8

Anhelar estar a su lado

— Ella le dijo —empezó a decir Rico soltándola despacio— que se alejara —Piper quedó boquiabierta mirándolo, y Byron gruñó molesto.

— Ah... —contestó Byron mirándolos de pies a cabeza—, veo que sí ha avanzado la tecnología en tu prototipo, doctora Piper, hasta parece querer tomar sus propias... Decisiones. Piensa en mi propuesta —añadió para cambiar el tema rotundamente—, mi oficina está abierta siempre para ti —se dirigió a la salida arreglando su ropa y les dedicó una mirada de soslayo—. Y, Piper, controla a tu máquina si no quieres que lo "desconecte" —concluyó marchándose. Piper bufó enfadada y vio que el ojo de Rico volvía a su color amarillo normal.

— Te arriesgaste a que mandara a desarmarte —lo regañó ella y Rico solamente tomó su mano para alzarla a la altura de su pecho. 

— Me da igual, no debe tocarte si no quieres su contacto físico. ¿Todos los humanos se comportan así con las humanas? —Piper se ruborizó un poco y suspiró disimulando.

— No todos... —respondió—, la mayoría de veces no es así. Pero sí hay hombres asquerosos en todo el mundo que incomodan a mujeres, soy otra más del montón.

— Para mí no eres una más del montón —recalcó el robot y Piper abrió sus ojos sorprendida, sintiendo que su cara se iba calentando más y más—. Tu temperatura está subiendo —le dijo él notando ese hecho—, deberías tomar medicina para bajarla de nuevo.

— ¿Mi temperatura...? —murmuró y se tocó su mejilla con sus dedos, y se exaltó—. ¿Eh? ¡No! Quiero decir... No es lo que piensas, no es... —retiró de inmediato su mano de la de Rico y le dio la espalda para irse.

— ¿La consulta terminó? —indagó confundido Rico.

— Esto... Sí... Te veo mañana —titubeó y, prácticamente, corrió a la salida para tomar aire fresco y que su cara volviera a la normalidad. Su corazón latía como loco y sus manos le temblaban, ¿qué era exactamente esa sensación? 

No podía ser lo que creía que era... 

Sin embargo, Rico supo que lo que sentía por Piper era eso que llamaban amor, ya que se alegró y siempre se alegraba cuando ella hablaba bien de él o con el simple hecho que ella llegara, el día de Rico pasaba de ser "normal" a uno inolvidable. Se enojaba con Byron cuando la fastidiaba y no quería ni imaginarse a Piper mostrándole afecto. Y, para culminar, estaba experimentando lo que se conocía como tristeza, se sintió mal desde el primer instante que vio a Piper huir de él y más aún cuando ella le soltó su mano como si fuera venenoso el roce de sus dedos. 

Él la amaba, y la quería proteger. Al mismo tiempo, no la quería perder. Ya comprendía más el amor, y era un poco horrible, como al mismo tiempo maravilloso. Meses en consultas juntos, ¿y hasta ahora se daba cuenta? 

En cambio, Piper estaba segura que no era imposible de que ella estuviera enamorada de un robot. Lo que era imposible es que alguien sin un alma "real" sintiera lo mismo, y si así lo fuera, ¿qué más daba? Su amor nunca sería una realidad. 

...

El día continuó como siempre para la rubia, aunque ahora ella estaba centrada en fumar su cigarrillo diario, viendo el atardecer en la azotea del hospital. Mas no se esperaba a que alguien más llegaría a su espacio de tranquilidad, vio con cierta incomodidad al muchacho por ser lo que él se había convertido, aunque lo ignoró hundida en sus pensamientos. Incluso llegó a decirse a sí misma en su cabeza: "Otro anormal a la lista, ¿y qué?".

— ¿Me convidas? —preguntó él señalando la caja de cigarrillos que tenía en su mano. Piper se encogió de hombros y se lo dio.

— Sírvete —declaró dando una calada al suyo—. Debes ser Edgar, no nos habíamos encontrado por las áreas en las que estamos.

— Y tú eres Piper —le dijo prendiendo su cigarrillo con el encendedor que Piper le entregó de igual manera—. La mejor en robótica, o eso dicen.

— Eso dicen... —farfulló y de sus fosas nasales brotó humo—, eres uno de los pocos pacientes que están con nosotros, lamento cómo te dejó Byron. Pero al menos tu salud mental mejoró.

— No sé si afirmar eso —susurró él y fumó como Piper—. Qué extraño... —agregó luego de un rato de silencio entre ambos—, creí que fumar era más agradable de lo que esperaba. 

— ¿Nunca lo habías hecho? —Edgar negó con un movimiento de cabeza.

— ¿Por qué fumas? ¿Por estrés?

— Sí... Y por terribles confusiones. ¿Qué hay de ti? ¿Qué te animó a intentarlo?

— También por... Confusiones.

— Necesitamos un descanso, ¿no?

— Sí... Estoy harto de pensarlo tanto —la puerta de la azotea se abrió de golpe en plena conversación y miraron en dirección de la misma, Edgar puso sus ojos en blanco al ver quién era y Piper le sonrió apagando su cigarrillo lanzándolo al suelo y dándole un pizotón. 

— ¡Aquí estás, mi aburrido amigo! —exclamó el peliazul acercándose a Edgar, y el susodicho en respuesta mandó a sus plantas a hacer como si lo fueran a lastimar. El muchacho se hizo hacia atrás tenso, comprendiendo el mensaje—. Igual de amargado, como siempre, ¡clásico de Edgar!

— Vete al infierno —le dijo Edgar con una calada al cigarro.

— Qué hostilidad... —se rio a lo bajo Piper.

— Trata de pasar cinco minutos con él y su amigo y me entenderás —gruñó Edgar y Fang solo soltó unas carcajadas.

— Al fin te alejaste de tu paciente —sonrió Fang amistoso—. No me lo vas a creer, Piper, pero su paciente cayó en un medio coma y él estuvo a su lado hasta el momento en que despertó —Piper abrió sus ojos de par en par sorprendida, Fang asintió dándole a entender que no mentía y Edgar volvió su rostro a otra parte para que no vieran su cara roja.

— Qué responsable —le dijo con cierta burla Piper.

— Como sea, venía a buscar a Edgar —prosiguió Fang— para invitarlo a...

— No —fue contundente Edgar.

— ¡Oh, vamos! —exclamó frustrado—. Tú nunca sales, y hoy vamos a ir un gran grupo al karaoke.

— ¿Karaoke? ¿Gran grupo? Paso.

— Por una vez que des un paseo no se te va a caer una pierna —suspiró Fang negando con la cabeza.

— ¿Quiénes irán? —indagó Piper mostrando un poco de interés.

— Irán Buster, Poco, Maisie, Colt, Shelly y yo, ¿te nos unes?

— Necesito despejar mi mente, sería buena terapia acompañarlos. Y puedo decirle a ya sabes quién que nos acompañe si quieres —Fang pareció ponerse nervioso y Edgar vio con curiosidad y cierta maldad eso.

— N-no sé de quién hablas —tartamudeó tenso fingiendo paz mental.

— No finjas, cobarde. La invitaré, y llegará tu oportunidad para decirle lo que sientes.

— Y así la superas —repuso Edgar interfiriendo en la conversación—, el rechazo es la mejor manera de olvidar a una mujer.

— ¿YA LE CONTASTE? —exclamó Fang más alto de lo que hubiera deseado.

— No, solo te molesta —rodó sus ojos la rubia—. Vamos al karaoke, ¿vienes, chico? —le preguntó a Edgar.

— Ya dije que no.

— ¿Quieres olvidar esas "confusiones"? Ven, es el consejo de tu psicóloga nueva —le guiñó el ojo y Edgar solo chasqueó la lengua incrédulo—. Vámonos, Fang —agregó ella dirigiéndose a la puerta e ir de nuevo al interior del hospital.

— ¿Vendrá o no? —le preguntó en un murmuro Fang a Piper bajando en las escaleras.

— Sí, ya verás. Edgar se siente mal, quiere descansar.

— No hablo de Edgar... Hablo de ella, de quien tú sabes... —aclaró sonrojado. Piper se empezó a carcajear por ello.

— Bien, la llamaré, tú tranquilo —se fueron y Edgar solamente escuchó las risas alejarse. Lanzó su cigarro al piso y fue a paso lento detrás de ellos pensando que no era buena idea.

...

Colette se encontraba de pie, con el entrecejo fruncido, mirando fijamente a la puerta de su habitación, y con un tono de voz que mostraba determinación, empezó a practicar:

— Edgar —se imaginó que lo tenía frente a ella— recuerdo bien lo que me dijiste, tú estuviste enamorado de mí. ¿Vas a seguir mintiéndome? Pero si yo no te miento, mi respuesta es contundente —se contestó a sí misma imitando la voz de Edgar y haciendo gestos exagerados— te lo repito, Colette, no te estoy mientiendo. No siento nada por ti y nunca lo voy a hacer. Yo sé que mientes —volvió a su voz natural—, te conozco lo suficiente como para saberlo, y te entiendo. Lo que tú y yo sentimos es complicado... No nos veíamos hace veinte años y es probable que sea un simple amor de niños, aunque yo pienso que no es así. ¿Y si hacemos lo que parece improbable una realidad? ¡Agh! —exclamó enfadada y con sus mejillas de color carmesí—. ¿Por qué dije eso...? Es obvio que eso pasó hace mucho, si él ya lo olvidó, es porque no tuvo importancia...

Colette dio un brinco del susto dándose cuenta que la puerta tras de sí se abría de pronto. 

— Te traigo tu cena —era la enfermera Bibi, con lo ya mencionado.

— Ah, gracias —sonrió Colette y Bibi no hizo más que un gesto neutral para irse—. ¡Espere! —Bibi se detuvo y la miró de reojo—. Este... Bien, le quería decir que quiero salir un rato al área de recreación.

— Los pacientes no pueden salir de noche sin supervisión —explicó.

— Oh..., entiendo... —Colette se mordió la mejilla insegura de su siguiente pregunta—. ¿Usted..., quizá...?

— No, lo siento mucho. Tengo cosas que hacer.

— ¡Solo serían quince minutos! Quiero ver las estrellas, ¿sabe hace cuánto no las veo? 

— Colette, tengo más pacientes que necesitan mi atención hoy, no puedo desperdiciar mi tiempo —detalló omitiendo el hecho que sentía terror al estar demasiado tiempo con Colette.

— Sí, la comprendo... —suspiró Colette cabizbaja—, salir a media noche con una chica acusada de caníbal no debe ser de las mejores ideas. Descanse, no tengo problema —hizo una sonrisita sincera y se fue en dirección a su cama para, respectivamente, acostarse y dormir.

¡Genial! Ahora Bibi se sentía terrible consigo misma. ¿Era acaso demasiado buena persona que su consciencia le remordía que había sido muy cruel? ¿Quizá habrá sido la sonrisa de Colette, que más que felicidad, mostró tristeza? La conversación amena que tuvieron el otro día debió afectarle el cerebro y tocar una fibra de locura en ella, ya que gruñiendo añadió algo que evitó que Colette se arropara:

— Serán solo diez minutos, ¿de acuerdo? —Colette saltó de su cama entusiasmada para ponerse de pie—. Y pediré permiso para que uno de los prototipos del área de robótica nos acompañe. 

Bibi salió de ahí con un mal presentimiento, y escuchando que Colette le dijo:

— Como usted se sienta cómoda, está bien para mí —se alegró Colette y se apresuró en terminar su comida cuando Bibi se fue de su cuarto en dirección al área de robótica, esperó pacientemente a Bibi y al robot que dijo y se sentó emocionada en la orilla de su cama. Cuando ellos llegaron al cuarto de Colette, ella los miró con atención por completo. 

El área de robótica dejó a Bibi el prototipo llamado Ricochet, por ser el más adecuado para ese trabajo. Colette sonrió con ilusión, sin embargo no esperaba que su noche tendría terribles consecuencias, y solo por ir afuera. Sus mayores cambios físicos iniciarían esa noche con tan solo el contacto de su piel con la luz de la luna, mientras que en su mente solo revoloteaba el nombre "Edgar"; en su pasado con él, en su misteriosa sonrisa que la tranquilizaba.

Ella supuso que él sonreía cuando lo necesitaba, aunque, su gesto no era de verdad, y su capacidad de mentir era increíble. Esa expresión había sido adaptada a su necesidad, y era una solución reconfortable que ella nunca pudo imaginarse, hasta ahora. Edgar había sido más inteligente que ella en muchas ocasiones. Esa noche, con las estrellas y la brillante luna llena cubierta de nubes, Colette miró hacia arriba en completo silencio. 

Colette pensaba, Bibi la miraba con sospecha, Rico la había estado observando también, pero él analizaba a Colette con su base de datos, y su expresión mostraba soledad y nostalgia. Y él no se equivocaba. Rico se sintió "identificado" con Colette, él percibió lo que Colette tenía ganas de hacer, ella anhelaba con todo su ser ver a alguien, como él deseaba estar con Piper. 

"Esa chica está enamorada, como yo", pensó. 

Mas no pudo analizar más la situación, porque al despejarse la luna, vio junto a Bibi a Colette retorcerse del dolor en el suelo con el césped mojado sosteniendo su cabeza. Bibi corrió hasta donde ella estaba con un rostro de preocupación, Rico la siguió, y Colette empezó a gritar sin poder contenerse. Entre su grito y el dolor de cabeza, Colette no escuchó las exclamaciones de Bibi llamándola y preguntándole qué le pasaba, ni mucho menos sintió cuando Rico trató de ponerla de pie.

Era un dolor interminable, que por más que tratara de ignorarlo, era imposible. 

Continuará...

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