Nueve
Una cena de locos.
Narra Ella.
—¿Puedes apurarte? —me grita Leyla desde fuera del baño.
—Ya voy —aviso mientras me vuelvo a mirar al espejo, no muy convencida de mi atuendo.
¿Qué puedo decir? Es tan yo... que me abruma. Sin embargo, no me gusta. Es hermoso, pero no me agrada, debe ser por la misma razón de que es todo lo que soy, o mejor dicho, aparento ser.
Salgo por la puerta y miro Leyla, el vestido le queda excepcional. Doy un suspiro profundo y hablo:
—Leyla, yo...
—Es absurdo, ¿no? Te conozco, Elle. Vi como tus ojos brillaron cuando viste este vestido y... sé que te encanta. A mí también me fascina el tuyo, pero, ¿qué pensé al mirarte?: Todos dirían que es estúpido que use un vestido tan discreto teniendo un cuerpo tan bonito. ¿Sabes lo que digo yo? ¡Que se jodan! Porque nadie sabe lo que sentimos tú y yo, y ese debería ser el único sentimiento que nos importa.
Y sí, chicos. Así nos tiene la sociedad. No usar algo que te gusta, porque los demás no creen que te quede bien o que no sea para ti.
Leyla tenía la razón, me gustaba su vestido, y vi la misma mirada de la que habla, en sus ojos.
Le regalo una sonrisa de boca cerrada y miro su vestido y luego el mío.
—¿Cambio?
—¡Sí! —exclama mientras se baja la cremallera de su prenda.
Cuando ambas nos quitamos los atuendos y los cambiamos, empezamos a vestirnos, de nuevo. Pero esta vez, como de verdad queremos.
Al tenerlo puesto me miro al espejo y sonrío, no falsamente, ni para aparentar. Sonrío de verdad, sonrío genuinamente.
—Me encanta.
—Lo amo.
Decimos las dos a la misma vez para luego girarnos.
¡Wow! Leyla se ve impresionante, está increíble. Nunca la había visto tan segura y libre como ahora, y eso que siempre la veo así.
Nota mental: Regalarle mis vestidos a Leyla.
A final de cuentas, ¿qué es el amor a uno mismo sino mirarte al espejo y en vez de alegrarte de tus virtudes, alegrarte de tus defectos? Nada más que eso.
—No es por presumir, pero nos vemos HER-MO-SAS —menciona mi amiga con egocentrismo.
Me rio y me vuelvo a mirar al espejo. Me gusta cómo me queda.
Escucho el sonido de mi teléfono y lo cojo, es una llamada de mi madre.
Descuelgo el teléfono y digo—: Ya vamos para allá.
—Más te vale que no llegues tarde.
—No, no lo haré. Estaré allí en menos de media hora —aviso y cuelgo sin esperar respuesta.
—¿Ya estás lista? —pregunto.
Leyla se gira hacia mí—. ¿Qué te parece mi peinado?
—Te queda bien. Ahora sí, vámonos.
Leyla se había hecho una trenza alta, con dos mechones de pelo suelto delante. Yo, en cambio, me había dejado el pelo suelto y liso.
—Vale, déjame recoger mi bolso —me dice y cuando lo hace ambas vamos caminando hacia la puerta.
Al salir cierro la puerta con llave y la guardo en mi bolso. Leyla y yo nos encaminamos hasta el ascensor.
—¿La cena va a ser aburrida? —me pregunta la chica a mi lado.
—No te imaginas cuánto —le digo tocando el botón del ascensor.
—Listas o no, allá vamos —menciona riendo.
• • •
Retiro lo dicho.
Nota mental: nunca dar nada por sentado.
Acabábamos de llegar a la lujosa casa de los Teronge, se supone que también es mi casa, pero lo lujoso no va tanto conmigo.
Resumiendo, que entre todos los invitados —que eran muchos— estaba la mujer, ¡sí! La que Leyla le dijo estirada y que compadecía a su marido.
Jesús de Nazaret, esto se iba a poner divertido.
Veo la cara de mi amiga a mi lado y tiene la misma expresión que yo en el rostro, vergüenza y desconcierto.
Desvío mi atención de la señora —que por cierto, no nos había visto— para fijarme en la señora frente a mí.
—Hola, mamá —Le doy un breve abrazo.
Luego de eso miro a la otra señora a su lado.
—Hola a ti también, mami —saludo dándole también un abrazo.
—¿Se puede saber qué haces con ese vestido? —me dice con cara de reproche—. En Leyla, puede ser, ¿pero en ti?
—A mí me gusta —le dice mi otra madre, Denisse Teronge.
—Por favor, Denisse cariño, no te tienes que hacer que se sienta bien —le dice y ella niega con la cabeza.
—Pues mamá, lo vi y me gusto, ¿acaso hay algún problema?
—No, no, si a ti te gusta —comenta mirando el vestido con desdén—. Bueno, pueden sentarse donde quieran, la cena comenzará en breve. Es en el jardín —informa para luego perderse entre la gente.
Me volteó hacia Leyla.
—¿El mundo es un pañuelo o es que nosotras tenemos suerte de gato negro?
—Creo que ambas —alego.
—¡Joder! Si esa mujer me ve, no respondo por lo que haga.
—Tú solo pasa desapercibida —le sugiero.
Ella me mira con una ceja arqueada—. ¿Yo? ¿Pasar desapercibida? Eso es como que decirle a Shawn Mendes que... pase desapercibido entre simios. Totalmente imposible.
—Mira que eres engreída —menciono mientras caminamos para sentarnos en un sofá de color amarillo que hay en una esquina.
—¿Qué comeremos aquí?
—Comida.
—Wow, gracias tenía la gran duda de si nos comeríamos a la Sra. Amargada.
—¡Dua! Por dios no —niego con cara de desagrado.
—Claro que no, la verdad creo que si lo hiciéramos comeríamos más pellejo que carne —concreta Leyla, echándose a reír.
—Eres increíble, en serio.
Veo que llega mi madre Juliet, toma una copa junto a un tenedor y hace un sonido para que todos la atiendan.
—Por favor, atención —pide hasta que ve que todo el mundo tiene la vista enfocada en ella—. Decía, me alegro de que todos esten hoy aquí. Me siento halagada de que hayan podido aceptar la invitación. Pero, esta cena tiene algo especial, es una reunión para informarles que nuestra compañía, "Julisse Glam" se va a asociar con la diseñadora Graciela Lace —menciona para luego aplaudir.
Escucho como Leyla maldice por lo bajo al ver que la diseñadora se levanta y es nada más y nada menos que Sra. Amargada.
Cuando se coloca al lado de mi madre le da un abrazo y luego mira hacia las demás personas, viéndome a mí y a Leyla, repito, a Leyla.
—Lo mío no es normal, no —se queja mi amiga por lo bajo.
—Les quiero agradecer a todos los que están aquí esta noche, a unos más que otros —dice mirándonos—. La verdad es que me alegra mucho esta asociación ya que va a traer ventajas no solo a "Julisse Glam" sino también...
Bla, bla, bla. Después de un tiempo dejé de escuchar a Graciela y a mi madre hablar de temas de trabajo.
Pareceré un poco Leyla, pero, ¿no es hora de cenar ya?
Justo en ese instante llega a mis oídos la voz de mi madre Juliet:
—Bueno, dicho todo esto. Los invito a pasar a la mesa —avisa yendo hacia el patio abrazada de mi madre Denisse.
—Gracias a dios. Ya tenía hambre —menciona Leyla.
—¿Cuándo se te quitó? —pregunto con cara de confusión.
—Tuché —menciona señalándome con el dedo.
Al llegar al patio veo que está perfectamente decorado con lámparas de color rosa palo y también con enredaderas de flores.
La mesa principal tiene diez sillas y cada una forrada de un material como el terciopelo, también rosa palo.
Junto con Leyla nos sentamos en unas cualquiera.
Después de no menos de dos minutos de colocarnos, vienen los meseros y dejan el primer plato frente de cada cual.
—¿Qué es? —me pregunta por lo bajo una confundida Leyla.
—Tú solo prueba, está delicioso.
Se lo introduce a la boca con miedo y empieza a saborearlo.
—Ohm... está de muerte. ¿Tiene champiñones, no?
—Sí —afirmo riéndome al ver su cara.
Estábamos comiendo tranquilamente cuando se escucha un grito dentro de la casa.
Todos se alarman.
Entonces se vuelve a escuchar y todo se levantan para ver qué pasa, Leyla y yo no nos quedamos atrás.
Todas las personas vamos en un grupo hacia dentro de la casa y a simple vista no se ve nada.
Pero cuando la luz falla y solo hay oscuridad... se ve aún menos.
—Tranquilos, tranquilos. No pasa nada. Todo es...
La voz de mi madre se ve interrumpida por otro grito desgarrador.
Y todo se convierte en caos. Los invitados empiezan a murmurar y gritar, el grupo se va separando.
Siento como me rozan el pelo y me tocan el hombro. Me sobresalto y me muevo hacia atrás.
—Elle, sentí que me tocaron —alude Leyla a mi lado.
—Yo también lo sentí —Suspiro pesadamente, entrando en pánico.
De un momento a otro la luz vuelve, y se ve a algunos escondidos en una esquina, otros abrazados y otros parados sin moverse.
Cuando el ambiente se calma mi madre se para en medio del salón.
—Perdonen por este mal rato. Los agentes de seguridad van a ver qué ha pasado. Mientras tanto quiero decirles una cosa. Graciela.
Mi madre Juliet llama a la diseñadora para que venga junto a ella, pero no responde.
—Graciela —vuelve a llamar.
Todo el mundo empieza a mirar toda la habitación, para encontrar a la señora.
—¿Alguien la ha visto después de que las luces se apagaran? —pregunto.
Todos en la sala niegan con la cabeza lentamente.
—¿Los gritos habrán sido...? —comienza a hablar Leyla dejando la pregunta en el aire.
—No puede ser, voy a llamar a la policía —notifica mi madre Denisse.
—No puedo creer que allá pasado esto en mi propia casa —dice mi otra madre pasándose una mano por el rostro.
Veo como Leyla se sube en una mesa de café.
—Bueno queridos invitados, la cena ha culminado. No puedo decir que de la mejor manera, pero sí os digo que todo se resolverá. Seran avisados de cualquier novedad. Ahora sí, ¡Lárguense! —explica y luego se baja de la mesilla.
Mis madres la miran con mala cara y ella se encoge de hombros.
Todos los invitados se despiden y salen por la puerta.
—Mamá, ¿no tienes el número de algún familiar o algo así?
—No sé, sé que está casada. Pero... no tengo ni el nombre ni ningún contacto de su esposo ni de nadie más.
—¿Casada? —pregunta Leyla.
—Sí, con un hombre más joven que ella, pero te digo que no me sé el nombre. ¿Qué voy a hacer? ¡De esto se hará un escándalo! —exclama mi madre Juliet, caminando de un lado hacia el otro.
La Sra. Denisse Teronge llega a la sala con el teléfono en las manos—. La policía dice que no se puede reportar como desaparición hasta que no pasen veinticuatro horas —avisa.
—Bueno... creo que deberíamos irnos, ya es un poco tarde. Leyla y yo mañana tenemos clase —informo yendo hacia mis madres—. Me llaman para cualquier cosa, ¿vale? No se preocupen de más, en cualquier momento llamará diciendo que tuvo que irse.
Ellas se despiden también y luego salimos de la casa yendo hasta donde dejamos el auto.
—¿Qué raro todo, no? —pregunta Leyla.
—Sí, me parece hasta... sospechoso.
—¿También crees que tiene que ver con el filósofo barato? —pregunta.
Me río por el apodo que le puso a la persona que nos está haciendo esto. Porque claro, siempre dice frases que riman, filósofo barato, jaja. Ok, ¿sólo me río yo?
—Pues que te digo, sí.
Ambas suspiramos a la misma vez. Cuando llegamos al auto busco las llaves en mi cartera y lo abro.
Al estar dentro me fijo que en el asiento trasero hay un oso de peluche con un cuchillo de juguete clavado en el pecho.
Lo tomo en mis manos y miro a Leyla, tiene los ojos abiertos de miedo. Debo estar igual.
Veo que tiene un pequeño botón que dice "Pulse aquí" y lo tocó.
Y se escucha una vocecita que sería tierna si no fuera por lo que dijo:
Así fácil hago a alguien desaparecer
¿Quién de vosotras quiere aprender?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top