
+++
Narrador omnisciente.
Mikaella se encontraba llegando al gran edificio frente a ella. No negaba que estaba un poco espeluznante, pero negada a hacer alguna escena de susto jala el brazo de su "padre" y se dirige al interior del manicomio.
Se preguntaba cuanto tardarían en llegar los chicos, y si en realidad lo harían. Había muchas probabilidades de que simplemente no hayan entendido lo que debían hacer o no hayan confiado en ella.
No. Ella no se comería la cabeza con eso en este momento. Prefirió dejar los pensamientos destructivos atrás.
—¿Se puede saber qué lugar es este? ¿Dónde está el guardia con el que nos debíamos de encontrar? —cuestiona el hombre a mi lado.
Le doy una mirada de reojo y se me sale una corta risa.
—A ver, Sr. P —pronuncio lo último con ironía—. ¿Ve este lugar? ¿A qué está chulo? Pues acostúmbrese porque va a ser su casa por el resto de su ponzoñosa vida. ¿Se creyó en realidad que iba a dejarlo ir después de todo el jodido daño que me hizo? Iluso.
Él me mira con las cejas arrugadas y luego observa el lugar dónde nos encontrábamos. Era una especie de recepción donde imagino esperaban las familias ante de visitar a los enfermos y eso. Aunque, diciendo la verdad, no parecía como si las personas vinieran a visitar a menudo a sus familiares.
Este no era un psiquiátrico común, no. Detrás de él corrían un montón de delitos y negociaciones indebidas. ¿Querías internar a alguien? Perfectamente podías hacerlo, con el dinero suficiente, claro.
—¿Q-quieres decir, Mikaella? Este no era el trato.
—¿El trato? ¡Trato mis ovarios! —exclamo de forma que solo él pueda oírlo—. Nunca hubo trato, "papá". Jamás haría un trato contigo, jamás te ayudaría. Ahora te harán unas cuantas pruebas para ver tu estado psicológico (te lo aseguro, debe ser lamentable), y luego te llevaran a tu habitación.
Y sí, le harían un chequeo pero debía dar dinero, mucho para que esto fuera así. Internar a alguien no es así como así, se necesitan un montón de cosas más y yo no tengo tiempo. Debía de encerrar a este demente ahora.
—Hola, señorita. Mi nombre es Mikaella, Mikaella Teronge. Vengo a internar a Raphael Ephraim.
La chica asiente y revisa el ordenador que reposa frente a ella.
—Sí, claro. Por favor, necesito que el señor me acompañe.
Le doy una mirada al hombre a mi lado y le regalo una sonrisa—. Pórtate bien, Raphael.
—¡No, hija, no puedes hacerme esto! ¡Podemos solucionar las cosas, lo juro! Todo irá bien, ¡pero sácame de aquí! —Él comienza a gritar resistiéndose a ir a examinarse, poco después llegan dos enfermeros que más parecían guardaespaldas y se lo llevan a la fuerza hasta el interior de una puerta.
Al ver como llevaron a Raphael dentro de aquella habitación no me queda más que sentarme en uno de los muchos asientos a esperar que llegaran los chicos. Tenía la esperanza de que sucediera, de que ellos vinieran y así poder pasar por esto juntos. Porque no me imagino haciendo esto sin ellos.
Me encontraba en esa sala cabizbaja y sola sino fuera por la recepcionista que estaba en sus cosas y ni siquiera actuaba como si estuviera allí. No sé por qué me quejo, estaba trabajando, tampoco me va a invitar a unas copas.
Decido tomar una de las revistas que descansan en la mesa auxiliar a mi lado, podría ser una buena distracción. Me lleve una gran sopresa al ver que eran de hace siete años, aun así me pongo a ojearla mientras cada vez morían más los pensamientos de que ellos vendrían.
Termino de ver todas las revistas en menos de treinta minutos. No era una tarea complicada, eran solo cinco.
Resoplo ruidosamente a la vez que muevo mi pierna con desesperación, de pronto me dio curiosidad que le estarían haciendo al Sr. P. ¿Qué preguntas le formularían? ¿Cuál de esas él respondería? ¿Cuál sería el diagnóstico?
Nada podía responderse aún, lo que sí estaba claro es que dentro de ese cerebro no existía cordura alguna.
Mantenía la mirada en el suelo hasta que alguien se detiene frente a mí y la pequeña luz que entraba por uno de los ventanales se opaca con su figura. Levanto la cabeza y me encuentro no con un alguien, sino con varios.
Leyla, Cassandro y Royce se encontraban de pie y firmes frente a mí. De la exaltación me levanto y coloco una mano en mi pecho, mirándolos con pasmo.
—Están aquí... —pronuncia más para mí misma, pero ellos logran escucharme.
—¿Era lo que pretendías con esa llamada, no? Pues no nos perdemos ni una, aquí estamos —alega Leyla para acto seguido arrastrar una mesa de café que se encontraba frente a la fila de asientos para acercarla frente a mí y luego sentarse en ella.
—Oiga, señorita, no puede sentarse ahí —le llama la atención la recepcionista.
¿Pensaban que se levantaría? No, subestiman a Leyla. De hecho, Les hizo un gesto a los chicos para que se sentaran junto a ella.
Milagrosamente la mesa no se rompe al cargar el peso de los tres juntos, lo que me soprende. A alguien que también le sorprende y a la vez le molesta y le pone nerviosa es a la chica de la recepción que los mira con desprecio desde su sitio.
—Solo será un momento —le digo, minimizando el problema para que no llame a seguridad ni nada parecido.
Parece hacerme caso y quita la mirada de nosotros para volver a lo suyo.
—¿Qué fue eso? —inquiere Royce.
—La tranquilice para que no nos ech...
—No te hablo de eso, te hablo de lo de la cabaña, como te escapaste con ese hombre y luego nos llamaste. ¿Qué significa, Mika?
Suspiro y luego cruzo ambas manos en mi regazo para empezar a contar:
—Bueno, resulta que esa vez que tu yo, Leyla, estábamos en el motel con Spencer y Tommy cuando ellos nos contaron lo que decía el diario, me pareció muy conocido ese nombre "Ephraim", por lo que no paré de intentar recordar hasta que lo hice. En una de mis consultas con el Señor Stephen*** vi en su escritorio un folleto con ese nombre, estaba claro que algo tenía que ver. Investigué en internet, fue complicado pero al final pude descubrir que "Ephraim" era una empresa que había surgido hace no mucho tiempo y que su único edificio por ahora era... al que fuimos nosotros, logré conseguir una fotografía del dueño y descubrí que era él, Raphael Ephraim era el mismo que se hacía pasar por mi terapeuta.
Los chicos escuchan con atención mi historia, al parecer no tenían nada que objetar ya que se mantienen callados y atentos. Yo me detengo unos segundos para tomar aire y seguir:
»Teniendo está ventaja ideé un plan. Decidí llamar al Sr. P y decirle que conocía su secreto y que no lo contaría a cambio de que no les sucediera nada a ustedes. Al parecer se creyó mis intenciones porque aceptó el trato. Claro, que implantó condiciones, me dijo que si por cualquier circunstancia lo reteníamos, yo tenía que sacarlo de allí y salvarlo, y si eso no sucedía lidiaría con las consecuencias. Yo acepté, pero claro nada era veraz, solo era una estrategia para acabar con él. Cuando lo de la... "supuesta" muerte de los gemelos el me contó...
—Espera, ¿lo sabías? ¿Todo ese tiempo tú sabías que no estaban muertos? —me pregunta Leyla, en su rostro se veía reflejada la decepción a pesar de que no le hubiera respondido.
—¡N-no! Al menos no siempre. La noche en la que pasó yo lo llamé y le dijé un montón de insultos, hasta que él me dijo que no habían muerto, sino escapado del país, para siempre. No le creí al principio pero me envío una foto de ellos luego de la "muerte" y... allí sí que lo creí.
—¡Pasé una semana devastada y ahogada en mi propia culpa y tu sabías que ellos no habían muerto! No me lo puedo creer... todos me mienten —expresa ella y se levanta de un tirón alejándose del lugar.
Me levanto y voy tras ella, tratando de explicarle.
—¡Sufrí de verdad, Leyla! Creí que nos habían abandonado. Era lo mejor, lo mejor era que huyeran de ahí pero me ardía que les hubiera sido tan fácil —le hablo, deteniéndome frente a ella y haciendo que su paso se detuviera, me mira a los ojos y yo continuó hablando—. También pensé que jamás los volvería a ver, también pensé que nos habían dejado para siempre, también me culpe. No era por el mismo motivo, pero era casi el mismo sentimiento.
Leyla endurece su rostro, sabía que trataba de no llorar—. No me mientas nunca más, por favor. Sabes que eres la única que no soporto que lo haga —menciona y se acerca a mí para abrazarme. Correspondo la muestra de afecto y me relajo en sus brazos. Intento recordar cuando fue la última vez que nos abrazamos así, sin preocupaciones.
Leyla alza la cabeza e invita a acercarse a los Fontanier mientras ríe. Llegan hasta nosotros y los cuatro nos abrazamos.
Un abrazo en grupo que solo me transmite tres cosas:
Comodidad.
Casa.
Familia.
Ésta era nuestra familia, la que habíamos creado.
De momento se escuchan unos gritos del otro lado, nos separamos y observamos para ver que se trataba de nadie más y nadie menos que el Sr. P. Se quejaba de que lo dejarán ir mientras los enfermeros lo cargaban sin ni siquiera permitir que sus pies tocaran el suelo.
—Todo ha sido por una buena causa. Encerrar a este maldito hijo de...l demonio —expreso yo y me dirijo hasta la doctora que viene detrás de ellos, los demás me siguen—. Buenos días, doctora. ¿Qué enfermedades padece este lunático? —inquiero dándole una corta mirada de desprecio al susodicho.
—Pues, por lo que pude corroborar un cuadro de Trastorno Obsesivo-Compusivo y Trastorno Antisocial de la Personalidad. El paciente suele obsesionarse con temas en específico de una manera poco sana y sus formas de conllevar esto pueden llegar a ser extremas. No le interesa lo que deba hacer para conseguir lo que desea y no sabe diferenciar el bien del mal en ningún aspecto de la vida. De igual manera esto es solo una gran especulación y se deben hacer muchos otros estudios. Pero sin duda debe ser internado —explica ella y entre todo lo que me dijo lo que más presté atención fue a eso.
"Debe ser internado". Eso no significaba que iban a buscarle tratamiento ni que lo ayudarían. Significaba que no volvería a molestarnos por el resto de su vida. Porque de este sitio no se sale.
—¿Escucharon eso? ¡Seremos libres de este maldito! —celebro con los chicos. En sus caras se percibía la emoción, la alegría. No más. Jamás.
Se pudriría aquí y nadie tendría remordimiento.
Luego de eso la doctora nos avisa que siguiéramos a los enfermeros para así despedirnos definitivamente del paciente. La próxima vez que lo viéramos si es que lo hacemos solo será entre rejas.
Llegamos a donde está él y se encuentra sentado en una silla. Permanecía quieto, como si le hubieran dado algo para cedarlo, llevaba unas esposas, supongo para evitar cualquier incidente.
Leyla se arrodilla frente a él y dice:
—No sabes cuánto te odio, desgraciado. Eres el mayor hijo de puta que he conocido en mi vida y no han sido pocos. Pero ahora estoy feliz porque te morirás en este sitio y no es como que no te lo tengas merecido —escupe puro veneno por la boca, pero era la realidad. Eso era lo que todos sentíamos.
—¿Ah sí, querida Leyla? Pues malas noticias, me odiarás más —le responde Raphael a Leyla y queda en su rostro una sonrisa que se miraba diabólica. En serio, asustaba.
—¿De qué hablas, diarrea sociópata? —cuestiona Cassandro con una postura firme y observándolo con desprecio.
—Pues, dije bien claro que tendrían que lidiar con las consecuencias y así será. Aunque claro, es injusto que sea la madre de Leyla la que tenga que pagar, ¿no? —vuelve a hablar con ese tono calmado que pondría de los nervios a cualquiera. Pero no es su tono lo que altera al grupo sino lo que dijo.
—¿Mi-mi madre? ¿Qué demonios le hiciste a mi madre, cabrón? —le interroga Leyla sujetándolo por el cuello.
—¿Ha...cerle yo? Le están haciendo justo ahora —alude él como puede, ya que Leyla le está impidiendo respirar—. Ordene que sino llegaba en el tiempo indicado, se... acabara con ella.
Leyla suelta el cuello del hombre y luego retrocede con lentitud.
—Mamá... —es lo único que logra decir antes de salir corriendo del lugar.
Royce, Cassandro y yo vamos tras ella, pero me detengo un instante y les digo a los enfermeros:
—Pueden encerrarlo ya, no merece ver la luz del sol por el resto de su vida —suelto y le doy una última mirada intentando transmitir en ella el profundo asco y odio que sentía hacía él.
Sólo me responde con una sonrisa, una maniática.
+++
Narrador Omnisciente.
Los cuatro chicos dan un paso y ya están dentro de aquel lugar abandonado donde habían secuestrado a las chicas, y donde Josephine se mantenía cautiva aún.
Leyla estaba desesperada, necesitaba ver a su madre en ese mismo instante, que ella la abrazará le hiciera un delicioso flan y pasaran todo el día juntas.
Pero ni siquiera podría asegurar que estaba viva. No dudaba de que el Sr. P hubiera dicho la verdad. De él ya no dudaba nada.
—¿Por dónde era? —inquiere la morena en alta voz a la vez que miraba cada posible camino.
—Por ahí —menciona Ella señalando la dirección exactamente frente a ellos—. Nos escapamos por la parte trasera del lugar porque estaba aún más destruido y no recuerdo a ver visto ni de frente ni a los lados la carretera por la que vinimos.
Pudieron llegar a la perfección al lugar gracias a que el día que escaparon le preguntaron al chófer que las llevo la dirección exacta donde las había encontrado. Sabían que sería útil en momentos como éste.
—Pues allá vamos —manifiesta y vuelve a dirigirse a gran velocidad en esa dirección.
Al parecer pocas personas se encontraban en el recinto en comparación a la última vez.
Las chicas suponen que era por la simple razón de que ellas estaban allí antes y necesitaban suma seguridad.
Aunque igual lograron escapar, vaya seguridad nula.
Se encuentran con unas escaleras y suben por ellas. Llegan al segundo piso y aún no se encuentran con nadie.
—Reconozco este pasillo. Estamos cerca lo puedo sentir —expresa Leyla y asiente repetidas veces con la cabeza caminando mucho más decidida en dirección a la derecha.
Todo iba bien hasta que de frente se encuentran con dos guardias que intentan acabar con ellos o al menos hacer que no sigan con su camino.
—Jolín —masculla Ella y esquiva a uno de los hombres dando un pequeño salto hacia la izquierda.
Leyla evita al otro el cual intentaba aprisionarla entre sus brazos, agachándose y dirigiéndose a un lado para alejarse corriendo de allí.
—Sigan ustedes, nosotros nos encargamos —les avisa Cassandro y se pone a combatir con uno de los guardias.
Leyla y Ella deciden no perder el tiempo y corren hasta doblar el pasillo. Se estaban acercando, podían recordar perfectamente donde estaban, y también sabían que les faltaba poco para llegar a la celda.
Luego de un recorrido que parece eterno llegan por fin a la sala donde se encontraba la celda y esta vez se encontraba completamente sellada. No existía ningún lugar por donde podía escaparse el aire.
Leyla se aproxima rápidamente y al intentar abrirla ve que ya está abierta, solo debía empujarla con fuerza. Con ayuda de Ella logran hacerlo por fin y Quiroga termina de adentrarse dándole una patada.
Porque ella debía patear las cosas.
Dentro no se veía nada al principio, tal vez por lo oscuro del lugar, pero cuando se fijan bien se encuentran con:
—Mamá —la llama Leyla mientras mira el cuerpo desfallecido en el suelo.
—Leyla... ¿eres tú? —habla ella con un tono casi inaudible. Su voz parecía débil y ni hablar de su aspecto.
—Sí, mami. Soy yo, y veo que no me has olvidado. Tranquila, te sacaré de aquí, te lo prometo —le menciona mientras se arrodilla en el suelo junto a ella. Mikaella hace lo mismo.
—Hija... dime que acabaron con él. Dime que no les hará más daño.
—No, mamá. Hemos acabado con él, para siempre. Está encerrado en un lugar donde nunca podrá salir.
Josephine intenta sonreír pero solo consigue hacer una simple mueca.
—Supongo que... ya te contó...
—Sí. Ya sé que Ella es mi hermana.
La madre de Leyla abre los ojos ligeramente y fija su mirada en la rubia, quien miraba con una sonrisa triste la escena.
—¿Eres tú? ¿Has sido tú todo este tiempo? —pregunta, pero no sonaba como una reclamación, sino como una linda sopresa.
Ella asiente a la par que sonríe.
—Pues... Aurora estaría muy orgullosa de ti. Estaría sumamente contenta de la chica en la que te has convertido. Y Leyla...yo también estoy orgullosa de en lo que tú te has convertido —expresa acariciando los rostros de las dos chicas.
—Mamá, no hables como si fuera una despedida. Vamos a sacarte de aquí, ya verás. Estarás de nuevo en casa y juro que jamás me separaré de ti...
Su madre niega con la cabeza.
—Leyla, cariño. Yo estoy bien, sé que es el momento, sé que no puedo hacer nada y sé que en el fondo, tú también lo sabes —habla mirando a su hija con ternura. Siempre la había amado, había sido el único motivo por el que no se rindió. La amaba más que nadie en el mundo.
Los ojos de Leyla comenzaron a cristalizarse frente a la imagen de no tener a su madre junto a ella.
—No, mamá. No digas tonterías. Aún te quedan muchas cosas por hacer, tú no puedes irte. No puedes dejarme sola —habla negando frenéticamente con la cabeza.
Lloraba, lloraba porque era su madre la que le decía que era el momento. ¿Cómo siquiera ella sabía que era el momento?
—¿Sola? Yo te veo más acompañada que nunca.
Lágrimas escapan de sus ojos mientras Leyla niega rotundamente con la cabeza. Había un olor muy fuerte en el ambiente y las chicas no lo habían notado hasta ahora.
¿De qué se trataba?
—Mami, ¡no! Solamente no, no te dejaré aquí. Vamos, levántate, nos iremos de aquí —intenta levantar a su madre mientras llora sin parar.
—Leyla, escúchame. No. Yo...
Dejó de hablar y su mano cayó al lado de su cuerpo.
—¡Mamá! ¡Mamá, no, no te vayas por favor! ¡Te salvaré! Saldremos de aquí y me harás esas bromas de las que tanto me río y le verás el lado positivo a todo y nos quedaremos toda la tarde en la cocina, hablando mientras tú cocinas. ¡Mamá! —grita a la vez que abraza el cuerpo de su madre y no para de llorar.
—Te amo —suelta Josphine en un susurro que solo pudo escuchar Leyla porque estaba muy cerca de ella.
Luego el cuerpo de su madre se relajó por completo, no había tensión, ni extremidades rígidas. Estaba ella, con los ojos cerrados e inmóvil.
Se escucha personas en la entrada de la celda y luego aparecen Cassandro y Royce quienes observan desentendidos al principio pero luego miran a Ella, la cual lloraba también al ver a la madre de su hermana, muerta frente a sus ojos. La rubia solo puede asentir con pesar.
No saben por cuanto tiempo pero se quedaron en esa oscura celda. Descubrieron que la causa de la muerte fue una fuga de gas, ya que las tuberías estaban rotas, pero cuando llegaron ya había sido apagado.
Leyla lloraba desconsoladamente abrazando a su madre, suplicando que en cualquier momento ella le contara un cuento para dormir. Pero no lo haría.
Se había ido.
Los cuatro chicos, dos gemelos que resultaron trillizos y dos mejores amigas que resultaron hermanas reposaban sus espaldas en la pared mientras permanecían callados frente a un cadáver.
Esos cuatro estaban rotos, destrozados, maltratados por la vida, ahogados en dolor, perdidos.
Habían estado así desde que se conocieron. Siempre habían estado a punto de caer, pero había algo.
Era un apoyo, un balance, un... equilibrio. Ese que les impedía caer.
Narra Ella.
Nuestro Equilibrio.
Narra Leyla.
Nuestro Equilibrio.
F I N
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