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Rememorar 2

— ¿Cuál es su nombre? —le preguntó cuando vio que se había calmado un poco.

— Edgar —susurró con su respiración acelerada por el enojo que sentía en el momento—. ¿Alguna vez has ido al área de recreación? —cambió de tema volviendo a sus incansables preguntas. Colette iba a preguntar: ¿Hay área de recreación para pacientes? Sin embargo, temió que se enfadara nuevamente, así que pensó en otra respuesta.

— No lo recuerdo... ¿Por qué?

— Porque tienes derecho a...

— No quiero la respuesta de eso —lo interrumpió—. Le pregunto otra cosa: ¿Por qué parece preocuparse tanto por mí?

— Eres mi paciente —respondió con simpleza—, es normal que quiera que te traten como se debe, como el ser humano que eres —salieron del baño y Edgar acabó con las cámaras del cuarto de igual manera que en el baño, luego de terminar continuó charlando con la albina—. Me aseguraré que mañana mismo tengas una nueva habitación con un cuarto decente y cerca de la zona de recreación, así también pediré un permiso para que te quiten esa camisa de fuerza y salgas libremente como cualquier otro paciente al área de recreación al menos una o dos veces al día. Evitaré a toda costa que vuelvas a tener otra visita de Byron, y me aseguraré que te quiten las cámaras. Oh, y te enviaré pronto a una enfermera con tu desayuno. Ayunar es horrible. Iré a resolver todo lo que te dije, nos vemos mañana —le confirmó saliendo, pero, Colette habló haciendo que detenga su paso.

— ¡Doctor Edgar! —exclamó ella, y después carraspeó apenada—. ¿Qué busca exactamente?

— ¿Disculpa? —preguntó sin voltear a verla.

— Me refiero a... Usted, ¿qué busca tratándome así de bien? No tengo nada para devolverle el favor —Edgar regresó su mirada con esa sonrisa cálida que a Colette le gustó tanto.

— Solo busco tu bienestar —respondió y se fue asintiendo a modo de despedida. Colette sintió que le ardía el rostro y bajó la mirada con pena. 

— Es muy raro... —murmuró y se recostó en su cama.

...

Cerca de la oficina de Byron, los demás médicos pudieron escuchar sus gritos insaciables en contra del nuevo médico. Muchos lo compadecieron y otros supusieron que se lo merecía, y no dudaban que había una razón para que le gritara hasta el cansancio.

— ROMPISTE CADA UNA DE NUESTRAS CÁMARAS. ¿SABES AL MENOS LO COSTOSAS QUE SON? —exclamaba encolerizado el hombre mayor.

— Conoces el hecho de que me importa muy poco la economía de esta cárcel —le respondió con indiferencia Edgar, poniendo sus manos detrás de su espalda y muy erguido, como si estuviera orgulloso de lo que había realizado y eso enfadaba más a Byron.

— Muchacho, escucha... —respiró hondo Byron recobrando su paciencia—, sé que siempre empezamos con el pie incorrecto... ¡Pero llamar esta importante institución una cárcel es...!

— ¿Y qué más sería? —lo interrumpió Edgar y se encaminó a la ventana de la oficina para ver a los doctores caminar solos o con algún compañero, otros incluso llevaban a sus pacientes al área recreativa—. Tanto pacientes como médicos son tus prisioneros. Hoy hice muchas preguntas, demasiadas, que me dejaron con respuestas contundentes y otras vagas, y una conclusión lógica: No quieres que nadie se vaya. Sin embargo, todos están embelesados con el buen trato que les das y prefieren quedarse —Byron tragó saliva nervioso, aunque mantuvo su cara de pocos amigos—. Trabajo, casa y sueldo exhorbitante. ¿Qué más pueden pedir? Pero... Por un motivo que todavía no me cabe en la cabeza... Nadie se ha dado cuenta —Edgar regresó su rostro para ver a Byron con una sonrisa cínica al notarlo tenso.

— ¿Qué deseas?

— ¿A cambio de mi silencio?

— Como quieras llamarlo...

— Déjame pensarlo... —dijo haciéndose el intrigante con su mano en su barbilla. Después de unos segundos, chasqueó los dedos sonriendo—. Lo primero: que me dejes tomar las decisiones que yo quiera con mi paciente —Byron lo miró incrédulo.

— ¿Solo eso?

— Sí, y mis labios quedarán sellados. Te juro por mi difunta madre que digo la verdad.

— Juras por la madre que asesinaste... —negó con la cabeza Byron y Edgar se rio con ironía.

— Byron, Byron, Byron... —repitió sin dejar esa risa molesta—. Los dos sabemos que eso no es verdad. No caeré en tu manipulación de nuevo, ya lo superé. 

— Cree lo que tu demente cabeza tiene —suspiró Byron—, ¿no vas a jurarme por algo vivo?

— De acuerdo, te juro por mi vida que me mantendré callado si me dejas tomar decisiones para el bienestar de Colette. 

— Está bien... —gruñó y Edgar sonrió abierta y sombríamente.

— Primera decisión: No tienes permitido darle más visitas a Colette y tampoco puedes acercártele ni cuando estemos en el área de recreación.

— ¡Tú no puedes...! —bufó el hombre mayor—. De nada te va a servir: Colette no tiene permiso para ir al área recreativa, y además, tengo que monitorear su avance para volverse un ser extraordinario.

— Este año fue también mi último año encerrado y fue cuando más cambios sufrí. Dejaste de visitarme porque decías que los cambios no necesitaban ser vigilados. ¿No es así? ¿Me equivoco? 

— Contigo fue diferente... Cada paciente tiene un trato distinto y...

— Segunda decisión: —interrumpió de nuevo— Colette puede salir al área de creación para pacientes cuando se le antoje y no se le prohibirá ningún tiempo de sus tres comidas.

— ¿Algo más? —preguntó a regañadientes.

— Tercera decisión: ella necesita un nuevo cuarto con un baño decente. Y las cámaras quedan eliminadas.

— ¡Colette se intentó suicidar y es violenta! ¡No puedo permitir lo de las cámaras!

— Me haré responsable si se hace daño a sí misma, cosa que dudo. Ah, y la camisa de fuerza, se la quitaré de inmediato porque no es agresiva como piensas. Hablar con ella fue la prueba de ello —se dirigió a la salida mientras decía aquello y añadió—: No fue un placer verte y quisiera que no se repitiera, y ya sabemos que es imposible eso porque eres mi jefe —quiso irse, pero escuchó la voz de Byron llamarlo con una pregunta similar a la que le hizo Colette:

— Edgar, ¿cuál es tu interés en Colette? ¿Por qué quieres darle tanto a una chica que apenas conoces?

— Tú tampoco la recuerdas...—murmuró más para sí mismo que para Byron.

— ¿Qué dijiste?

— Que es mi paciente —mintió levantando la voz—. Me preocupa por eso. Ah, casi lo olvido, lo segundo que deseo es que ahora mismo envíes a una enfermera con su desayuno —y salió de ahí suspirando.

Cuando Edgar vio a Colette, le resultó familiar, sin embargo, para él no cupo duda al notar que era arisca al contacto físico y que haberle sonreído la haya calmado. Era la misma Colette que había conocido años atrás, no podía creer que la vida los reunió de nuevo y que al final, ella no lo reconociera. Le debía su vida a Colette, de alguna manera, él le tendría que devolver el favor. Sin embargo, no era momento para tener recuerdos de su vago y horrible pasado.

Tenía curiosidad de qué había sido de Brawl Stars desde que lo empezó a dirigir Byron desde exactamente seis años atrás. Mientras más avanzaba, más cambios se encontraba: antes no existía la sección de robótica o de resucitados. Él sabía que se encontraría con alguien indeseable en la segunda, así que mejor iría a la primera, a robótica. 

Preguntó a una doctora que caminaba por ahí y salió huyendo y gritando sin escucharlo. No esperaba otra reacción de las personas cuando lo vieran. Hasta que se encontró a una de las doctoras que lo atendió en su primer año en el manicomio: Rosa. La mujer casi llora al verlo, Edgar rodó sus ojos por ese motivo.

— No puede ser... —susurró ella corriendo a su encuentro—. ¿Edgar? ¿De verdad eres tú? ¡Eres fascinante! Byron ya me lo contó todo —puso sus manos en las mejillas de Edgar y él suspiró molesto—. Ya no eres el que fuiste... Estás... Eres... —era como si Rosa no encontrara palabras y eso hizo que Edgar la viera de mala manera.

— Nada normal —le dijo quitando las manos de Rosa de su cara—. No quisiera hablar del tema. Como sea, me aburro en este lugar y quiero ver algo interesante.

— ¿Con interesante te refieres...? —esperó a que Edgar continuara.

— Me hablaron de un área de robótica.

— Hoy es tu día de suerte —sonrió Rosa—, estamos cerca del lugar —guiñó un ojo la mujer y lo guió hasta el mismo platicándole de los avances de la tecnología que tenían en el hospital. Edgar no entendía qué conseguiría Byron con hacer esa zona en un hospital psiquiátrico, y no se limitó a preguntarle a Rosa. La respuesta de la morena fue algo que hizo desconfiar al pelinegro:— Oh, eso es porque con robots se nos va a facilitar más la vida, ellos van a servir como médicos y quién sabe, quizá incluso puedan empezar a hacer otros oficios. Nuestra meta primordial es que ellos puedan ser una ayuda en todo lo que se les imponga. Por el momento, esperamos que sea así con la psicología y sus ramas.

— ¿Y si se revelan como en las películas? —preguntó serio, pero Rosa se rio creyendo que lo decía en broma.

— Eso nunca pasará —aclaró y Edgar se limitó a decir: "Ese es un típico comentario de apocalipsis robot" y continuaron con su camino. Edgar ignoró casi todo lo demás que Rosa habló, hasta que soltó un comentario interesante—. En robótica logramos crear vida, ¿sabes lo que más nos impactó en las últimas pruebas? Es que algunos prototipos sí han respondido como esperábamos, otros no, y en casos muy especiales sobrepasaron con creces nuestras expectativas. 

— ¿Por ejemplo?

— Rico. Rico es un robot que ha logrado impresionarnos.

— ¿Qué logró impresionarlos en específico?

— Las pruebas las resuelve como si nada, entiende el significado de su existencia, e incluso me atrevería a decir que está a punto desarrollar sentimientos reales. Si empieza a sentir alegría, enojo o tristeza (que serían los sentimientos más básicos) habremos tenido éxito. Él es parte del progreso en nuestra sociedad. 

— Byron debe estar emocionado.

— Lo está, al igual que nuestros inversores —la mujer se detuvo de caminar al estar frente una enorme puerta de dos entradas que decía en la parte de arriba "Zona de Robots" y la abrió con una sonrisa indicándole a Edgar que pasara.

— Gracias por guiarme —murmuró él intentando entrar, pero lo detuvo la mano de Rosa frente a él.

— Edgar, en serio me hace feliz verte, que estés a punto de reincorporarte a la sociedad. Bienvenido —el pelinegro forzó una sonrisa y entró al nuevo corredor que tenía muchísimas habitaciones hechas con tan solo vidrio para que los prototipos se viera. Edgar observó minuciosamente a uno de los robots que tenía en su puerta un letrero que decía SURGE en letras mayúsculas. Era de colores vivos: amarillo y rojo, y tenía una enorme sonrisa. Edgar vio a una doctora correr frente la puerta y al pisar la alfombra negra que se encontraba en la entrada, la puerta se abrió sola. 

"Como en los centros comerciales. Qué original..." Pensó Edgar con sarcasmo. La doctora era muy bonita de rostro y su pelo era largo y rubio, pero tenía unas horribles ojeras y en su mano traía lo que parecía un energizante. Era como si su cabeza estuviera en otra parte: ni siquiera vio a Edgar y su nuevo aspecto. Agradeció eso mentalmente.

— Buenos días, Surge —sonrió la doctora dejando el energizante por un lado. A Edgar le sorprendió que hablara con mucha energía a pesar de su aspecto agotado—. ¿Cómo te fue en tu prueba?

— Mal —respondió con una voz grave Surge, asombrando a Edgar que los seguía observando—. La doctora Piper me hizo preguntas "básicas" sobre la vida humana ayer y no pude responder mucho... ¿Y a ti? ¿Dormiste mejor, doctora Max?

— Mejor que otras noches, sí, aunque parece que mi insomnio no se quiere ir... —bufó la mujer y Edgar decidió seguir explorando. 

No tardo en encontrarse con más experimentos interesantes: uno que se llamaba Darryl, su doctora se llamaba Peny, y ese robot parecía tener el sueño de convertirse en pirata junto a su compañero Tick, que era otro robot con el que compartía el área. Peny le decía que ese sueño era imposible y que debía concentrarse en lo que la doctora Piper le enseñaba. Otra robot era un exponente llamada Nani, Edgar supuso que era chica porque jugaba con una muñeca que su doctora, la doctora Pam, le había regalado. Nani cuidaba como si fuera una bebé real, no dejando que se cayera si la sentaba o le daba de comer cosas plásticas, también siendo regalos de Pam, quien hablaba mucho de su hija Jessie y de lo mucho que deseaba que Nani la conociera. Por otro lado, estaba un robot llamado Stu, la doctora que lo atendía, Janet, hacía todo lo posible para arreglarle su voz que parecía estar averiada.

En todo eso, Edgar ya no quiso seguir vagando por todo Brawl Stars, porque empezó a sentir preocupación. Le preocupaba que ella no hubiera comido todavía. Tuvo miedo a que Byron descargara su ira en ella. Quería ver a Colette de nuevo. 

Continuará...

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