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Al fin apareció.

Sofía estaba sentada en el porche de la casa cuándo vio a Leonor caminando en dirección a la casa.

Sería mentira si se dijera que la abuela sonrió, corrió a abrazar a Leonor o la perdonó, pero tanto las hojas que se agitaban con la brisa de la primavera como el rocío que acariciaba con suavidad la hierba del jardín sabían que la paz que sintió Sofía al ver a su nieta no se podía ni describir ni retratar. 

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