Capítulo 58:
La divina providencia me estaba sometiendo a una prueba trascendental en mi existencia, me apena confesar que la confianza sobre mi temperamento fue una mala consejera y bajé la guardia, como una estrella fugaz impactó frente a mis pupilas la presencia de la dama causante de mis mayores pesares. Renée-Pélagie, aquel amor que marcó mi alma de una forma despiadada, el primer latido incesante de un breve idilio apasionado que sumó mucha experiencia y sabiduría en lo que a sufrimiento se trata. Experiencia para saber identificar cuando mienten con la pretensión de quedar bien, cuando tratan de manipular para moldear tu ser a su conveniencia. Y sabiduría para poder elegir a quién entregar lo más preciado que poseo; mi amor incondicional.
—¿Fitzwilliam Darcy? ¿Es usted? —Su larga cabellera de fuego comienza a moverse al compás de sus caderas las cuales se van acercando a mí lentamente—. Estoy impresionada... No pensé contar con el favor de los dioses para encontrarme con usted tan pronto.
—¿Renée? —Dejé escapar un farfullo inapropiado, mi pecho se oprime debido a la impresión de nuestro encuentro, el temor de mis heridas pasadas vuelven a abrir aquellas grietas de dolor marcadas en mi alma, y el crujido de apertura de la nostalgia me obliga a contraer el tórax, libero un alarido transformado en una tos tenue—. Usted debe excusar mi impertinencia, Marquesa De Sade... Bienvenida a esta humilde celebración de nupcias de mi querido hermano Charles.
—Me importa muy poco esta insulsa celebración de nupcias de su pervertido hermano falso, Fitzwilliam... Estoy aquí por ti, quería verte —confiesa la dama con ese tono de seducción propio de una diosa—. Los astros acomodaron el tiempo para volver a juntarnos, hoy que estoy frente a ti, usted puede hacer lo que quiera conmigo.
Tres palabras que me dejan paralizado, tres palabras saliendo de sus labios color rojo, labios iguales que una tentadora manzana repleta de pecado y desenfreno. Mis ojos, insensatos, viajan de la tentación de sus labios ascendiendo hasta impactar en su mirada, y entonces espero que se active el hechizo que me ataba a esa dama, lo espero con ansias, anhelo volver a sentir aquella dificultad para respirar que me agobiaba, aquellos temblores febriles que me volvían loco, el adictivo sufrimiento del amor. Ella sabe que era mi debilidad, y abusaba de ese privilegio que como un tonto enamorado le otorgué. Reneé acerca sus pasos con insistencia hasta quedar cerca de mí, la tengo al frente después de mucho tiempo de ausencia, su embriagante perfume impacta en mi olfato carcomiendo mi alma por las memorias compartidas. Sin embargo nada pasa...
No siento nada, mi cuerpo no vibra, mi corazón no se desboca por la cercanía de la Marquesa, su magnetismo no me alcanza, soy inmune a su embrujo. He quedado atónito por la reacción que estoy teniendo ante esta bella dama de fuego, soy cero ventiscas internas, soy cero sufrimiento de amor, soy un completo vacío de emociones.
"¿Estoy curado?"
"¿O estoy enfermo?"
"¿Que soy ahora sin ese vil sufrimiento de amor?"
—Lo que me apetece hacer justo en este momento con usted, señora de Sade, es presentarle a mi esposa. Elizabeth Darcy —me pronuncio con propiedad, estoy descolocado.
—¿Señor Darcy? ¿Quién es la dama que se refiere a usted con tanta confianza? —La voz de Lizzy me obliga a vibrar en mi lugar.
Estoy condenado. No evito sonreír como un reverendo zopenco enamorado ante el nuevo hechizo del que estoy prisionero, este encanto es más dulce, más tierno y amable. Si bien es cierto que yo mismo le entregué mis afectos a Reneé en el pasado, me doy con la maravillosa sorpresa que los he retirado. La Marquesa dejó de ser mi mundo, para pasar a ser solo una dama conocida más, ha dejado de ser mi suspiro antes de ir a dormir, para pasar a ser solo un mal sueño, ha pasado de ser la razón por la cual mi cuerpo reaccionaba con un beso suyo, a ser la razón por la cuál desconfío de las palabras bonitas. Amar a Lizzy no duele, tampoco lastima. La electricidad sublime que me transmite el tacto de su delicada mano me deja la dicha de entender que tengo demasiados sentimientos bonitos por mi mujer, aún tengo mucho para entregar al amor, y todo eso le pertenece a mi flor silvestre.
—Nadie tan importante como usted, vida mía —me pierdo en los ojos de mi mujer, y ella me regala una dulce sonrisa que me enamora más, si eso es posible—. Preciosa, ella es la esposa del Marqués, llegó aquí para acompañarlo al evento. Desde luego...
—¡¿Usted es la señora Darcy!? ¡¿Usted es la esposa de Fitzwilliam!? —Reneé suelta un chillido estridente debido a la impresión de mi confesión, descarado sostengo la mano de Lizzy y deposito un beso en el dorso.
—Soy un caballero afortunado, honorable Marquesa. La divina providencia me ha favorecido inmensamente, gracias a las aventuras de aquel hermano falso que a usted tanto le desagrada yo logré conocer al amor de mi vida. Elizabeth es mi esposa, la mujer con la que deseo compartir hasta el fin de mis días.
El victimismo era mi estandarte para protegerme de las relaciones personales, y ahora simplemente ha desaparecido de mi sistema. ¿En realidad estoy despierto? Y en medio de una profunda incertidumbre de un corazón vacío absoluto, una voz de sirena encantada me regresa todas las emociones de golpe, y es tan poderoso mi sentir que tengo unas tremendas ganas de llorar...
—Oh... Es un placer conocerle, Marquesa de Sade —Lizzy realiza un reverencia sin dejar de sujetar mi mano—. El Marqués es un caballero muy encantador, he tenido el privilegio de conocerle de cerca.
—¡¿Eres castaña!? ¡Pelinegra! ¡No! ¡No! Jamás le gustaron las pelinegras, señor Darcy... ¿Qué le sucedió a su buen gusto por las damas refinadas, Fitz!? Yo pensé... ¡Creí que se casaría con esa burda copia que usted creó de mí! —Reneé parece estar en medio de un trance espantoso, un ataque de celos quizá, aunque no quisiera sonar demasiado petulante.
—¿Una copia de usted...? —Lizzy eleva ligeramente su ceja izquierda, y yo trago saliva. Estoy en serios problemas.
—¡¿Acaso la señora Darcy no conoce a su perversa cuñada falsa!? ¡La maldita copia que este infame caballero creó para olvidarse de mí! ¡Katherine Bingley por supuesto! —Confiesa la pelirroja completamente alterada.
—Disculpe mi atrevimiento y proceder... ¿Pero a usted qué pimientos le interesa los asuntos personales de mi esposo, vieja entrometida? —Lizzy interviene para detener los insultos de la dama, y yo me quedó perplejo por el proceder de mi mujer, quiero articular una palabra que finalice esta desastrosa tertulia, pero mi mujer coloca su mano a la altura de mi boca para silenciarme—. Déjeme expresar un consejo de damas; usted vaya a cuidar de las bombachas de su marido que hay muchas mujeres que visitan su lecho desde que llegó anoche a este pueblo. No se preocupe por mi esposo, que de este caballero me encargo yo, ¡furcia!
—¡¿QUÉ...!? ¡Cómo se atreve usted a insultarme de esa manera, pueblerina de baja categoría! —Se defiende la marquesa que me importa un pimiento.
—Usted tiene razón, marquesa de Sade. Katherine Bingley es una fiel copia suya, incluso utilizan los mismos insultos para agredirme. Vaya, no creía que una marquesa de tan alta alcurnia como usted sería tan fácil de imitar... Es deprimente para portar un título de la realeza tan importante.
Mi mujer tira de mi brazo para entrar al jardín del local campestre, no me da la fianza ni siquiera de despedirme de la impertinente visita, farfulló entre dientes en todo el camino hasta llegar al lugar donde levantaron el toldo para la celebración nocturna.
—Mi amor...—apenado murmuro, tengo los ojos puestos en el césped, no tengo la valentía para enfrentar su enojo bien justificado.
—Una marquesa, William... —Lizzy detiene sus pasos, el ambiente está tenso, no consigo controlar los nervios, y entonces el amor suelta mi mano para abrazarse ella misma, me siento vacío sin su calor, me estoy volviendo loco—. ¿Me puede decir cómo se supone que voy a competir contra una dama de esa categoría? Yo soy... Una simple... Bennet. Mi padre es un maestro, mi madre una ama de casa, no cuento con casta alguna, ni apellido de gran abolengo... ¿Cómo competir contra ese gigante...?
—¿Competir? Amor mío, usted no tiene competencia alguna sobre la faz de esta tierra —sujeto sus manos y las acerco a mis labios para depositar un beso—. Pasé por un terremoto emocional que me destruyó hace muchos años, y aquí sigo intentándolo solo por ti. Soy conocedor del amor propio, es un hechizo genial que ayuda a librarse de los improperios que ocasionan los sentimientos de amor, pero deseo un cómplice de vida. Y esa dama, Lizzy, eres tú.
—William... —mi mujer tiembla, está devastada.
—Perdóname, Elizabeth. Soy consciente que me comporté como un reverendo infame contigo creyendo que todavía estaba sometido al influjo de aquel cruel amor del pasado, ese amor del que cobardemente me estaba escondiendo para enfrentarlo como un noble caballero lo haría. Pero este grandioso día descubrí un detalle que me cambió la existencia por completo, no existe ningún sentimiento dentro de mí por la marquesa que usted no pueda sepultar con un solo aleteo de sus pestañas. Te amo, Elizabeth. Me has hechizado en cuerpo y alma, si por alguna providencia del destino todavía te queda amor por mí... Yo te prometo que no volveré a fallarte... Te ruego, te imploro que aceptes mi mano. Hazme el inmenso honor de casarte conmigo, por favor —procedo como un noble caballero le corresponde actuar, me inclino bajando mi rodilla hasta que toca el húmedo césped del jardín para solicitar la mano de la mujer de mi vida.
—Yo... Toda mi vida he leído sobre las parejas disfrutar de sus viajes, sus fiestas, y llenarse de mimos, enamorados de ficción que se ayudan a crecer el uno al otro y rezaba cada noche a los dioses "yo quiero eso", es más ¡me merezco eso! No soy una persona malvada, merezco un amor de cuentos de hadas... —unas lágrimas rebeldes caen de los ojos de mi mujer mojando sus pálidas mejillas, y mi pecho comienza a doler temiendo por un rotundo rechazo—. Y entonces tuve la suerte de conocerlo, señor Darcy. Usted me enseñó que el amor no es como los libros que me gusta leer... Su amor duele, William. Su amor carcome mi alma de incertidumbre, de dudas letales, su amor me desespera... Me hace sufrir.
—Oh, Lizzy. Lo siento tanto... —vuelvo agachar la mirada, he perdido, estoy arruinado. Quizá lo merezco, con hidalguía aceptaré el castigo de la divina providencia—. Usted no tiene la culpa, me otorgó el privilegio de tenerla, como yo quise, donde se me antojó poseerla, y yo lo arruiné todo. Usted puede retirarme ese derecho, yo fallé y eso es algo que jamás me voy a perdonar. No debes sentirte obligada de casarte conmigo, Lizzy.
—Sí quiero.
—¿Qué...? —Su respuesta es tan difícil de creer que parece un sueño.
—Sí quiero casarme contigo, William. El amor no tiene que ser perfecto como lo narran los libros, el amor solo es amor... Y yo lo amo a usted, señor Darcy.
—¡Oh dios mío! ¡Aceptó! —Me levantó de un saltó, mi alma regresa a mi cuerpo a punto de fallecer por la pena, sujeto de las caderas a mi mujer para atraparla entre mis brazos—. ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo, Lizzy! Confío en usted ciegamente, en su lealtad, me entrego a usted por completo, a quien me demuestra su amor, y cuidaré de ti si usted también me cuida. Estos son mis ideales y no pienso cambiarlos por una mala experiencia.
—¡¿Señor Darcy!? ¿A dónde vamos? —Consulta la condenada a ser mi esposa cuando la subo a mi hombro para avanzar hacia la zona de los juegos del Marqués—. ¿Usted se ha vuelto loco?
—Vamos a las benditas cabañas, estoy loco por entrar en ti...
Nota: Una sincera disculpa por la demora, tuve que leer muchos libros del Marqués real para que la historia vaya acorde al perfil del personaje del sádico escritor, y sus prácticas que se realizaban en sus "reuniones especiales". Gracias por su amor y paciencia.❤️✨
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top