22.


—La aurora boreal es una guía —indicaba cuando ambos lograron por fin divisar una.

—Qué frío más culero —se abrazó a sí mismo, sintiendo que debió ponerse otra capa de ropa—, pero la vista vale oro, maple.

—Te dije que te iba a gustar.

—Wey, explícame eso de que las lucecitas son una guía.

—Algunos dicen que es el camino que siguen las almas mortales e inmortales para pasearse entre los dos mundos, otros dicen que es augurio de muerte, y otros que es un truco de los espíritus para cazar almas.

—¿Debería asustarme?

—No —sonrió—. Yo creo que es una guía, me gusta esa idea.

México ya ni recordaba cuantas veces había salido de paseo con Canadá, pero le gustaba demasiado.

—Maple, ¿crees que nosotros pasaremos por ahí alguna vez?

—No lo sé —hizo una mueca—. Pero creo que nos desviamos del tema, yo solo quería que vieras una aurora en vivo y en directo.

—Muy bonito y todo —volvió a temblar—, pero me muero de frío.

Canadá solía abrazarlo entonces, envolverlo con cuidado, compartiendo su calor corporal, y México era tan feliz de esa forma, no solo porque sentía calorcito... sino porque se daba cuenta de aquella dulzura y gentileza que Canadá le dedicaba.

Cuántas veces no había soñado con que ese abrazo no solo fuera para calmar su frío.

¿Sería bueno preguntar?

O solo seguir callado y fantaseando con su amor platónico.

No.

Su madre no había criado a un cobarde.

Por sus huevos que iba a preguntarle.

—Maple.

—¿Sí? —sonrió, soltando su abrazo.

—Tú... —no sabía cómo Canadá podía ser así de guapo, se cegaba con el brillar de esa sonrisa, y eso que era de noche—. No... Tú no has pensado en enamorarte de otro country.

—Sí... muchas veces.

—¿Lo has intentado?

—No salió bien —jugó con sus dedos—. Creo que tal vez...

—¿Quieres intentarlo otra vez? Con... —enrojeció, porque sentía que fue muy tosco con su propuesta—. Conmi...

Canadá no dejó que México terminara, le sostuvo de las mejillas y se inclinó lo suficiente para unir sus labios con los ajenos. Cerró sus ojos, olvidó todo en ese momento, y entregó su cariño en ese pequeño roce que se volvió en una caricia pausada entre suspiros nerviosos y una súplica por seguir.

—Si es contigo, puedo intentarlo.

—Maplecito... ámame con todo lo que tengas y te juro que te lo regresaré duplicado.

Risitas por aquel country avergonzado, suspiros ansiosos del tricolor que sentía que todo era un sueño.

Ante esa aurora boreal, ambos decidieron que iban a intentarlo.

Intentar amarse con devoción.

Intentar superar las expectativas del otro.

Intentar superar sus vidas casi angustiantes sin fin visible.

Intentar sostener sus manos hasta que alguno de los dos tuviera que renacer una vez más, pero incluso así, volver a intentarlo otra vez.

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