Capítulo dos: Peligro desbloqueado
Angelique: ¿Quién eres? ¿Cómo tienes mi número?
Desconocido: Ve al puesto de golosinas.
Angelique: Existen muchos.
Desconocido: Tú sabes cual. Ve sola.
Observé la hora en mi celular, el cual marcaba que eran las siete y media de la tarde, observé el edificio que estaba detrás mío y me pregunté si debía decirle a mi madre.
Pero conociéndola, estaba segura que cualquier cosa sería más importante que la vida de su propia hija. Al fin y al cabo solo le importa la apariencia y el qué dirán.
No sé si esta decisión era la mejor, pero creo que lo mejor sería no ir. No sería prudente ir desarmada, sin ni siquiera saber algo del desconocido y lo que es peor, ¿se refería a ese puesto en particular?
En cambio, si yo iba a su encuentro, ¿podría morir? Es decir, me quitaron lo único bueno que tenía y yo morí junto al amor que alguna vez sentí.
De pronto un oficial de la organización de mi madre estacionó su motocicleta negra cerca de la acera. Se quitó el casco y al verme asintió con la cabeza, en modo de saludo. Se lo devolví, bajó de su moto y se adentró en el edificio.
Si yo me arriesgaba, era probable que todo saliera a la luz en cuestión de media hora, todos sabrían que una vez más decepcioné a mi madre, pero ¿y si era uno de sus enemigos?
Necesitaba averiguarlo.
Sabía que robar una moto era ilegal y robar una moto de mi madre era peor que robarle algo al presidente, pero tuve una idea. Volví a entrar al edificio y por suerte el oficial que me había saludado, estaba a solo unos pasos de mi.
Me acerqué a él y lo volví a saludar.
—¿Tienes las llaves de la moto? —frunció el ceño confundido.
—Sí, pero tengo órdenes de su madre de dárselas a ella.
—Creí que te había avisado, me pidió que yo debía dárselas, ya sabes lo exigente que es y como se enoja si nadie cumple lo que ordena.
—Tiene sentido, ten —sacó las llaves de su bolsillo del pantalón y me las entregó.
—Gracias —me guiñó el ojo y sonrió.
Él se encaminó hacia el ascensor y antes de que mi madre me descubriera, salí lo más rápido que pude del lugar y me subí a la moto. Coloqué la llave para que el motor se encendiera y al hacerlo observé por el retrovisor como me alejaba del edificio.
Con la moto iba a máxima velocidad, pasando entre los vehículos, tratando de que nadie me pusiera una multa debido a la velocidad que iba y una parte de mi tenía curiosidad, pero la otra parte de mi sabía que nada podía ser peor que lo que había vivido.
Cuando lo pierdes todo, era difícil creer que existe algo peor, ni siquiera la muerte me asustaba, ¿por qué habría de asustarme algo natural? Preferiría temerle a la vida, con sus obstáculos, adversidades y desafíos.
Algo que realmente me preocupaba, era saber cómo esa persona había conseguido mi número de celular, como sabía acerca de ese puesto y de cómo estaría tan seguro que yo iría.
Quienquiera que fuera, puede que me haya conocido, pero era solo una teoría.
El anochecer estaba llegando, así como los colores rosa, lila, celeste claro y el azul oscuro, amenazando con que la noche llegaría pronto. Las personas hacían sus vidas como si nada, mientras que yo tenía que ir lo más rápido posible.
Al llegar al parque, estacioné cerca del puesto de golosinas. No había nadie, el lugar estaba totalmente desierto, solo estábamos la noche, un buen misterio y yo.
—¿Listos para estudiar? —negué con la cabeza.
—Es matemáticas, ¿Cómo crees que podría estar lista? —dijo Karen.
—Sí, con el poco cerebro que tienes es difícil que estés lista para el examen final —soltó el peli marrón y ella lo miró de mala gana, para luego dar una palmada en la nuca.
Necesitábamos estudiar urgentemente, Sophie era la única que sabía sobre matemáticas, era la única que sabía cuánto valía la X. Porque la verdad, ¿A quién le importa cuanto valía?
Habíamos acordado juntarnos en el parque, ya que éramos un grupo de cinco personas y podíamos prepararnos para el examen final. Nos sentamos en los bancos que había en un sector del parque, el cual era para comer unas golosinas o hamburguesas que vendía un señor en un pequeño carrito.
Me senté en medio del banco y apoyé mis cuadernos y apuntes sobre la mesa de madera, a mi lado se sentó ella, con su cabello negro y sus ojos celestes. Me miró por unos segundos y sonrió, por alguna razón yo también lo había hecho.
—¿Así qué te va mal con los números? —preguntó y sonreí nerviosamente.
—Sí, los números y yo no nos llevamos bien —suspiré y abrí mi cuaderno, en donde tenía unos ejercicios que me había dado el profesor para poder mejorar mi nota.
—Tal vez conmigo te lleves mejor —sonreí de lado.
—Será mejor aprobar el examen o no nos dejarán ir al baile —comentó Tyler.
—¿Y tú? —Will observó a la pelinegra con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Ya pensaste en mi propuesta? —apoyó sus brazos sobre la mesa.
No era un mal chico, solo un poco arrogante, pero con buen corazón, una combinación extraña.
—Sigue soñando.
—¡Ja! Ya verás como no conseguirás a nadie como yo y me rogarás para que vaya contigo al baile —sonrió arrogantemente.
Los demás empezaron a soltar carcajadas, mientras observaba como ella estaba un tanto incómoda con la situación, pero no por eso iba a quedarse callada.
—Entonces te recomendaría que esperes sentado, Will.
—Ahora si te cerraron la boca —Tyler le dio un pequeño golpe amistoso con el codo y el peli marrón rodó los ojos con molestia.
—¿Y con quién irás al baile? —preguntó Karen.
—Es algo que... —sus ojos se encontraron con los míos en un rápido movimiento—, que pronto resolveré —sonrió ampliamente.
Eso había pasado hace años, en una época donde todos éramos felices, nadie sufría, nadie tenía enemigos y sobre todo, podíamos ser libres.
Estaba parada frente al lugar al que solíamos venir. Miles de recuerdos pasaron por mi mente, en donde pude apreciar el amor que un día me fue arrebatado.
Suspiré, porqué sabía que ese sentimiento de enamoramiento jamás volvería. Había prometido no volver a enamorarme nunca más, porqué siempre supe que no podría ser feliz y así fue.
Por más que Karen insistía en que debía conocer a más personas para intentar algo, no lo veía conveniente. El amor solo te hace sufrir si caes en su tentación.
Observé cómo poco a poco el parque se quedaba vació, las personas se iban, las hojas caían de los árboles y solo quedamos yo, la noche y mi probabilidad de morir.
Mi celular empezó a vibrar, lo saqué de mi bolsillo interior de mi campera y al observar la pantalla leí Desconocido. Deslicé el ícono de color verde y acerqué el celular a mi oreja. Al principio no oí nada, sólo una fuerte respiración y luego oí una palabra; Cuerda.
—¿Qué? —fruncí el ceño confundida.
—En la golosinería —finalizó la llamada y guardé mi celular en mi bolsillo.
Sin entender mucho lo que dijo, me acerqué de frente al pequeño puesto de golosinas.
No había cambiado mucho, los banderines seguían siendo de color rojo y blanco, la tipografía del letrero era igual, Playlist. Había otros carteles decorados de color azul con letras rojas, los cuales indicaban las golosinas que había en cada lugar especial. La barra seguía igual, de color blanco y limpia.
En definitiva Sweet Dream's no había cambiado nada, solo unos retoques que seguramente el dueño quiso mejorar.
Caminé alrededor del puesto para saber si encontraba algo que tuviera sentido, pero a la vez era como si me sintiera vigilada. Sabía que no estaba sola, pero gracias a la poca luz que los postes producían, no podía visualizar si había alguien entre los arbustos.
Había llegado al final del puesto, pero no había nada o eso creía, hasta que me asomé a la puerta por la cual los empleados salían del lugar. En ella había un cuchillo de cocina clavado en la madera, sobre el mango había una cuerda colgando, me acerqué para verla mejor y noté que tenía un mensaje escrito.
"No todo es lo que parece"
¿Qué quiere decir eso?
Estiré mi brazo para poder tomar la cuerda, pero antes de que pudiera hacerlo, varios puntos rojos aparecieron alrededor mío. Maldecí internamente, porque frente a los ojos de mi madre esto no tenía buena apariencia.
—¡De rodillas y las manos donde pueda verlas! —exclamó un agente.
Suspiré y de mala gana me agaché, mis rodillas tocaron el suelo, levanté mis brazos y oí como unos pasos se acercaban a mi. No necesitaba voltear para saber que era ella, sabía que al usar una moto de The Lions atraería la atención de mi madre.
Si quieres llamar la atención de alguien que no te da la atención que mereces, debes jugar sucio.
—Podría llevarte presa por simular una escena del crimen —fruncí el ceño y reí a la vez.
—Siempre la culpa es mía, ¿no, madre? —levanté la cabeza y ahí la vi.
Su cabello estaba recogido en un rodete, mientras que la mayor parte de este era tapado por la gorra del uniforme, su mirada era fría, sin vida y sin alma. En sus manos cargaba un arma, la cual mantenía baja.
—Levántate —ordenó.
Me levanté y ambas observamos lo que había encontrado, los puntos rojos habían desaparecido y ahora ya no corría peligro.
—¿Cómo encontraste esto? —su tono de voz sonó a sarcasmo.
—Un número desconocido se contactó conmigo, me dijo que viniera aquí, pero no entiendo con qué fin —respondí.
—Por eso te robaste la moto —asentí.
—Se la pedí a un agente y aunque mentí, es la primera vez que me alegra haberte llamado —confesé con un poco de dificultad.
—El oficial al que le robaste la moto es uno de mis agentes de confianza, se encargará del caso bajo mi supervisión. Ahora volveremos y me darás tu declaración —asentí.
Mi madre con el pasar de los años se volvía cada vez más fría, como un iceberg y dura como el acero. Hace años que no me preguntaba como estaba o al menos para saber si me había sucedido algo o no, pero así era ella y aunque no la podía culpar, yo estaba aquí y no estaba sola.
Al parecer conmigo no era suficiente.
Los demás agentes colocaron una cinta de color amarilla con letras negras que deletreaban PELIGRO. Rodearon todo el puesto de golosinas, pusieron algunos carteles con números cerca de la escena y llamaron a los forenses para que analizaran los objetos y la escena.
Mi madre empezó a caminar hacia un camión de color negro con algunos detalles en color plateado. Dos agentes se dirigieron hacia la manija de las puertas traseras y mi madre se adentró. No era la primera vez que veía uno de estos camiones, eran en los que llevaban a los criminales más peligrosos, sin mencionar que el camión era aprueba de balas y otras armas.
Sin poder objetar algo me subí y me senté en uno de los asientos de metal que había. Mi madre me observó lentamente de arriba a abajo, estaba analizando mi comportamiento, como siempre y siempre mantenía la misma postura, cuerpo quieto, manos sobre mis muslos, piernas cerradas y la mirada en sus ojos.
Eso le demostraría a mi madre que nunca tuve y jamás tendré miedo a lo que pueda suceder. Luego de sufrir tanto en tu vida, aprendes que no tienes mucho que perder.
—No sabía que yo estaba en tu lista de peores criminales.
—Es por tu seguridad que viajamos aquí —un agente golpeó la parte trasera del camión y este comenzó a avanzar, alejándonos de aquel misterio.
—¿La mía o la tuya? ¿Quién querría hacerme daño después de tanto tiempo?
—Eres mi hija, eres un blanco y no puedo permitir que mueras.
—¿No puedes permitir que muera o no puedes permitir que haya más sangre en tus manos? —pregunté retóricamente.
—Angelique —dijo con un tono de voz amenazador.
—Creía que te habías olvidado de mi nombre —no se inmutó.
Ella no dijo nada, solo se limitó a seguir observándome.
Yo no era una criminal, o al menos era lo que muchas personas decían. Mi madre jamás podría perdonarme, eso sería demasiado para ella. Nunca esperé que lo hiciera, pero cambió tanto de un momento a otro, que me atrevería a decir que mi madre murió junto con ella.
Y yo fui condenada a tener que vivir con un monstruo como ella, porque mientras mantenía la ciudad o a los ricos "a salvo", yo estaba sufriendo y no estuvo para mi. La única persona que estuvo fue mi abuela, Martha.
Mi celular vibró y mi mente pensó lo peor.
—Dime si es el que te llevó a la escena del crimen —ordenó.
Saqué el celular de mi bolsillo y al encenderlo vi que tenía algunos mensajes de Jake.
—Solo es mi amigo —frunció levemente el ceño.
—Lástima que no es tu novio —noté la molestia en su voz.
Traté de no hacerle caso a mi madre.
Coloqué los números 19608 y desbloqueé el celular. Al entrar al chat leí infinidades de mensajes de texto. Eso no era normal en Jake, de hecho lo normal era que no contestara por estar con alguna chica o con varias.
Jake: An, An, tengo noticias para ti.
Jake: ¡Es urgente!
Jake: Si no contestas mi hermana me matará.
Jake: ¡ANGELIQUE!
Era evidente que lo que sabe que Jake quería conmigo, era de suma importancia, ¿pero qué tiene que ver su hermana en todo esto? Apenas la conozco.
An: ¿Qué?
Jake: Hasta que al fin, An. ¿Recuerdas que estabas buscando empleo? Pues no busques más, mi hermana te lo consiguió.
Fruncí el ceño.
An: ¿Cómo sabe de mi situación?
Jake: Ella quiso saber sobre ti y le conté que eres una chica aburrida, casada con los libros y qué buscas empleo.
An: Muy gracioso, pero ahora estoy ocupada.
Jake: ¿Al menos puedo darle tu número? Así hablan mejor.
An: Bueno y gracias.
Así que Sam quería saber sobre mi, que curioso. Parece que le di intriga, aunque luego de la forma que nos conocimos no sé si podré verle la cara nuevamente, debe haber creído que fui una tonta por haber pensado que era un ligue de su hermano.
—¿Quién era? —exigió saber.
—Parece que tendré un nuevo trabajo, a parte de trabajar en la cafetería —soltó una pequeña risita.
—¿Sigues queriendo dinero?
—Si tú no quieres pagar el geríatrico en donde está la abuela, es tu problema, pero yo no la dejaré.
—Esa mujer hizo de mi vida un infierno, no fue una buena madre.
—Y tú seguiste su ejemplo, me abandonaste cuando más te necesitaba.
—No fui yo quien lo destruyó todo —rebatió.
—No fui yo quien decidió vivir —sutilmente sus manos se aferraron aún más al arma que portaba.
Hablar del pasado era algo que molestaba a mi madre, pero jamás podría olvidar como me abandonó. Si ella estaba sufriendo, yo sufría aún más, pero ella siempre dijo que me lo merecía.
Fue entonces cuando mi abuela me ayudó, me dio refugio y consuelo. Lo único que podía hacer era ayudarla y si debo trabajar día y noche, lo haré para retribuir todo el bien que me hizo.
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Al llegar al edificio, mi madre hizo que escribiera mi declaración sobre lo sucedido, luego me ordenó que se la dijera verbalmente. Le conté que la voz que me había hablado era masculina, no lo tomó como un dato muy bueno, ya que la mayoría de los criminales en esta ciudad eran hombres, pero en lo personal creía que era de mucha ayuda.
Porque así, se reducía la cantidad de sospechosos, aunque es verdad que hoy en día puedes manipular todo con la tecnología.
Mi madre me siguió haciendo preguntas, como si fuera la culpable de todo y si no fuera por falta de pruebas, estaba segura de que ella me arrestaría.
Ahora estábamos en la sala de interrogatorios, donde hay cuatro cámaras, cada una colocada en una esquina superior de la habitación. Las paredes eran de color gris, en la pared izquierda había un vidrio especializado para que los de afuera observaran lo que sucedía, mientras que los de adentro no podían observar nada del exterior.
Ella revisó una carpeta con algunos archivos, en su mayoría, fotografías de la escena del crimen que el agente y detective Stone había conseguido.
—Estás libre —sentenció.
—Es triste que creas que tu hija sea la culpable de montar una escena del crimen.
—Viniendo de ti nada me sorprendería, Angelique.
—¿Algún día podrás entender que yo no tuve la culpa? —pregunté con un poco de temor a su respuesta.
Ella suspiró y bajó la mirada.
—Todas las pruebas apuntaban a ti y eras la única que estaba con ella. Además, ya te habían expulsado, no tenías nada que hacer allí —aseguró con firmeza.
Era inútil hacerla cambiar de opinión, no importaba cuantos años pasaran, ella siempre me vería como la villana de la historia y no como una víctima más.
—¿Entonces me puedo ir? —negó con la cabeza.
—No, quiero que veas al detective Stone, él nos puede ayudar mejor que nadie.
—¿Por qué dices eso? Solo es un detective más y se te olvida que si soy una criminal, no podré ayudarte.
—Ya entenderás porqué digo que él nos puede ayudar —rodeó su escritorio y caminó hasta la puerta—. Ven conmigo.
Rodeó su escritorio y caminó hasta la puerta. Tomó una tarjeta que había en su bolsillo trasero y la colocó sobre el lector que estaba en la pared. Este emitió un sonido junto a una luz verde.
Tomó la manija de la puerta y al bajarla, abrió la puerta para que podamos irnos de aquí. Bajamos las escaleras y caminamos por la parte central del edificio, en donde la acción sucedía.
Todos estaban trabajando sin tregua alguna, corriendo por todos lados con llamadas, papeles, comida y viendo carpetas con casos muy complicados.
A lo lejos había un hombre de cabello marrón por los hombros, un poco de barba y un traje de guardia de seguridad. Estaba leyendo algunas carpetas y tenía el ceño levemente fruncido.
Por alguna razón que desconocía, ese rostro se me hacía familiar. Es como si lo hubiera visto, pero no recordaba haber conocido a alguien de aquí.
Nos acercamos a él y al percatarse de nuestra presencia, cerró la carpeta y la dejó sobre el escritorio. Le estrechó su mano a mi madre y asintió.
—Un placer que tu entrenamiento haya acabado, William —abrí mis ojos como platos al oir su nombre.
—Ahora estoy listo para no dejar que lo que sucedió se repita —sus ojos marrones me observaron con odio.
No puede ser, William Stone había vuelto a mi vida, igual que Sophie. Esto no podía ser solo una coincidencia.
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