TEAM GENFIC: La que se avecina

En Roma, el nombre de Michelangelo empezaba a sonar. Su fama de escultor ya se extendía a ambas orillas del Tíber.

El Papa Julio II (Julito para los amigos) que, aunque poca gente lo sabía, se había criado en Pontevedra y era más gallego que los percebes, iba a visitarle a su taller siempre que podía.

Tanto, que Michelangelo (Miguelete para los amigos), pensaba que quería de él algo poco... ortodoxo.

Y así fue. Una buena tarde, como tantas y tantas, Julito entró por la puerta:

—A la buena de Dios, Miguelete.

—Buenas, Julito. ¿Quieres un anisete?

—¡Por favor, Miguelete, que soy el Papa!

—¿Y el vino de misa que es? ¿Agua de moras?

—¡No, carallo! Por eso lo digo, para que me des algo más fuerte...

El artista se afanó en ponerle un güisquito cortito (o sea, un güisqui doble) y el Papa empezó a charlar.

—A ver, Miguelete, quiero que me pintes un par de paredes, allí en el Vaticano. Que así tan blanquiñas, no sé qué cosa me da verlas...

—Pintar... pero yo soy escultor, Julito.

—Venga, Miguelete... ¿Qué te cuesta hacerme el favor? Te doy libertad para que pintes lo que tú quieras... Eres un gran artista, hombre. No me hagas el feo... Y te prometo un kilo de percebes de los gordiños, gordiños ¿eh? Y otro de vieiras, ¡para chuparse los dedos!

Se bebió el güisqui de un trago y sentenció:

—Te espero mañana a las nueve de la mañana y no acepto un "no" por respuesta.

Se marchó, dejando a Michelangelo con la boca abierta.

Al día siguiente, este, acudió a la cita. El "par de paredes" que había mencionado el santo padre, eran ni más ni menos que dos capillas: una de ellas, la que se usaba para los cónclaves.

Michelangelo, azorado se santiguó y deseó no haber acudido a la cita. «Pero... ¿dónde demonios me he metido?» Se preguntaba sin cesar. «Con lo a gustito que estaba yo con mis cinceles»

Entonces tuvo una idea, un plan sin fisuras, y diciendo que tenía que ir a comprar pinturas, se marchó de allí por patas.

Tenía intenciones de no volver. Llegó sin aliento a su taller e hizo la maleta. Pero entonces se dió cuenta de que Uber aun no se había inventado y no podía pedir un taxi. Como mucho, un carruaje y eso no era ni rápido ni discreto.

Plan B. Mirar un tutorial de Youtube.  «Me cago en la loba capitolina» se dijo. Ni existe internet, ni YouTube está inventado.

Arrancó un trozo de papel y apuntó algo para su ayudante, Mindundi Novales. Lo posó en la escultura que estaba tallando y se marchó. 

Cuando Mindundi llegó por la tarde, vio la nota. La abrió y leyó:

1. Coger la Biblia --> Coger de agarrar; no malpienses, enfermo.
2. Ir a la parte de la Creación
3. Bocetar lo que esto te inspire en el techo de la capilla.
4. Pintar el boceto.
5. Ya tienes tu obra maestra lista.

                                                      Ciao,

                          Michelangelo Buonarroti

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