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Prólogo

Era otro día más (o quizá noche, ella no conocía la hora en esa habitación blanca), Colette despertó como cada día-noche desde hacía ya mil cuatrocientos ochenta y cinco días-noches que había pasado encerrada. Contar los días se había vuelto un "hobbie". 

Como últimamente le pasaba, su cabeza le estaba doliendo y la albina ya estaba harta de esas jaquecas. Bueno, ya estaba harta de toda su vida y si pudiera, se la quitaría. Suicidarse era mejor que intentar escapar, cosa que no lograría ya que lo había intentado varias veces. Por algo las enfermeras le pusieron una camisa de fuerza y no podía comer sin ayuda de alguna de ellas. Por supuesto, no se quedó de brazos cruzados luego de eso, y mordió a algunas de las que estuvieron involucradas.

Aún tenía el sabor a sangre de ellas en su paladar por culpa de sus colmillos.

Esperaba que el desayuno llegara y quizá molestar a una enfermera asustadiza diciéndole que la mordería o que en cuanto le quitaran la camisa de fuerza, la estrangularía. Pero, ese día no llegó ninguna enfermera miedosa, sino que en vez de eso, vinieron dos médicos que la atendían de vez en cuando: el doctor Byron y la doctora Shelly. El doctor Byron tenía esa sonrisa aterradora en sus labios que a Colette le daba escalofríos.

— Colette —dijo Shelly tratando que el rostro de terror que Colette tenía desapareciera—, todo estará bien. Pasará rápido.

— ¿Qué me va a hacer hoy? —le preguntó Colette a Byron, ignorando a Shelly.

— Tranquilícese, señorita Colette —le contestó Byron—. Hoy no va a doler..., mucho.

— Del uno al diez... ¿Cuánto? —preguntó cabizbaja sabiendo que no había salida a ello.

— Un seis... —ella lo miró de reojo con un atisbo de esperanza y Byron la miró de una manera horripilante—, más cuatro.

La colocaron en una silla, encadenaron sus pies para que no se moviera y Shelly sacó unas jeringas con líquidos de colores extraños, algunos brillaban y otros parecían orina, Colette no quería preguntar qué era lo que contenían.

— Entonces... Señorita Colette... —le decía Byron golpeando con dos dedos una de las jeringas, la que tenía el líquido de color a orina—, ¿sus jaquecas han continuado?

— Sí... —murmuró ella entretanto Shelly terminaba de encadenarla—, ¿tiene algún medicamento para que paren? ¿Pastillas para el dolor?

— ¿Eso es para que después te mates? Nunca te daría algo para que te dañes a ti misma —él se le acercó e hizo que lo viera a los ojos poniendo su dedo en el mentón de la albina—. Tu vida es muy importante para mí...

— Byron —escuchó el mencionado el tono de regaño que proporcionó Shelly—, a lo que venimos.

— De acuerdo, de acuerdo... —bufó Byron alejándose de Colette—, no te puedo dar menos dolor con lo que estoy a punto de inyectarte, es más, es posible que tu dolor aumente. Todo sea por el progreso, tú me entiendes, ¿verdad?

— Nunca entiendo cuando habla de ese progreso... Usted lo sabe... —susurraba la albina y Byron solo se encogió de hombros antes de correr en dirección a ella para inyectarle de la manera más brusca posible la jeringa mientreas reía a carcajadas. Colette gritó con desesperación, su grito fue tan desgarrador que se escuchó afuera de su habitación, algunos doctores que pasaban se asustaron un poco, pero ya era común para ellos escuchar ese tipo de gritos en el manicomio.

— Por favor... Basta...—farfulló al detener su grito, con dolor en la garganta y sus ojos llorosos, miró su hombro (que fue donde quedó atorada la jeringa) y de él brotaba sangre. Byron vertió el líquido y Colette soltó un chillido del dolor. De la misma manera dura, Byron retiró la jeringa y disfrutó ver cómo su paciente derramaba sangre y manchaba la camisa de fuerza.

— ¿No lo disfrutaste? —le preguntó Byron sintiendo que se sonrojaba un poco—. Es hermoso verte gritar del dolor.

— Byron, detente y toma las cosas con seriedad —le decía Shelly limpiando el hombro de Colette con los primeros auxilios que había tomado porque presentía que Byron "jugaría" otra vez como siempre lo hacía.

— Eres una amargada, Shelly... A ver, quítale esa camisa de fuerza para continuar con nuestro trabajo —Shelly se mordió el labio inferior insegura, eso Byron lo notó, por lo que la miró con seriedad—. Es una orden —Shelly tragó saliva en seco y le estaba desatando la camisa a Colette cuando le murmuró:

— No trates de resistirte o te irá peor —le dijo la pelimorado a Colette y la chica asintió esperando que lo que le hiciera Byron no fuera tan atroz como la última vez. La camisa de fuerza de Colette fue retirada, y la albina se quedó con una blusa negra como su pantalón que traía debajo de la misma.

— Bien... Deme su mano, señorita Colette —Colette relamió sus labios secos nerviosa y le entregó su mano izquierda a Byron—, la otra también —la chica extendió su brazo temblorosa tanto por el miedo como por el dolor que le hizo pasar con la inyección—. Lo que va a sentir ahora se le conoce como Terapia Electrocompulsiva, más conocida como Electroshock. ¿Está lista? —Colette negó con la cabeza sin verlo a los ojos—. Muy bien —sonrió de una manera lasciva Byron y tomando ambas manos de Colette le entregó la punta de una caja de toques eléctricos en cada mano.

— Byron, recuerda no pasarte de treinta voltios —le dijo Shelly y Byron gruñó enfadado.

— ¡Largo! Voy a trabajar solo de aquí en adelante —le dijo él a Shelly y ella lo miró mal—. Lo normal es que esta máquina tenga solo seis voltios, ¿qué tal si lo subimos a cincuenta? 

— ¡No, no hagas eso...! —trató de detenerlo Shelly, mas él ya había encendido el aparato y Colette se retorció del dolor en su silla por unos tres segundos. Pronto, Colette respiraba con más normalidad.

— Qué aburrido... Creí que habría una mejor reacción... —dijo decepcionado—, en fin, el cuerpo humano resiste hasta doscientos cincuenta voltios... Así que... Subamos el nivel a ciento cincuenta —lo hizo en un abrir y cerrar, el aparato hizo lo suyo por unos cinco segundos y al terminar, Colette terminó temblando y dejando caer al suelo las puntas del aparato, y con eso, ella cayó de la silla retorciéndose en el piso con un poco de espuma brotando de su boca—. Esa sí fue una buena reacción —dijo complacido y Shelly corrió hasta Colette.

— ¡No tenía que pasar de treinta, Byron, treinta! —le gritó Shelly intentando reanimar a Colette—. ¡Está teniendo convulsiones!

— Agh... Pero qué drama... —rodó sus ojos Byron—, tranquilízate, la inyección que le puse la va a recomponer —en ese momento, la espuma que brotaba de la boca de Colette dejó de hacerlo y la albina tomó aire mientras tosía sin poder levantarse. 

— ¡Eres peor que un animal! —exclamó Shelly.

— Bienvenida al club de los que piensan lo mismo. Ah, por cierto, no repitas eso frente a otros pacientes, que se pueden ofender. 

— Por... favor... —decía en un enorme esfuerzo Colette a Shelly, la peliblanca le había tomado la manga de la bata a Shelly—, ayú...dame... —Shelly sintió un enorme dolor en su pecho al verla así y no pudo más, salió corriendo escapando de seguir mirando a Byron torturándola. 

Ya había visto a Byron comportarse así con los pacientes, ¿por qué le afectaba tanto todavía? Debía aprender a superarlo. No podía seguir en la misma postura, ¿cómo se atrevió a llamar a Byron, una mente maestra, animal? Tenía bien en claro que solamente recibiría un regaño más tarde, sin embargo, eso no curaba el hecho que aún no era lo suficientemente fuerte para trabajar en Brawl Stars.

...

Colette sangraba de la nariz, estaba llena de moretones en los brazos por la fuerza de las manos de Byron al tratar que se quedara quieta y estaba en su cama viendo el techo con una mirada abstraída. Byron se terminaba de poner unos guantes de hule morados acabando con su trabajo ahí.

— Te saldrán cuernos —le dijo el hombre mayor sacando unas pastillas del botiquín que Shelly había dejado tirado—, por eso te dan las jaquecas. Este medicamento es importante, lo debes tomar una vez antes de dormir y otra al despertar si quieres que tus dolores de cabeza sean menores.

— ¿O sea..., que no parará el dolor...? —susurró ella con su boca seca.

— No —respondió toscamente—. Tu piel tal vez cambié de color igualmente.

— ¿Me veré fea...?

— Te verás... —él se le acercó para acariciar su mejilla con la palma de su mano—, maravillosa —sonrió con maldad y le dio un beso en la frente. Colette ni reaccionó—. Me tengo que ir, un paciente que ya se curó me espera.

— ¿Lo dejará..., irse? 

— Correcto.

— Cuando me cure..., ¿me puedo ir...?

— Tal vez —Byron se alejó y cuando Colette escuchó que la puerta se abrió y cerró de nuevo, unas lágrimas se asomaron a sus ojos deslizándose por su rostro.

Por su lado, Byron se dirigió a la habitación junto a la de Colette. La abrió y pudo ver al muchacho pelinegro leyendo una historia que le había prestado uno de los doctores. Byron le murmuró un "buenos días", y él lo ignoró, cosa que molestó al hombre mayor.

— Dije buenos días —recalcó y el muchacho suspiró pesadamente dejando el libro por un lado.

— Buenos días —hizo una sonrisa sumamente forzada y luego volvió a su cara seria—, hijo de perra... —susurró lo último.

— ¿Te das cuenta que somos los únicos en este cuarto y pude escuchar el insulto? —le preguntó cruzándose de brazos.

— ¿Lo escuchaste claramente? —decía irónico—. ¡Guau! En verdad me sorprende que escuches tan bien pese a la edad. ¡Te lo repito si quieres por si no lo escuchaste con claridad! ¡Yo comprendo a los ancianos! —exclamaba—. ¡Hijo de perra, hijo de perra, hijo de perra!

— Edgar, hoy es el día —interrumpió Byron y Edgar frunció el ceño con disgusto.

— ¿No crees que es un poco tarde? No es como que parezca humano todavía... ¿Quién me convirtió en este monstruo? ¡Ah, ya recordé! El imbécil de Byron...

— Ya lo hablamos, y no tienes que salir del manicomio si no quieres. Pero ya estás listo para volver a la sociedad. Edgar, tú no eres un monstruo, eres la evolución de la raza humana. Una obra maestra.

Continuará...

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