4.
—No deberías hacer eso.
México observó detenidamente al canadiense frente suyo, notó esa ropa desarreglada, las suaves ojeras, el olor raro de una hierba no tan legal, y las marcas en ese cuello.
—Oh, merde —suspiró antes de rascarse la nuca—. Se suponía que no me toparía con alguien a esta ahora... Y por estos lugares.
Canadá no podía ver a los ojos a México. Estaba tan avergonzado de sí mismo, de sus actos y decisiones, que solo quería desaparecer.
—Wey... Ya entendí lo que estás haciendo aquí... Pero —hizo una mueca—. Esos chupetones no son solo de hoy.
—Tienes razón —intentó sonreír a la par que levantaba el cuello de su camisa para esconder su piel.
—Ey, chico maple. ¿Quieres hablar?
—No... —miró al suelo—. Tengo que irme.
—Wey, no es asunto mío —le sostuvo del brazo con firmeza—, pero siento que si te dejo ir... harás otra pendejada.
—No te afectará en nada.
—No... Pero a ti sí.
Canadá quiso irse, soltarse y correr, pero estaba tan cansado que no pudo luchar con el latino. Y terminó sentado en la vereda, bebiendo una soda, y riéndose por un mal chiste del tricolor.
Pero se sintió en paz.
Y de un momento a otro, confesó.
—¿Hace cuánto?
—Uno o dos meses —suspiró—. No estoy seguro.
—¿Y todas las noches?
—No repito compañía —Canadá jugaba con la lata—. Ni lugares. Ni...
—¿Ni qué?
—Ni palabras —suspiró.
—Wow, eres un crack.
—Hay mucha gente tan despechada como yo —rio bajito—. Así que es fácil conseguir amantes.
—Wow... Tan puro que te veías, maple.
Canadá no replicó, solo apretó la lata entre sus manos y suspiró.
—Me destruyeron... Y sólo quería escapar...
—No debiste hacer esto.
—Pero ya lo hice —carraspeó—, y duele mucho.
—¿Y por qué no paras? —sentía tanta pena por aquel gringo.
—Porque tengo la tonta creencia de que... Si sigo escuchando otra voz y admirando otra piel... —rio entre lágrimas—. Me olvidaré de él.
—No te ofendas, compa... Pero necesitas terapia.
—Lo sé.
—Y un amigo.
—No es buena idea.
—Y una ducha porque hueles a mujer barata.
Canadá rio bajito antes de aceptar que así era.
Se terminó otra lata de gaseosa, habló un poco más y se despidió del mexicano.
Pero no quedó ahí.
Porque México empezó a cuidarlo un poco, de lejos, con mensajes o pláticas cuando coincidían en las reuniones, hasta que un día, Canadá dejó de sentir el dolor de la pérdida y pudo volver a ser aquel Country tranquilo, risueño, y lleno de esperanzas.
Se lo debía todo a él.
A México.
Porque aquel latino, se volvió su luz.
Y jamás pensó, que él se volvería lo mismo para México.
—A veces la vida es rara.
—Es lo bueno de esto, chico maple, porque no puedes predecirlo.
Tal vez desde ahí, no volvió a dejar de sonreír.
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