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Tenía miedo de abrir los ojos.

Sabía que debería de haber algo parecido al paraíso —o al infierno— allí esperándola. Cuando no pudo alargar más la espera y se armó de valor, se encontró con un enorme cielo nocturno lleno de estrellas de pintura devolviéndole la mirada.

Casi se le paró el corazón cuando observó qué era lo que exactamente le rodeaba.

Porque vio. Vio su alfombra favorita, vio su armario viejo y medio roto, vio sus maletas, y vio su antigua habitación. 

Y no tuvo tiempo ni para poder empezar a cuestionarse qué hacía allí cuando alguien irrumpió en su habitación. Empezó abriendo la puerta despacio, pero cuando la vio despierta un halo de energía emanó de la recién llegada.

 —¡Por fin te has despertado! ¡Estaba super preocupada, Leonor! —dijo, mientras se sentaba en su silloncito. 

—Perdona, ¿quién eres?

La chica le sonrió con amabilidad. Casi se podría jurar que sus dientes eran más blancos que su pelo. 

—¿Te gusta la decoración? Los chicos y yo nos hemos esforzado un montón para que se pareciese lo máximo posible a casa.

—¿Qué...? —A Leonor se le cortó la respiración unos segundos— ¿Qué dices?

—No te acuerdas, ¿verdad? Bueno, a todo el mundo le pasa. Estás en Nubila —Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Enhorabuena, lo has conseguido. Entraste en la Universidad de tus sueños.  

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