Capítulo 26-Emma

—¿Tenías que interrumpir? —Álvaro lo mira con los ojos entrecerrados. Está molesto.

—Oye, lo siento. Entiendo que estéis en uno de esos momentos mágicos de pareja, pero tenemos que irnos.

—¿Adónde? —Me separo un poco más de Álvaro.

—No me creo que se te haya olvidado... ¡Hoy es la competición!

Oh, mierda. No llegamos. Dios mío.

—¡Subid al coche ya y dejad de miraros como pasmarotes!

El ataque de "ira" de Carlos me causa gracia, pero le hago caso y subo al coche. Nada más entrar Álvaro detrás de mí, Carlos arranca a toda velocidad.

—Poneros el cinturón.

Volvemos a hacerle caso.

—Son cuatro horas de aquí a Madrid, y quedan tres y media para que empiece la competición. No os toca los primeros, pero tengo que ir lo más rápido posible.

Álvaro y yo nos miramos. Es la primera vez que vemos a Carlos estresado.

Apoyo mi cabeza en el hombro de mi novio. Suena bien, eso de "novio". Le doy un pequeño beso en la mejilla, pero él lo retiene en los labios.

Nos besamos con fuerza durante unos minutos, haciendo pequeñas paradas para respirar. A nuestro alrededor, los árboles pasan volando.

Pasa de acariciarme la mejilla a poner ambas manos en mi cintura. Yo aprieto mis brazos en su cuello para tenerle más cerca.

Carlos pega un pitido con el volante que nos sobresalta.

—Os quiero, chicos, pero no quiero sexo en la parte de atrás de mi coche nuevo. Os aguantais.

Me pongo roja, llevo tiempo sin ponerme así. Vuelvo a la misma posición del principio, mi cabeza en su hombro, pero esta vez entrelazamos las manos.

Alrededor de una hora después, con el coche en silencio, Carlos vuelve a hablarnos:

—Para cuando lleguemos, probablemente os toque salir, así que tenéis que estar vestidos y peinados ya.

—¿Y cómo vamos a hacer eso? —Frunzo el ceño.

—Mirad detrás vuestro —replica.

Miro. Hay dos bolsas de deporte con nombres: Emma y Álvaro. Las cojo y las pongo sobre mi regazo.

—Tenéis todo lo que necesitáis. Cambiaros ahí detrás, yo no miraré.

Álvaro ya ha abierto su bolsa, contiene una camisa azul oscuro y unos pantalones negros, además de un peine. Se quita la camiseta, provocándome calores innecesarios.

—Emma, no voy a mirar. Vistete de una vez —me recuerda el rubio.

Abro mi propia bolsa. Lo primero que veo son unos tacones marrones preciosos. Hay un cepillo a su lado, junto a mi bolsa de maquillaje. Al fondo, está mi nuevo vestido, que usaré para la actuación.

Me fijo que Álvaro ya lleva los pantalones puestos, y me mira, entre sugerente y divertido.

—¿Te ayudo? —Acompaña la frase de un beso en los labios.

Pongo los brazos hacia arriba y Álvaro tira de mi camiseta para que desaparezca. Yo misma me quito los pantalones, quedando en ropa interior en un coche con dos chicos.

Álvaro abre la cremallera del vestido y me lo empieza a poner por encima de la cabeza. Me levanto unos segundos para bajarlo hasta abajo, y meto mi brazo por la única manga que hay.

Me pongo los tacones enseguida.

—¿Tenéis un espejo?

—¿No tienes tú en la bolsa de maquillaje? —pregunta Carlos.

—No, nunca llevo, porque me maquillo en casa.

—Usa la cámara frontal del móvil.

El mismo moreno coge su móvil y me lo pone delante de la cara para que me mira. Me voy maquillando con lo que Clarabel sugirió.

Una vez he acabado, lo guardo todo y saco el cepillo. Con el pelo ondulado, cepillarse cuesta, sobre todo con los enredos que se forman en mi pelo estando en un coche sin hacer nada.

—Eres una persona muy lenta para prepararte —se queja Álvaro.

—En primer lugar, tú ni siquiera te has peinado. En segundo lugar, bien que luego te gusta cómo me visto y me maquillo.

—Tiene razón, Alv.

—Cállate, rubio.

Cojo el peine de un malhumorado Álvaro y me dedico a peinarle el pelo hacia arriba, aunque sin gomina es algo complicado.

—Ya está, precioso.

—No deberías usar esa palabra para describir a un hombre. —Carlos suelta una carcajada.

—Dedícate a conducir, que para algo tienes carnet.

—Si llego a saber que sacármelo antes de verano iba a significar llevaros a la luna de miel...

El tiempo pasa y cada vez estamos más cerca. Nuestros móviles están llenos de mensajes maldiciéndonos por no aparecer, pero los ignoramos. Lo importante es llegar.

—La competición acaba de empezar.

—Tranquilos, estamos ya en Madrid. Solo tenemos que llegar al auditorio y punto. Ni siquiera buscaremos parking, os bajais y ya me encargo yo de todo.

—Carlos, muchísimas gracias por todo.

—No las deis. En verdad me encanta ayudaros.

En diez minutos estamos en la puerta. Bajamos escopetados, solo espero que no nos haya tocado ya.

—¡Estáis aquí! —exclama Clarabel cuando entramos al camerino.

Todos nuestros amigos están ahí, mirándonos con sorpresa.

—A ver, tranquilidad, estamos vestidos y aquí. ¿Cuándo nos toca?

—Habéis tenido suerte, sois los penúltimos.

—Algo que sale bien hoy, gracias a Dios...

—¿Dónde demonios habéis estado?

—Eso, hermano mío, es información clasificada.

Dejo a Álvaro hablando con los chicos y yo me acerco al backstage a cotillear.

—Vaya, vaya... Pensé que habrías huido.

Me doy la vuelta. Ese pelo teñido, ese aire de pija...

—Y yo creí que estarías en un centro de menores por ayudar en estafas.

—Mi padre me sacó. Aunque aún me la debes por mi madre. La han condenado a mucho tiempo.

—Lo sé, cielo. Testifiqué en su contra. —Pongo mi mejor sonrisa.

—Mi grupo es el último y te aseguro que te voy a aplastar como a una cucaracha, huerfanita.

Me pongo roja. Me dirijo hacia ella para partirle la cara, pero Álvaro me coge antes.

—Ignorala, vamos.

Respiro lentamente para librarme de mi instinto asesino. Entonces, Clarabel entra en el camerino.

—Os toca los próximos. Id yendo.

Me coloco en mi posición. Los anteriores son bastante buenos, pero no tienen lo que Álvaro y yo. Química.

Cuando canto, me olvido de donde estoy y me centro en lo que hago. Lo que más me gusta del mundo.

Tras un aplauso ensordecedor, salimos de la mano. Paula ya está preparada para salir.

Una vez su numero ha empezado, acaricio la mejilla de mi novio y lo beso.

—¡Ha estado genial! —chilla Carlos, apareciendo a nuestro lado.

—Veo que has tardado en aparcar.

—He llegado para veros, que eso es lo importante.

—Vais a ganar seguro —comenta María, saliendo del camerino.

—Ha estado genial, hay que admitirlo.

Acaba Paula. Le dedica una mirada de odio a mi mejor amiga. Se mete en su camerino. En unos minutos dirán quién es el vencedor de la competición entre institutos.

Enseguida nos llaman a todos los participantes para dar el cheque para el instituto vencedor. El corazón me late a mil por hora.

—Y el ganador... —dice un hombre por un megáfono— de la competición regional de canto y baile entre institutos es... ¡el Instituto Central Madrileño!

Pego un salto, somos nosotros. Álvaro no me besa, sino que me da un abrazo muy fuerte. Tras eso, vamos a por el cheque.

Muchas fotos después, volvemos al camerino, donde nos matan a abrazos.

—Sabía que lo conseguiríais. —Me abraza María.

—Gracias por confiar en mí.

—¿Emma Cantó?

Me doy la vuelta. Un hombre trajeado y de graciosa perilla está junto a la puerta. Tiene un gracioso acento extranjero cuando pronuncia mi apellido.

—Soy yo.

—¿Podría hablar con usted a solas?

Me encojo de hombros y salgo detrás de él.

—¿Quería algo?

—Bien, veamos... —Busca algo en un cartera. Al final saca una tarjeta—. Soy un enviado especial de Julliard, la universidad...

—¡La mejor escuela del mundo para la música!

—Veo que nos conoce. —Suelta una carcajada. Me pongo roja.

—He oído que es un sitio increíble.

—He estado observándola, no solo hoy, sino en ensayos y en el conservatorio. He hablado con sus profesores de baile y todos están de acuerdo en que es usted una auténtica proeza. Y puedo decir que estoy de acuerdo.

—Esto... Gracias.

—Sin embargo, no he venido aquí para alabarla. Mi escuela, que se encuentra en Nueva York, como usted ya sabrá, le ofrece una prueba en canto y baile para entrar los próximos años.

—¿Ir a Julliard? ¿Yo?

—Es usted extraordinaria, pero primero le haremos unas pruebas, que seguro que pasará. ¿Le interesa?

—¡Por supuesto!

—Bien, las pruebas se realizarán en Nueva York durante la próxima Semana Santa.

Asiento, emocionada. Para Semana Santa quedan dos semanas, e iré a Nueva York a intentar entrar en la mejor escuela de canto y baile del mundo. Es como un sueño.

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