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Recuerdos de infancia 1

— Llorón... —siguió murmurando—, ¿qué haces aquí? —le preguntó para después caer al suelo completamente inconsciente y con el grito de Edgar llamándola por su nombre.

...

Colette a los ocho años era de todo, menos de lo que sus demás compañeros de clase llamaban normal. Para ella, lo normal no existía y para ser tan pequeña sabía que el no tener amistades ya era necesario para que aquellos que creían en lo ordinario la trataran como una chica extraña. 

— ¿Qué estás dibujando, Colette? —le preguntó su madre abrazándola por los hombros. Sin embargo, la mujer ladeó el rostro tratando de comprender el dibujo.

— ¿No lo ves, mamá? Éste, es papá —señaló lo que parecía ser una persona de color naranja— y tú, estás a su lado —lo que se suponía que era ella, era más bien una mancha púrpura—. ¿Te imaginas un mundo así? ¿Con personas asombrosas?

— Ay, Colette... —suspiró su mamá—, ¿qué voy a hacer contigo? —agregó dándole un beso en la frente y Colette sintió un escalofrío por ese gesto. Colette también sabía que su mamá era otra mujer que se consideraba común, así que no se enojaba por esos comentarios. 

El padre de Colette trabajaba en una fábrica casi las veinticuatro horas al día, y básicamente, su vida estaba en esa compañía por un sueldo mínimo. Colette no se enojaba tampoco con él por eso, ella entendió a muy temprana edad que eso su papá lo hacía por ella y comprendía que los fines de semana (que eran los días en que su padre descansaba) eran para aprovecharlos al máximo y estar con él era lo primordial.

En la escuela, los padres de familia y maestros hablaban a las espaldas de sus padres, y más que todo, de su madre, acusándola de ser la culpable de los afilados colmillos que tenía y eso sí que la fastidiaba, por ello escuchaba a su mamá llorando y odiaba a cada persona que la hacía sufrir. ¡Era simple genética, por Dios! ¿Qué culpa tenía ella? 

Con sus compañeros de salón, nunca se había sentido sola, por la razón que nunca había tenido amigos. 

Hasta que un día, llegó él.

Era un lunes tranquilo de clases, la señorita Richardson les enseñaba a multiplicar, cuando muy de pronto, entró el director de la primaria Starr Park con un niño de pelo negro azabache y muy alborotado. Colette lo miró con detenimiento como toda la clase. El director habló en voz baja con la maestra y el niño sintió la miraba de todos puesta en él. Bajó la vista con pena y por unos segundos, sus ojos se cruzaron con los de una albina con dos colitas y muchos ganchitos de colores que adornaban su pelo. Y a diferencia de los otros niños que lo miraban con una curiosidad a lo desconocido, esa niña lo veía como si ya lo conociera y le sonrió mostrándole sus blancos colmillos. 

Era una sonrisa tan franca como sincera, y eso le causó una repentina atracción a Colette, seguido de un sonrojo. Colette movió su mano de un lado a otro para saludarlo y el niño se sonrojó aún más, por tal motivo se escondió detrás del director intentando que esa niña no lo siguiera viendo rojo hasta las orejas. 

— Niños —dijo la maestra parando de hablar con el director y tomando de la mano al niño nuevo—, él es Edgar Nieminen, y será su nuevo compañero. Es un poco más pequeño que todos ustedes, por lo que les pido que sean amables con él. ¿Dónde te quieres sentar, Edgar?

— Cerca de ella —señaló a Colette y unos niños se miraron confundidos y otros hicieron una bulla.

— Muy bien, parece que tenemos un nuevo amigo para ti, Colette —sonrió la maestra—. Siéntate junto a ella, entonces, cariño —la profesora lo ayudó a que se acomodara y le entregó su mochila. Colette lo miraba moviendo sus pies bajo el escritorio, Edgar no decía ni una sola palabra, solamente tenía la vista puesta en el escritorio sin poder controlar el calor de su cara y queriendo que esa niña lo dejara de ver con tanta intensidad. Empezaba a arrepentirse de querer sentarse junto a ella.

— Me llamo Colette, ¿qué tal, Edgar? —lo saludó ella primero. Edgar extendió su mano temblorosamente y Colette lo miró extrañada.

— Edgar, es un placer —murmuró con su mano aún extendida. 

— ¿Por qué querías sentarte junto a mí? —indagó la niña colocando su mano en su mentón y dejando recostar su codo en la mesa del pupitre. Edgar supo de inmediato que Colette no le tomaría la mano, así que la bajó.

— M-me gusta el color de tu pelo —se avergonzó al decir eso y Colette entrecerró sus ojos con sospecha.

— No te creo. Anda, dime la verdad. No me molestaré con lo que sea —le aclaró y el niño apretó sus manos bajo la mesa.

— Pareces valiente —declaró sorprendiéndola—. Yo suelo ser muy débil y cobarde, me cambiaron de salón porque era más pequeño en edad y me molestaban por ser fácil de lastimar... —él la miró de reojo—, quiero verme como tú, eres impresionante —agregó con sus ojos llenos de energía y eso sonrojó a Colette un poco, por lo que aclaró su voz y le dijo:

— Pues serás mi aprendiz, ¡a partir de ahora! 

— ¡Colette, guarda silencio! —la regañó la señorita Richardson.

— A partir del recreo —le susurró y él asintió.

Al llegar la hora de recreo, Colette caminaba por el corredor junto a Edgar dando brinquitos tarareando una canción. Edgar no decía nada, solo la miraba con admiración. En ese entonces, Edgar era más bajo que Colette y tenía que levantar un poco la vista para verla. Edgar, al sentirse tan conforme con ella, quiso tomarla de la mano. Colette, al sentir que la mano de Edgar se acercaba, la quitó parando su paso en corto.

— ¿No nos podemos tomar de la mano? —le preguntó el pelinegro y ella se le quedó viendo por unos segundos.

— Lo siento, es que no me gusta mucho que me toquen —le explicó ella y Edgar asintió.

— Entiendo, de verdad lo lamento —sonrió el pelinegro con amabilidad. Colette se le quedó viendo a esa sonrisa y sintió en su pecho una calidez diferente a la que siempre sentía cuando su mamá o su papá la abrazaban. Por lo que bufó y dijo:

— Está bien, puedes tomarme de la mano. Eres demasiado adorable como para decirte que no —gruñó Colette y le extendió su mano, Edgar se emocionó y se la apretó, y para sorpresa de Colette, no le dio un escalofrío, sino que se sintió bien con el niño. Por eso sonrió y siguieron caminando juntos.

— Me acabo de mudar a casa de mi tío con mi mamá —le contó él—. Mamá dice que ella y papá ya no se quieren, y que por eso ahora vivimos sin él.

— Oh, Edgar, eso se llama divorcio —el susodicho la miró boquiabierto.

— ¿Cómo lo sabes? 

— Lo sé porque mis papás estuvieron a punto de hacerlo igual que los tuyos, aunque resolvieron sus problemas y continuaron juntos.

— Ojalá mis papás se hubieran comportado como los tuyos... —susurró triste, por lo cual, Colette cambió de tema:

— ¿Cuántos años tienes?

— Seis...

— ¡Soy dos años mayor! Eso me convierte en tu hermana mayor. Te voy a cuidar —dijo deteniendo su paso nuevamente—, te lo prometo —apretó su mano que le sostenía y a Edgar se le sonrojaron las mejillas queriendo soltar unas lágrimas de emoción.

— Uy... —excucharon a sus espaldas la voz de un niño, por lo que voltearon—. Edgar se consiguió novia.

— ¿Lo conoces? —le preguntó Colette y él asintió nervioso.

— E-es del salón que me cambiaron —le contestó Edgar queriendo ponerse detrás de Colette, pero no lo hizo, porque temía que ella lo tomara por el cobarde que era. 

— Edgar tiene novia... —dijo como si cantara el niño y pronto llegaron otros más—. Edgar tiene novia...

— ¿Edgay con novia? —se burló otro—. Eso es imposible —Colette se puso frente a él con su entrecejo fruncido y Edgar le conmovió aquello.

— ¿Y qué si soy su novia? ¿Tienes celos? —lo defendió la albina. El niño que molestó a Edgar se sonrojó cuando todos hicieron una bulla molestándolo.

— ¡P-para nada! ¿Qui-quién celaría a una niña tan fea y rara como tú?

— Al parecer, tú lo harías —se encogió de hombros Colette, y mientras molestaban al otro niño, Colette aprovechó para salir corriendo con Edgar. Ella empezó a reír, cosa que contagió a Edgar y al llegar al patio, cayeron en el césped húmedo muriéndose de la risa. 

— ¿Viste su cara? —le preguntó Edgar calmando su risa.

— ¡La vi! Estaba muy apenado —Colette paró de reír y se sentó para respirar hondo—. Yo te protegeré, Edgar, de todo aquel que te moleste —él la miró—. Lo prometo, nadie te volverá a fastidiar si estás conmigo.

— Gracias, Colette —se sintió emocionado Edgar y unas lágrimas se le salieron, y con rapidez las secó para que Colette no lo notara. Y ella, fingió no ver nada. No tardaron en darse cuenta en la salida que eran vecinos desde hacía unas pocas semanas atrás, porque fueron por el mismo camino. Colette le había dicho:

— Te acompañaré a casa —sonrió tomándolo de la mano de nuevo—. No quiero que esos matones aprovechen para buscarte y crear una masacre. 

— ¿Estás segura? —le preguntó Edgar—. ¿Y si te pierdes?

— ¡Para nada! Conozco este barrio como la plama de mi mano. ¡Solo guíame! —Edgar asintió y ambos corrieron según las indicaciones del mencionado. Sin embargo, Colette, al darse cuenta que estaban tomando la misma ruta que ella siempre tomaba sola, le preguntó:— ¿Vives por aquí?

— ¡Sí! La casa de mi tío está por este camino —Colette se detuvo en corto y miró emocionada a Edgar.

— ¿Eres sobrino del viejo amargado de enfrente?

— Bueno... No sé si sea amargado...

— ¡Lo es! Siempre pincha mis balones de fútbol y una vez, ejecutó a una de mis muñecas porque por accidente la lancé a su ventana —Colette miró a la nada—. Fue horrible... Tenía unas tijeras y le cortó la cabeza frente a mis ojos. 

— ¿Cómo terminó tu muñeca en su ventana?

— Es una larga y triste historia... —suspiró y volvió en sí como si nada agregando:— Como sea, tú debes ser su sobrino.

Y, en efecto, Edgar era sobrino del vecino amargado de enfrente. 

A la mamá de Colette la hizo feliz saber que su hija ya tenía con quién jugar en las tardes después de la escuela y siempre que estaba junto a Edgar, esperaba que con él su actitud mejorara y pudiera empezar a ser más sociable. Los veía por la ventana, cruzando la cerca del otro, riendo por cualquier tontería y siempre, cada día, Colette pedía el mismo permiso o mejor dicho, le daba el mismo aviso:

— Mami, voy a jugar con el vecino llorón de enfrente —Colette ni esperaba a que le contestaran para salir corriendo. 

Los padres de Colette no tardaron en comprender a la familia de Edgar por lo que Colette les contaba y además, comprendieron porqué Edgar estaba dos años adelantado, y de igual manera se dieron cuenta de una verdad muy obscura. 

Aunque, todos esos recuerdos perdidos de Colette empezaban a volver, estaban volviendo de la peor manera posible: con Colette en su cama del hospital de Brawl Stars desmayada y con Edgar a su lado esperando a que despertara a la orilla de la misma de rodillas.

— Por favor, Colette... —suplicó Edgar tomando su mano—, ya pasaron veinticuatro horas, despierta... No me dejes de nuevo.

Continuará...


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