Treinta y seis


Verdades liberadoras


Ella detiene el coche frente a la dirección que le había enviado el infiltrado.

Paso número uno del plan:

Enviar el mensaje e ir a la dirección que te envíen.

Y exactamente eso era lo que estaban haciendo ambas chicas.

Leyla da una cautelosa mirada a su alrededor, cerciorándose de que no hubiera indicio de alguna trampa o algo por el estilo.

Ella se percata de que su amiga se quedo atrás y voltea su cabeza para mirarla.

—¿Vamos? —pregunta.

Leyla junta su mirada con la de la rubia y asiente para volver a caminar.

Estaban un poco ansiosas por lo que se venía y todo lo que le quedaba por delante a la misión.

Aún más nerviosas por el motivo de haber venido a escondidas de los demás.

Pero, ¿acaso no era lo correcto? ¿Para que hacer que más personas intervengan en sus propios asuntos si al final saben como terminan?

Como Graciela.

Como Annie.

Eso era lo correcto para las chicas. Enfrentarse ellas mismas a lo que se había originado por consecuencia a ambas.

¿Cuál motivo? No sabían, pero uno habría. Porque ningún psicópata hace todo lo que ha hecho el Sr. P sin una razón.

La rubia y la morena se aproximan a la edificación que encima de su puerta tenía un gran cartel con la palabra "Ephraim".

Ese apellido, nombre, o lo que demonios sea remueve la mente de las chicas. Porque recuerdan perfectamente donde lo escucharon.

—"Ephraim..." —formula Leyla mirando fijamente el cartel desgastado. Parecía como si hubiera estado allí por varios años y durante mucho tiempo no hubiera tenido ninguna reforma. En realidad todo el recinto lucía de esa manera—. Es lo mismo que venía escrito en el mensaje oculto de Annie —informa Leyla en alta voz lo que ya ambas habían procesado por sí mismas.

—Todo tiene que ver, sí señor —alega Ella a la vez que traga en seco. Mete las manos en los bolsillos del pantalón de tela que llevaba y que pronto se debía de cambiar.

Ambas comienzan a andar a la misma vez y al estar frente a la puerta de el sitio abandonado se dan cuenta de que detrás de una pequeña pared se encuentran los uniformes que deben de llevar para pasar desapercibidas entre los guardias.

—Blanco y en botella —suelta Leyla con la cabeza ladeada y luego comienza a dirigirse a uno de las prendas.

Ella, que se había acercado junto a la morena, dice:

—¿Cuál es la tuya y cual es la mía?

—Mhm... supongo que no tiene tallas —especifica Leyla colocando la parte inferior del traje, antes de venir se puso unos leggins ceñidos al cuerpo por lo que no tuvo que quitárselos.

La rubia en cambio se escondió detrás de la pequeña pared y quitó sus pantalones quedando en ropa interior, después con agilidad se puso los otros.

Cambiaron su parte de arriba y minutos después estaban completamente cambiadas.

Se observaron la una a la otra y sus caras hicieron ver lo soprendidas que estaban.

—Te ves como toda una "mujer de negro" —declara Leyla mirando a su amiga—. Pero no te emociones, yo...

—Sí, vale. Eres Will Smith —se adelanta y pone los ojos en blanco.

La otra le guiña un ojo a la vez que chasquea la lengua.

El momento es interrumpido por el ruido de una puerta. Las chicas se ponen en alerta.

Al menos no era la puerta principal porque ésta seguía tan cerrada como la primera vez que la vieron al llegar.

No se vuelve a escuchar nada por lo que siguen con los últimos retoques del uniforme.

Debían verse exactamente igual a los demás guardias que se hallaban dentro del recinto.

Cualquier diferencia sería un motivo para llamar la atención. Y no podían llamar la atención.

Caminan a la par saliendo del escurridizo lugar en el que estaban metidas. Iban la mar de decididas cuando chocan abruptamente con dos pechos.

Deben alzar sus miradas ya que el tamaño de aquellos mastodontes era considerablemente mayor al de ellas.

Se encuentran con las caras serias e inexpresivas de dos guardias, que no se habían siquiera inmutado tras el choque.

Leyla recupera la compostura y se apresura a soltar lo primero que se le viene a la cabeza para que no descubran que no son guardias preparadas sino unas simples chicas mediocres.

—Perdonen por la distracción. No ocurrirá de nuevo —alega y se escabulle con el pecho erguido y la mirada altiva entre los dos hombres.

Ella aún un poco descolocada toma la misma postura que su amiga y camina en dirección a ella.

—Eso fue intenso —comenta la rubia acomodando su traje. Le parecía realmente incómodo ya que la calidad de la tela le producía comezón. ¿Lo peor? No podía rascarse porque no es muy profesional de su parte.

—¡Sino hubiera sido por mí hubiéramos sido descubiertas! —exclama Leyla en voz baja a la vez que niega con la cabeza—. Sé mas cuidadosa.

Ella asiente y ambas por fin llegan a una de las puertas traseras. Acordaron entrar por aquí porque era mucho más fácil no llamar la atención de esa manera.

Le dan una pequeña ojeada al lugar, por dentro no luce nada igual al exterior. Todo está limpio y bien cuidado.

En el piso de arriba hay unas barandilla por la que se puede observar a la perfección la zona inferior.

Las chicas intentan no estar muy paradas y comportarse como si estuvieran haciendo algo, dirigiéndose a algún lugar o cuidando algo en específico.

En realidad no sabían a donde dirigirse. Lo único que buscaban era al Sr. P, tarea complicada teniendo en cuenta que no conocen su rostro.

Al parecer en este horario no había una aglomeración de personas, las pocas que caminaban por allí y por allá estaban demasiado enfocadas en sus cosas como para darles apenas una mirada a los dos.

—Debemos movernos —bisbisea la rubia inclinando la cabeza hacia el oído de su amiga, de forma que solo ella lo escuchará. No le importaba que nadie las estuviera observando directamente, no se permitiría confiarse de la situación.

—Por ese pasillo. —Leyla señala uno de los cuatro entradas a las que podían dirigirse.

—¿A dónde lleva? —inquiere Ella mirando el sitio en cuestión, con mirada sospechosa.

—Déjame le pregunto a mi tío el Sr P., ¿tienes su número? Es que lo olvidé —expresa la morena con notado sarcasmo lo que hace que la chica a su lado volteé los ojos—. No sé a donde lleva, Elle. En la vida hay que aventurarse y en este momento hay que hacerlo.

Ella suelta una ráfaga de aire por la nariz y sin más que refutar caminan juntas hacia el pasillo.

A medida que iban encaminándose por el alargado camino veían menos posibilidades de que el lugar al que se dirigían fuera uno bueno.

—¿A dónde lleva esto? —pregunta Leyla moviendo su cabeza frenéticamente y observando cada pequeño rincón.

—¿Ahora quién está preguntando por algo que no tiene respuesta? —formula Ella y la mira con con una ceja alzada y una sonrisa de triunfo.

Leyla está a punto de responderle con un quizás ingenioso comentario a Teronge, pero ambas terminan con cualquier conversación que mantenían para observar con atención el final del pasillo.

Había un espacio lleno de mesas de oficina colocadas en dos filas una detrás de la otra, todo estaba reluciente como si estuviera acabado de limpiar.

Al final de éste una puerta doble de madera.

No debían de leer el pequeño letrero que seguramente llevaba el nombre de la persona para darse cuenta de que era el despacho del jefe, o de cualquiera que tuviera el mayor rango en este recinto.

Ambas solo se debieron de dar una mirada para poner sus pies en marcha y dirigirse con determinación hacia esa puerta.

Sus pasos son decididos porque sabían lo que vinieron a hacer aquí.

A acabar con todo. De una maldita vez.

Se detienen frente a la puerta.

Y entrelazan miradas de nuevo.

—Abriré yo —menciona Leyla.

Ella asiente y Leyla se dispone a abrir la puerta mueve su muñeca a la vez que el pomo también lo hace. Abre la puerta de una vez por todas y al ambas asomarse no se encuentran con nada. Ni con nadie.

El lugar estaba vacío, bueno, vacío no. Estaba la mesa con su computador y algunos muebles alrededor, pero nada de lo que buscaban.

De repente se escuchan pasos a sus espaldas. Alguien se estaba acercando por el pasillo.

Ella abre los ojos, nerviosa, no sabía que esperar. Leyla muerde su labio y intenta mirar atrás pero a la vez no se atreve.

Toman sus manos y las aprietan tomando fuerzas para enfrentarse a lo que viniera, una vez más.

Giran sus cuerpos y a la vez terminan con el agarre que les brindaba valor.

Se encuentran con cuatro personas frente a ellas. Pero una era la que sobresalía sobre los otros.

Y no porque tuviera alguna anomalía ni nada de eso. Es porque ellas lo reconocían.

Sabían a la perfección quien era.

—¿Sr. Stephan? —inquiere en voz alta Leyla observando al hombre con las cejas fruncidas. Nunca había ido a alguna consulta suya, pero lo conocía de los pasillos de Murgare, y por supuesto, de la terapia de Ella.

—Sí, ese es uno de mis nombres. Y Raphael Ephraim y Sr. P —comenta con una sonrisa, como si no estuviera confesando todo lo que había hecho, que todo lo que les había sucedido a las chicas había sido tramado por él.

—¿U-usted es el Sr. P? —cuestiona la rubia con la boca abierta en asombro.

—Cariño, fue todo un placer escuchar tus dramas. Puedes llamarme cuando quieras, papá te escuchará siempre.

—¿P-papá? —Ella contrae su cara en su rostro en confusión. Sabía a la perfección que sus madres la adoptaron, nunca le supuso un problema. De igual forma nunca se preparo para escuchar que alguien le mirara a los ojos y se llamara a sí mismo de esa forma.

—Pero bueno, estamos aquí para hablar de temas alegres. Mis guardias no las sujetarán tan fuerte así que no se preocupen.

Leyla y Ella confundidas miran a los lados. En ese mismo instante dos guardias les juntan las manos en la espalda.

La morena suelta una maldición por lo bajo.

—Deje el teatrillo ya, señ... ¡Cómo se llame! Si va a matarnos, hágalo ya. Le aseguro que me tortura más tener que ver su rostro —escupe ella con toda la maldad que puede caber en su pecho. En serio sufría al ver la naturalidad con la que ese maldito les hablaba.

—Querida Leyla, tu siempre tan sutil y dulce —alega con un sonrisa y Quiroga en respuesta la regala una mirada de profundo odio a la vez que tuerce la nariz—. Y no, no voy a matarlas. Es un poco tonto pensar eso, ¿después de todo el trabajo que pase para tenerlas aquí iba a eliminarlas? Tan estúpido.

—No te creo. Pudiste secuestrarnos en cualquier momento, en cualquier lugar. Sin embargo, no lo hiciste —suelta Ella mirándolo de reojo. Él también la observa e intercambian miradas por unos segundos hasta que la primera baja la vista.

—Pues también es verdad. Pero, ¿dónde hubiera estado la diversión, entonces? —habla, y luego suelta una sonora carcajada, la cuál no es correspondida por nadie en el lugar.

Leyla y Ella se miran. Sabían lo que estaban haciendo, hacer conversación a la vez que pensaban a la velocidad de la luz en un plan para lograr escaparse de los guardias. Después de eso todo sería más sencillo.

De momento se escucha un sonido por todo el edificio. Parecía una alarma y eso hace que el Sr. P junto a sus guardias se lancen miradas de preocupación.

Puente. Puente. Puente —se escuchaba como se repetía una y otra vez.

Al principio las chicas estaban igual de desentendidas que aquellos hombres, pero con esa palabra una bombilla se encendió. Era la palabra clave para el comienzo del plan.

Eran ellos.

Luego, inesperadamente aparecen dos figuras detrás de la persona que, hace no mucho, descubrieron que era el Sr. P y su guardia.

Poniendo un pañuelo sobre su boca y segundos después haciendo que cayeran al suelo.

Leyla y Ella no desaprovechan la oportunidad y beneficiándose de la distracción de los guardias consiguen zafarse del agarre que les tenían.

Se aproximan con rapidez hacia los chicos y Leyla les susurra por lo bajo:

—¿Qué hacen aquí?

—¿Esperaban que no nos enteráramos de que hacían esto solas? —suelta la pregunta Royce, el cuál solo recibe una mala mirada de Leyla.

Uno de los guardias se acerca peligrosamente pero Leyla le propina una patada en el estómago que hace que impacte contra el piso.

La chica Teronge toma uno de los trapos con aquel líquido y lo coloca sobre la nariz y boca del guardia que intentaba ayudar al otro. Segundos después es arrastrado a la inconsciencia.

Está a punto de acabar también con el recién golpeado pero Cassandro dice algo:

—No, él es quién nos ayuda.

Mikaella se pone rígida de momento, soprendida. Luego le tiende la mano al hombre para ayudarlo a levantarse.

—Perdone, señor. No sabía que... lo siento —menciona Leyla juntando sus manos la una con la otra en señal de perdón.

Él palmea su torso, lamentándose por el dolor.

—¿Crees que esto es malo, niña? —cuestiona, con esa voz que tiene los abuelos cuando están a punto de contarte una anécdota de su vida—. No sabes que es el verdadero dolor,  yo fui un importante agente en una agencia secreta. Ahí todos los días terminabas con una herida grave, a veces hasta con extremidades amputadas —cuenta mientras niega con la cabeza.

—Oh —pronuncia Leyla ante la historia de aquel señor, que debía de tener unos cuarenta años, casi llegando a los cincuenta.

—Pero bueno, terminé aquí en esta empresa mugrienta. ¡Yo quería adrenalina! No este estilo de vida vacío.

—Señor, ¿qué procede ahora? —cuestiona Cassandro con los ojos en blanco, al parecer cansado de escuchar al hombre hablar de su vida.

—Ah sí, eso. Todos el personal está entretenido y la seguridad fue guiada a una dirección incorrecta. Tienen vía libre —menciona dando un corto asentimiento con la cabeza.

Los cuatro intercambian miradas. No habian dicho nada más de lo necesario en ese momento. No podían refutar nada respecto a lo de su llegada sopresa, después de todo las habían salvado.

Miran fijamente al hombre, ahora inconsciente. El causante de todo ese dolor, de toda esa agonía que cargaban las chicas con ellas. Estaba ahí, indefenso.

—Hay que recogerlo y llevarlo con nosotros, le haremos unas preguntas —suelta Ella aproximándose a él. Cuando toma uno de sus brazos llega a su mente esas palabras que dijo "puedes llamarme cuando quieras, papá te escuchará siempre". No sabía que pensar al respecto, ni si tomárselo en serio o no viniendo de ese loco.

Royce le ayuda al darse cuenta de que no puede sola con él y los cuatro chicos se pierden por el gran pasillo no sin antes darle una última mirada al elocuente señor que los ayudo.

• • •

Cassandro termina de hacer los últimos nudos para atar al Sr. P a la silla.

Se encontraban en la casa cerca del lago, la que habían abandonado luego de enterarse de... todo.

Aquel hombre aún no se había levantado y todos esperaban impacientes a que lo hiciera.

Querían, no, necesitaban saber el porqué de todas esas amenazas. Aunque ya les había dado una pequeña respuesta a la chicas en aquel sitio. Pero la verdad era lo único que sería suficiente.

Porque la verdad era lo único que necesitaban para liberarse.

—¡¿Por qué no acaba de despertar?! —exclama Leyla colocando las manos a los lados de la cabeza.

—Quizás está muerto —declara Royce encogiéndose de hombros.

—Por favor, solamente está desmayado solo deben de tener paciencia y no alt...

Leyla vacía todo un vaso de agua fría en la cara del Raphael, o bueno, si ese era su nombre.

Todos quedan sorprendidos frente a la acción de Leyla. Ella incluso golpea su frente con su palma mientras niega con la cabeza.

—Pero, ¿por qué razón hiciste eso? ¿No puedes simplemen...?

Se escucha la tos de alguien detrás de la morena y al todos girarse en esa dirección se ve como el Sr. P poco a poco despierta.

—Ay, que ironía. Atrapado por mis atrapadas. Esperen, si me dejan un poco sí lloro —articula él con sarcasmo.

—Hacer chistes no lo va a  salvar de esto, Sr. P. ¿Acaso es esa su autodefensa? —interroga Ella inclinándose hacia adelante.

—¿Autodefensa? ¿Por qué tendría que defenderme? ¿Estoy en peligro?

—Solo si no colabora respondiendo algunas preguntas —menciona Leyla con una sonrisa ácida.

—Con la verdad —agrega Cassandro fulmiando con la mirada a aquel hombre.

—Yo les contaré la verdad, pero no porque me tengan atado e inmovilizado, sino porque ya es la hora de contarlo. Lo iba a hacer en la empresa pero bueno, les gusta ralentizar más el proceso —comienza a hablar él y les da una rápida mirada a Leyla y Ella—. Solo... ¿ellos pueden irse? —inquiere refiriéndose a los Fontanier.

—No. Aquí nos quedaremos, así que anda, empieza a mover esa lengua —le ordena Royce en un tono firme.

El Sr. P resopla y niega con la cabeza, susurrando algo que nadie en la sala logra entender.

—Inició hace muchos años, hace diecinueve para ser exactos, yo estaba en la universidad y conocí a dos chicas, Josephine y Aurora. —Los ojos de Leyla casi se salen de sus orbes al escuchar el nombre de su madre—. Eran mejores amigas, una amistad tan única e irrompible que solo he visto una más como esa. En esos momentos yo era el galán de ahí, el chico más guapo, más adinerado y más engreído. Casi todas las chicas caían por mi encanto, y no es por presumir, el caso es que con las dos mejores amigas no fueron la excepción. Habíamos empezado a hablar con el tiempo y me habían confesado sus sentimientos por mí. Pero había un problema, yo las amaba a las dos. Cada una tenía algo diferente que las hacía únicas, yo no podía decidirme. Así que cómo todo chaval estúpido, empecé a salir con las dos.

Todos en el salón escuchan expectantes la historia que contaba aquel hombre, sin entender muy bien que tenía que ver los sucesos de su vida con todo lo que les había hecho.

»Todo fue bien por un tiempo, ninguna se había enterado a pesar de que eran íntimas, yo les suplicaba que no le contaran a nadie. Hasta que algo pasó, algo casi estadísticamente imposible, pero jodidamente real —declara él, bajando la cabeza—. Luego de un mes de relación Josephine me dice que estaba embarazada. Dos semanas después, un tres de noviembre lo recuerdo como si fuera ayer, estábamos yo y Aurora en los pasillos de la universidad, su pelo rubio y sedoso estaba sujetado en una organizada coleta, ella me dice con una sonrisa: "Estoy en embarazada" y luego salta a abrazarme. Yo quedé petrificado, no solo salía con dos chicas, sino que tendría un bebé con ambas.

—¿Las dos estaban embarazadas? ¿Có-cómo pudiste ser tan cabrón para aguantar tanto tiempo mintiéndoles? —interroga Ella con una mirada de dolor, como si hubiera sido ella quien pasó por eso.

—¡No! Yo las amaba, tienen que entenderlo, Ella, Leyla, yo las amaba con mi vida, por eso mismo no podía renunciar a ninguna de las dos. Volviendo a ese momento, sabía exactamente lo que tenía que hacer. Un día las reuní en un lugar y les conté toda la verdad, les conté cuánto amaba a cada una de ellas. Les hablé de la relación que tuve con ambas, les conté lo que que yo era el padre de ambos niños. Ansiaba que comprendieran mi posición, pero ellas no lo hicieron. Comenzaron a gritarme y aventarme cosas. Después de que se largaran ese día jamás las vi juntas de nuevo —cuenta y por su mejilla cae una lágrima, al parecer ese recuerdo le entristecía, pero no se podía confiar en las lágrimas de ese lunático—. Mi acción había ocasionado que se distanciaran y nunca volvieran a ser amigas. Yo había tenido toda la culpa, también la tuve de que Josephine se fuera del país, aún estaba embarazada cuando gracias a una profesora me enteré que se había ido de viaje por Latinoamérica.

Leyla quien estaba teniendo ya una pequeña idea de quien era esa chica de la que hablaba tapa su boca con la mano, sorprendida. Era demasiada coincidencia. No podía no ser real. Encajaba con la historia que su madre le había contado, viajo a Cuba y conoció a Romeo, el padre de Leyla. Siempre supo que no era el biológico pero para ella siempre fue el verdadero.

»Nunca supe nada de ella, ni del bebé que crecía en su vientre. Había desaparecido sin dar señales de vida, o al menos no a mí. Quedándome solo la posibilidad de conocer a uno de mis hijos, intenté arreglar las cosas con Aurora. Quería al menos ser su amigo, pero ella se negaba rotundamente, estaba al tanto de todo el daño que le causé, pero era mi hijo, creo que tenía el derecho de conocerlo y ayudarla. Me enteré de que había llegado su parto, había sido una niña y... no pude estar presente en el nacimiento de mi hija. —Cierra sus ojos con fuerza y caen por sus mejillas unas lágrimas más—. Después de mucho pedirle, ella acepto que nos encontráramos. Cuando llegué al lugar que me dijo me sorprendí bastante por el aspecto que tenía, era como un callejón oscuro y solo. Cuando la vi me aproxime a Aurora con rapidez, la abracé y ella me dejó hacerlo, me sentía el hombre más feliz de mundo. Entonces entre algunos intercambios de palabras me dice: "Le puso el nombre que te gustaba", yo le pregunté: "¿Mikaella?".

Cuando escuchan ese nombre observan automáticamente a la portadora de él, la cuál tenía una expresión de confusión total, no podía creer lo que estaba soltando por la boca, no podía creer que podría ser... hermana de...

Raphael continuó hablando—. En ese momento ella me soltó: "No puedo soportar más, no quiero luchar más, te odio, odio lo que me hiciste, odio que me separaras de mi mejor amiga, ella no está, mis padres ni siquiera me dirigen la palabra, yo... simplemente no puedo más", luego de decir esas palabras se escucha el momento exacto en el que llegan unos coches de policía, las sirenas resonaban por todo el lugar y Aurora lo hizo, uso un cuchillo y corto su cuello. Solo podía ver el líquido rojo deslizándose por de esa parte de su cuerpo, había cortado exactamente la vena yugular, con los conocimientos que tenía sabía que eso era casi una muerte segura. Quería ayudarla pero no lo hice, pensé en mí, y me escapé lo más rápido que pude de la policía. Dejé a la persona que amaba desplomándose en el suelo, desfalleciendo.

—¡Eso no es cierto! Mi madre me lo dijo, ella me hablo de eso. Antes de alejarme me contó que tú la habías matado. ¡Tu la asesinaste! ¡No quieras limpiar tus manos ahora! —grita con desesperación. Su cabeza daba vueltas y con cada palabra sentía que su cordura se iba desvaneciendo.

—¡No! ¡Jamás! ¡Juro que ella lo hizo...! ¡Ella se...!

—¡SE SUICIDÓ! ¡DILO! ¡Eres tan cobarde como para no asimilar que le jodiste la vida! —exclama Ella acercándose a él peligrosamente, lo agarra por el cuello y en su corazón solo existían tres cosas.

Dolor.

Furia.

Impotencia.

—Hi...ja, yo nu-nunca quisé esto —intenta hablar a pesar de que su voz se pierda por la presión sobre su garganta.

Mikaella por fin lo suelta y con una voz firme y más baja le dice—. Nunca más en tu vida me llames, hija. Aunque me cuentes toda la verdad y de verdad lo sea, nunca vas a ser mi padre, y yo nunca voy a ser tu hija.

—Entiéndelo, Mikaella. Nunca me lo perdone, quería enmendar todo lo que hice. Escuche que Aurora había muerto, asistí a su entierro, escondido en la sombra dónde nadie me viera, y la ví a Ella, a Josephine. Llevaba un pequeño coche y en él una niña estaba acostada. Era mi hija. ¡Eras tú, Leyla! Por todos esos años solo me preocupe en saberlo todo de ustedes, así estaría cerca, al menos pensaba eso. Descubrí quien era la familia que había adoptado a Mikaella, eran las Teronge, dos chicas enamoradas que ansiaban tener una hija y me lleve una gran sopresa al saber que habían dejado su nombre. Pero muchísima más sopresa me lleve al ver como el destino las junto, se convirtieron en mejore amigas y no pude sentirme más orgullosa de mis niñas —comenta mirando a ambas con ternura.

—No somos tus niñas, psicópata de mierda. No somos nada tuyo, no queremos nada tuyo. Solo termina de contar y ya —escupé Leyla con los brazos cruzados y mirándolo con rencor.

—Vale, vale. Como decía, las espiaba y sabía todo de ustedes, estuve en los momentos más importantes de su vida a la vez que me volvía un empresario exitoso.  Y estuve ese día, esa noche, la muerte de esa, la amiga suya...

—Ke... Margaret Fontanier, no es "esa", era mi mejor amiga así que límpiate la boca antes de hablar de ella —suelta la morena de nuevo.

—¿Por qué se le debe tanto respeto a una muerta? —cuestiona el con desdén, recibiendo una miradas mortíferas de parte de los dos hermanos. No permitirían que dijera una cosa más de su hermana, y si lo hacía, le partirían la cara—. Como sea, yo estuve ahí cuando tú, Ella, asesinaste a esa chica...

—¿Yo la asesiné? ¿Fui yo? Seguro tú la mataste y me incriminaste. Tú debes de estar tras de esto también, ¿a que sí? ¡Dilo!

—No, cariño. Es cierto, yo las dormí a las dos, pero cuando despertaste, te volviste loca. No sé que clase de ataque tuviste, pero fuiste a por ella y usando un cuchillo de mesa que estaba dentro de un estuche a tu lado comenzaste a hacer trizas su cuerpo de una forma tan... terrorífica, que tuve incluso que dejar de mirar.

Leyla, Cassandro y Royce cierran los ojos al escuchar lo que habla, visualizando esa escena tan dura.  Ella da gritos de dolor entre sollozos.

—¡Tu estuviste ahí! ¡Cómo pudiste hacerme esto! ¡HACERNOS ESTO! Eres totalmente... inhumano.

—Y tu eres como yo, Ellie, por eso me lleve el cuchillo, para protegerte. ¿Acaso crees que alguien con una buena moral haría lo que tu hiciste? Después de eso supe que lo que debía hacer era utiliza eso a mi favor y un poco a su contra. Usaría el secreto para atraerlas hacía mí, no hay nada que generé mayor interés que la cuestión de que alguien sepa algo de tí y tu no sepas nada de él. Por eso están ustedes aquí, por esonahora estoy hablando con Mikaella y Leyla, las hijas de Josephine y Aurora. Mis hijas.

—¡NO NOS LLAMES ASÍ! —grita la rubia con tanta intensidad que tal parece que su garganta de corrompe en el proceso.

—¿Donde tienes el cuerpo de Kelly? —inquiere Leyla sin siquiera mirarlo.

—Nunca lo tuve, es casi imposible haber recuperado la bolsa luego de que la lanzarán, ¿en serio creyeron que podría tenerla?

—¡Maldito, voy a matarte! —pronuncia por primera vez Royce después de un rato, aproximándose a gran velocidad hacia el Sr. P.

—¿A quién? ¿Al Sr. Papá? Sí, todo este tiempo significo eso, Sr. Papá.

—¡Royce, no! —lo detiene Leyla—. Solo... duérmelo de nuevo.

Él se acerca y toma un trozo de tela y lo moja con el líquido somnífero***, lo acerca a su, rostro, al principio se resiste pero poco después queda inconsciente.

• • •

Había pasado quizás una hora desde que el querido Sr. P. —sarcasmo— estaba con los ojos cerrados.

Llamaron a Tommy y Spencer y les contaron donde estaban y que todo estaba bien. Vendrían en la tarde para ayudarlos con algunas cosas, además de para traer sus cosas.

Leyla había ido a darse un baño porque por alguna razón se sentía sucia, los hermanos estaban en algún lugar de la casa haciendo cualquier cosa y Ella se había quedado con el secuestrado, vigilándolo.

Estaba sentada en el sofá, movía su pie desesperadamente a la vez que miraba el reloj.

Sigue así por un tiempo más hasta que el reloj marca las  7:00 horas.

Entonces se levanta y se acerca a Raphael.

—Oye, ¿estás despierto? —cuestiona.

Él abre los ojos lentamente para luego carraspear.

—Desde hace diez minutos. Menudo coñazo.

—Si quieres que esto salga bien solo cállate, por favor —le habla mientras va hasta la parte de atrás del asiento, para desatarlo intentando hacer el menor ruido posible.

Después de un poco de complicaciones logra soltarlo. Vuelve a atar sus manos pero esta vez sin sillas de por medio. No podía fiarse, era mejor si evitaba cualquier tipo de imprevisto. Luego fue para los pies y también los desató.

Lo agarra del brazo con dureza y ambos comienzan a caminar hasta la salida.

—Hora de salir de aquí —pronuncia Ella por lo bajo.

Cuando está casi a punto de abrir la puerta se escucha una autoritaria voz.

—Ella, déjalo ahí. No des un paso más o disparo —dictamino con seguridad Cassandro, sujetando con sus dos manos una pistola.

Mikaella no se molestaría en preguntar de donde la había sacado, lo más seguro era que eso era lo que fueron a buscar en la madrugada.

Parecía que sabía lo que hacía, lucía bastante determinado pero Ella sabía a la perfección que no lo haría.

No cuando ella estaba ahí también.

Deteniendo el cruce de miradas entre los dos, llegan Royce y Leyla quienes escucharon las voces.

Quedan estupefactos al ver la situación en la que estaban.

—Ella, ¿qué haces? —cuestiona Leyla, su hermana, la que había descubierto hace nada que era su hermana. Quizás así tenía más sentido la conexión que ambas tenían, quizás eso explicaba muchas cosas.

Pero Mikaella no se podía parar a pensar ahora en eso, solo la debilitaría.

—Adiós, chicos —se despide y sin pensarlo dos veces sale por la puerta, acercándose al coche, dejando al hombre en el asiento trasero y sentándose ella en el del copiloto.

Tocaba un largo viaje por carretera ahora.

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Aquí yo: ¡AHHHH! Penúltimo capítulo. Pues sí, me demore 9283923829 años. En Instagram había dicho que no había tenido fuerza de escribir. Pero ya estoy de vuelta y ¡Ahhh!

Gracias a los que me leen, en serio, aunque sea solo uno, gracias a ti es que estoy donde estoy.

Este capítulo fue de muuucha información, básicamente la resolución de todo conflicto. La verdad absoluta.

¿Qué les pareció Raphael-Sr.P?  Para mí fue un personaje muy complicado pero de alguna manera empatizo con él. Ya lo sé, toy loca JAJAJA.

Nos vemos —espero muuuy pronto—:

Camille Mugs

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