5
No debería tener más de seis años cuando su abuela le habló de sus cuentos por primera vez.
Era una tarde a mediados de otoño, el viento silbaba y las hojas estaban dispersas por el suelo mientras ella y su abuela caminaban por la calle agarradas de la mano.
—¿Te ha contado alguna vez Penélope algún cuento? —le preguntó su abuela, mientras andaba a paso lento junto a Leonor.
La chiquilla negó con la cabeza.
—¿Ni siquiera antes de ir a dormir?
Volvió a negar.
—Mamá siempre está bailando con Estrella y quedando con su amiga Luna. No tiene tiempo para contarme cuentos. Ella está muy ocupada con el trabajo.
Su abuela sonrió triste y suspiró.
—Era tradición contar cuentos en nuestra familia.
Calló y meditó durante unos cuantos segundos. Pensó en algún cuento para la pequeña, un cuento que le sirva para rellenar el vacío que le dejaron sus padres, pero pronto se dio cuenta que nada haría eso.
Entonces la aconsejó con todo el amor que podía ofrecerle una abuela a su nieta, pero no con el amor necesario que una hija necesitaba de sus padres. La aconsejó aun sabiendo que la pequeña no entendería la grandeza de aquellas palabras.
—Leonor, trabaja por esta vida como si fueras a vivir para siempre, y trabaja por tu otra vida como si fueras a morir mañana.
Y a partir de ese día, la abuela le contó muchos cuentos a su nieta.
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