Cap. 12

Jane se preguntó qué estaba haciendo muchas veces esa noche. Empezó mientras se subía las medias de nylon, susurrándose que debería apagar la luz y meterse en la cama. Pero terminó poniéndose un vestido mostaza, entallado al ser confeccionado a mano, donde la falda caía plisada como una flor abierta y el escote revelaba poco más que sus clavículas finas.

Siguió diciéndose que no debería hacerlo al ponerse los pendientes de perlas frente al espejo, y susurró que debería parar mientras se maquillaba con los polvos.

Al estar pensando tanto en lo que hacía terminó olvidándose de que se había echado perfume, y volvió a rociarse al andar nerviosa de una punta del dormitorio a otra.

Se sentó en la silla del escritorio, dándole la espalda a su caballete de pintura, y revisó con la mirada cada carta sellada sin abrir que llevaba su nombre escrito en cursiva. ¿Qué estaba haciendo?

Una piedrecita golpeó su ventana, y la hizo levantarse con un suspiro desesperado. Se puso la gabardina, y abrió la ventana.

Miró hacia abajo para ver al sargento Barnes vestido de civil. Llevaba unos pantalones rectos de vestir, y una camisa de lino blanca. Le sonrió suavemente, y ella dio el paso de apagar sus luces y sentarse en el alféizar.

Bajó por el rosal marchito.

—Hola. —Le dijo, mirándola mientras ella se acomodaba la gabardina—.

Jane se giró.

—Hola.

Tenía un hombro apoyado en la pared de la casa, con los brazos cruzados. Olía a loción, y un mechón negro de su pelo caía sobre su frente. Ya casi no notaba que tenía la cara herida, amoratada y con un punto de sutura, cuando lo miraba.

—Pensaba que no tenías más ropa aparte del uniforme.

—Bueno, es mi ropa de los domingos. —Suspiró, mirándose un momento—. Es la primera cita que tengo en mucho tiempo, así que estoy un poco nervioso.

—Esto... —Jane frunció el ceño, negando con la cabeza—. Esto no es una cita.

—Pues estás muy guapa para nuestra no-cita.

—Tampoco es "nuestra no-cita". Voy al mercado, y tú me acompañas.

—Creo que intentaré dispararme más seguido para poder acompañarte a sitios. —Sonrió, mostrando los dientes—.

Ella le dio un golpe en el brazo, pasando por su lado.

—No me gustan tus bromas.

—Jane. —La llamó suavemente, girándose hacia ella—.

—¿Qué?

—Enséñame tu vestido.

Ella paró, extrañada, y volvió a mirarlo. 

Sin entenderlo, se encogió de hombros y se deshizo del cinturón de la gabardina. El vestido de falda plisada se desveló.

—Me lo trajo mi madre de Francia. —Sonrió, pasándose una mano por el vientre para alisar las arrugas—. Es uno de mis favoritos. Y tiene bolsillos.

—Te queda muy bonito. —Se acercó a ella—. Estás preciosa.

Jane tuvo que inclinar la cabeza.

—Bueno —Lo miró de arriba abajo sutilmente—, tú también estás muy guapo. Y hueles bien.

—¿Esta es tu manera elegante de decirme que normalmente visto mal y huelo peor? Eres muy considerada. —Empezó a andar a su lado—.

—¿Qué? —Se rio—. No. Yo no he dicho eso.

—Tampoco lo desmientes, muchas gracias.

—Vas de uniforme todos los días. —Se encogió de hombros—. ¿Qué quieres que diga?

Iban a cruzar la calle, pero Jane lo paró.

—Espera. —Lo cogió del brazo, sonriente—.

—¿Has dicho que tu madre va de compras a Francia? —Le preguntó, de pie a su lado mientras miraban la fachada a oscuras de la casa—.

—Sí, pero porque mis abuelos son de Lyon.

—¿Tu madre es francesa?

—Fue enfermera. Y mi padre luchó en Verdún. —Lo miró, sonriendo—.

Él hizo una mueca curiosa.

—Vaya. —La miró, con las manos en los bolsillos—. ¿Qué estamos esperando?

—Faltará poco. —Jane revisó su reloj de pulsera—.

La casa siguió a oscuras, sin ninguna luz en el interior, pero después de unos segundos la puerta principal se abrió. Brianna, y Dorothy detrás de ella, susurraron algo mientras salían.

Se quedaron quietas al ver a Jane ahí.

—Hola.

Las dos se quedaron desubicadas.

—¿Qué haces aquí? —Le dijo Brianna—.

—¿Y vosotras? —Levantó ambas cejas—. Estamos yendo al mercado, ¿no?

—¿Cómo sabías que...?

—Vamos. —Hizo un ademán—. Se nos hará muy tarde. Este es James, por cierto.

Dorothy se vio cohibida, al verlo con esas heridas en la cara.

—Hola. —Les sonrió él—.

—¿Qué? —Dijo Brianna, indignada—. ¿Vamos a pasar toda la noche a tu lado como niñas, y encima tenemos que aguantar a tu cita?

—¿Pero-? No. —Jane frunció el ceño, bajando más la voz—. No es mi cita.

—Bueno, lo parecemos. —Asintió James, mirándola—. Lo parecemos un poco.

—No lo somos. Nos conocimos y esta noche estamos saliendo juntos para... Oh, Dios, qué mal ha sonado eso. Olvídalo. ¿Y queréis callaros de una vez? Vámonos antes de que amanezca.

Cogió el brazo de Brianna, y empezaron a andar hacia el pueblo a buen paso. Las farolas de luz cálida los acompañaron, señalando el camino.

—¿Y te dolió mucho? —Dorothy hablaba con James, andando a su lado—.

—No. Más que nada es práctica, tienes que cerrar bien la mano, y estirar el brazo recto. Donde duele más es en la boca, pero si das el golpe mal puedes cortarte con los dientes. Lo mejor es dar en el cuello, o cerca de los ojos como me hicieron a mi.

—¿Puedes parar de contarle métodos de tortura a mi hermana pequeña? —Dijo Jane—.

Llegaron a la plaza adoquinada, donde empezaba el mercado. Había luces en muchos puestos para llamar la atención, música y gentío. Algunos niños tiraban monedas a la fuente y cruzaban los dedos, también había parejas que bailaban sonriendo. El aire de esa noche era frío, pero el pueblo estaba despierto.

James vio a Stephen en un banco, con otros hombres, y las dejó para ir a saludarlo.

—Bien, ¿vamos a seguir dándote la mano, mamá? —Se quejó Brianna, girándose hacia la mayor—.

—Tranquila, Bri, ¿has quedado con alguien?

—Sí, con una copa en el bar más cercano. ¿Nos podemos ir ya?

—Claro. Y... Te has maquillado mal. ¿Me has vuelto a coger el pintalabios? —Se acercó a ella, borrando el rojo difuso bajo su labio—.

—No llevaba tu nombre cuando lo vi en el tocador.

—Brianna. —La llamó—. Siento que no te aceptaran en el conservatorio.

A ella le cambió la cara.

—¿Cómo sabes eso?

—Vaya... Señoritas, que buena noche para conocernos. —Un hombre, acompañado por otros dos, se acercaron con una sonrisa suspicaz. Se aclaró la garganta—. ¿Querrían bailar?

—No, gracias. —Dijo Jane—.

El hombre miró a Dorothy de arriba abajo.

—Hola. —Le sonrió—. No te había reconocido, desde esa vez que te vi tocando el violín.

—Yo sí. —Respondió ella, mirando para otro lado—.

—No me digas que no quieres un baile. —Pasó un brazo por su cintura, sonriéndole. Ella se sonrojó—.

—He dicho no, gracias. —Repitió Jane, cogiendo a su hermana del brazo para apartarla—. Además, esta canción se acaba. Adiós.

—Ahora pondrán otra. ¿Te gusta mucho la música, preciosa? Conozco un bar donde hay un grupo de jazz.

—No, gracias. Vamos juntas.

—Perdona, estaba hablando con un amigo. —James volvió, con un cigarrillo en los labios—.

Se palmeó los bolsillos, buscando algo.

—¿Tienes fuego, Frank?

—Sí.

Dio un paso hacia él, acercándose a la llama del mechero, y volvió al lado de Jane.

—Adiós. —Les dijo ella—.

Frank miró a sus amigos, y se despidieron. Los vieron irse.

—Me lo parece a mí —James exhaló el humo—, ¿o me estás utilizando para espantarlos?

—¿Que? No. —Jane se giró hacia él, con el ceño fruncido—. ¿Qué tipo de persona crees que soy?

Se la quedó mirando, dando otra calada, y Brianna pasó entre ellos para darle la mano a Dorothy.

—Cualquier cosa te avisamos, ¿no, mamá? —Se burló la hermana rubia, yéndose hacia el mercado—.

—Os quiero ver aquí después de dos horas, ¿me habéis oído? ¡Y no bebáis mucho!

Brianna hizo un ademán, despidiéndose. Se fueron hacia el ruido, hacia las luces y la música.

Jane suspiró mientras las perdía de vista.

—¿Y? —Dijo él a su espalda—.

Jane se giró, apartándose un mechón de la boca.

—Tengo hambre.

Lo vio sonreír, estirando sus heridas y sus marcas de expresión, y le indicó con la cabeza.

—Vamos, chica de ciudad. Tienes que probar la comida de aquí.

Lo siguió por el río de gente que subía la calle, chocando hombros con alguien o evitando a los niños que corrían de la mano de sus madres. Siguió a su lado, y pararon frente a un puesto de comida. Lo atendía un hombre mayor que fumaba, y su mujer que cosía el toldo sentada en una silla.

—Hola, Mickey. —Lo saludó James—.

—¡Hombre! ¡Hola, Ben! Ya tardabas en venir a robarnos.

—Veo que el hambre no ha afectado tu sentido del humor.

Jane miró los frascos con mermelada, el humo apetecible que desprendían las galletas en bandejas metálicas. Había quesos, mantequilla abierta al lado del pan, miel en tarros sin etiqueta, jarabe de arce y huevos.

—Esa tarta de manzana me está haciendo ojitos, pónme un trozo.

—Ahora. —El tendero se levantó con un crujido de rodillas, yendo hacia el estante—. Veo que traes buena compañía, eh, Ben.

Él la miró a su lado, sacando el dinero.

—Hola. —Sonrió Jane—.

—¿Quieres algo de aquí, guapa?

—La verdad es que no he podido dejar de mirar estos tarros. ¿Tiene mermelada de melocotón?

El hombre se rio, acercándose con la tarta de manzana.

—Cielo, deja el usted fuera de esta tienda si no quieres enfadarme. —Le dio la porción a James—.

Limpió el cuchillo que estaba en la mantequilla, y rebuscó en un frasco casi vacío para untar una rebanada de pan caliente.

—Aquí tienes.

—Muchas gracias. —Le sonrió, aceptándolo, formó dos hoyuelos en sus mejillas—. ¿Cuánto es?

—No, no, nada de eso. Aquí las mujeres guapas no pagan.

Jane ahogó una carcajada ilusa, sonrojándose.

—Bueno, gracias.

Se apartaron de la gente, buscando un lugar donde comer.

—Es encantador, ¿verdad?

—Un poco raro. —Jane entrecerró los ojos—. ¿Por qué te ha llamado Ben?

—Porque me llamo Benjamin. —Se sentaron en un banco solitario—. Te pedí que me llamaras por mi segundo nombre y así me he quedado para ti.

—Ah... Perdón.

—Stephen también me llama así. —Cogió un trozo de la tarta de manzana—. Tienes que probar esto.

Jane lo vio disfrutar de ese bocado, y luego bajó la mirada hacia la porción que le ofrecía, cubierta por una servilleta de papel.

—No suele gustarme lo dulce. —Lo avisó, con un poco de asco al partirla con los dedos—.

Se la llevó a la boca, y cuando terminó se lamió la yema.

—¿Por qué está tan buena? —Se relamió los labios—. Odio el caramelo.

Él la miraba, mientras ella observaba el reflejo de la luz en el río.

—No lleva.

Jane se giró hacia él en el banco, mordiendo el pan con mermelada.

—No está mal. —Deliberó, mirando la comida—. Pero he probado mejores.

—¿Pero? ¿Has dicho pero?

—Sí.

—Espero que sepas nadar, porque te tiraría al río por decir eso. —Señaló el agua, levantándose—.

—Deberías viajar más. —Frunció el ceño—. O probar mi tarta de manzana.

—No me ofrezcas comida porque me pierdo.

Le dio la mano, y Jane se levantó.

—¿Vamos a por unas cervezas?

Ella asintió, teniendo que inclinar la cabeza hacia atrás. Lo siguió de nuevo por la calle mayor, la más ancha, donde pasaba la gente y la música era más fuerte.

Pasaron frente un puesto de tiro al blanco, decorado con peluches y dulces para los niños. Jane se acercó al instante al ver un peluche de felpa del león de Mago de Oz. Tiró del brazo de James hasta llegar a ese puesto.

—¿Cuánto cuesta? —Le preguntó al hombre que atendía—.

—Dar a doce dianas.

—¿Lo vas a intentar? —Dijo James encendiéndose un cigarrillo, mientras ella pagaba—. Es bastante caro y ese peluche que te gusta da miedo.

—¿No has leído Mago de Oz?

—¿A quién le gusta leer?

Jane pasó a la zona de disparo, colocándose al lado de un niño, y cogió la carabina de aire comprimido.

Las dianas grandes se movían de lado a lado, y las pequeñas eran demasiado pequeñas y estaban lejos. Se colocó en la línea.
Cerró un ojo para fijar los colores rojos, y cuando estuvo en el sitio apretó el gatillo. Tumbó la diana, pero apenas la había rozado.

—Dios, ¿cómo puedes desmontar armas tan rápido y disparar tan mal?

—Tampoco lo he hecho tan mal.

James se acercó por su espalda, pudo oler el humo de su cigarrillo. Le dio un pequeño toque con el pie.

—Separa las piernas.

Ella se miró los zapatos, haciéndolo. James se inclinó a su altura, y cogió sus manos para colocarlas bien en el arma.

—Apoya bien la culata, tiene retroceso.

Jane tragó saliva, anclando mejor el arma contra su hombro. Casi le quemó los dedos la ceniza que desprendió el cigarrillo, porque James seguía sosteniendo su mano para que cogiese bien el arma.

—Espera a que la diana se mueva hasta aquí. —Bajó la voz, moviendo la carabina hasta que estuvo recta en sus brazos—. Si te mueves tú será más fácil que falles.

Jane cogió aire. Tampoco tenía pensado moverse un paso, porque chocaría contra él, pero él no pareció querer moverse tampoco.

—Y controla tu respiración. —Susurró a su lado, casi en su oído—. Vas a tener tu peluche feo.

Ni siquiera pudo moverse para deshacerse de ese escalofrío que le causó. Le hormigueó el cuello, pero relajó los hombros, y él se apartó de su espalda. Al sentir sus manos abandonadas sintió que ni siquiera rozaría la diana ahora.

Intentó concentrarse, y exhaló un suspiro antes de que la diana llegara frente a ella. Apretó el gatillo, y controló mejor el retroceso.

—Abre los dos ojos. —Repicó un dedo en su sien—.

—Me estás poniendo muy nerviosa.

—Lo noto. —Sonrió—.

Siguió disparando, y después de cinco intentos solo una diana se le resistió.

—Dame. —Le dijo, apurando la última calada de su cigarrillo—.

Tiró la colilla, y Jane le pasó el arma de aire comprimido. Él se colocó con la misma facilidad de quien se ataba los cordones.

—Las daré todas. Y con la izquierda. —La cambió de brazo, mirando a Jane con una sonrisa—.

Ella miró para otro lado.

—Ya sé que lo harás, no tienes que impresionarme.

Él volvió la vista a las dianas, y movió el cañón para perseguirlas. Tenía las mangas de la camisa subidas, y sus manos heridas sostenían con seguridad el arma. ¿Cuántas vidas habrían tomado esas manos que ahora tomaban un arma de niños?

—Creo que hemos ganado. —Dijo al final, bajando la carabina—.

Fueron al hombre que atendía, y descolgó el peluche del león para dárselo a Jane.

—Gracias. —Le dijo, mirándolo, aunque parecía distraído—.

—Tú has hecho la mitad. ¿Te siguen apeteciendo las cervezas? Porque están vendiendo mi marca favorita por puta excelencia.

—Sí, pero no tengo dinero.

—Yo tampoco. —Se encogió de hombros, yendo hacia allí—.

Jane lo siguió.

—¿Y qué vas a hacer?

James rodeó a la multitud que compraba en el puesto de cervezas, curtidos y quesos, y fue sigilosamente a por los botellines que iban de cuatro en cuatro. Jane apretó los labios, evitando reírse al ver lo que iba a hacer, y miró para otro lado.

Él las cogió, y volvió lentamente hacia Jane.

—¿Qué coño estás haciendo? —Gritaron a su espalda—. ¿Vas a pagarme eso?

—¡Corre, corre!

La cogió del brazo, y empezaron a correr fuera del mercado mientras Jane se reía.

—¿Qué acabas de hacer?

—¡Tú corre!

—¡Muy buena idea correr con estos tacones!

Dejaron atrás la calle mayor, la gente, y poco a poco las luces. Llegaron al acantilado del bosque jadeando. O, al menos, jadeaba ella.

—Como no valga la pena te voy a dejar aquí plantado. —Apoyó las manos en la cintura, sin aire—.

—¿Es la primera vez que robas algo?

Jane se sentó a su lado, con las luces de Brooklyn a sus pies, y se quitó los tacones.

—Sí.

Los dejó a su lado, con el peluche, y James le pasó la cerveza.

—Gracias.

Calmó la respiración, y dio un trago. Él la imitó.

—¿Y bien?

Jane hizo una mueca, volviendo a beber.

—Aquí no hay ningún 'pero'. —Le sonrió—.

—No. —Miró el botellín—. Pero con estas vistas todo es mejor.

Empezaron a beber, y por imprudencia de Jane terminó más contenta de lo que debería.

—Espero que mis hermanas estén bien.

James miró su reloj.

—Aún no han pasado dos horas.

—No sé, porque cuando miro los números no se enfocan. —Se rio en voz baja, cubriéndose la boca—.

—Ya... Creo que deberías parar. —Le recomendó él, apartando el último botellín casi acabado—.

—¿Por qué me has dejado beber tanto? —Suspiró, mirando el cielo—.

—Eres amable cuando bebes.

—Dios, mañana voy a encontrarme mal... Y Henry no va a dejar de hablar y hablar, y yo querré irme a dormir y tendré que trabajar. —Arrastró algunas palabras—.

—¿Henry es tu prometido?

—Sí.

—¿Así que esta es nuestra última noche? —Arqueó una ceja—.

Jane lo miró a su lado, quedándose perdida en algún punto entre sus ojos celestes y las heridas de su cara.

—¿Tú quieres que lo sea? —Bajó la voz, por si alguien la escuchaba, por si ella se escuchaba—.

—No. Aún no lo conozco y ya lo odio.

James dio un trago corto a su cerveza, mirando hacia el acantilado. No le dijo nada, pero de fondo se escuchó la música del mercado.

—Oye, Jane. —Giró la cabeza hacia ella—. Siento haberte hablado mal estos días.

—No pasa nada.

—Estaba de mal humor porque me ignorabas y... —Suspiró—. Me dolía toda la cara.

—¿Por qué os peleásteis?

James hizo una mueca.

—Es del... Bueno, tú eres una mujer, seguramente lo comprendes. Stephen-.

—¿Tu amigo?

—Sí. Intenta ligar con todo el mundo, siempre es así. Pero cuando bebe mucho a veces no diferencia entre un hombre y una mujer, ¿entiendes?

Jane se quedó con los labios entreabiertos, arqueando una ceja. Asintió levemente para que siguiera hablando.

—Cuando le pasó por primera vez casi lo mataron en un callejón. Siempre están con sus bromas de mierda.

—¿Por qué no hace nada?

—¿Qué podría hacer contra tres hombres?

—Tú tampoco podrías hacer mucho y lo intentarías. —Musitó, mirándolo a los ojos—.

—Ya. —Sonrió mínimamente—. Es que Stephen no es yo.

—Hay veces que parece que quieres morir.

—Y parece que a ti te gusta la muerte. —Ladeó la cabeza—.

Jane exhaló una risa, iluminando su cara.

—Mi padre dice que eres malo. Que ni siquiera eres una persona. Y los hombres cuando te ven se van. ¿Qué has hecho para que crean eso?

James la miró confundido, frunciendo el ceño.

—¿No te lo ha contado aún?

—No. ¿Qué es-?

—Maté a mi padre.

Jane se quedó sin palabras. Como si le hubiese hablado en un idioma desconocido. James esbozó una sonrisa rápida, y volvió la vista al acantilado.

—Ya. Todos me miráis así cuando lo sabéis.

—He visto las quemaduras de tus brazos. —Habló, con la voz pastosa y sus ojos oscuros nublados por la cerveza—.

James volvió a mirarla, con miedo. Se callaron durante un momento.

—¿Qué cicatriz es? —Le preguntó en voz baja, más cuidadosa—.

Él pareció procesarlo primero. Luego se miró la mano izquierda, y giró el antebrazo para verse las cicatrices.

—La primera.

Pasó la mano por la línea recta, la más gruesa. La que fue más profunda.

Jane se acercó, y también tocó su cicatriz, pero no notó cómo se tensó al sentirla. Como si esa caricia le doliese.

—James.

—No quiero hablar de él, Jane.

—Te iba a decir si quieres bailar conmigo. —Susurró—.

James levantó la vista hacia ella, pues la tenía al lado. Lo suficientemente cerca como para rozar sus narices si quería. Olía a miel y a flores.

—No sabes bailar.

—¿Quieres que te pise los pies? —Rio en voz baja—. Enséñame, idiota.

—Eh, esto no va así, debería habértelo pedido yo a ti.

—¿Por qué no lo has hecho?

—Porque me habrías dicho que no.

—Bueno, pregúntamelo ahora.

Él soltó un suspiro.

—¿Quiere bailar, señorita Walker?

—Sí, James. —Sonrió, dándole la mano—.

La aceptó, y se puso en pie antes que ella. Jane se puso los tacones y al levantarse, aún en contra de su voluntad, tuvo que sostenerse de él para no marearse.

—Vale. —Rio—. Vamos a ir poco a poco o sino me caeré por el acantilado otra vez.

—Entendido.

La música del mercado se escuchaba de fondo.

—No quiero matar a la única persona que le caigo bien.

Jane rompió a reír, apoyándose en su brazo.

—No me caes bien.

—Me toleras.

—Sí.

—No te asustes si te cojo de la cintura. —La avisó, pasando un brazo sobre el cinturón de su vestido—.

—Me asustaría menos si no fueras tan alto. —Jane miró sus manos, sin saber dónde ponerlas, hasta que él dejó su brazo izquierdo alrededor de su cuello. Se tensó cuando lo hizo—. Es... Muy cerca. ¿No?

—Tranquila. No te voy a besar.

—Lo decía porque sin espacio te voy a pisar.

—No pienses en eso.

—¿Y no me amenazaste hace poco? —Susurró, apartando más la cara para mirarlo a los ojos—. ¿Ya no soy tu tipo?

Él no cambió su expresión.

—Pues no. No me gustan las enfermeras que no les gusta ser enfermeras, se meten en cualquier asunto y hablan como si lo supieran todo.

—Pues a mi me gustan menos los hombres que visten todos los días un uniforme aburrido, no les gusta leer y fuman un paquete de cigarrillos por hora.

—¿Quieres callarte y escuchar la puta música?

Le cogió la mano derecha, entrelazando los dedos, y la acercó más al notar que se había apartado.

—Es fácil, tienes que dar un paso atrás con el pie derecho.

Lo hizo mientras escuchaban a destiempo la canción de fondo, y él acompañó su movimiento, cogiendo bien la mano de Jane cuando notó que perdía el equilibrio.

—Ahora hacia el lado, y luego hacia atrás.

La tomó de la cintura para acompañarla, y ella deslizó el brazo por su hombro, moviéndose a la vez en un pequeño círculo que ondeaba la falda plisada de su vestido.

—Esto es divertido. —Sonrió ella, siguiendo el patrón—.

—Y eso que no tenemos música.

La apartó sutilmente, aprovechando que la cogía de la mano para darle una vuelta. La empujó hacia él, y la tomó de la cintura para hacerla caer hacia un lado, sosteniéndola.

—Para, para, porque voy a vomitar. —Se rio ella, con los ojos cerrados—.

—Te agradecería que no lo hicieras, porque es la única camisa buena que tengo.

Se sostuvo de sus brazos para no sentir que caía, pero difícilmente podía dejarla caer.

—Vale. —Exhaló con una sonrisa, mirándolo desde abajo—.

Deslizó la mano de su hombro hasta su cuello, observando el mar de sus ojos, su pelo corto y negro. Él se rio.

—No vamos a hacerlo.

Ella negó, con la mirada anclada en la suya. James se puso más serio.

—No vamos a hacerlo...

Jane negó en sus brazos, acercando más la cara.

—Joder, lo estamos haciendo.

Tirando la inhibición al viento, casi como si la empujaran, lo besó. Apretó los labios contra los suyos, enterrando la nariz en su rostro, y suspiró sobre su boca.

Se irguió otra vez, notando cómo él inclinó la cara hacia la suya, y cuando se separó sus labios parecieron quejarse. Pero se apartó de él como si supiera amargo, como si se hubiera quemado la lengua y tuviese fiebre.

Se pasó una mano por la frente, y se giró en un jadeo.

—Joder... ¿Qué estoy haciendo? —Susurró, asustada—.

James, confuso, se encogió de hombros con los labios entreabiertos.

—No lo sé, pero no lo dejes.

Se quedó quieto, viéndola preocupada y con la respiración agitada, hasta que fue hacia él y volvió a besarlo. Pero antes de que tuviese reflejos de corresponder volvió a girarse, horrorizada.

—Espera.

Susurró, cogiéndola de la muñeca y girándola hacia él. La falda del vestido se ondeó en sus rodillas, y la estampó contra sus labios, inclinándose para acomodarse a la altura de la mujer. La besó hasta consumirla, abriendo la boca contra la suya y sacando de ella débiles jadeos mientras intentaba seguir el ritmo. Sin volver a irse.

Sus manos se deslizaron por el cuerpo de ella, por la curva cerrada de su cintura y su espalda, pudiendo por fin tocarla.

Jane se dio cuenta de que nunca la habían besado así, como si ella fuera el agua y él el sediento. Siguió besándolo hasta que sus pulmones ardieron, entonces mordió levemente su labio inferior para separarse.

—Esto no está pasando. —Lo avisó en un susurro, deslizando las manos de sus hombros para desabrocharle los botones de la camisa—. No está pasando...

Jadeó, hipnotizada, tocándole el pecho y los brazos.

—Nunca ha pasado.

—No. —Susurró él, necio—.

Lo calló a media palabra, tragándose sus suspiros.

Apoyó una mano en el árbol detrás de ella, inclinándose mejor a su altura, y sus brazos y hombros parecieron una amenaza. Jane jadeó pegada a su boca, relamiéndose los labios y los restos de saliva que había dejado en ellos. ¿Por qué estaba tan... Fuerte, tocara donde le tocara? Subió una mano de uñas rojas por su pecho, sobre su camiseta interior, y lo empujó a sus labios sin un momento para respirar. Cerró los ojos mientras lo besaba, despojada de cualquier juicio, pero paró al escucharlo gemir cuando le acarició la cara.

—Lo siento. —Susurró sin aire, bajando las manos a su cuello—.

Él apenas negó para disuadirla, volviendo a ella como si sus besos fueran el aire que necesitaba para no ahogarse. Ahora era él quien llevaba las riendas de lo que estaba pasando. Quien le rodeaba la cintura con sus manos enormes, quien deslizaba los dedos hacia sus costillas y la tocaba como si fuera a romperse. O quizá así quiso sentirlo Jane.

Porque, en realidad ¿qué sabía Jane de besos y caricias? No obstante, algo le palpitaba y se le retorcía en las entrañas cuando él le lamía la lengua, cuando le mordió un punto sensible del cuello, cuando a James se le escapó un gemido suave al agarrarla de las caderas. Tuvo que apartarse de él de manera abrupta, chocando la espalda contra el tronco del árbol.

—Espera, espera, no me estás dejando respirar. —Jadeó ella, cogiendo aire—.

Él se agachó más para besarle el cuello, haciéndola gemir, y sintió que perdía el juicio. Notó sus manos gráciles enterradas en su pelo, sin dejarlo escapar si no era para empujarse más hacia ella. Le subió la falda mientras se la comía a besos.

—Un momento... Espera. —Jadeó ella, extasiada, apartando sus manos—.

—Los dedos. —Suplicó—. Por favor, solo los dedos...

—James, ¿estás aquí?

Unos pasos crujieron entre los árboles, y al escucharlo la asustó tanto que ahogó un grito. La figura de un hombre se acercó, y Jane se apartó hasta darle la espalda.

—Stephen... —Gruñó James, con las manos en la cadera—. Te voy a matar y a enterrarte aquí mismo.

—¿Interrumpo algo? —Sonrió el rubio—.

—No.

Stephen se rio al ver las marcas de carmín, y cuando Jane se puso a su lado los dos se miraron al ver el desastre que habían hecho. Ella se limpió con el antebrazo, borrando el pintalabios rojo mirando al suelo.

—Jane, te he estado esperando quince minutos. —Apareció Brianna—. ¿Dónde estabas?

—¿Qué-? No. Estaba...

—Dorothy no ha vuelto.

Jane palideció al escucharla, a pesar de haber estado más roja que su pintalabios.

—¿Qué? —Susurró—. ¿Has perdido a tu hermana?

—Yo estaba en-.

—Vamos a buscarla, inútil. —Fue hacia ella, empujándola para que empezara a caminar—. Como le haya pasado algo será por tu culpa, Brianna.

—¡Jane, yo estaba...!

—¡Cállate! —Chilló, nerviosa—.

Ambas se fueron del bosque, y con ellas el ruido. Los dos hombres se quedaron allí, y Stephen miró a su amigo estupefacto, que seguía sucio de carmín.

—¿Cómo lo has hecho?

James apenas estaba conectado, negó con la cabeza, encogiéndose de hombros.

—N-No lo sé, ¿diciéndole que maté a mi padre y enseñándole a bailar?

Stephen asintió.

—Muy buena, me la apunto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top