Humor: Dulce Accidente



—¡Ataca por el flanco derecho! —digo, alzando la voz, y acomodando la batería de mi arma. Bah, arma... ¿Tener un secador y una batidora, enchufadas a la pila de una balanza eléctrica con cinta adhesiva, se considera una?— ¡Maldición, esta cosa es una porquería!

La colorida y frutal masa gelatinosa se arrastra de un lado a otro, tirando escombros por todo el hogar. Y antes de que pregunten, ese es un conjunto de ositos de goma mutantes, ajá, con todo lo que implica.

—¡No te quejes, a mí me diste el pisa papas! —Josef me reclama desde el otro extremo de la habitación.

—¡A la cuenta de tres! —Recuesto mi espalda al pilar— ¡Uno... tres!

Salimos en un grito de guerra, clavo los batidores y la enciendo con la adrenalina a tope. Entonces todo queda en silencio, sin ser por el zumbido del motor recalentándose.

—Muere, muere, muere —susurra mi compañero, golpeando con el ceño fruncido una parte del monstruo. Pronto deja de hacerlo, cuando ve que no surte efecto ninguno. Mira a la bestia, me mira a mí.

Ok, esto es incómodo... intento sacar mi armamento con ambas manos, pero se queda atrapado ahí, zumbando suavemente y largando chispas.

Retrocedemos, sonriendo a modo de disculpa.

—Ja, ja... Qué cosas, ¿no?

El bicho aquel nos observa con su deforme cara durante unos segundos, y ruge estrepitosamente.

—¡¿Cómo es posible?! ¡Dije que quería tecnología alemana! —Le increpo, al tiempo que corro hacia ningún lugar.

—¡¿A TI TE PARECE HACER UN PROGRAMA NACIONAL CON TECNOLOGÍA ALEMANA?!

Esquivo un escupitajo de naranja, justo para responderle:

—¡Soy la organizadora! ¡Pudieron discutirlo conmigo!

—¡Pero si sólo aceptas tu opinión!

—¡Mentira!

En eso, una de las flemas alcanza el pie de Josef, tirándolo al suelo.

—¡Josef! —Me detengo, pensando en ayudarlo— Te jodes por no hacerme caso con las batidoras. — Corro e ignoro sus insultos.

Me encierro en el baño, buscando algo con lo que defenderme. Mis ojos se clavan en la ducha, y lo recuerdo: el agua de este lugar sale hirviendo.

Cuando entra, le tiro el chorro a toda potencia, derritiéndolo lentamente. Libera gemidos de dolor y se convierte en una gran mancha babosa.

Un osito del tamaño de un niño surge de los restos, y sale huyendo a una de las habitaciones.

—¡Vuelve, asqueroso dulce sintético! —Lo persigo como endemoniada. Con ese tamaño me lo como, no hay dudas.

Abro la tercer puerta del pasillo, y lo encuentro de espaldas, devorando algo.— ¿Eh? —Tras escuchar mi voz, se da vuelta. Tiene un frasco en una mano, algunas pastillas azules en la otra, y una extraña protuberancia en... Oh, Dios mío.

AÑOS DESPUÉS:

Una mujer se me acerca en el jardín de niños:

—Disculpa, ¿tú eres la chica que salvó a las personas en la residencia?

Le dedico una sonrisa:

— La misma.

—Oh, qué bueno que hayas podido superar todo aquello... ¿Viniste por tu hijo?

— Sí ¡Ahí viene! —Me agacho con su abrigo en mano— ¡Gominola, ven mi amor! 

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