Capítulo 59:
Debo reconocerlo con el garbo propio de un noble caballero de mi casta, amo a Elizabeth a niveles inimaginables, y me siento tan libre junto a ella que quiero anclarme en su fina silueta para siempre. Porque soy capaz de compartir mis íntimos deseos sin buscar en ella algún remedio para el pasado, no puedo huir de su hechizo, tampoco quiero hacerlo, escapar por la incertidumbre del futuro, evitar el dolor que se acumula en el alma...
—Usted no tiene remedio, Elizabeth... ¡Señorita desvergonzada! ¡Infame oveja descarriada! ¡¿Cómo se le ocurre comportarse de esa manera tan impropia a solas con un degenerado caballero como lo es el ilustre señor Darcy!? ¡Qué la divina providencia la recoja a usted confesada! Ay de mí, de mis pobres nervios... ¿Qué hice yo para merecer presenciar semejante escena de mi propia familia, ¡dios mío! ¿Qué castigo estoy pagando? —La voz parlanchina del acusante no me afecta, solo me ocasiona gracia sus ademanes afeminados, el traje color blanco que viste se arruga cuando coloca una mano en su cintura completamente ofendido por lo que acaba de interrumpir entre mi mujer y yo—. Tres padres nuestros, y dos aves marías, ¡esa es la correcta penitencia para la medida de su desvergüenza! ¿Cómo se le ocurre montarse de esa forma tan casquivana sobre la virilidad erecta de su inmoral prometido?
—Lo siento mucho...—murmura mi amada con todos los colores subidos en el rostro.
—Charles... Es suficiente con tus reclamos de amante ofendida —decido hacer burla de su reprimenda mientras corrijo mi traje—. Usted se está portando peor que nuestra apreciable suegra.
—¡Basta, canalla! ¡Infame! ¿Justo el día de mi compromiso? ¡Por qué mejor no me lanza a la cueva de los leones para que mi cuerpo sea carcomido a pedazos! Sería una muerte menos dolorosa que esta terrible tristeza, ¡usted tardó horas, mi fiesta se retrasó por su culpa! ¿Tan poco le importan mis sentimientos, William? —El pelirrojo lloriquea desesperado meneando su delgado cuerpo hasta quedar cerca de mí, se frota como un felino sobre mi pecho desnudo buscando alivio para su enojo bien justificado—. Creí que me amabas, usted es cruel... Es muy cruel con el hermano que tanto le aprecia. ¡Malvado!
—Oh, mi dulce pecoso pervertido...—sostengo sus mejillas con una mano, para limpiar sus lágrimas con mi mano libre, mi hermano está herido por mi impertinencia y entiendo su pena—. Te amo sinceramente, Charles. Daría la vida por ti de ser necesario, por favor cesa de llorar, me aflige su tristeza... Perdóname.
—¿Ustedes, caballeros, piensan besarse frente a sus esposas? ¿O quizá desean privacidad para disfrutar de su idilio con absoluta libertad? —Lizzy comenta con evidente ironía, y una sonrisa pícara escapa de mi garganta.
—¿Estás celosa de mi hermano, preciosa? —Insensato, decido provocar a mi mujer.
—Si no estás celosa, deberías, Lizzy. Este canalla que tienes por marido es capaz de asaltar cualquier lecho caliente, y me parece que tiene una leve obsesión por el cabello rojizo. Cierto es —comenta la rubia de Charles con un tono mordaz.
—Amo a Charles, cuñada. Cierto es. Pero es un amor de hermandad, amor filial, amor de...
—¡Calla, bastardo! —Jane me silencia, sujeta a su futuro esposo quejumbroso para apartarlo de mis vellos pectorales—. No es la primera vez que descubro actitudes románticas entre ustedes dos, conozco el gusto de mi amado señor Bingley. Pero de usted, jamás lo hubiera adivinado...
—¡Señorita Jane, por el amor a todo lo divino! —Reacciono de mala manera, mi mujer se mofa de mi enojo y deposita un beso en mi mejilla para calmarme.
—Amo a Charles con todas las fuerzas de mi corazón, y he decidido aceptarlo con toda su perversión insana. Si debo acceder a compartir a mi querido señor Bingley con un caballero, para ser sincera, prefiero cederlo a usted. Al fin de cuentas ya debo de soportar su nefasta presencia por culpa del inmenso amor que le tiene mi querida hermana, y que usted no merece poseer, es preciso mencionar.
—Oh, Jane... No seas tan rencorosa... —Lizzy entrelaza nuestras manos para avanzar juntos al interior del toldo de celebración, una vez que nos presentamos ante los invitados todos los asistentes murmuran, los cuchicheos son molestos, pero ya estoy acostumbrado a las habladurías, se ha corrido la voz demasiado rápido para mi gusto.
La fiesta de compromiso de Charles transcurre como ordena el protocolo de buena conducta, el matrimonio Bingley junto al matrimonio Bennet son los anfitriones del magno evento, el maestro de ceremonia dirige con elegancia el cronograma a seguir, todo es elegante con un tinte de romanticismo. Los aros de promesa son repartidos entre los tortolitos enamorados en medio de una gran ovación popular, y la orquesta comienza a tocar para aperturar la hora del esperado baile.
—¡Enhorabuena, mi estimado caballero de Pemberley! —El coronel se presenta con el pecho hinchado de codicia—. Me complace comunicarle que ya acordé junto a mi amada esposa la cifra de oro que merece cobrar una casta tan refinada como la de mi primogénito, mi amado hijo Charles.
—¿Usted se refiere al mismo primogénito que hace pocos meses quería cortar en trozos? —Respondo burlesco ayudado por los efectos del líquido espumante, me apena reconocerlo.
—¡Hombre, deje ir el pasado atroz! Me atrevo a presentarle ese buen consejo, sobre todo por la presencia de cierta dama con título real que no cesa de mirar hacia esta mesa. Mi estimado señor Darcy, ¿qué sabor tienen los jugos vaginales de la marquesa? ¿Realmente son tan buenos como se comenta en la aristocracia?
—¡No le permito esa clase de comentarios faltos de decoro delante de mi esposa, infame! —Me pongo de pie enfurecido para enfrentar al impertinente coronel Bingley, y mi Lizzy se abraza de mis bíceps para detener mi ataque.
—Cariño... No vale la pena. Hoy celebramos la feliz unión de nuestros hermanos, y mi querida Jane no merece un escándalo en su ansiada fiesta.
—Ya que la flamante señora Darcy menciona escándalos. ¿Dónde dejó a su concubina de rutina, William? ¿Acaso cambió de servidora sexual esta noche o gozará de una noche compartida entre sus dos mujeres? —El infame coronel insiste en ofender a mi mujer, y Lizzy, encolerizada, arroja una copa de champaña en el rostro del suegro de Jane.
—Oh, es mi error. Usted deberá disculpar mi torpeza, coronel Bingley. Mi champaña se me cayó, al igual que se le cayó a usted la humanidad cuando se le ocurrió la brillante idea de vender a su propia hija, ¡bestia fétida! —Se defiende mi mujer con elegancia, el coronel intenta disimular su evidente enfado, sin embargo su cara queda roja. Quizá se deba al ardor del licor, o la rabia contenida.
—¡Honorable coronel Bingley! ¿Cuánto tiempo sin gozar con el privilegio de su presencia! —Donatien se acerca a saludar haciendo alarde de sus carisma social—. ¿Usted piensa vender al único hijo que le queda esta noche? ¿Qué piensa hacer en sus años de retiro militar, coronel? No le quedan vástagos para comerciar con mi hijo.
—Honorable Marqués de Sade... —el coronel aprieta la mandíbula para hablar—. Es un inmenso privilegio para este humilde militar que un caballero tan distinguido como usted se rebaje a saludarme, quisiera seguir disfrutando de su temple real, pero el respetable señor Darcy y yo tenemos negocios que concretar.
—¿En serio? ¿Qué clase de negocios, hijo mío? —El descarado marques me pregunta curioso.
—¡Usted no es mi padre! —Declaro alterado, estoy hastiado de las provocaciones de este tipejo—. Coronel Bingley, si usted me hace el favor de acompañarme...—sujeto con fuerza la delicada mano de mi mujer y camino hacia el interior de la casona.
—¿Su padre es el Marqués? ¿Amor mío, qué sucede? —Lizzy consulta cuando estamos solos, detengo mis pasos para atrapar su delgada silueta contra mi pecho jadeante—. ¿Mi amor...?
—Eres tan suave... —murmuro aspirando su dulce aroma femenino—. Te contaré todo, lo prometo. Pero justo en este momento solo quiero endulzarme con tus besos, Lizzy... —y entonces los consigo, mi amada me besa en los labios con tanta pasión que me aflige separarme de su lengua—. Sé que no es propio para el proceder de una dama, pero por el amor a todo lo divino, quédate conmigo. Sin ti no lo soportaré, estoy tan cansado de estos horribles pactos comerciales que resumen la valiosa existencia humana en una simple transacción fría... Las monedas de oro son muy frías al tacto y tú eres tan cálida... Amor... —para mi fortuna recibo otro sublime beso de mi mujer, mi paraíso en la tierra.
—Me quedaré con usted para siempre, señor Darcy.
—¡¿Lizzy!? —El señor Bennet aparece en el gran salón, detrás del caballero está el coronel Bingley arrastrando a su hijo de mala manera—. Ustedes deberán perdonarme, caballeros. No es prudente que una dama presencie una reunión patriarcal de esta índole comercial, por favor, le ruego al señor Darcy le solicite a su acompañante que se retire del recinto...
—¿Qué clase de reunión no debo de presenciar, papá? ¿¡Te refieres a la misma reunión que tuviste con el señor Darcy para venderme como una simple mercancía!? —Lizzy ataca a su padre, defendiendo su puesto con valentía.
—Yo no te vendí, Lizzy. Fue tu madre.
—¡Y tú te quedaste callado, papá! Ese silencio es mucho peor que venderme, porque te convierte en un reverendo cobarde. ¿Te crees mejor por ser docente de escuela primaria? Usted es igual de infame que este coronel de porquería, señor Bennet!
—Mi amor, es suficiente... No vale la pena —replico la frase de mi amada para calmar su enfado.
—Caballeros... Dejemos las diferencias familiares para otra ocasión, es tiempo de finalizar el acuerdo nupcial —el descarado coronel toma asiento, el notario respectivo ocupa su lugar en la mesa presentando los documentos necesarios para la entrega de la dote—. Yo, el distinguido coronel Bingley estoy dispuesto a entregar a mi apuesto único heredero por diez mil libras esterlinas anuales. ¿Usted acepta el pacto, respetable señor Bennet?
—¡Diez mil libras, padre! ¡¿Esto es una exageración, papá!? —Reclama Charles escandalizado, mi Lizzy tose frenéticamente impactada por el monto solicitado, y el señor Bennet deja caer el documento que acredita semejante disparate de codicia.
—Mi estimado coronel Bingley... —me pronuncio sereno, debo mantener la calma entre la conmoción compartida, alguien debe presentar cordura en el ritual—. Estimo demasiado a Charles, pero esa cifra de monedas solicitada es demasiado para un simple aristócrata carente de título real...
—De acuerdo, mi estimado señor Darcy —el nefasto coronel sonríe de manera siniestra, su gesto no me gusta para nada, tengo un mal presentimiento—. Soy un caballero comprensivo, y estoy dispuesto a dejar la cifra a la mitad si usted me hace la entrega de Phillip Edevane en persona.
—¡¿QUÉ...!?
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