Treinta y dos


Salir para que nos pierda.

Incomodidad.

Cansancio.

Aturdimiento.

Eso sentían las dos chicas al despertar atadas de pies y manos.

En quién sabe dónde y secuestradas por quien sabe quién.

Leyla y Ella llevaban ahí más de tres horas habiéndose despertado no mucho más allá de ese período.

Habían sido amarradas una de espaldas a la otra, en las manos tenían esposas y sus piernas eran aprisionadas por una simple cuerda.

Ambas, aunque de diferente forma, pensaban en los momentos que habían pasado hace poco tiempo con los gemelos Fontanier.

Y es que, había que sumarle a la desesperación que ya llevaban por estar secuestradas, la confusión con respecto a sus relaciones con los hermanos del gran magnate.

—¿Estás bien? —le pregunta Leyla a su rubia amiga, logro bajar la tela que le habían puesto para que no hablara.

Ella se limita a asentir, perfectamente podría quitarse también la tela, pero no quería llamar la atención de los guardias que permanecían fuera de las cuatro paredes donde ellas estaban cautivas.

Leyla carraspea y acto seguido, Ella también lo hace.

Luego la castaña pronuncia en alta voz—. ¡Hola! ¿Alguien por ahí? —canturrea ella mientras ladea la cabeza de un lado a otro.

Cuatro segundos después entro por la puerta un hombre macizo que llevaba unos jeans desgastados negros, donde sobresalían las llaves de las esposas, y una camiseta blanca sin mangas. Él se le queda mirando a la que ocasionó el grito, importándole un bledo que tuviera la tela reposando en su cuello.

Leyla lo mira de arriba abajo, ya que ella es la que está de frente a la puerta. Y solo piensa: «una patada suya y soy la primera persona en pisar Júpiter».

Traga saliva antes de hablar mientras Ella tiene la cabeza baja y escucha la escena con atención.

—Ehm... usted, señor guardia, ¿cómo está? —inquiere Quiroga con el ceño fruncido en una fingida preocupación.

—Habla antes de yo callarte, niña —le comunica el gran hombre. Él cual, por cierto, tiene acento ruso.

A Leyla no le gustó nada el tono despectivo con el que el vigilante la llamó “niña”, pero se contuvo ya que no quería arruinarlo.

—Perdone, oh señor. ¿Me podría traer un poco de agua? Es que tengo la garganta muy seca —le pide la morena al hombre.

Éste solo le da una mirada de desagrado la cual dura unos segundos, Leyla solo opta por sonreír con la boca cerrada.

—Vuelvo ahora —alega él a la vez que voltea en su lugar para salir del recinto.

En el tiempo que está afuera en el lugar reina un tranquilo silencio el cuál se rompe con el sonido de las pesadas botas del guardia ruso.

—Aquí tienes —pronuncia él mientras abre la botella de agua que tiene en sus manos, acercándose a Leyla.

Ésta frunce el ceño y su cara de confusión tiene mayor auge mientras más se acerca.

—Eh, señor guardia, yo… ¿puedo tomarla sola? Es que tengo una fobia llamada         independafobia, es el miedo a que... alguien más me ayude —comenta Leyla diciendo la primera bobada que se le pasa por la cabeza. Algo que tiene a su favor es la gran habilidad de convencer a los demás con lo que dice.
Pero esta vez no le funciona.

El guardia tuerce la nariz mirando directamente a Leyla y parecería que le fuera a escupir en la cara, en cambio no lo hace.

—Yo haber leído todo tu historial y no decir nada de fobias. ¡No mientas! —exclama él.

Ambas chicas se sobresaltan al escuchar el grito del guardia.

—Sí, sí, perdón. No miento más solo dame agua, por favor —pide ella haciendo carita de perrito abandonado.

El Sr. Gritos, con toda su cara de culo lleva la botella hasta la boca de Leyla y la mantiene ahí, mientras la castaña toma agua. Ella alza sus manos esposadas, dando a entender que ya no quería beber más.

El hombre retira la botella de los labios de Leyla y la cierra. En el momento que levanta la cabeza posando la mirada en la morena.

Contacto visual que dura menos de dos segundos, porque Leyla escupe la bebida que aún almacenaba en su boca en la cara del guardia, haciendo que este sé estremezca limpiando  su rostro con una de sus manos.

Gruñe como si fuera en perro y con la misma mano que quito el agua agarra la cara de la causante del desastre, aprieta sus mejillas haciendo que su boca se asemeje a la de un pez.

—¡¿Por qué hiciste eso?! —inquiere él con el ceño fruncido en enojo.

—El agua sabía mal, como si tu cara fuera un sabor —pronuncia Leyla con dificultad y voz cómica.

—Te salvas que yo tener que mantenerte salva, sino aprenderías la lección —alega soltando a Leyla de una vez.

Las chicas no pasan por alto el dato de "mantenerlas salvas".

Leyla suelta en quejido en voz alta por el dolor que le infringió el guardia.

—No vuelvan a hablar. Espero que hayas entendido tú también, rubia —comunica él, refiriéndose a Ella.

En respuesta ella da un simple asentimiento.

El hombre le da a las dos una última mirada antes de girarse para luego salir por la puerta.

Ya estando solas Leyla y Ella, la primera se dirige a la segunda:

—¿Las tienes? —inquiere ella volteando su cabeza en 90 grados.

Sep. —ella agita las llaves que poseía en sus manos.

Consiguió robárselas al guardia en el momento que estaba distraído con Leyla. Esto las chicas lo habían planeado con anterioridad, al llegar aquí y despertarse encontrándose a su mejor amiga a sus espaldas, estando secuestradas en un lugar no identificado no se les ocurrió otra cosa más que hallar la manera de salir de ese sitio.

—Libérame —le pide la morena a su amiga, extendiendo las manos esposadas hacia atrás.

Ella, con dificultad y manteniéndose con la manos aprisionadas igualmente, logra liberar a su mejor amiga. Leyla con mucha cautela toma el manojo con dos llaves que le ofrece Ella y aún con los pies atados, libera también las muñecas de su amiga.

Ambas, procurando no hacer ruido y con rapidez logran desamarrar sus piernas de las cuerdas con las que estaban atadas.

Lo primero que hacen al estar libres por fin es darse en efusivo abrazo.

—Es él quien nos tiene aquí —asegura Ella quien reposa su cabeza en el hombro de Leyla.

—Tenemos que salir, no sé hasta dónde puede llegar el Sr. P, pero he descubierto que no tiene límites a la hora de conseguir lo que quiere.

—Nos quiere a nosotras, y nos tiene.

—Y por eso tenemos que escapar, para que nos pierda —cerciora rompiendo el abrazo y mirando a Ella directamente a los ojos.

Las chicas planean cómo será la fuga, teniendo el tiempo en su contra y la posibilidad de que en cualquier momento el guardia con problemas de ira apareciera, se disponen a efectuar una salida breve e inequívoca.

Luego de tener todo calculado Leyla grita:

—¡Sr. Guardia llorón! ¿Por qué no viene y enseña de lo que realmente está hecho? —provoca en alta voz.

Por el momento nadie se adentra en la habitación, pero ambas sabían que poco faltaba para que entrara al trapo ya que el hombre era llevado por pura sangre caliente.

—¿Sabes lo que pienso? ¡La vida te ha debido de dar muchos golpes para que terminaras siendo un guardia de secuestro de quinta! —exclamo lo último con toda la intención de ofender, ocasionando con esto que la puerta se abriera haciendo que por ella entrara la víctima de las burlas de la morena.

Su cara no transmitía otra emoción que la rabia, la cual se juntó con la confusión de verla desatada, de pie y sin ningún rastro de su amiga.

—¡¿Qué caraj…?! —sus palabras se vieron interrumpidas por un palo de hockey que impacta directamente en su cabeza haciendo que el hombre cayera al piso haciendo el sonido de “plof”. Ella lo mira con los ojos bien abiertos como si ella no fuera la culpable de que esté en ese estado.

Deja el objeto del golpe en el suelo y se agacha a comprobar sus signos vitales.

Coloca una mano en el cuello del hombre  y luego se levanta otra vez.

—Está vivo —informa ella volviendo a tomar el palo y metiendo una de sus manos en los bolsillos de su pijama.

Leyla, que se había sorprendido bastante al ver la fuerza con la que su amiga golpeo al guardia, menciona:

—Salgamos.

La rubia asiente rápidamente con la cabeza y sigue a su amiga quién se encaminaba hacia la puerta. Asoma la cabeza por la puerta, apoyando una de sus manos en el marco de ésta.

—¿Alguien? —inquiere Ella, aún desde el interior de las cuatro paredes.

Leyla vuelve a mirar en las diferentes direcciones. Afuera se halla un pasillo el cual conduce hacia una escalera que deparaba a la planta inferior. Siguiendo en dirección opuesta a este seguía el pasillo hasta que doblaba en una esquina. Por lo menos en el área visible no había nadie, estaba totalmente desolado y eso alentó a Ella y Leyla a escapar de allí.

—Nadie cerca. Podemos irnos —le informa a su amiga saliendo completamente de la habitación.

Ella hace lo mismo, mirando con curiosidad su alrededor.

La opción más obvia sería la escalera, mas, ¿sería la más segura? ¿Dónde correrían el menor riesgo?

Esa misma pregunta se la hacían Ella y Leyla. La segunda estuvo a punto de ir hacia las escaleras, pero su amiga la sujeto del brazo, haciendo que volteara a mirarla.

—No deberíamos ir por ahí —garantiza Ella con mirada cautelosa.

—¿Y por qué? —interroga la otra hablando con el mismo tono  bajo que había usado la ojiazul.

Ella observa brevemente los dos caminos a los que tenían la opción de dirigirse para luego volver la mirada hacia Leyla.

—Piensa, si alguien importante está en esa misma habitación —comienza a hablar señalando el sitio donde habían aparecido atadas—. Habría guardias en la entrada y en todas las demás puertas que hay que pasar para llegar hasta ahí. Incluso en las escaleras también.

Al Ella acabar su explicación dando un pequeño levantamiento de cejas a para que Leyla entendiera a que se refería, ésta asiente repetidas veces con la cabeza en completa avenencia con lo que su amiga manifestaba.

—Y nosotras somos para él alguien importante y por consiguiente estamos muy protegidas —expresa Leyla—. ¿Vamos por el pasillo, no? —indaga la castaña.

Ella se limita a asentir y las dos chicas se encaminan por aquel pasillo que a primera vista les pareció la peor opción.

Al doblar en la esquina, el pasillo se hace un poco más estrecho y se deja de ver tan “lindo” como antes. Las paredes están pintadas de un negro que se va degradando hasta volverse gris y no sabría aclarar si fue pintado así a propósito o se fue desgastando con el tiempo.

Lucía un poco aterrador, no vamos a mentir. Pero las chicas no darían el brazo a torcer y ni se doblegarían ante el miedo que les provocaba ese sitio o cualquier otra cosa.

El pasillo termina, y se convierte en una espacioso recinto que lo único que lo iluminaba era una vieja lámpara colgada en el techo cuya luz parpadeaba.

Estando allí, sin una salida perceptible Ella y Leyla se sintieron perdidas.

En la mente de Ella llegaban recuerdos pasajeros de la noche del 14 de mayo pasado, que, casualmente había pasado un año desde aquello. Sí, el aniversario de su muerte, o debería decir más claro, su asesinato. Y eso no contribuía a la ansiedad de la rubia.

Por la mente de Leyla pasaba el recuerdo de su madre y la incertidumbre de sí estaba en el hospital o quizás, solo había sido una artimaña del Señor P para atraerla. Eso la volvía loca.

Acabando con el espeso silencio que se había formado mientras las chicas pensaban en sus desgracias a la vez que daban vueltas en su lugar analizando la habitación, Leyla suelta:

—Ahí. —Señala una ventanilla que estaba en lo alto de la pared con su dedo índice—. Tenemos que lograr subir y ver a dónde se dirige.

Ella mira en la dirección que la castaña señala y frunce el ceño, fijando su vista en la posible salida.

—¿Crees que cabríamos por ahí? —inquiere.

—No lo sé, pero todo es mejor que quedarnos prisioneras para siempre, te lo aseguro —habla antes de andar hasta debajo de la ventana.

Era de un tamaño promedio, podrían pasar perfectamente pero con su debido esfuerzo.

Se escucha un ruido proveniente del lugar por el que las chicas habían entrado hace unos minutos. Era un hombre, este igual de robusto que el que vigilaba aquella habitación, puede que incluso un poco más.

Se acerca a ambas a paso apresurado y con una mirada de lince que los mismos animales envidiarían. Pero como dicen, todo no es lo que parece. El guardia no se había percatado de que a las espadas de Ella, ella guardaba un palo de hockey con el qué, minutos antes, había dejado inconsciente a uno de sus compañeros.

Así que como si hubieran corrido una película hacía atrás, Ella le efectúa un buen golpe a aquel grandullón, haciendo que éste cayese al suelo como si de un piano se tratara.

—No tenemos mucho tiempo. Debemos salir de aquí y pronto —alega la morena posando la mirada del hombre desmayado a su amiga rubia.

Ésta vuelve a mirar hacia arriba, en dirección a la ventanilla.

—Déjame subirme en tus hombros y compruebo a dónde lleva —expone la rubia sujetando los hombros de su amiga. Leyla, un poco a regañadientes, acepta lo que dice Ella y se agacha para que se siente en sus hombros.

Con su poco de esfuerzo la levanta en brazos, digo poco porque no ha de pesar mucho un cuerpo tan menudo. Aunque bueno, cosas peores se han visto.

Ella consigue ver a través de la ventanilla y se divisa un tejado, el cual tiene una escalerilla oxidada que lleva hasta el suelo. Si escapaban por ese sitio tenían la posibilidad de salir de allí, y puede que no acabara con nada de esto, que las amenazas y el miedo perdurarían, no obstante, al menos estarían a salvo.

—Es seguro —pronuncia Ella y se puede notar hasta un ápice de alegría en su voz al decirlo.

Leyla suelta una risa nasal que dura poco, ya que se escucha un ruido, más exactamente un grito.

—¡Quiero salir! ¡Maldito, sácame de aquí! No te saldrás con la tuya, ¿escuchaste? —vocean a la distancia.

Y tanto a Ella como a Leyla se le ponen los vellos de punta. A una más que a otra.

Con rapidez Ella se baja de los hombros de Leyla y se queda mirando atónita a su amiga.

—¿Esa era...?

—Leyla no estamos seguras.

—¿Cómo qué no? Yo estoy muy segura, es mi mamá —pronuncia y comienza trotar en dirección a la voz.

Mikaella la sigue preocupada por lo que su amiga podría hacer.

—¡¿Dónde estoy?! —exclama la madre de Leyla, desde algún lugar cerca del recinto.

—¡¿Mamá? —inquiere la morena, llamándola.

Se escucha unos segundos de silencio.

—Leyla, puede que no sea tu...

—¡¿Leyla?! —exclama Josephine, la madre de Leyla, sin poder creerse que escuchaba la voz de su hija.

—Mami… ¿d-dónde estás? —interroga Quiroga con la voz rota, Ella logra escucharla pero su madre no, debido a la lejanía.

—Ya quisiera saberlo, hija —menciona ella.
Corrían por el gran espacio buscando la proveniencia de aquella voz. Se escuchaba más, se acercaban.

—Dime algo más, mamá —le pide Leyla para poder hallar el camino con su voz.

—Confío en ti Leyla, también en Ella. Ustedes podrán con él. Yo lo sé —alega.

Leyla y Ella intercambian miradas de desconcierto.

¿Acaso ella sabía? ¿Sabía lo que pasaba, todo lo de las amenazas?

Y es que, diciendo aquello, ¿había alguna manera de que no lo supiera?

Las chicas deciden no tomarle importancia al comentario en ese momento y en cambio, seguir el sonido de la voz.

Se detienen frente a una puerta de metal que lucía sumamente compacta. Ambas se miran la una a la otra debatiéndose internamente quien abriría la puerta y temiendo que podrían encontrar dentro.

Al final Leyla termina por abrir, o al menos lo intenta, ya que es demasiado pesada para moverla por sí sola. Ella viendo el esfuerzo de su amiga la ayuda a empujarla y juntas lo logran.

Lo que hay dentro de la habitación es invisible a la vista ya que en esta reina la oscuridad.

—¿Mamá? —llama Leyla situando un pie dentro del lóbrego sitio.

—¡Leyla! —exclama Josephine siendo perceptible de un momento a otro al salir del oscuro recinto.

Llega hasta los brazos de su hija y se abraza a ella fuertemente, Leyla pasa su brazos por debajo de sus hombros y la pega más a su cuerpo, vivificando cada horrible sentimiento y pensamiento que tuvo después de la llamada.

—¿Es cierto que estás enferma, mamá? —inquiere ella con la cabeza reposada en el rostro de su progenitora, temeraria por la respuesta que podría recibir.

—¿De qué hablas, hija? Estoy más sana que un guisante —responde ella, y solo escuchar su extraño sentido del humor aliviaba a Leyla.

Así se quedan unos segundos, en los que Ella las miraba embelesada y tenía más ganas que nunca de abrazar a su familia.

El enternecedor momento se ve suspendido por el eco de unos zapatos acercándose. Y no parecían de solo una persona, sino de varias.
Al instante Leyla se tensa en los brazos de su madre y Ella abre los ojos en preocupación y aprieta con fuerza el “arma” que llevaba en su mano.

La morena rompe el abrazo que mantenía con su madre y gira su cabeza en dirección al sonido.

—Tenemos que salir, no tenemos mucho tiempo —advierte Ella alzando el palo de hockey a su lado, preparando su posición de ataque.

—Nos vamos —le informa Leyla a su madre, mientras la sujeta del brazo ayudándola a caminar—. ¿Qué pasa que no andas bien? —pregunta ella.

—Estar ahí en el piso maltrató mi columna. Ha de ser eso —alega su madre tocando la parte del cuerpo que mencionó.

Las tres se encaminan hacia la ventanilla, que no estaba muy lejos de ahí. No obstante, cabía recalcar que en cualquier momento aparecerían los guardias. Ella iba delante, protegiendo al grupo con su arma improvisada, la que ya dominaba la mar de bien.

A la madre de Leyla se le dificulta caminar cada vez más, conllevando que la morena tuviera que hacer más esfuerzo, ella no se quejaba en voz alta pero se notaba en la torpeza de sus movimientos.

Los pasos se escuchaban cada vez más próximos y ellas andaban con cada vez con más dificultad.

—Leyla, déjame aquí. Solo estoy llevándolas al lecho de muerte —menciona su madre a la vez que seguían dirigiéndose a la única salida posible que tenían.
 
—Ni hablar, o me voy contigo o no me voy —manifiesta la chica de ojos marrones muy decidida, mientras utilizaba toda su fuerza para intentar llevar a su madre.

—Déjame aquí. Confío en que volverás a por mí, que me salvarás. Déjenme y ustedes váyanse, pero recuerda algo, no la quería, el no la quería porque de haberla querido no la hubiera matado —enuncia Josephine antes de acariciar el rostro de su hija para soltarse de su brazo.

Leyla la observa con ojos entrecerrados, totalmente en desacuerdo con lo que su madre le decía y sin entender a que se refería con lo que debía recordar.

—Mamá, ¿qué haces? Ven, yo te llevaré, estamos cerca falta poco, yo...

—Hija, vete —le ordena su madre, retrocediendo con dificultad y evitando a toda costa que su hija la llevara. Sabía perfectamente que nunca saldrían si la llevaban con ellas.

—No te dejaré, no... —habla, en completa negación. Se podía visualizar perfectamente como sus ojos se cristalizaban.

—Ella, llévala contigo —se dirige a la rubia que escuchaba la escena a la par que vigilaba el pasillo por el cuál debían de entrar los guardias.

Y digo debían porque uno de ellos salió por la ventilación. A diferencia de los otros dos, éste estaba armado, con una pistola y con agilidad logró ponerse en pie y tocar el suelo del lugar en el cuál nos encontrábamos.

—Ella, no esperes más. Hazlo por ti, por mí, pero sobre todo por Leyla —vuelve a hablar la señora castaña tumbándose en el suelo cansada de alejarse de los brazos de su hija que la buscaba para llevarla con ella.

Ella estaba en un debate mental, pero como siempre, pesaba más lo que debes que lo que deberías, y Ella debía salvar a su amiga.

Con mucho dolor pero con la mejor de las causas la rubia levantó a su amiga del suelo no sin antes darle con el palo de hockey al guardia en su aparato reproductor haciendo que cayera al suelo, pero no seria por mucho tiempo, agarra a su amiga en brazos mientras escucha sus alaridos y manotazos para que la soltará y pudiera volver con su madre.

A pesar de todo, Ella no lo hizo. Logró subir a Leyla en sus hombros y hacer que saliera. Luego lo hizo ella.

Estuvieron por fin lejos de ese lugar, dejando a Josephine atrás. Pero con un juramento, volverían a por ella.

Las chicas estaban desoladas. Cuando lograron huir del lugar sin ningún otro altercado y con suma rapidez, solo se mantuvieron andando por la carretera, esperando que algún auto apareciera y las llevara a donde pedían.

Leyla logró tranquilizarse un poco, pero conservaba una mirada pérdida y el incesante recuerdo de su madre aún en aquel lugar.

Ambas se detuvieron cuando divisaron a un auto acercándose por la carretera. Ella levanto la mano con desgano, y Leyla ni se inmutó en hacerlo. Las dos lucían demacradas, como si hubieran escapado de un secuetro —que fue lo que pasó—.

El auto por suerte paró, y el conductor dentro de él, un poco extrañado por el aspecto de las chicas, les invito a pasar.

—¿Dónde quieren que las lleve, señoritas? —cuestiona él desde el asiento del conductor.

Las dos mejores amigas se observan, más que seguras de cual era el destino al que se encaminarían.
 
—Universidad de Murgare, por favor —pronuncia Ella con voz agradable, que en nada se comparaba a lo que sentía por dentro.

—Oh, ¿van a esa universidad? He oído que van niños ricos y mimados, ustedes... no lucen de esa manera —menciona él dándoles una mirada por el espejo retrovisor. Al no recibir respuesta alguna vuelve a hablar—. Universidad Murgare, allá vamos.

Sí, irían allí de nuevo.

Ya venía siendo hora ya de averiguar que había en esa habitación cerrada del apartamento Fontanier.

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